Los movimientos sociales e indígenas de indo-afro-latinoamérica y los desafíos del tiempo político actual.
En el mapa geopolítico indo-afro-latinoamericano se observan día a día agigantados cambios y no todos de igual contenido, sentido y alcances; más bien podría afirmar que ellos responden a fuertes contradicciones y las recrean nuevamente en otra dimensión y tiempo, y con actores sociales y políticos hasta poco tiempo insospechados como tales.
Quiero relevar muy sucintamente primero, como se ha conformado este nuevo mapa a partir de la conformación de gobiernos que –para abreviar- denominaré aquí como populares. Estos gobiernos no surgieron de la nada, ni mágicamente por una buena campaña. En la base de los procesos actuales, con mayor o menor visibilidad según sean las posibilidades de cada lugar, está la acumulación emergida y construida en años de resistencia y luchas protagonizadas por los movimientos sociales, los movimientos indígenas, los movimientos por los derechos humanos, por movimientos de mujeres, ecologistas, y también frecuentemente acompañados por gran parte de la izquierda organizada latinoamericana. En este gran crisol de culturas y riquezas de alternativas germinó la posibilidad de plantear opciones políticas para disputar gobiernos.
En Venezuela, de la mano de un militar honesto y bolivariano que se decidió a embanderar un proceso de cambio; con débiles raíces de organizaciones sociales, sindicales y de pobladores, este logró sin embargo tocar las fibras de la dignidad y convocar a las mayorías a la epopeya por la patria.
En Brasil, Lula, ex dirigente sindical de la CUT, siendo parte de un partido, el PT, supo construir estadualmente la posibilidad de llegar al gobierno nacional y contó por ello con un fuerte partido y engrasados mecanismos de funcionamiento; sin resolver su articulación con los grandes movimientos sociales del país, pero con diálogos construidos.
En Ecuador, surge un referente, Correa, luego de su destitución como Ministro. Debido al apoyo que ello despertó comenzó a nuclear a los dispersos fragmentos de la izquierda y la intelectualidad y logró erigir su programa en opción política para gobernar. Su mayor debilidad estuvo y aún está en su vinculación con los movimientos indígenas originarios, particularmente, con aquellos nucleados en la CONAIE.
En Paraguay, un Obispo católico se hace cargo de la búsqueda de un camino para romper con el dominio colorado.
En Uruguay, el histórico Frente Amplio, no solo supo ganar las elecciones sino sostenerse en el gobierno, afianzar sus propuestas y aportar a la unidad del continente.
En El Salvador y en Nicaragua y se logró retomar el rumbo de las luchas por la justicia social de la mano de gobiernos con marcada influencia revolucionaria de los ‘80, a través de la participación del Frente Farabundo Martí y del Frente Sandinista, respectivamente.
En Perú, recientemente, Un ex militar con inclinaciones nacionalistas y de justicia social, pudo articular un frente amplio con actores diversos de la sociedad y de la izquierda orgánica e intelectual y ha ganado las elecciones, abriéndosele ahora el abanico de desafíos de gobernar para sus objetivos siguiendo sus principios y los acuerdos establecidos.
En Bolivia, el gobierno que encabezan Evo Morales y Álvaro García Linera, es una resultante de las conquistas que fructificaron luego de enérgicas luchas sociales, indígenas, campesinas y de pobladores urbanos. En ellas se han ido formando articulaciones inter e intrasectoriales capaces de romper con la sectorialización de las luchas y sus actores-sujetos, para avanzar hacia ámbitos de articulación política que confluyen luego en la formación del MAS, instrumento político para la soberanía de los pueblos. Con esa base, se presenta y gana las elecciones presidenciales en diciembre de 2005, y desde ahí hasta el presente.
Lo dicho es suficiente para evidenciar lo que centra mi interés en estas reflexiones: salvo en el proceso boliviano en el que se evidencia la activa y protagónica presencia de actores-sujetos que convergen hacia su constitución en actor-sujeto colectivo, en los otros casos, es notoria la ausencia protagónica de un actor o actores sociopolítico/s. Y si la (auto)construcción-constitución del sujeto político creador e impulsor de los cambios es la principal ausente en tales procesos, es también, por tanto, su principal debilidad interna.
Brasil, y tal vez Uruguay, Nicaragua y El Salvador, constituirían también excepciones por contar con un partido con capacidad de gobernar, pero tienen debilidad en su anclaje social y la necesidad de abrir las puertas a la articulación basada en la participación de los movimientos sociales populares para avanzar en la construcción de una voluntad y conducción colectiva social y política hacia transformaciones raizales democratizadoras.
El futuro-como los sujetos- se disputa y construye palmo a palmo en el presente
Lo dicho respecto de otros procesos latinoamericanos no significa que en la experiencia de Bolivia las cuestiones de organización y conducción social y política estén resueltas; el sujeto político colectivo continúa su proceso de (auto)construcción en las nuevas condiciones, es decir, sigue en la disputa por (auto)constituirse en el actor sociopolítico colectivo protagonista de las tareas y desafíos de este tiempo.
→La (auto)constitución del sujeto es permanente, es parte del caminar, por ello es importante tener presente que el haber constituido gobierno reclama como nunca antes “seguir en la disputa” de la construcción social, cultural, económica y política de lo nuevo, incluyendo a los actores-sujetos en el proceso de cambio y transformación que es y será siempre, a la vez y en primer lugar, un proceso de (auto)transformación. Se trata de una actitud y condición constante, pues las situaciones concretas -así como los desafíos-, son y serán siempre diferentes; lo nuevo emergerá una y otra vez junto con las tareas a realizar en pos de las transformaciones, con el caminar.
Habitualmente se piensa que cambian las realidades pero no así los actores y sus conciencias; o sea, al parecer habría un momento en que se rompe la relación entre realidad, experiencias sociales y conciencia sociopolítica. Y –supuestamente, por ello , a pesar de los cambios que tienen lugar en la realidad social por ejemplo, cuando se constituyen gobiernos populares , desde el plano analítico y político suele tratarse a los actores-sujetos partícipes de tales logros , refiriéndolos a su actuación y conciencia del tiempo anterior. Esto, además de que no les reconoce el protagonismo que los actores-sujetos tienen o deberían tener en el nuevo tiempo, en el tiempo de co-gobernar, impide comprender [y (auto)comprenderse] a los actores-sujetos en las nuevas interrelaciones sociales creadas por la nueva situación sociopolítica y económica y cultural. Se rechaza, de última, el hecho de que las nuevas coyunturas replantean permanentemente los intereses colectivos y sectoriales y disputan la conciencia, organización y acción de los actores-sujetos.
La instalación de un gobierno popular revolucionario supone la conformación de nuevas interrelaciones sociales y el surgimiento de nuevas contradicciones, conflictividades, afinidades e interacciones de fuerzas e intereses sociales, económicos, culturales y políticos acorde con la nueva realidad política e institucional, de conjunto, estas configuran un nuevo mapa sociopolítico que define nuevas tareas y desafíos a los actores sociales, ahora claramente confrontados en su matriz política o sociopolítica.
→La revolución es una construcción permanente y requiere esfuerzo político, formativo y organizativo consciente, autoconsciente. No hay linealidad, ni espontaneísmos; no se “darán” los cambios sociales, políticos, ideológicos y culturales; serán (o no) construidos colectivamente (por las mayorías). Tampoco hay garantías respecto de los resultados: el presente y el futuro se disputan palmo a palmo, día a día.
En tal sentido, vale ubicar a los gobiernos populares de Latinoamérica: pueden constituir una importante herramienta para abrir las puertas a los cambios desde abajo, promoviendo el protagonismo de los actores-sujetos. Pero si se toma a los gobiernos como el objetivo político central, la tendencia al acomodamiento, al conservadurismo de lo ya conquistado, puede hacer estragos arriba y abajo y dar por tierra a los objetivos sociotransformadores. No hay separaciones tajantes entre la gestión del gobierno, la administración y gestión del Estado y la participación política de las organizaciones sociales y los pueblos todos. Esta es en todo momento la clave revolucionaria del proceso. Promoverla, calificarla y estimularla es vital para ampliar-profundizar la potencialidad revolucionaria de los gobiernos populares, para que las reformas que promueven se profundicen hacia cambios raizales y no terminen empantanadas en los sinuosos tentáculos del poder hegemónico del capital. Hay que estar atentos y enfrentar a la cómoda sentencia que supone que “de algún modo se resolverá”.
→Los pueblos retoman su historia donde la han dejado en el proceso “natural” de su movimiento y acción social. Vale recordar que los movimientos sociales surgen, se consolidan y se desarrollan por razones defensivas de sobrevivencia sectorial en principio y avanzan hacia conciencia y acción política colectivas en momentos de extrema agudización de la lucha por la sobrevivencia. En ella se abren las compuertas de la conciencia sectorial a lo colectivo, pero no es un estadío permanente. Al cesar la situación extrema, al resolver lo que originariamente se identificó como “el objeto causal” de la situación de exclusión, al sentir, por ejemplo, que ahora ya “se es gobierno”, se produce una suerte de relajación política y reacomodamiento a lo nuevo, donde lo colectivo pareciera separarse nuevamente de las problemáticas sectoriales y lo defensivo sectorial vuelve a ocupar un lugar importante en los movimientos sociales otrora altamente políticos. Esto, en casos extremos, abre paso a la resurgencia de lo corporativo. Es lo que se evidencia en determinados conflictos sectoriales recientes en Bolivia, en Ecuador… protagonizados por movimientos indígenas, de campesinos, por sindicatos, etcétera. Es el movimientos contradictorio del proceso de cambios por lo que, lejos de acusar un déficit insuperable, marca la “naturalidad” de la circularidad del proceso social. Por otra parte, refuerza los llamados a no dejar los procesos a merced del espontaneísmo y la desorganización política, convoca a ejercer la acción política formativa práctica, para estimular la superación política de las limitaciones del pensamiento sectorial corporativo, y crecer todos y todas en protagonismo. Esto es parte de la construcción de la conducción política colectiva del proceso revolucionario. Es lo que, en ese sentido, define la necesidad e importancia del trabajo político así como sus modalidades y contenidos.
¿Lucha de clases o vía pacífica?
→Desconocer u olvidar que los adversarios desalojados del poder político cuyos intereses socioeconómicos y culturales son afectados por los nuevos gobernantes, quienes –pasado el desconcierto inicial-, dedicarán sus energías, saberes y poderes a desestabilizar y subvertir el nuevo estado de cosas. Como escribí en algún momento: las revoluciones que transitan por esta vía no lo hacen en un “lecho de rosas”, quienes así lo piensan se hacen cargo del equivocado, prejuicioso y setentista relato de la “vía electoral” como sinónimo de “vía pacífica”, interpretando a esta como propia de un tiempo ausente de conflictos.
En las condiciones sociopolíticas actuales de los gobiernos populares se evidencia un crecimiento de la lucha por la hegemonía histórica por parte del poder y sus personeros. En tal situación, la disputa por “la cabeza” de la población se incrementa.
Es importante no subestimar la lucha político-ideológica, y redoblar los esfuerzos para atenderla simultáneamente con las otras actividades y responsabilidades nuevas que, ciertamente, debilitan a los movimientos sociales, indígenas, sindicales, ecologistas, campesinos, etc., por la migración de sus –de por sí escasos- cuadros a las esferas del gobierno y el Estado, mientras algunos fijan la mirada en los cargos públicos dando cauce a reclamos sectoriales y corporativos tras ellos: “Yo también quiero, nosotros también queremos”. En tales casos se trastocan –aunque coyunturalmente los objetivos históricos: ya no se trata de cambiar la sociedad sino “repartir la torta” y, consiguientemente, todos los que así se posicionan exigen tener lo que consideran “su parte”.
→La revitalización de la lucha de los adversarios por reconquistar el terreno perdido constituye una significativa amenaza de los procesos revolucionarios democráticos, pero también las grietas internas, la ausencia o escasez de articulaciones entre gobierno, Estado y pueblos, la auto-constitución de articulaciones entre los actores-sujetos que abrirán las puertas a convergencias políticas programáticas entre ellos.
→Los movimientos sociales, indígenas, campesinos, de mujeres, de jóvenes, etc., tienen una gran responsabilidad política y un desafío político central: dejar de ser actores demandantes y (auto)constituirse en sujetos políticos.
Esta situación ubica el quehacer de los movimientos sociales en una dimensión cualitativamente diferente de la hasta ahora experimentada: hacerse cargo de lo que ellos mismos han construido. Se trata también de asumirse como protagonistas centrales de los gobiernos y disponerse –en consecuencia , a (co)gobernar. Esto es: profundizar los procesos colectivos de articulación y construcción de poder propio en simultánea transformación de los espacios gubernamentales e institucionales del Estado y el gobierno, profundizando la disputa integral con el poder hegemónico del capital.
No es políticamente lógico resistir, luchar, voltear y poner gobiernos si luego se rechaza asumir la responsabilidad de (co)gobernar en función de impulsar las transformaciones revolucionarias; con autonomía respecto a quienes gobiernan y a las estructuras gubernamentales-estatales, pero articulados a los representantes para (luchar por) participar en la toma de decisiones, en el control de la gestión pública y para promover propuestas propias construidas desde abajo, en las comunidades, movimientos, sindicatos… El contenido popular de un gobierno no se desprende del currículo de quienes gobernantes, sino de su vocación y empeño para transformar radicalmente las instituciones gubernamentales-estatales abriéndolas a la participación protagónica de los de abajo. Esto es clave y para lograrlo se hace necesaria la concurrencia voluntaria y consciente de los movimientos sociales, indígenas, urbanos, etc., y de los pueblos todos. Hay variadas modalidades de involucramiento de los movimientos: como demandantes con reivindicaciones sectoriales corporativas, como ejecutores de tareas subordinados al gobierno-estado, como fuerzas de choque de la oposición, como espectadores críticos, o como protagonistas en disputa con lo viejo y creadores-constructores de lo nuevo, que se atreven a transitar por el terreno del conflicto propio de las disputas y acción política. Esto supone para ellos vivir en conflicto, hacerse cargo de la disputa por la construcción de un nuevo poder popular construido por el protagonismo de los de abajo, desde abajo y en todos los ámbitos de la vida social: gobierno, Estado y todo el cuerpo de instituciones sociales y políticas, así como en los diversos ámbitos de la vida social.
→Normalmente se analiza el conflicto como “una situación dada” en la que –externamente- intervienen los actores, sin embargo por el contrario , el conflicto existe porque es constituido por el accionar de los actores en función de intereses contrapuestos o contradictorios entre sí. Ello no quiere decir que los actores-sujetos puedan crear o manejar los conflictos a su antojo; subraya la participación genealógica de los actores-sujetos en el surgimiento, desarrollo y desenlace de los mismos. Esto rescata, por un lado, a los conflictos como la forma “natural” de existencia de lo político y –por tanto de la participación de los movimientos sociopolíticos en la disputa con el poder hegemónico del capital en busca de la construcción de su propio poder. Por otro, reubica a las contradicciones propias de los procesos revolucionarios como parte de los conflictos, que no se resuelven por decretos sino por las dinámicas concretas de las interacciones e interdefiniciones de los actores-sujetos concretos que pelean y discuten palmo a palmo con los agentes del poder hegemónico en búsqueda de la construcción de otro poder, otra hegemonía. Parten de posiciones de subordinación histórica a la hegemonía dominante del poder y –prácticas de resistencia, lucha y construcción de lo nuevo mediante , se van encaminando hacia la no-subordinación, fortaleciendo y desarrollando su propia hegemonía, aprendiendo a gobernar de modo diferente en la misma mediada que van gobernando, traspasando las fronteras político-institucionales impuestas por el aparato político institucional que responde a los intereses, las lógicas, y los protagonistas del poder del capital.
Romper ese círculo del poder es parte de las claves de los actuales procesos de cambio, tanto para quienes ocupan posiciones de gobierno, como para el conjunto de actores-sujetos sociopolíticos que promueven el cambio. Los caminos y los tiempos para ello se anudan a la batalla ideológico-cultural, política y organizativa necesaria para no quedar atrapados por las redes del poder, siendo arrastrados por la inercia cultural de la vieja política y sus prácticas fragmentarias, corporativas, jerárquicas, burocráticas y excluyentes.
Revalidar el protagonismo político alcanzado en las luchas contra el neoliberalismo, poniéndolo en sintonía con las condiciones, tareas y desafíos actuales, implica transformarlo en forma y contenidos. Hay que tener presente que no se trata de una actitud teórica; los sujetos se constituyen siempre en las luchas, en ellas pueden madurar y tomar conciencia de la importancia de articular sus reivindicaciones sectoriales con las de otros, profundizando en las raíces sociales de las mismas hasta llegar a poner de manifiesto los intereses comunes que estas representan. Es allí cuando sintetizando , lo social se torna político porque es consciente de que la disputa reivindicativa es, a la vez, una disputa de poder, una disputa política.
Lo reivindicativo, antes fragmentado sectorialmente y ahora articulado y proyectado en una nueva dimensión, se torna programático; los actores dispersos se constituyen en actor colectivo, sujeto político de su tiempo. Esta condición resulta raizalmente articulada a la acción de los actores-sujetos en el entramado de contradicciones del conflicto sociopolítico, en su capacidad de definirlo en sentido favorable a sus intereses, necesidades y aspiraciones. Pero no es una condición o estatus permanente. Es decir, si varía la situación sociopolítica, si se modifica la correlación de fuerzas, de poderes, si el protagonismo de los actores-sujetos en los conflictos políticos a favor de los cambios deja de ser interconstituyente (del conflicto y de su protagonismo), el actor colectivo puede retroceder como sujeto, atomizarse y desintegrarse como tal sujeto, es decir, puede de-constituirse como sujeto político. Caso contrario, no habría retrocesos, contramarchas, errores… La vida está llena de ellos, más aun los procesos raizalmente democratizadores como los que actualmente se disputan en Bolivia, y también –aunque en otras dimensiones en Ecuador, en Venezuela…
Los reclamos y las protestas son cuando menos , insuficientes en esta etapa, más aun las lamentaciones de lo que no se hace o no se consigue. Sin desestimar la importancia y vigencia de las movilizaciones de los actores sociales por sus reivindicaciones, al contrario, es tiempo de promoverlas y desarrollarlas, pero atendiendo siempre al contenido y la proyección política de estas en el conjunto de la problemática sociopolítica de este tiempo, que ya no tiene como objetivo a la protesta, sino a la protesta con propuesta, protagonizando los cambios, creándolos, impulsándolos y participando en sus realización, es decir, movilizándose para que los cambios se hagan realidad o se profundicen.
En las actuales procesos de democratización abiertos por gobiernos populares, no basta con que los representados reclamen a los representantes, no basta con protestar, no basta con “tomar distancia” para “seguir de cerca” las gestiones de gobierno. El quemeimportismo político es hijo de la ideología del aparente no-compromiso neoliberal, y en las actuales condiciones es funcional a la supervivencia de su hegemonía.
Los destinos, posibilidades y alcances de los procesos revolucionarios abiertos en el continente, los contenidos y alcances de la acción gubernamental y la participación política de los movimientos sociales están genealógicamente entrelazados.
Este nuevo tiempo político abierto a los desafíos sociotransformadores gestados desde abajo en las resistencias y luchas de los movimientos indígenas y sociales, demanda de ellos alzarse sobre prejuicios, dogmas, contradicción y las limitaciones propias de su desarrollo, para protagonizar las decisiones de hoy y llevarlas adelante, haciendo realidad las consignas del pasado y dando los pasos necesarios en aras de fortalecer el protagonismo colectivo del conjunto de actores sociales y políticos revolucionarios y del pueblo todo. Y para ello es importante no descuidar el trabajo de formación política intercultural descolonizadora.
Es vital superar la defensiva, erigirse (construirse) en sujetos protagonistas de su historia
Superar la defensiva no es una decisión voluntaria. Supone dar cuenta, en primer lugar, de la nueva realidad sociopolítica, de las correlaciones de fuerzas y sus cambios: en sus características, interrelaciones, articulación, contradicciones y dimensiones; en segundo lugar, dar cuenta de las tareas y sus nuevos desafíos.
Vivir en las realidades abiertas por los gobiernos populares implica para los movimientos indígenas y sociales del campo popular, moverse en un terreno histórica y políticamente desconocido hasta el presente: en el terreno de la libertad de pensar y elaborar propuestas colectivamente, de presentarlas y discutirlas mano a mano con el Ejecutivo o en los parlamentos, desarrollándose como protagonistas con capacidad de propuestas y articulación intersectorial en aras de avanzar hacia la constitución del actor político colectivo.
Esto se entrelaza con el tránsito por caminos que hay que construir para cambiar de raíz el contenido social de los instrumentos tradicionales del Estado y el gobierno, y buscar o crear los medios para hacerlo, participando en ellos, convirtiéndolos en herramientas de los cambios colmándolos de participación popular y comunitaria gestada desde abajo. En tales procesos de lucha por los cambios que se desarrollan simultáneamente con ellos , residen las contradicciones de las ventajas y los obstáculos para los cambios como así también las posibilidades de que los diversos actores sociales atomizados vayan reencontrándose a sí mismos como protagonistas de este nuevo tiempo.
Por otro lado, hay que tener en cuenta que los adversarios políticos, lejos de estar debilitados, tiene ahora las mejores condiciones que nunca para dedicarse al estudio y observación de los errores y limitaciones de los movimientos y sus representantes, tienen los medios y los recursos. Y estando fuera de la administración del Estado en lo fundamental-, tienen todo el tiempo para socavar las bases del poder revolucionario en gestación. No están solos los movimientos y el pueblo construyendo su futuro, esta construcción se da en medio de una alta lucha política entre sectores que no descansan ni un segundo en llevar a delante la batalla por la recuperación del terreno perdido.
El proceso es a la vez constituyente e instituyente.
No existe un ser ni un deber ser definidos a priori, no hay sujetos, ni caminos, ni tareas, ni rumbos y resultados preestablecidos, no hay garantías de resultados exitosos ni situaciones irreversibles. Se trata de una lucha constante que tiene que apelar infatigablemente a la imaginación, inventiva y voluntad de los actores participantes, (auto)desafiando paso a paso sus deficiencias y limitaciones, convocando a la voluntad sobre la base de la conciencia y el deseo, para protagonizar cada vez más integral y profundamente el proceso de cambios, proceso que abrieron sabiendo lo que no querían pero sin tener plenamente establecido lo que querían. Pero esto no necesariamente es así, este camino está atravesado por las subjetividades, por apetencias, personalismos, celos y miradas de todos los matices tanto en los movimientos sociales como en gobernantes y funcionarios; es una lucha en tensión constante para no dejarse atrapar por las redes del poder y sus tentáculos de cooptación y absorción de los objetivos revolucionarios en unos y otros o en ambos. Es un proceso vivo, abierto, dinámico, contradictorio, tensionante y desafiante.
El carácter constituyente abarca e interdefine los sentidos, las dimensiones y acciones del proceso de cambios, y con ello, a los propios sujetos. Es decir, se trata de un proceso interconstituyente de poder, proyecto y sujetos. Y como todo ello se va definiendo concatenado (hilvanado) por la participación (integral) de los actores sujetos, resulta en tal sentido, a la vez , un proceso autoconstituyente, marcado por sus capacidades políticas, de conciencia y organización. No hay resultados ni sujetos, ni proyectos, ni poderes preconcebidos ni garantizados; todo está en juego permanentemente. Precisamente por ello los actuales procesos democrático-revolucionarios que se desarrollan en el continente en disputa frontal con la hegemonía del poder colonial-capitalista, reclaman un creciente y renovado protagonismo de los movimientos indígenas, sociales, campesinos, de mujeres, de trabajadores, de ecologistas, pensadores populares, etcétera.
Los primeros pasos resultan de alto valor simbólico positivo, visibilizando como ciudadanos de derecho y de hecho a amplios sectores de la población históricamente marginada, invisibilizada. Los cambios están marcados por el desarrollo de programas de gobiernos que -teniendo en cuenta la correlación de fuerzas existente , buscan en primer lugar consolidar la gestión gubernamental naciente y avanzar.
En tal sentido, la construcción de hegemonía popular resulta central. Y ella está anudada a la profundización-ampliación de la democracia heredada simultáneamente con la construcción de una democracia raizal que abra el horizonte a la participación multidimensional de los actores sociopolíticos diversos, fortaleciendo también su (auto)constitución en actor colectivo, sujeto de su historia.
Aunado a ello, es vital fortalecer/desarrollar el instrumento político, la conducción política colectiva del proceso, capaz de coordinar y potenciar el desarrollo de tareas políticas, culturales e ideológicas que promuevan la participación protagónica del conjunto de actores sociales y políticos revolucionarios, construir canales y herramientas de información y organización, abriendo canales institucionales y no institucionales para su participación conciente, capacitada, organizada y creciente en las diversas dimensiones de la vida social.
Esto se anuda directamente con la realización de actividades orientadas a fortalecer el desarrollo de la conciencia política de los actores sociopolíticos, estimulando la recuperación y reflexión crítica de sus experiencias concretas de construcción de poder propio, creando ámbitos colectivos de intercambio y producción de pensamiento crítico de sus procesos de cambios, contribuyendo efectivamente al crecimiento y fortalecimiento de la conciencia colectiva, abriendo espacios para periódicas reflexiones sobre las nuevas y cambiantes realidades.
La ideología del cambio, como el sentido y sus definiciones estratégicas son parte del proceso social vivo, y no un dogma apriorístico establecido –desde fuera de las luchas de los pueblos por alguna vanguardia partidaria que “los demás” tendrían que asimilar. La conciencia política de los actores sociopolíticos del pueblo se forja y crece en los procesos de resistencia, lucha y construcción de alternativas, en interdefinición constante de los rumbos y objetivos estratégicos. Estos no vienen dados del “más allá”; se van construyendo (y modificando) a partir de las cotidianidades y modos de vida y experiencias de lucha y sobrevivencia diversos que existen en cada sociedad, en cada comunidad.
El debate estratégico está abierto en cada proceso que apuesta a cambiar la realidad en este continente, protagonizado por actores-sujetos que van construyendo caminos que cuestionan colectivamente el actual sistema mundo a la vez que -como señala Mészáros-, lo van rediseñando “más allá del dominio del capital”.
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