Una espiritualidad infranqueable por el Capital

Quien es auténtico, asume la responsabilidad por ser lo que es y se reconoce libre de ser lo que es. JP Sartre

sábado, 10 de abril de 2010

Hora de Unidad Popular y de Patria - Analisis de las jornadas del 19 y 20 de Diciembre de 2001

19 y 20 de diciembre de 2001

“El cacerolazo nos reivindica como ciudadanos”

“...La situación finalmente estalló; en lo personal no me sorprendió, la realidad indicaba que esto tenía que suceder. El Estado de Sitio impuesto por el Presidente nos removió recuerdos muy trágicos y desagradables. Por fin una autoconvocatoria del pueblo; el cacerolazo nos reivindica como ciudadanos...” Así lo vivió y me lo escribió una amiga sicóloga que trabaja en un hospital de Buenos Aires, pocas horas después del 20 de diciembre de 2001, las traigo a colación porque a mi entender caracterizan el espíritu de aquellos sucesos y, a la vez, indican el renacimiento de un pueblo.

Poniendo fin a años de impotencia y humillación, el desbordamiento popular echó por tierra toda la racionalidad organizada hasta el momento. Pululando entre escalinatas, elevadores, veredas, avenidas, calles, pasajes y plazas, entre la tarde y la noche del 19 y el 20 de diciembre último, el pueblo salió a exigir que le devuelvan el país, a la par que recuperaba –agigantada‑ su dignidad y el orgullo de ser argentino. Atrapada entre tapas y cacerolas ‑evidenciando un fuerte protagonismo de las mujeres‑, quedó fulminada la soberbia de los poderosos que daba por sentado que el pueblo argentino entregaría todo, arrinconado por el miedo a la represión, al desempleo y a la inestabilidad cambiaria. Pero se equivocaron. Las movilizaciones populares en las ciudades del interior, en el propio Buenos Aires, Gran Buenos Aires y en Provincia, rompieron todo pronóstico. La población porteña, en particular, superó sus propias marcas, saliendo a las calles y llenando la Plaza de Mayo, exigiendo, primero, la renuncia de Cavallo y luego, la del entonces Presidente de la Nación. Pero no se detuvo ahí; en acelerado proceso de politización desde abajo, siguió manifestándose en abierta y creciente condena a todo el sistema político marcado por la corrupción y la compraventa de favores y privilegios. En pocas horas, el pueblo argentino metabolizó años de resistencia militante y la tradujo en bronca colectiva imparable.
Rompiendo todo pronóstico político, la furia popular contenida ‑organizada y autoconvocada‑, confluyó en las calles mezclándose con la fuerza de la espontaneidad colectiva; el contagio fue inmediato y creciente. Irrumpiendo en el escenario político nacional el pueblo experimentaba su poder y volvía a sentirse libre y capaz de definir el rumbo del país; con firmeza, aunque con la fragilidad de su escasa y fragmentada organización y la casi nula orientación político-programática de su accionar, volvía a ser protagonista.
Fueron horas de expansión del espíritu libertario y solidario, del orgullo del renacer desde las ruinas, recordando que se es un ser humano digno con el poder de actuar para conseguir lo que se propone. Y esto resulta trascendente para el presente y el futuro inmediato del campo popular.
Constituyendo un virtual puente de enlace entre el pasado, el presente y el futuro, los estallidos sociales del 19 y el 20 de diciembre último, anudan dos elementos fundamentales que considero importante destacar. Por un lado, señalan la continuidad de la historia de lucha y resistencia del pueblo argentino del 55 hasta ahora ‑para solo rescatar los últimos 50 años‑, delineando una suerte de resultante de un largo proceso de acumulación histórica de fuerzas, de conciencia, de organización y de propuestas, que se desarrolló a través de la movilización de millones de personas por el reclamo de sus derechos, en defensa de la vida, de sus fuentes de trabajo, en contra de la desocupación, en procura de alimentos, en contra de la represión. Lo espontáneo irrumpe como el eslabón articulador‑condensador de un largo período de acumulación de las resistencias y las luchas sociales y, a la vez, vuelve a colocar al pueblo como actor colectivo. Como continuando las jornadas de junio‑julio del 75, los trabajadores y amplios sectores del pueblo se apoderaron masivamente de las calles, avenidas y plazas en todo el país, y dijeron basta al continuismo del modelo socioeconómico expresado en el gobierno nacional. Sin propuestas programáticas elaboradas por parte del pueblo, sin salidas viables desde los sectores vinculados al poder, la situación de “vacío de poder” volvió a flotar en la atmósfera del país. Caprichosa la historia nacional, enseña ‑como toda historia‑, que los pueblos siempre la retoman –aunque en un plano cualitativamente diferente‑ en el lugar donde la dejaron (de protagonizar).[1]
Por otro lado –y simultáneamente con lo anterior‑, dichos sucesos marcan una ruptura de fondo con el tiempo inmediato precedente: con un estilo de construcción y acumulación de poder, conciencia y organización desde los social popular, con un modo de entender y hacer política, y con el estilo de vida de los sectores medios del pueblo argentino, emparentado con el “por algo será”, con el “no te metas”, con el quemeimportismo y la cooptación como alternativas individuales del “sálvese quien pueda” impuesto por la práctica y el pensamiento único del modelo neoliberal.
En gestas que aún resultan difíciles de aquilatar en su justa dimensión, los diversos sectores que componen el pueblo argentino, de conjunto, rompieron todos los pronósticos, incluso los propios. Así ocurrió con los que llevaban ya años de luchas en las calles, y con los que pusieron fin a la confusión que sustentaba sus actitudes permisivas o su indiferencia y ‑simultáneamente con la caída de la venda de sus ojos‑, salieron de sus casas enarbolando la enseña nacional. Munidos de cacerolas, sartenes, espumaderas y cucharas, dijeron basta al Estado de Sitio y al continuismo del modelo encarnado en los gobernantes de turno. Se ponía fin a más de 25 años de acorralamiento en lo individual impuesto por las diversas tramas y subtramas del terror instrumentalizado desde el Estado.
Politizado a la velocidad de una centrífuga, el pueblo en las calles exigió (y exige) el fin de una práctica política corrupta y vendepatria a la que, sin pudor, algunos llamaban (y llaman) democracia. Sus demandas democráticas significan una quiebra radical con las actuales democracias de mercado dependiente que, en nuestras latitudes, son el vehículo de los poderosos para consumar el aniquilamiento de las soberanías nacionales y la entrega del patrimonio nacional de cada país a la voracidad del capital transnacional, con la complicidad de sus interlocutores locales cuyos bolsillos engordan con las “comisiones” obtenidas a cambio de tales “favores”. A través de asambleas en los barrios, desarrollando la participación directa de los integrantes de las organizaciones piqueteras, sindicales de nuevo tipo, sectoriales, y sociales de variado carácter, el pueblo movilizado impone y reclama otra democracia y forma de representación política, con participación directa, desde abajo, horizontal y sin exclusiones.








Algunas reflexiones sobre los hechos y su impacto en el quehacer actual   
del campo popular

Considero difícil aún realizar conclusiones de los sucesos de diciembre, pero siento la necesidad de colocar algunas reflexiones sobre planteamientos que se reiteran en lecturas acerca de éstos: referente a la espontaneidad de los acontecimientos y la ausencia de conducción, acerca de las posibles alternativas del poder, y acerca de los desafíos del campo popular en la hora actual.

¿Espontáneo u organizado?

En primer lugar, considero importante subrayar la estrecha relación que guardan las grandes movilizaciones de diciembre de 2001 ‑sin menoscabar el signo de autoconvocatoria de la participación de amplios sectores del pueblo en ellas‑, con la resistencia, lucha y organización sostenida durante años por distintos sectores del pueblo argentino, quienes ‑sin creer en mentiras ni engaños, oponiéndose al chantaje del enfrentamiento de pobres contra pobres, a la polarización y exclusión creciente de miles de ciudadanos argentinos y sus familias‑, se enfrentaron a este modelo de muerte casi desde el primer día. Vale recordar, por ejemplo, el papel central de la lucha de las Madres de Plaza de Mayo en los 70 (y hasta ahora), las luchas de los trabajadores, y las movilizaciones piqueteras que –sobre todo en los dos últimos años‑ marcan el ritmo de las luchas populares colocándose a la avanzada de la resistencia.
Los piqueteros argentinos vinieron poniendo sobre el tapete, sacando a la calle, a las avenidas, a las plazas de las ciudades del interior y la capital del país, las injusticias del modelo, mostrando su marca real de exclusión y muerte. Piqueteros desocupados y piqueteros ocupados trazaron un camino: no resignarse, salir a la calle, exigir justicia y pelear por sus derechos.
Aunados por el mundo del trabajo, el movimiento piquetero se desarrolla en lo fundamental abrazado a la Central de Trabajadores Argentinos (cta) y ésta, a su vez, a los piqueteros de todo el país. Los cortes de ruta, las caminatas y las marchas de kilómetros y kilómetros desde diversos puntos del mapa nacional hacia la Capital y desde ahí hacia el interior, y otra vez hacia Buenos Aires, a Plaza de Mayo, una y otra vez, constituyen un referente indiscutible, político y pedagógico. Se trata de la pedagogía del ejemplo, del “sí se puede” que, además del simbolismo que encierra, es también la demostración de un modo de luchar. Todo esto –aunado a un conjunto de luchas sectoriales, de defensa de los derechos humanos, de mujeres, de jóvenes‑, enmarca un período de acumulación político‑social sin el cual sería difícil comprender el salto que se produce a partir del 19 y el 20 de diciembre último.
Como sustrato de tales movilizaciones hay voluntad de lucha y muchos ejemplos concretos de cómo decir basta al actual estado de cosas. En la acumulación “invisible” hacia una conciencia colectiva en gestación, radica la explicación (y la posibilidad) del salto que “de repente” sacó a todo un pueblo de sus casas y los llevó “sin saber cómo” hacia las calles y plazas de sus barrios y ciudades, y hacia Plaza de Mayo. Sin embargo, sería incorrecto pretender una conexión lineal entre ambos tiempos, trazar una línea directa (causa‑efecto) entre unos fenómenos y otros.
La [auto]convocatoria espontánea de amplios sectores de la población hacia las calles y plazas en todo el país, marcó indudablemente el ritmo, las formas y el contenido de lo acontecido en diciembre. Tomando lo espontáneo como lo que es, parte de todo movimiento, también del movimiento social, debe entenderse que su irrupción en algunos momentos del desarrollo de las luchas sociales, resulta –además de inevitable‑ necesaria para avanzar. Lejos de considerar entonces a lo espontáneo como un “defecto” del proceso de construcción social y política, para las organizaciones sociales y políticas el desafío es prepararse para el momento del salto colectivo, del “desborde” del pueblo, el desafío es ser capaces de captar –anticipadamente‑ el instante en que lo espontáneo irrumpirá con fuerza acelerando el curso de los acontecimientos, saltando vallas –tal es el arte de la conducción política‑, y estar en condiciones de convocar y conducir al pueblo hacia la conquista de los objetivos propuestos.[2] Lograr esto es cuestión de olfato político: tener la capacidad de percibir, de intuir el momento y preparase para actuar en medio de él. Son dos elementos: capacidad de anticipación, y –sobre esa base- de convocatoria y conducción. Este es uno de los factores claves que –como déficit‑ evidencian los hechos de diciembre.
Otro, tiene que ver con la concepción acerca de la dinámica interna de los procesos sociales, que aún se evidencia como predominante en la mayoría de las organizaciones sociales y políticas existentes. La aceleración del proceso y la masividad de protagonistas es tal que rebasa las posibilidades organizativas y de propuestas desarrolladas hasta el momento por el movimiento social y político. Los sucesos de diciembre evidencian la presencia de una concepción que entiende el desarrollo de los procesos de luchas sociales, el proceso de acumulación y construcción, desde una perspectiva gradual, como sumatoria lineal y consecutiva de las partes al todo.[3] La acumulación supone la gradualidad, es cierto, pero se asienta y se realiza en los saltos, y estos ocurren a través de la conjunción‑contracción de lo espontáneo y lo consciente en un instante, como produciendo un crack que anuda la continuidad con la ruptura, lanzando a los protagonistas como por un hueco negro de la historia.
A ello hay que sumarle la realidad de la sectorialidad y la fragmentación de las luchas y sus actores, el intento de algunos sectores de tomar distancia de manifestaciones como la de los piqueteros, y la sobrevivencia de la división entre actores (organizaciones) políticos y sociales, producto tanto de prejuicios presentes en uno y otro sector, como del predominio de un espíritu de secta que late agazapado atrás de cada argumento divisionista.[4] Tales deficiencias están presentes como obstáculos, en mayor o menor medida, entre los diversos actores del campo popular. La rebelión de los argentinos tiene la gran virtud de mostrar el poder del pueblo, de recuperar y reverdecer su autoestima y la confianza en sí mismo, y también de evidenciar crudamente fortalezas y debilidades que es necesario asumir y superar.

El poder traza sus planes y se reacomoda

Desenmascarado como nunca antes en su papel de gerente de los sectores del poder transnacional hegemónico, el gobierno no tiene soluciones ni alternativas como no sean las de entregarse ‑más aún‑ a quienes lo han colocado en tal situación. A través de los organismos financieros internacionales, particularmente el fmi, el intervencionismo norteamericano, presionando al máximo, afina los mecanismos que le posibilitarán avanzar en sus planes de anexión del subcontinente, en particular, de Argentina. ¿Por qué no hay ayuda económica por parte de eeuu? ¿Por qué no socorren a Argentina cómo antes a México, por ejemplo? Es que los sucesos, aunque parecidos, responden a necesidades diferentes dentro de la lógica del expansionismo imperialista estadounidense a escala hemisférica y mundial.
Para el gobierno de eeuu está en juego una cuestión de geopolítica: la búsqueda de su hegemonía regional (y mundial) frente a Europa y Japón; en ella se inscribe su imperiosa necesidad de instalar el alca en América Latina, y su intervencionismo creciente en los asuntos internos de nuestros países para “acondicionarlos” a la concreción de tales objetivos. Esto articula la situación argentina con la guerra en Colombia, con la crisis venezolana, con la desesperación con que tratan de instalar bases militares en Perú, con el enfermizo empeño de buscar el voto contra Cuba en la Comisión de Derechos Humanos de la onu, con las elecciones de Brasil, con la necesidad de aniquilar el mercosur...
La aparente indiferencia y no-injerencia de eeuu y sus organismos “internacionales” en la actual situación argentina, so pretexto de asépticas y rigurosas exigencias técnicas acerca de los rumbos a seguir, esconden –a mi entender‑ la cínica decisión de ahondar la crisis para adueñarse totalmente del país –vía intervención de tecnócratas internacionales‑ cuando éste se encuentre en (lo hayan llevado a) un estado de quiebra total.[5] La caída de Argentina, cual rendición de las antiguas colonias, debe producirse escandalosamente y sin que queden dudas de que el país es incapaz de gobernarse –en el sentido amplio del término‑ a sí mismo. En tales condiciones la “ayuda” de eeuu se produciría (ya se ven algunas iniciativas al respecto) a través de los organismos financieros internacionales que –fiscalización mediante-, sin máscara, someterían automáticamente al país a sus designios y lo subordinaría a sus intereses; sus representantes serían los encargados de decidir qué, cómo, cuándo y quiénes.
Para lograr tales propósitos necesitan no solo imponerse en lo económico, sino también en lo moral y cultural, pues la anexión –según sus perversiones‑ deberá ser total y definitiva. Para ello es importante que se lleve a cabo “democráticamente”, es decir, como consecuencia de un proceso que demuestre la incapacidad del país y sus habitantes para sortear la crisis y salir adelante respondiendo por sus actos. La anexión conjugará entonces –apuestan ellos‑, un hecho económico y uno moral: será un acto de humillación de todo un pueblo, internacionalmente declarado (mostrado como) incompetente para gobernarse a sí mismo. De ahí que desde algunos sectores del gobierno (emparentados directamente con estas intenciones), se alienten manifestaciones de protesta desorganizadas y desarticuladas que propician la sensación de caos, a la vez que se empeñen en presentar ‑a través de sus voceros en los medios de comunicación‑ toda legítima protesta o reclamo social como un exponente más de la situación de supuesto caos que vive el país; de ahí también los empeños para ganar tiempo e impedir que se abra paso una opción que unifique al campo popular, a sus organizaciones, ya sea reforzando la interpretación más peligrosa del “que se vayan todos” ‑que machaca una y otra vez que son todos lo mismo, que nadie sirve, con lo cual se va introduciendo la idea de que no hay salida, que nadie puede sortear la crisis, ni la derecha, ni el centro –si existe‑, ni la izquierda, y apuntala en el subconsciente social la legitimidad de una posible intervención salvadora del fmi[mperialista]‑, ya sea alentando por diversos canales los viejos y nuevos sectarismos al interior de las izquierdas, y entre ellas y los movimientos sociales, y al interior de ellos mismos. La división del campo popular es tan necesaria para su enemigo como lo es la unidad para el campo del pueblo, la diferencia radica en la conciencia que cada sector tiene de ello. Para avanzar hacia la unidad del campo popular es imprescindible comprender que hoy día la sobrevivencia como nación, como pueblo, como persona, pasa por defender y reconstruir la soberanía, que el problema es de Patria.








No subordinar las luchas sociales a los conflictos del poder, sino obligar a los conflictos a subordinarse            
a las luchas.

La tendencia de los sectores del poder es a cerrar el sistema democrático de mercado ajustándolo al de las democracias de baja intensidad, como envoltorio de represiones selectivas o encubriendo una guerra interna contra el pueblo. Las maniobras para lograrlo han sido, son y serán diversas en cuanto a pretextos, actores‑culpables, tipo de provocaciones, etc., pero la tendencia se encamina hacia allí, hasta ahora de un modo creciente. Pero su afianzamiento no es inevitable. Precisamente por ello, enfrentarla a tiempo, construir un frente unitario de todo el pueblo como barrera infranqueable por los poderosos, y –sobre esa base‑ diseñar un programa alternativo capaz de guiar las luchas sociales populares evitando que éstas queden aprisionadas por los conflictos del poder, resultan tareas sumamente importantes.
Luchar es siempre importante, pero para quienes buscan encaminar procesos y definir situaciones convergentes con objetivos propios, es imprescindible que estas luchas sean las que marquen el rumbo y el ritmo de los acontecimientos y los conflictos entre los sectores del poder y no al revés, es decir, que no sean arrastradas e instrumentalizadas por los conflictos de los sectores dominantes pues, en tal caso, quedarán encerradas dentro de su lógica y serán funcionales a sus requerimientos. Como señala Samir Amín: “De lo que se trata es de no subordinar las luchas a los conflictos, sino obligar a los conflictos a subordinarse a las luchas.”[6]
A algunos puede parecerle una relación de fuerzas difícil de lograr, a otros, una lógica de confrontación no definitoria. Vale insistir entonces en que su ocurrencia es más frecuente de lo que se ha podido hasta ahora dilucidar. ¿Cómo explicar si no, más de un siglo de resistencias del pueblo ocurridas en el país, que generalmente han culminado colocando en el gobierno a representantes de fracciones de la burguesía y el gran capital?
Si reconocemos que en política lo real es lo que no se ve, resulta entonces imprescindible hoy atender a la relación entre conflictos y luchas, no solo ni principalmente para entender lo ocurrido y explicar post factum determinadas conductas, sino, sobre todo, para construir las propuestas –rescatando las que ya existen y las que emerjan a partir de ahora‑, y encaminarse a su concreción, empezando por la construcción‑consolidación de la herramienta y los ámbitos colectivos de discusión, construcción, disputa y acumulación de poder popular desde abajo.[7]

Desafíos: (construir la) unidad, (profundizar la) democracia (popular) y (luchar por la) soberanía

La expresión “que se vayan todos, que no quede ni uno solo”, tan reiterada por los manifestantes a partir de diciembre último, tiene entre sus variadas lecturas, una que llama la atención sobre un punto importante: se van todos, ¿y después qué?, ¿quiénes?, ¿cómo? Estas interrogantes evidencian los desafíos claves del campo popular en el momento actual: construir la fuerza sociopolítica colectiva capaz de organizar y conducir las movilizaciones y los acontecimientos hacia metas propuestas por el pueblo, (sobre la base de) convocar su participación activa y creciente ‑no como seguidor, sino‑ como protagonista principal de las transformaciones. Para avanzar en esa dirección resulta vital, medular, tener en cuenta los siguientes elementos.








a) Las nuevas formas de hacer política –nacidas, por un lado, desde lo sectorial‑social          



y, por otro, desde lo territorial‑, han mostrado su potencialidad para desplegar     
la participación popular y desarrollar el protagonismo del pueblo.

El nuevo tiempo que se venía respirando ya claramente en la Argentina piquetera –desocupados, ceteá, la corriente..., organizaciones sociales sectoriales, y diversos organismos de derechos humanos‑ del año 2000 y 2001, anunciaba ya la emergencia del pueblo como protagonista colectivo de su historia.
Junto a las formas organizativas piqueteras, las asambleas barriales de las ciudades constituyen un embrión de democracia directa que cuestiona directamente las formas tradicionales de la política, lo político y el poder. En su funcionamiento reclaman nuevas formas de representación política, basadas en la relación directa entre representados y representantes, y esto se construye y organiza desde abajo y por abajo, horizontalmente, tendiendo a la formación de una especie de red social capaz de organizar, articular, contener y proyectar las iniciativas y la participación de todos. Constituyen la base del nuevo poder popular (parlamento del pueblo). La organización territorial de la población resulta –en este sentido‑ un factor clave para avanzar hacia nuevas formas de representación que posibiliten (y se basen en) la participación persona a persona desde el territorio en que viven o trabajan (o en ambos). Es importante profundizar la democracia directa que nació en las asambleas barriales, desarrollando ámbitos territoriales que permitan la organización de los ciudadanos cuadra por cuadra, casa por casa, posibilitando la participación de cada vecino. Sobre esta base será posible desarrollar un poder popular local, con delegados que representan directamente a los ciudadanos desde el territorio donde viven, elegidos de modo directo y revocables también de modo directo en cualquier momento.[8]
Habrá que tomar en consideración tanto la trayectoria acumulada como lo aprendido y desarrollado en los catalizadores días de diciembre último, las nuevas formas de hacer política que vienen germinando desde hace años: las formas organizativas democráticas desarrolladas en los barrios populares ‑tanto para resolver tareas de sobrevivencia en la comunidad como en la lucha‑, particularmente en las organizaciones piqueteras, en lo sindical urbano (cta), en lo social sectorial, y en el ámbito de lo rural, las formas de participación que nacieron y crecieron desde abajo, las prácticas asamblearias barriales, las movilizaciones organizadas, y las autoconvocadas. Son todas experiencias jóvenes que aún tienen que crecer, abrirse más en el sentido de su democratización interior, pero constituyen un punto de partida importante para avanzar. Lejos de oponer unas formas a otras con la pretensión vana de que solo una sea la que se imponga, de lo que se trata es de buscar entre todos cómo conjugarlas, enriqueciendo las posibilidades de participación y organización de todos los sectores populares que buscan una transformación radical de la realidad social nacional.








b) En las calles, el pueblo se manifestó abierta y claramente         



a favor de otro tipo de democracia.

Fundar una nueva sociedad implica transformarla desde la raíz, y esto no se circunscribe a la esfera de las relaciones económicas, implica necesariamente también el conjunto de relaciones entre Estado y sociedad, entre política y ciudadanía. Se trata de una transformación de la organización sociopolítica de la sociedad que conocemos hasta ahora desde sus mismas bases.
Un nuevo tipo de sociedad supone un nuevo tipo de Estado y de Poder –en el sentido gramsciano de los conceptos‑, una nueva democracia y, en correspondencia con ello, una nueva ciudadanía. Y nada de ello se logrará mágicamente ni por decreto, se construye desde abajo y cotidianamente por los hombres y las mujeres que conforman el pueblo, mediante su participación plena en el proceso de transformación, el cual deviene también proceso pedagógico práctico de [auto]transformación de los ciudadanos en sujetos de los cambios.
Esto reclama organizaciones políticas diferentes a las conocidas hasta ahora, capaces de promover el protagonismo de las mayorías, de organizarlo, y avanzar con todos en la dirección propuesta también colectivamente. Es un doble requerimiento: dar cuenta de las nuevas formas y metodologías democráticas de organización, participación y representación, incorporando a los mismos actores sociopolíticos y, a la vez, abrir los canales orgánicos existentes al protagonismo colectivo (e individualizado) de sus bases.
El reclamo apunta, en síntesis, hacia la formación de organizaciones sociopolíticas plurales, abiertas y articuladas horizontalmente, capaces de construir identidades colectivas y unitarias sobre la base del respeto y la aceptación positiva[9] de las diferencias. Y esto emana de la experiencia política acumulada por el pueblo argentino y también por los pueblos latinoamericanos. No se hace eco ni se identifica con el llamado a los partidos de la izquierda tradicional formulado por algunos intelectuales, para que aquellos reconozcan la existencia de una “izquierda social” y, sobre esa base, la organicen a su alrededor. Tal proposición justifica un nuevo tipo de sectarismo: las izquierdas por un lado (en coordinaciones, frentes, bloques, etc.), y lo considerado por ellos como “no izquierda”, por otro; invita a mantener la vieja división entre lo político y lo social, pretendiendo sumar la “izquierda social” ‑ jerárquicamente subordinada‑, a la izquierda político-partidaria. Lejos de estas elucubraciones que invitan a cambiar los nombres para mantener viejos contenidos ‑lo social como colchón de lo político y como ejecutor de decisiones tomadas sin su participación‑, la creatividad popular llama a fundar (o re-fundar) desde la raíz, organizaciones políticas plurales, horizontales y participativas; se trata de ir creando por ese camino ‑tan rápido como se pueda‑, las bases de un nuevo poder, el poder popular construido desde abajo con la participación protagónica de todo el pueblo, constituido en sujeto de su historia.
La ausencia de una conducción sociopolítica unitaria construida previamente a los hechos destaca como una debilidad que es imprescindible superar para avanzar.
La inexistencia de una conducción político‑social, colectiva, unificada ‑debilidad histórica de las luchas populares argentinas‑, se vio evidenciada en los hechos de diciembre como uno de los principales déficit del campo popular.
El proceso de resistencia y lucha del pueblo argentino ha venido formando y desarrollando conducciones de diverso carácter, formato y alcance; se han dado también importantes pasos de avance hacia la construcción de espacios mayores de articulación político-social, aunque aún alrededor de cuestiones puntuales, por ejemplo, en relación con la conmemoración del 24 de marzo del 2001, en los congresos piqueteros, en las marchas nacionales impulsadas por el Movimiento Nacional de los Chicos del Pueblo y la cta, en la Consulta Popular impulsada por el Frente Nacional Contra la Pobreza (frenapo), y en la propia participación electoral, mediante la cual intentaron avanzar distintos sectores de la izquierda partidaria, cada uno desde sus planteamientos y posicionamiento en la sociedad.
El problema no es, por tanto, la inexistencia de conducción política en términos absolutos. Si no hubo una conducción general es porque no hubo posibilidad de articular una conducción colectiva (la única viable hoy desde mi punto de vista). Lo que el piquetazo nacional del 20 de diciembre muestra a las claras, es que si las conducciones son sectoriales y fragmentadas no hay conducción del movimiento social y político nacional. Desde lo social solo no se puede, ni desde lo político desmembrado de lo social. Fragmentadas en su capacidad de pensamiento y acción, las distintas conducciones  participaron como uno más, reclamándose después, a sí mismas y a los demás, por no haber podido llegar a tiempo a la conformación de espacios más colectivos integradores, articuladores de la pluralidad de actores, pensamientos, propuestas y organizaciones o población autoconvocada.[10]
Sin embargo, lejos de mostrar con esto un rostro pesimista de la realidad, una mirada crítica y autocrítica[11] sobre lo ocurrido abrirá las puertas a un caudal inmenso de posibilidades. Y permitirá rescatar la unidad que ‑forjada por el pueblo en las calles‑, abonó las condiciones para avanzar hacia la conformación de una conducción político‑social amplia y unitaria, basada en la horizontalidad y participación plural –insisto‑, en lo que hace a puntos de vista, a propuestas, y a los propios actores-sujetos.[12]
A tono con esto, resulta cuando menos recomendable, relativizar las lecturas de los hechos que realizan algunos sectores de izquierda tendientes a liquidar toda organización social precedente a los hechos de diciembre –salvo las que responden a sus partidos‑, poniendo en un plano de igualdad ‑tendenciosa y desacertadamente‑ a todos los políticos, sindicalistas, líderes sociales, y a determinadas organizaciones sociales y político-sociales. Es hora de cambiar la actitud y entender que no se puede avanzar sobre la base de la condena a las propias limitaciones –las de uno mismo y las del campo popular en su conjunto‑, sino asumiendo tanto los aciertos como las debilidades, buscando caminos y formas para superarlas y seguir adelante. El momento requiere de mucha madurez, honestidad, humildad y voluntad de seguir adelante. Poco vale que solo unos tengan la verdad si todos los demás son incapaces de visualizarla como tal o llegar a ella. Erigirse por encima de todos con la pretensión de que el conjunto se subordine a un solo criterio político y de conducción es, cuando menos, una buena forma de perder el tiempo (y las oportunidades de avanzar colectivamente).
Aunque desde otro ángulo, vale señalar que consideraciones irónicas como las que emite James Petras,[13] no resultan ninguna ayuda; si en algo llaman la atención, es por la irresponsabilidad con que el opinador norteamericano se apresura a descalificar a toda la izquierda partidaria argentina y a los movimientos sociales más fuertes y consecuentes. Por esa vía, Petras allana el camino a las posturas liquidacionistas, las cuales, en estos momentos, solo pueden resultar convenientes a los sectores del poder: Si todo está podrido y nadie es ni será capaz de conjugar las voluntades, organizarlas y potenciarlas en una dirección colectivamente identificada, no queda más remedio que soportar a cualquiera, o romperlo todo, total, no hay ni habrá alternativa, ¿para qué preocuparse por construir? Conclusiones como estas ni construyen, ni aportan, son pesimistas y en el fondo desmovilizadoras, aunque su estridencia suene a radicalismo.
No se produce un hecho de tanta trascendencia en la historia nacional para que un intelectual o un grupo determinado alimente su ego, enarbolando su supuesta superioridad revolucionaria junto a la del espontaneísmo de las masas autoconvocadas como exclusivos estandartes del presente y el futuro. No es la hora –nunca lo es‑ de tomar distancia de los hechos y sus protagonistas tal como son; insistir en hacerlo conduce –de facto‑, a no compartir ninguna responsabilidad respecto a lo sucedido y, por tanto, a no asumir ningún compromiso con las tareas actuales.








c) La unidad de los distintos actores sociales y políticos, de sus problemáticas, organizaciones     y propuestas, emerge entre los desafíos prioritarios           



del movimiento social y político popular argentino.

Las prácticas divisionistas –de última, siempre funcionales al sistema‑ resultan hoy muy útiles a los sectores del poder (local y transnacional) que, colocados temporalmente en actitud defensiva en el ámbito político nacional, necesitan tiempo –y oxígeno político‑ para recomponerse y fortalecerse. Parte de ese tiempo piensan obtenerlo alentando la confusión en el campo popular. Lo repiten por distintos medios: son todos iguales, todos los sindicalistas, todos los políticos, todos los intelectuales... nadie sirve, no hay salida.
Por otra parte, cuando los tiempos y la experiencia –acumulada y reciente‑ reclaman avanzar en coordinación y organización hacia la articulación de unidad implantada por el pueblo en las calles con piquetes y cacerolas ‑tal como lo resumen los cánticos populares en las movilizaciones‑, sin sonrojos, algunos sectores de izquierda que se consideran la izquierda de la izquierda, ceden a la tentación narcisista de querer asumirse como los únicos verdaderamente revolucionarios, en vez de demostrar madurez política y capacidad para no dejar pasar la posibilidad histórica de reencontrarse con el pueblo. Y –pese a su retórica‑ no lo harán nunca si no empiezan por el abc del marxismo: comprender que éste no radica en la letra de los libros depositados en los estantes de sus bibliotecas, sino en la vida misma.
A contrapelo de la vida social real, esa izquierda erudita se resiste a ver la realidad tal cual es, a interactuar con los actores sociales y políticos concretos, y presenta su “marxismo” hegeliano y kantiano como si fuera la verdad revelada. Ajena a la realidad de los conflictos (y las intrigas) del poder, cree que con descalificar a los actores sociales y políticos del campo popular que no se alinean tras de sus propuestas, presentando un plan de lucha y movilización, estará en capacidad para representar y dirigir a todo el pueblo y llegar al poder un día de estos... como por descuido de alguien.
No se trata de discutir aquí la (falsa) dicotomía: tomar el poder o construirlo. Lo importante es entender que el poder no se transforma como consecuencia de un acto grupal, sino que es obra del pueblo mismo en proceso de reapropiación protagónica de la política, y de su derecho a ejercer el poder como ciudadanos plenos. Y nada de esto ocurre mágicamente; es la intervención de los propios sujetos en el proceso de transformación la que permite avanzar en conciencia, en participación, en organización y propuestas, revelándose a su vez como un proceso de formación. Y esto es así porque la conciencia política no le es dada a los pueblos desde las alturas, la conquistan en un proceso práctico de transformación a través de su propia intervención en el mismo. Esta es una de las claves del proceso histórico nacional (y de todo proceso de transformación social), que los exponentes de esas izquierdas no han sido capaces de entender.
La lógica del “todo o nada” que emana de sus argumentos se traduce en falta de compromiso con el proceso real (con sus virtudes, contradicciones y limitaciones), y arroja como resultado una práctica política incoherente, que produce un zig zag pendular en su relación con otros actores políticos y sociales del campo popular: Oportunismo e inconsecuencia en lo político, entrismo en las organizaciones sociales para captar seguidores y luego dividirlas, enflaquecimiento de sus filas a consecuencia de un sistema purgas internas necesarias para preservar la “pureza” de la organización, configuran una práctica utilitaria, tanto hacia las organizaciones sociales y políticas a las que se acercan y con las que interactúan en diversos momentos, como hacia su propia militancia.
Teniendo en cuenta la realidad mundial, continental y nacional actual, resulta cuando menos incomprensible que existan aún sectores de izquierda que, utilizando una fraseología que llama a la unidad, pretendan que ésta se alcanzará autoerigiéndose ellos como la única opción del pueblo, sobre la base de desacreditar a todos aquellos que ‑siendo también de izquierda‑, piensan y actúan diferente a sus dogmas.[14] Consecuentemente con esto, insisten en mostrar y demostrar una y otra vez, que todos son un desastre menos ellos: los del poder, por razones obvias, y los del campo del pueblo, porque –según sus interpretaciones‑ son o terminarán siendo cómplices del sistema. Tales prácticas evidencian un fuerte grado de asimilación de la ideología del poder por parte de esas izquierdas: en sus prácticas y en sus discursos sectarios reproducen toda la cultura individualista y competitiva del capitalismo, donde –para sobrevivir‑ uno debe aplastar al otro, donde no se puede ser con el otro. En esquizofrénica actitud que yuxtapone, oponiéndolos, el decir con el hacer, asumen la transformación como algo externo a sí mismas, reclamando solidaridad y unidad a los demás, desarrollan prácticas agresivas y excluyentes de sus pares. En vez de buscar caminos (solidarios y unitarios) para ser con los otros, en vez de construir desde su interior en unidad y solidaridad verdaderas, se desarrollan sobre la base de la competencia.
Es hora ya de que abandonen el capitalismo que llevan en su interior, la soberbia, el sectarismo y el truchaje ideológico y político, para poner el hombro ‑junto con los diversos actores y sectores sociales que integran el pueblo argentino‑, en la colosal tarea de la transformación de la sociedad.
Para avanzar en este sentido, me parece importante generar ámbitos de reflexiones colectivas acerca de las experiencias del socialismo real del siglo xx, de las luchas de los pueblos latinoamericanos, y las del pueblo argentino, incluyendo –en este caso‑ el análisis de los diversos factores de la derrota popular sufrida en los 70, y las experiencias de los intentos de construcción de alternativas políticas populares de los 90, por ejemplo, lo ocurrido con el Frepaso, su dinámica de construcción en lo interno y hacia afuera, sus alianzas afines o convergentes con los intereses del poder y sus vínculos con los actores sociales, sus debilidades, aciertos, etc. Las virtudes y los fracasos, las debilidades o errores de tales gestas necesitan ser explicitadas, analizadas y sintetizadas, tanto para el enriquecimiento y la maduración colectivas hacia la elaboración de nuevas estrategias, como para el fortalecimiento espiritual del conjunto de los actores sociopolíticos en cada país. La verdad –que siempre es revolucionaria‑ es hoy doblemente necesaria: para la razón teórica y práctica, y para la espiritualidad. En Argentina hay heridas y estigmas muy fuertes que encuentran allí su origen; solo poniéndolos arriba de la mesa y analizándolos con madurez (conciencia de los tiempos actuales) será posible crecer humana y estratégicamente.
Y esto habla –una vez más‑ de amplitud, de pluralismo y de articulación de esa diversidad en todos los órdenes, habla de la necesidad de tender puentes –organizativos o mediante tareas concretas‑ que contribuyan a articular a los actores sociales y políticos del campo popular sobre la base de criterios de unidad en aras de avanzar hacia la constitución del sujeto popular plural. Y esto –como todo‑ no es algo que se logre en un acto, sino el resultado de un proceso de encuentros, coordinaciones puntuales, acercamientos programáticos, del compartir las luchas en las calles, etc., que irán abriendo caminos hacia una convergencia estratégica.
Cuando la unidad no es subordinación, es elemental el pleno reconocimiento de los demás. Todos debemos aprender, cambiar, y fortalecer la unidad. Es necesario asumir los riesgos de la creación colectiva, estar dispuestos a ceder un poco de la soberanía de los pequeños reinados de las organizaciones que hemos construido desde lo defensivo, estar preparados para equivocarnos (o entender que alguien se equivoque), para cometer errores (o entender que alguien los cometa), y reconocerlos y rectificarlos sobre la marcha; solamente no se equivoca quien no despliega la iniciativa, quien no convoca a millones a protagonizar su historia.
En el proceso de construcción de la unidad de las fuerzas sociales y políticas del campo del pueblo, desafío ineludible de la hora actual, resulta importante distinguir en todo momento entre lo estratégico y lo coyuntural; entre uno y otro factor no puede haber antagonismo, pero no puede pretenderse que lo estratégico pueda concretarse literalmente en todo momento –la correlación de fuerzas es un elemento importante a tener en cuenta, por ejemplo‑, tampoco existe el mismo nivel de conciencia y compromiso con el proceso por parte de todos y cada uno de los actores sociales y políticos.[15] En este sentido, resulta particularmente importante diferenciar la unidad de alcance estratégico ‑que va cristalizando en determinadas formas organizativas‑, y los frentes o alianzas electorales. Ambos niveles de construcción son importantes y necesarios; la estrategia se va conformando a través y mediante las coyunturas, es cierto, pero hay que poner especial cuidado para que no se desdibuje en ella diluyéndose organizativamente, por ejemplo, en frentes marcados por alianzas con alcances meramente electorales, o apostando toda la fuerza estratégica a un frente electoral –lógica del todo o nada‑, confundiendo los roles políticos de una y otra herramienta, resignando lo estratégico a los frentes o coaliciones electorales, e impidiendo crecer estratégicamente a partir de la participación electoral por falta de una herramienta política que trascienda tales marcos y proyecte el proceso impulsando la participación popular alcanzada hasta ese momento hacia objetivos más altos de transformación de la sociedad. Esto ha sido ‑en particular en Argentina‑, vehículo del fracaso de experiencias populares prometedoras en su inicio, con la consiguiente frustración de las expectativas depositadas en ellas. Lo cual, cuando menos, ha contribuido a fortalecer la hegemonía de dominación ideológica del poder, afianzando la idea de que no es posible cambiar la sociedad, que la política, los políticos, y los partidos políticos, son todos una porquería, y que el pueblo debe despreciarlos (obviamente, para dejársela a ellos).

d) La liberación nacional es una asignatura pendiente para el pueblo argentino.

Irrumpiendo hoy en el escenario político nacional, el pueblo vuelve a experimentar su poder y a sentirse protagonista y libre, capaz –si resuelve tareas pendientes‑ de definir el rumbo del país. Dando un salto cualitativo gigantesco, se replantea –aunque fragmentadamente‑ el proyecto y el camino de liberación nacional y social, atendiendo a la nueva realidad del país y el mundo; se replantea la política como parte de su territorio ciudadano y reclama un lugar para su protagonismo sobre bases nuevas: sin verticalismo ni vanguardias, sin líderes ubicados por encima de las objetivos y propuestas necesariamente plurales, construidos colectivamente desde abajo, mediante la participación directa de los sujetos de la transformación.
Una nueva forma de hacer política, de participación, de organización y conducción política se abre paso y reclama su presencia en todo momento. Y lo nuevo radica, esencialmente, en el redimensionamiento de lo social como el eje de toda acción y organización política, y en el reconocimiento de los diversos actores sociales populares como actores sociopolíticos, como (protagonistas) integrantes‑articuladores del sujeto de los cambios. Para avanzar, las tareas son ahora, entre muchas, dar cuenta de lo nuevo e ir construyendo formas e instancias organizativas capaces hoy de llegar a contener y proyectar a todos de un modo participativo, horizontal, unitario, articulador y plural.
Esa es la base de la conducción social y política que reclama el proceso abierto en el país, síntesis de la unidad de todo el pueblo, capaz de avanzar estratégicamente desarrollando –por diversas vías y de variadas formas‑ la participación protagónica de todos, desde abajo, en un proceso de transformación radical de la sociedad, [re]construyéndola sobre la base del desarrollo de una nueva democracia que surja de la participación directa de los ciudadanos y ciudadanas del pueblo y se respalde en ella, para recuperar la capacidad de soberanía nacional (asumiendo lo que ella significa en la hora actual de necesaria interdependencia de lo internacional en determinados aspectos), y levantar una Nación para todo el pueblo, sin pobreza ni exclusión, con igualdad de oportunidades y justicia social para todos, donde el derecho al trabajo sea garantizado como sustrato de la dignidad humana impostergable de todos y cada uno de los argentinos y las argentinas.
Es hora de quitarnos las anteojeras que aprisionan nuestras miradas; es hora de espíritu amplio, unitario y solidario, de crear y construir articulando lo existente con lo nuevo y lo por venir –en organización, participación y propuestas‑; es hora de hacer lo que sea necesario para que nuestro homenaje a los desaparecidos y muertos trascienda la letra de nuestros escritos y discursos, y sea fuerza viva que revitalice nuestro corazón y fortalezca nuestro espíritu y nuestra voluntad; es hora de pueblo y liberación; es hora de atrevernos a profundizar la lucha.·


[1]. Una vez más se demuestra que los cursos de la historia no responden a manuales, que algunos hechos se repiten tantas veces como se lo propicien las circunstancias y cuando menos lo espera la razón o lo recomiendan las previsiones matemáticas.
[2]. La fractura entre lo espontáneo y lo consciente (organizado), no se soluciona oponiendo un tipo de movimiento al otro para proscribir a uno de los dos. El desafío es reflexionar colectivamente para –llegado el momento‑ poder construir los posibles puentes articuladores entre ambos. En caso contrario, la fractura tenderá a profundizarse y facilitará la emergencia de los aspectos negativos o retardatarios del movimiento social espontáneo, ocultará o limitará el despliegue de las posibilidades de transformación profundas implícitas en él, y en las formas orgánicas permanentes del proceso.
[3]. No existe un todo predeterminado, final, al que haya que “llegar”, ni un tiempo y un camino ya fijados para ello; lo van dibujando entre los distintos actores populares con su participación, sus ritmos y en sus tiempos. El todo es siempre las partes, está latiendo en cada una de ellas y existiendo en los modos concretos de su articulación en cada momento.
[4]. Sus portadores no aspiran a convocar a millones para que sean protagonistas de la transformación de la sociedad, sino que –como las sectas‑ priorizan la “pureza” ideológica de sus filas, basada en la fidelidad a determinadas “verdades absolutas” escritas en libros sagrados y encarnadas, por supuesto, en el pensamiento de los dirigentes máximos de sus organizaciones. La tendencia en estos casos, es a constituir grupos reducidos y mantenerse como tales.
[5]. Avanzando en tal dirección, hoy adoptan posturas de falsa preocupación y exigencia, condenando al país y a sus gobernantes por supuestos incumplimientos a las exigencias del FMI, argumentando una supuesta mala aplicación del modelo neoliberal como causa de la situación actual cuando, en realidad, está claro que el modelo se aplicó allí “según el manual”. Y fue exitoso, obtuvo lo que buscaba: el enriquecimiento escandaloso de los más ricos a costa del empobrecimiento y la marginación de enormes grupos humanos, la desindustrialización y la apropiación de las riquezas nacionales por parte de capitales extranjeros, y el desmembramiento de la sociedad como sistema social (productivo, reproductivo, cultural, etc.), condición indispensable para el descalabro actual.
[6]. Samir Amín, “Los desafíos para el Tercer Mundo”, Revista Pasado y Presente XXI, No. 3, 2001, Separata, pág. 13.
[7]. El concepto “desde abajo” se refiere –en la definición que propongo‑ al fundamento de lo existente que se quiere transformar o sobre lo que se quiere influir; se refiere a lo que (llega y) parte desde la raíz de todo fenómeno. A la vez, indica que, simultáneamente, “desde abajo” también –en el propio proceso de transformación‑ va naciendo lo nuevo, construyéndose día a día. Poco tiene que ver entonces, con la ubicación geométrica del problema, los actores, las propuestas o las esferas en las que se actúa, aunque cierto es que ‑en la acepción corriente‑ se emplea frecuentemente como sinónimo de “desde las bases”, o para indicar que algo está por debajo de otro algo que estaría “arriba”. Para profundizar en este tema, puede consultarse el libro de mi autoría: Claves para una nueva estrategia, construcción de poder desde abajo. Santo Domingo, junio 2000.
[8]. Considero importante en este sentido, conocer algunas experiencias latinoamericanas, en particular la desarrollada por el Comité para la Defensa de los Derechos Barriales (copadeba), organización barrial de República Dominicana, que nace cuestionando las formas tradicionales de representación y organización política de la población y se desarrolla desde lo territorial con democracia directa, asambleas barriales, etc. Puede consultarse el libro de mi autoría “Construyendo poder desde abajo”, donde sistematizo esa experiencia desde sus orígenes. Igualmente enriquecedor puede resultar conocer la experiencia de organización territorial ciudadana desarrollada por la Revolución Cubana como base para la participación de todo el pueblo en el ejercicio del Poder Popular.
[9]. Entendiendo su existencia como enriquecimiento, no como obstáculos o limitaciones que hay que superar.
[10]. Muchos luchadores populares, incluso con pensamiento propio estructurado acerca de cómo enrumbar las energías sociales, ocuparon su lugar junto al pueblo, algo por demás, elemental, pero insuficiente. De lo que hablo es de la falta de una filosofía de esa lucha que sirviera de criterio aglutinador y de la articulación correspondiente de las energías populares. Y todo eso no se puede lograr instantáneamente cuando se desencadenan los acontecimientos, hay que irlo construyendo permanentemente, siendo conscientes, en primer lugar, de las perspectivas inmediatas que diseñan y abren las propias luchas y resistencias impulsadas durante años, preparándose –orgánica y programáticamente‑ para asumirlas y avanzar hacia nuevas etapas, transformando y transformándose a sí mismos, de actores sociales en sujetos de la transformación.
[11]. Desde el interior de cada organización y de cada uno, como el “examen de conciencia” de los cristianos.
[12]. Además de ser un reclamo de estos tiempos, ello es factible con mayor razón, al no poder nadie –ni organizaciones ni personalidades‑ arrogarse un protagonismo exclusivo y excluyente. Abocarse a ello, está entre las tareas más importantes del momento pues no hay ni habrá salida en los marcos del sistema imperante, ni se puede esperar nada de él que se identifique con los intereses y aspiraciones del pueblo.
[13]. Ver artículo “La gran cama”, edición digital. No creo que valga la pena afirmar o negar ‑ni siquiera en tono jocoso‑, que alguien estaba en la cama o debajo de la cama, como asegura Petras, pero no caben dudas que, en cualquier caso, estar en alguno de esos lugares resulta mejor ubicación que estar detrás de un televisor a miles de millas del lugar de los hechos. El espectador incapaz de subir a las tablas por un solo minuto, es siempre el más crítico con los actores; el que es capaz de ponerse en el lugar de los otros, el que se atreve a actuar en serio y alguna vez lo ha ensayado al menos, es más moderado a la hora de opinar pues conoce las dificultades que ello entraña. Lo mismo digo respecto a este caso. ¿Qué persigue Petras con tantas incriminaciones?, ¿demostrar que él haría algo diferente?, ¿proponer otro tipo de liderazgo?
[14]. Ser de izquierda se define, ante todo, por las prácticas no por los discursos. Todos los que luchan contra este modelo y por una transformación radical de la sociedad conforman hoy la izquierda o, más exactamente, las izquierdas en la Argentina: están las organizaciones de derechos humanos, de mujeres, la ceteá, los piqueteros, la corriente..., las amas de casa que salen a las calles a pelear por sus derechos y los de sus familias, los partidos...
[15]. Se trata, aquí también de un proceso de construcción colectiva. Vale recordar una idea ‑que considero un principio‑ en este sentido: Más allá de los lineamientos estratégico‑generales de la transformación de la sociedad, ir definiendo y delineando sus alcances y contenidos concretos en cada momento es parte de las tareas protagónicas del pueblo que, consecuentemente con ello, deberá ser parte activa en el proceso de su definición o, dicho de otro modo, deberá ir definiendo el proceso en todo momento mediante su compromiso y participación en el proceso mismo. No puede pensarse entonces, en propuestas estratégicas total y previamente elaboradas por unos pocos; esto convertiría al pueblo en seguidor de ideas elaboradas por otros, y lo colocaría como ejecutor de las mismas y no sujeto protagonista.

7 comentarios:

Anónimo dijo...

Particularmente sabía que algo iba a pasar, me hubiera gustado más una reacción del pueblo cuando se cerraron las primeras fábricas en la época del menemato. Ahí hubiera salido con cacerolas y más...

patricia belen fernandez dijo...

A mi criterio es una epoca donde se demostró la mala gobernación que nos representaba a los Argentinos, el pais llevaba un "cartel de venta" y asi quedamos sin nada volviendo a empezar pero mejor que ayer porque como ciudadanos salimos todos a las calles protestando haciendonos escuchar aunque se venga la represion encima y aunque sabiendo que por mas cacerolazo y por mas fuertes fueran los gritos solo se podia volver a empezar.aunque no se debe olvidar que el 19 por la mañana en los noticieron mostraban la verdad cruda, donde ya sin remedio con hambre y con falta de plata comenzaron los saqueos,este fue el conflico por falta de trabajo, por una tasa de desocupacion alta.
en fin epoca en donde el pueblo se levanto defendiendo sus derechos, los derechos que nos correspondian que era una vida digna con lo que ello implica un trabajo, una vivienda y un plato de comida todos los dias.
para concluir destaco dos frases de su texto "el cacerolazo nos reivindica como ciudadanos"
"el renacimiento de un pueblo"

Fernandez Patricia.(licenciatura en trabajo social.turno noche)

noelia bobadilla dijo...

Buno para empezar en 2001 tenia 13 Años y me parecia una epoca muy violenta no entendia bien lo que estaba sucediendo,lo que si veia era que el pueblo ARGENTINO se habia UNIDO para luchar por sus DERECHOS...Todos salian pedir lo que le correspondia, gente de todo tipo de clases, algunos por que tenia incomvenientes con sus ahorros otros por que no tenian trabajo, estaban desesperados.Por que el pais estaba sufriendo una gran crisis economica! se pasaron momentos muy intensos de mucha represion de violencia y varios saqueos,injusticias! la gente pedia "QUE SE VALLAN TODOS" (unas de mis imagenes mas marcadas fue cuando el presidente se iba por un helicoptero)
esas repercusiones a mi entender venian de los malos manejos de del Gobierno de los 90... En fin lo ma importante es que el pueblo se pudo unir y demostro que se puede salir a delante!!!

estefi dijo...

Este cacerolazo me trae a la mente la historia de siglos anteriores, cuando no se hablaba de derechos, y verdaderamente se salvaba el que podía, sobreviviendo el más apto. Jamás en la historia de la humanidad existió una verdadera armonía entre los habitantes; pero ahora, habiendo avanzado tanto ya sea en ciencias como en derechos, me impacta que sucedan hechos como este, donde miles de ciudadanos, de argentinos tienen que salir a las calles a reclamar por lo que sin dudas les pertenece, haciéndolo de una forma que muestra claramente que es una lucha de diversos sectores sociales, pero que juntos, utilizando cacerolas, sartenes, espumaderas y cucharas, muestran su cara más humilde, que los unifica. Éstos, llenando las calles, pidieron a gritos y a golpes sus derechos, defendiendo la vida, pidiendo fuentes de trabajo y así procurar alimentos, yendo en contra de la represión del modelo neoliberal, luchando por un gobierno justo. “El pueblo movilizado impone y reclama otra democracia y forma de representación política, con participación directa, desde abajo, horizontal y sin exclusiones”. Sin duda alguna el cacerolazo nos reivindicó como ciudadanos.

Anónimo dijo...

Yanina Figueroa: Lo ocurrido el 19 y 20 de diciembre del 2001 en todo el pais demostró, que la sociedad en su totalidad, nunca pierde el afán por reclamar sus derechos, defender su dignidad y orgullo reivindicando luchas pasadas y de esta manera exigir el fin de la política corrupta y descomprometida sin temer a la represion para "volver a colocar al pueblo como actor colectivo".Los movimientos sociales cumplieron y cumplen un rol fundamental en el escenario político para garantizar una democracia justa y verdadera.

Anónimo dijo...

Este cacerolazo me trae a la mente la historia de siglos anteriores, cuando no se hablaba de derechos, y verdaderamente se salvaba el que podía, sobreviviendo el más apto. Jamás en la historia de la humanidad existió una verdadera armonía entre los habitantes; pero ahora, habiendo avanzado tanto ya sea en ciencias como en derechos, me impacta que sucedan hechos como este, donde miles de ciudadanos, de argentinos tienen que salir a las calles a reclamar por lo que sin dudas les pertenece, haciéndolo de una forma que muestra claramente que es una lucha de diversos sectores sociales, pero que juntos, utilizando cacerolas, sartenes, espumaderas y cucharas, muestran su cara más humilde, que los unifica. Éstos, llenando las calles, pidieron a gritos y a golpes sus derechos, defendiendo la vida, pidiendo fuentes de trabajo y así procurar alimentos, yendo en contra de la represión del modelo neoliberal, luchando por un gobierno justo. “El pueblo movilizado impone y reclama otra democracia y forma de representación política, con participación directa, desde abajo, horizontal y sin exclusiones”. Sin duda alguna el cacerolazo nos reivindicó como ciudadanos.

Estefanía Di Niro dijo...

Este cacerolazo me trae a la mente la historia de siglos anteriores, cuando no se hablaba de derechos, y verdaderamente se salvaba el que podía, sobreviviendo el más apto. Jamás en la historia de la humanidad existió una verdadera armonía entre los habitantes; pero ahora, habiendo avanzado tanto ya sea en ciencias como en derechos, me impacta que sucedan hechos como este, donde miles de ciudadanos, de argentinos tienen que salir a las calles a reclamar por lo que sin dudas les pertenece, haciéndolo de una forma que muestra claramente que es una lucha de diversos sectores sociales, pero que juntos, utilizando cacerolas, sartenes, espumaderas y cucharas, muestran su cara más humilde, que los unifica. Éstos, llenando las calles, pidieron a gritos y a golpes sus derechos, defendiendo la vida, pidiendo fuentes de trabajo y así procurar alimentos, yendo en contra de la represión del modelo neoliberal, luchando por un gobierno justo. “El pueblo movilizado impone y reclama otra democracia y forma de representación política, con participación directa, desde abajo, horizontal y sin exclusiones”. Sin duda alguna el cacerolazo nos reivindicó como ciudadanos.

Estefanía Di Niro