Consideraciones de
partida
Las resistencias y luchas sociales indígenas y populares han
generado –particularmente en los últimos 30 años‑, experiencias políticas de
nuevo tipo, con las que construyeron las coyunturas políticas que posibilitaron
la formación de gobiernos democrático-populares o revolucionarios en el
continente. En aras de promover cambios sociales, políticos, económicos y
culturales orientados a fortalecer procesos de transformaciones sociales
raizalmente revolucionarios, los nuevos actores configuraron un nuevo tiempo
político caracterizado por su protagonismo, con nuevas concepciones, nuevos
contenidos, modalidades y formas de representación y acción políticas.
Esto coloca en el centro del
quehacer político y epistemológico a los nuevos actores sociales y políticos, y
al conflicto social como dimensión vertebradora de articulaciones
sociopolíticas, ámbitos de desarrollo de potencialidades colectivas que pueden
emerger de la convergencia programática de actores sociopolíticos diversos del
campo indopopular. Han sido y son:
o
Protagonistas de la resistencia, social,
cultural y política.
o
Constructores de nuevos paradigmas de
transformación social.
o
Creadores-constructores de nuevas modalidades
y formas organizativas para la representación política.
o Nueva
concepción del poder y la democracia: ciudadanía, intercultural, descolonizada,
plurinacional.
- Baluarte de esperanza y recreación de las utopías libertarias, socialistas, humanistas en el siglo XXI.
En el tiempo de los procesos de cambios sociales, políticos,
económicos y culturales abierto a partir de la conformación de los gobiernos
populares, una parte de los actores sociopolíticos protagonistas de las luchas
y resistencias –evidenciando deficiencias o ausencia de conducción política
colectiva-, han ido replegándose y desplazándose del terreno de las decisiones
políticas hacia la recuperación de la pertenencia sectorial como eje de su
quehacer sociopolítico, retomando el punto original de su constitución en actor
socio-sectorial con predominio de lo sectorial-corporativo.
La no apropiación del tiempo histórico que han construido,
provoca un extrañamiento-alejamiento de procesos políticos en los que una
articulación creciente de actores sociopolíticos del campo indopopular debería
ser co-protagonista del proceso de cambios, mancomunadamente con los
gobernantes, compartiendo tareas y desafíos del tiempo político que ‑de modo
directo o indirecto‑, han gestado y están gestando. En este sentido, las
experiencias de los gobiernos populares en el continente evidencian que el
aparato gubernamental estatal puede coadyuvar a la ampliación de procesos
democráticos participativos y promover procesos de constitución del actor
colectivo, pero también pueden frenarlos, tal vez por el predominio de viejas
prácticas centralistas y personalistas sobrevivientes en movimientos sociales y
políticos, situación que en estos procesos actúa como factor retardatario de lo
nuevo y elemento conservador del viejo orden, de la vieja política, de la vieja
cultura y representación políticas, en resumen, de la sobrevivencia de la
hegemonía del capital.
Esta realidad es parte de la complejidad del proceso de
cambios y llama a reflexionar acerca del quehacer político de este tiempo y sus
protagonistas, evitando quedar atrapados por apasionamientos obnubilantes que
pretendiendo un mundo en “blanco y negro”, rechazan toda reflexión crítica de
los procesos en curso. La polarización ‑además de falsa‑ destruye la
construcción plural en diversidad y es ajena a la revolución democrática
cultural.
Se ha abierto un profundo tiempo de disputa raizal con los
poderosos y no puede pretenderse que “se transite” por él sin estar en el
corazón de las contradicciones y sin ser afectado por las tiranteces que genera
la construcción de lo nuevo, siendo tal vez promotor de algunas de ellas, en
constante confrontación con los poderes históricos del capital y el coloniaje
que impone e irradia. En este sentido, tal vez, una de las primeras miradas a
cambiar es que, en este tiempo, la tarea no consiste en “transitar” por un
camino supuestamente ya establecido; el desafío de la transición para los
actores sociopolíticos es que ésta tiene lugar en la medida en que ellos van
creando y construyendo el camino del tránsito, haciéndolo posible al mismo
tiempo que lo recorren en experiencia viva, asumiendo todos los riesgos que
ella implica.
Debatir entre pares –y como pares‑ acerca de las
contradicciones y las nuevas problemáticas que van planteando, por parte de la
diversidad de actores sociopolíticos protagonistas y sostén de los procesos de
cambios abiertos en el continente, es parte de la naturaleza constitutiva de
ellos; el desafío es –sobre esta base‑ construir pensamiento y propuestas
colectivas, orientados a cambiar la sociedad y sus instituciones, estructuradas
históricamente con sentido y funcionalidad colonial-colonizadora. Ocupar las
viejas instituciones es apenas un primer paso, pero si se limita a ello implica
no solo el estancamiento sino la obturación del proceso a a favor de las
fuerzas retardatarias. Comprender esto es parte de nuevos aprendizajes y de una
nueva cultura política sociotransformadora en gestación.
El debate político fundamental no es el que ocurre en los
ámbitos cerrados de las élites, sino el que ha sido protagonizado en el ámbito
público a través de las luchas sociales por los actores sociopolíticos diversos
que han puesto de relieve, de hecho, la crisis de representación
político-partidaria, los límites de la democracia representativa, dando lugar
–con nuevas y diferentes experiencias‑ a nuevas modalidades de organización y
participación, horizontal, diversa, plural, colectiva y unitaria, en base a la
articulación entre pares y no por subordinación jerárquica a las élites. [Ver:
Rauber, 2004] Y esto indica una nueva concepción, construcción y
acumulación de poder, saber; una nueva cultura política, hegemonía y
cosmovisión sociales, raizalmente cuestionadoras de la civilización
colonial-capitalista.
En esta perspectiva, está claro que las luchas sociales no
solamente pusieron en cuestión el proyecto económico-societal neoliberal, sino
también una modalidad de democracia y gobierno, un modelo clasista de
conformación del Estado y de relacionamiento Estado-sociedad basado en la
exclusión y el racismo. A través de “un cuestionamiento práctico del
monoculturalismo de la institucionalidad dominante” [Chavez, S/F: p.15], los
movimientos indígenas y sociales han cuestionado las formas de existencia y
dominio del coloniaje y han configurado y abierto un nuevo tiempo político en
el continente.
Cambiar la cultura
de subordinación a la colonialidad del poder y sus tentáculos
Estos son tiempos de preeminencia de la política, pero de
una política nueva, creada y constituida por los actores constructores de este
tiempo. Las viejas formas de representación político-partidarias han caducado
rebasadas por el protagonismo de los nuevos actores socio-políticos. Afirmadas
en la delegación-apropiación de las decisiones de los representados, los
partidos tradicionales de derecha e izquierda han sido y son funcionales a la
sobrevivencia y sostén del dominio colonial del capital y sus tentáculos
hegemónicos.
La sobrevivencia de la vieja cultura de izquierda
–mayoritariamente partidaria‑ trata de interpretar los trascendentales hechos
políticos revolucionarios acomodándolos en su obsoleto tablero mental-cultural
y, como no lo logra, desdeña todo aquello que no encaja, o sea, todo lo nuevo.
Sus representantes no alcanzan a comprender la profundidad de cambios que no
protagonizaron y, en vez de contribuir al proceso de maduración de los nuevos
actores, compiten con ellos mostrando ‑por todos los medios y modos a su
alcance‑, lo que definen como limitaciones de su accionar sociopolítico y de
sus propuestas, descalificándolos con calificativos de todo tipo, como si ello
tuviese alguna trascendencia aparte de compensar a su ego lastimado por la
historia. No han asumido aun este nuevo tiempo de confrontación con el capital
colonial, en el cual mantener y reproducir las prácticas de la vieja política
(monoculturalismo, sectarismo, vanguardismo, verticalismo, jerarquización,
pensamiento único, etcétera), significa abonar el camino para la restauración
reaccionaria, atrapados y anulados por las redes de la arraigada hegemonía
ideológica, política, cultural del sistema hegemónico del capital colonial, productor
y reproductor de subjetividades y herramientas institucionales y jurídicas afines
a su omnipresencia y perpetuación.
La nueva realidad política integrada por múltiples y
complejas aristas sociales, culturales, cosmovisivas e identitarias plantea
nuevas interrogantes urgidas de propuestas-respuestas nuevas, interculturales. De
ellas subrayaré aquí las siguientes:
--Por un lado, convoca a impulsar permanentes procesos de
transformación de las formas y normas del ejercicio de funciones
institucionales del gobierno y el Estado, es decir, de la institucionalidad
misma. Esto implica ‑entre varios aspectos‑, crear espacios y mecanismos de
participación popular en la toma de decisiones y para el ejercicio del control
popular en todas las instancias superestructurales, recortando cada vez más –a
través de ello‑, el dominio de los poderes instituidos –funcionales e
ideológicos‑ del capitalismo colonial y de la burocracia que lo acompaña y
recicla.
Quienes pretenden que para conservar el proceso de cambios
hay que hacer “buena letra” con los poderes históricos, se equivocan, es ‑cuando
menos‑ al revés… Los recientes sucesos de Paraguay lo evidencian con total
claridad: La única vía para “conservar” el poder logrado es profundizar el
proceso de cambios y democratización raizal de la sociedad, fortalecer la
construcción de hegemonía popular y de la fuerza indopopular de liberación,
corazón de los procesos sociotransformadores.
--Por otro lado, reclama también de los actores sociales
asumir las complejidades del nuevo tiempo y sus tareas. Ya no se es oposición,
no basta con salir a protestar. Sin subestimar la importancia de los reclamos
sociales en determinados momentos, es vital apropiarse de las oportunidades
sociopolíticas que se han abierto con sus luchas y resistencias, redefinir la
nueva coyuntura política, sus características, la correlación de fuerza en
disputa y las nuevas articulaciones que demanda. Esto es fundamental para
pensar colectivamente las tareas, elaborar propuestas con responsabilidad y
construir soluciones concretas rearticulando la unidad indopopular, basamento
para la construcción de una fuerza plural sociopolítica de liberación.
La participación, la formación y la apertura a la diversidad
intercultural están en la base de esta posibilidad. De ahí que la
interculturalidad y descolonización –junto a la propuesta de Buen Vivir y
convivir‑, constituyan el corazón cosmovisivo de los procesos de transformación
que nacen en el interior y en la raíz del proceso y sus protagonistas: Sin este
cambio cultural germinado en el interior de los actores protagonistas no hay ni
habrá procesos raizalmente revolucionarios de cambios sociales. A ello me
referiré sucintamente, resaltando aspectos que hacen al fortalecimiento de la
perspectiva descolonizadora intercultural desde propuestas pedagógicas que
tienen en las prácticas interculturales de descolonización de los actores
sociopolíticos concretos, sus ámbitos pedagógicos de construcción de los nuevos
saberes, de la nueva hegemonía y poder indo-popular en gestación,
cuestionadores del viejo poder colonial y su hegemonía.
Interculturalidad y
descolonización liberadora
La posibilidad actual de superación del capitalismo y su
devastadora colonización y fragmentación sinfín, se abre paso a través de
sinuosos caminos, enriquecidos por la diversidad y pluralidad de miradas,
cosmovisiones, identidades, subjetividades, culturas, nacionalidades. Es
importante, en un primer momento, reconocer esta diversidad para avanzar en la
construcción de ámbitos y propuestas que arraiguen convivencias interculturales
nutridas por todas las subjetividades oprimidas y negadas, aportando a la
formación del pensamiento indo-afro-latinoamericano propio de la historia y
experiencia de cada pueblo, pensamiento intercultural abierto a la permanente
creación colectiva de los pueblos.
Las identidades sojuzgadas han
sobrevivido defendiendo/preservando sus comunidades, sus identidades, sus
cosmovisiones e institucionalidades (como es el caso de las institucionalidades
indígenas); ellas coexisten de modo yuxtapuesto y, en cierta medida articulado,
en estado de conflicto, resistencia y lucha de sobrevivencia permanentes con
las estructuras, poderes y modos de vida dominantes. Y todo esto entra en
ebullición en el actual volcán indo-afro-latinoamericano.
En este sentido, lo intercultural –a diferencia de lo
multicultural‑, desde la perspectiva liberadora y de liberación, hace
referencia a la interrelación entre los/las diferentes en condiciones de
paridad y complementariedad, es decir, sin establecer un centro cultural
hegemónico. Desde el punto de vista político, esto implica un reconocimiento y
relacionamiento equidistante entre sí de todas las culturas, identidades y
cosmovisiones, y reclama la construcción de plataformas jurídicas que sirvan de
soporte institucional para que las diversidades sociales, culturales, etc.,
puedan interrelacionarse en un efectivo soporte jurídico de igualdad. La
convivencia en equidad de los y las diferentes exige el reconocimiento
institucional de derechos civiles, políticos, sociales, sexuales, reproductivos
y culturales, que garanticen su ejercicio real, y ello requiere ‑al mismo
tiempo‑ de la voluntad para comprender al otro, que la tolerancia se abra paso
ante tanta intolerancia acumulada, para transitar ‑desde ahí‑ hacia la
aceptación mutua.[1] Por eso esta concepción de
la interculturalidad liberadora
se diferencia de la multiculturalidad y la inclusión.
--Lo multicultural –al igual que lo plural‑ se orienta al registro
de la diversidad étnica social de base y señala –tal vez‑ la necesidad de
buscar canales para pensar, construir y ejercer lo público con otros modos de
interrelacionamiento (político, económico, social y cultural).[2] Pero
ni lo multicultural ni lo plural presuponen una interrelación entre iguales;
hay un multi o pluriculturalismo que en
realidad solo acepta lo diverso “para la foto”, pero mantiene las relaciones
jerárquicas subordinantes entre los que estarían ubicados en la cúspide que
“sabe, decide y manda” y los de abajo que “no saben, no deciden y obedecen” (o
deberían obedecer). Es el multiculturalismo que aceptan los poderosos: el que
no cuestiona, el que no modifica nada, el que proclama una pluralidad que los
deja en el centro y con el cetro. Por ello, es central que la multiculturalidad
se conciba articulada con la interculturalidad, que la presuponga.
--La inclusión social hace referencia a excluidos que ahora
serían incluidos. Pero, ¿quién o quiénes incluyen? Cuando hay “alguien que
incluye”, el día de mañana puede volver a excluir. Por eso, el concepto de
inclusión resulta cuando menos inexacto: acepta la multiculturalidad pero
rechaza la interculturalidad.
Los excluidos no
reclaman inclusión sino reconocimiento, justicia, trato equitativo,
horizontalidad en las relaciones. La propuesta intercultural no responde a una
actitud “solidaria” para con los
excluidos/as. Es una opción de vida y
por la vida, una gesta que envuelve y
convoca a todos y todas. Por eso la mirada intercultural no llama a incluir,
sino a construir desde abajo una
nueva identidad colectiva, un Estado nuevo, plurinacional e intercultural.
La posibilidad de la
plurinacionalidad está raizalmente anudada a la interculturalidad y
descolonización. Este es un replanteo raizal para la nueva democracia
(descolonizada, intercultural, participativa) en Indo-afro-latinoamérica. Alude
a la necesaria modificación o redefinición de las relaciones y papeles entre
Estado, sociedad (civil) y ciudadanía, entre lo público y lo privado, y entre
lo local, lo nacional y lo global. En realidad no existe “una” sociedad civil,
lo que se (mal)entiende por sociedad civil es una trama social heterogénea y
compleja, integrada por una diversidad de clases, etnias, sectores sociales,
actores y organizaciones, que condensan y expresan múltiples identidades,
intereses, culturas, modos de vida y aspiraciones hasta hora en situación de
conflicto. Los estados plurinacionales suponen nuevas bases para pensar ‑simultáneamente‑,
el desarrollo y progreso social sobre nuevas bases.
Un estado multicivilizatorio
significaría precisamente el reconocimiento de múltiples mecanismos, de
múltiples técnicas y sentidos de entender, practicar y regular las pulsiones
democráticas de la sociedad en correspondencia a las múltiples formas de
ejercer ciudadanía a partir de la pluralidad de las matrices civilizatorias de
la sociedad.[García Linera, 2006: 81]
La
interculturalidad liberadora supone la
descolonización del modo de vida, de pensamiento e interrelacionamiento
sociales, es decir, se replantea también la interrelación entre Estado,
sociedad y ciudadanía, en búsqueda (construyendo) un nuevo tipo de
interrelación, desde la ciudadanía y la sociedad al Estado, dando vida a un
nuevo tipo de interactuación Estado‑sociedad‑ciudadanía. Y ello solo es posible
sobre la base de construir relaciones horizontales (de equidad, justicia y
reconocimiento) en lo económico, político, cultural e identitario entre todos
los actores sociopolíticos y todos los habitantes de un país, independientemente
de la comunidad o grupo humano al que pertenezcan. La interculturalidad
presupone la descolonización porque es incompatible con la concepción
monocultural, jerárquica, discriminadora, descalificadora y excluyente impuesta
por la colonia y omnipresente en la estructuración, organización y
jurisprudencia de los estados modernos y en las interrelaciones entre los seres
humanos.
El entrelazamiento entre interculturalidad descolonización
se concibe y proyecta, por primera vez, como parte intrínseca de un proceso
raizal de liberación: de las cadenas del capital y de su cultura colonizadora
esterilizante. La descolonización interna y externa (espiritual, cultural,
económica, política, jurídica e institucional), es la clave para lograrlo y es
la que está presente –de hecho‑, en las prácticas cotidianas crecientes de los
movimientos indígenas y sociales en diversos países de Indo-afro-latinoamérica.
De conjunto, los actuales procesos liberadores
descolonizadores perfilan y proponen un camino: la construcción/constitución en
cada país, de un Estado descolonizado, intercultural y plurinacional. El
proceso boliviano actual, heroicamente creado y construido por sus pueblos
indígenas y trabajadores desde abajo, es la primer y más grande muestra de que
esto ‑además de posible‑, es vital para que en tierras de
Indo-afro-latinomérica comience a abrirse paso el nuevo mundo.
En el ámbito del quehacer político-pedagógico,
interculturalidad y descolonización remiten de inmediato, en primer lugar, al
terreno de las prácticas sociopolíticas y cognitivas de los diversos actores
sociopolíticos que constantemente contradicen los paradigmas predominantes en
el pensar, el saber (y el ejercer saberes) y el “deber ser” dominantes, hasta
hace poco considerados los únicos valederos y eficientes.
Esto se aúna con la crisis profunda que atraviesa a las
racionalidades construidas y acuñadas hasta ahora como verdades universales.
Por un lado, porque lo intercultural significa ‑de entrada‑ un reconocimiento
de la diversidad de identidades, culturas, modos de vida y organización
sociales (económicas, políticas y jurídicas), todas racionalidades válidas que
es necesario rearticular sin exclusiones ni jerarquizaciones en sus
interrelaciones. Por otro lado, porque esto pone en cuestión el sentido y el
contenido de la racionalidad –del poder occidental‑ predominante hasta ahora.
Todo ello remite las miradas hacia los creadores de las diferentes racionalidades,
es decir, a los sujetos de la producción y reproducción de la vida
(comunitaria, urbana, social), a los sujetos de los saberes, a los sujetos de
la transformaciones sociales (culturales, políticas, económicas). En segundo
lugar, es saludable tener en cuenta que el propio planteo de la
interculturalidad es intercultural. Es decir, sus contenidos, definiciones y
significaciones, son diversos y múltiples. No hay una única propuesta
intercultural, una sola y monolítica (dogmática) interpretación y
posicionamiento; lo intercultural es inherente también al propio postulado de
la interculturalidad. El abordaje de esta dimensión en estas páginas no
pretende, por tanto, ser “la interpretación” de la interculturalidad, ni todo
“lo que hay que saber” acerca de ella, sino brindar los elementos claves a
partir de los cuales concibo a la interculturalidad como una de las piedras conceptuales (y prácticas)
fundantes de una nueva racionalidad, plural, diversa y multidimensional en
gestación.
Incorporar el principio de interculturalidad como elemento de
base para pensar las articulaciones y los nexos posibles entre los actores y
sectores sociales y políticos, sus modalidades de vida y sus planteamientos
políticos y organizacionales, evidencia de inmediato la existencia de disímiles
propuestas reconstituyentes del cuerpo social de nuevo tipo: basadas en su
rearticulación a partir de la equidad, horizontalidad y el reconocimiento
equitativo de legitimidad y racionalidad entre las diversas culturas,
cosmovisiones, cosmopercepciones y modos de vida. Y como señala Álvaro García
Linera: “Una igualación política sustancial entre culturas e identidades
requiere de una igualación de modos de producir política en todos los niveles
de la gestión gubernamental (general “nacional”, regional y local); esto es,
igualación de prácticas políticas, de instituciones políticas, de modos de
ejercer la democracia y sistemas de autoridad política diferentes,
pertenecientes a las distintas comunidades culturales y regímenes
civilizatorios que coexisten en el territorio boliviano.” [García Linera, 2006:
79] Es el tiempo que transitamos. En él, la “igualación” –que entiendo como la
articulación de los diversos modos de producción en todos los niveles sobre
bases de equidad‑, configura un escenario de conflictos cognitivos, culturales,
sociales, económicos, políticos, éticos y de valores, en el que referencio estas
reflexiones.
En lo relativo a lo cultural y la cultura, es bueno reiterar
su carácter diverso, amplio y no siempre convergentes entre sí. A modo de
referencia ‑con un criterio operativo‑, señalaré que, cuando me refiero a cultura, aludo, en primer lugar, a los modos de vida, pensamiento y cosmovisiones de
las clases, sectores y actores sociales y políticos, y a sus posibles
interrelaciones, interinfluencias e intersignificaciones, es decir, también, a
los intersticios interculturales compartidos,
configurados en y por las interrelaciones complejas –de modo consciente o no‑, por
los seres humanos que integran una determinada comunidad, sector social o
sociedad.
Todo modo de vida está avalado/referenciado, a su vez, en un
“sistema de creencias, valores, costumbres, conductas y artefactos compartidos,
que los miembros de una sociedad usan en interacción entre ellos mismos y con
su mundo, y que son transmitidos de generación en generación a través del
aprendizaje.” [Plog y Bates, 1997: 64]
En tanto diversa y compleja, la cultura de una sociedad no
puede considerase entonces una resultante de la adición de las partes (las
producciones materiales o simbólicas de los distintos sectores, etnias, clases
o actores sociales). Lo medular de la cultura es intangible e invisible, es
parte del mundo interior de los hombres y las mujeres que la producen,
reproducen y comparten, sobre el cual moldean, aprehenden y acuñan sus hábitos
y costumbres, base de sus interrelaciones humanas. Es por ello que la cultura,
a la vez que se produce, se reproduce e internaliza individualmente, y al ser
socializada, compartida y resignificada en forma permanente en las interrelaciones
e interacciones sociales, resulta un proceso omnipresente en las dinámicas del
movimiento social.
En las sociedades indo-afro-latinoamericanas esto implica,
desde el vamos, el reconocimiento de la existencia de diversas culturas que
coexisten en un mismo territorio definido como “nación”, “Estado”, “país”,
etcétera. Teniendo en cuenta que desde tiempos de la conquista y colonización
de América hasta el presente, se construyeron e instituyeron jerarquizaciones,
subordinaciones, sometimientos y exclusiones hacia los pueblos indígenas y sus
culturas, a los que se sumaron las exclusiones posteriores de los esclavos
arrancados de África o China, y las discriminaciones por rechazo al mestizaje y
también a la condición de trabajadores/as. Sobre esta base se construyó el predominio
hegemónico de los remanentes de la cultura colonial asociada a los poderes locales.
Esto explica, sintéticamente, la raíz compleja de las interrelaciones de los
miembros de las diversas culturas que viven en un mismo territorio (país). Cuanto
más intensa sea la cadena de subordinaciones y exclusiones, más complejas y conflictivas
tenderán a ser sus interrelaciones (entre desiguales).
Construir colectivamente el pensamiento emancipador y las
alternativas emancipadoras requiere articular horizontalmente diferentes
experiencias, saberes y cosmovisiones a partir de equidad e igualdad entre
culturas diversas. Y esto hace imprescindible superar viejos prejuicios
discriminatorios y jerárquicos, en lo organizativo y también en lo cultural,
para reconocer(nos) y aceptar(nos) en la diversidad, entendiéndola –no como una
“desgracia” que hay que soportar, sino‑ como fuente enriquecedora, forjadora de
nuevas capacidades colectivas para conocer, saber y poder actuar con sabiduría
colectiva, además de justicia, equidad y mayor tino en lo que hace a la
relación social, el desarrollo y el progreso. Esto supone, obviamente,
desterrar la concepción (y las prácticas propias) de pensamiento y verdad
únicas correspondiente con la ideología, cultura y hegemonía monocultural y
colonialista de los poderosos.
Hablar de los aportes de los pueblos y movimientos indígenas
y sociales supone también a los movimientos por el reconocimiento de la
diversidad de identidades sexuales, de los movimientos de mujeres y sus aportes
político-culturales desde las concepciones feministas y de género. Estos enfoques
‑anclados en las luchas de millones de mujeres durante décadas y siglos‑, han
contribuido claramente a pensar la unidad, lo colectivo, sobre nuevas bases,
haciendo del reconocimiento de las diferencias ‑en vez de un obstáculo‑
fundamento de interenriquecimiento, un pilar para las articulaciones. Este es
un granito de arena aportado por las mujeres militantes al caldero de la
construcción colectiva, plural y diversa de lo nuevo.
Una
perspectiva intercultural-crítica
La perspectiva intercultural reconoce y abre cauces para las
interrelaciones entre varias culturas diversas dentro de un mismo territorio
sobre la base del reconocimiento, la aceptación y la reciprocidad con el/los
otro/s/as. La visión intercultural del desarrollo “va más allá de la
acumulación económica y está relacionada esencialmente con la libertad cultural
para decidir, el respeto a la diversidad, a la diferencia, la heterogeneidad
social y con la forma en que se organiza la vida, las sociedad y el Estado.”
[PND, Bolivia, 2006] Por eso, para
escapar a lo reclamativo formal, algunos autores/as hablan de interculturalidad crítica.[3]
Se procura acotar entonces que el reconocimiento de las
diferencias esté presente en todos los planos y dimensiones de la
interculturalidad, escapando a lo general abstracto que –en tal caso‑,
favorecería a las culturas tradicionalmente hegemónicas o dominantes. La interculturalidad crítica llama a no
establecer relaciones de igualdad entre desiguales. En tal caso, la supremacía
de lo históricamente hegemónico y dominante se reeditaría y relegitimaría
aunque disfrazada e invisibilizada por un nuevo lenguaje, incluso más allá de
la voluntad de los actores participantes.
Ir mas allá de lo formal-abstracto en este ámbito es parte
de los desafíos, y también parte del proceso de construcción de poder propio de
los sectores históricamente marginados. Esto supone la irrupción de nuevos
conflictos que se hacen presentes en los nuevos espacios donde los sectores
tradicionalmente hegemónicos ‑aun desde la izquierda o, a veces, sobre todo en
la izquierda‑, pretenden que la interculturalidad está lograda por la sola
presencia de la diversidad, cuando en realidad no es así. Se trata de abrir
cauces concretos a la expresión de la diversidad con toda las manifestaciones
de sus diferencias, y habilitarlas y escucharlas –todas unas a otras‑ , en aras de construir nuevas formas
de convivencia plurales. Esto hace a la lucha interna con el poder hegemónico,
es por ello, una de las aristas mas difíciles de abordar y modificar, implica
para amplios sectores otrora auto-considerados esclarecidos, vanguardia, etc.,
mirar hacia su interior y cuestionar su fuente de saber, de poder y hegemonía.
Significa: transformarnos para
transformar, evidentemente más difícil de hacer que decir.
El aporte de los pueblos indígenas originarios a este debate
civilizatorio resulta profundamente cuestionador de la civilización colonial
dominante, basada en el saqueo, la conquista territorial, la destrucción, la
exclusión racial y la muerte de millones de seres humanos. Por ello reclaman
–junto con la reparación histórica‑, el reconocimiento de sus derechos,
saberes, cosmovisiones, identidades, modos de producción materiales y
espirituales, y de sus formas institucionales y no institucionales de
organización para su vida. Con sus propuestas apuntalan las tendencias que
defienden la necesidad de construir un nuevo modo de interrelacionamiento
social como base para un nuevo modo de organización de las comunidades sociales
entre sí y con el Estado y sus interrelaciones, dando paso a la emergencia de
un nuevo tipo de ciudadanía y democracia: raizalmente participativa,
intercultural y descolonizada. Interculturalidad y descolonización constituyen
cualidades imprescindibles del proceso revolucionario civilizatorio porque
suponen remover del pensamiento homogéneo, monocultural, colonizado,
colonizador y revanchista, heredado de la colonia y el colonialismo cultural
acuñado durante por siglos.
Hacia una pedagogía descolonizadora
intercultural
La
pedagogía práctica de las resistencias, luchas y construcciones alternativas de
los pueblos, y la práctica pedagógica que desarrollan, resultan, sin duda, un
componente central e insustituible del proceso transformador-liberador.
Las
prácticas populares producen/reproducen vida, conocimientos y saberes. Las
mujeres y los hombres en su interrelacionamiento con la sociedad van tomando
conciencia de las injusticias de género, clase, raza, entre otras,
reflexionando críticamente ‑desde sus culturas, desde sus modos de vida‑,
acerca de la realidad en la que viven. Así lo evidencian las innumerables
experiencias de movimientos indígenas y sociales de este continente. En esta
peculiar dimensión de la pedagogía (pedagogía práctica‑práctica pedagógica), se
condensan hoy los mayores desafíos para el pensar‑actuar sociotransformador en
lo referente a la formación y desarrollo de la conciencia político-social de sí
y para sí (transformadora), de actores sociales involucrados en los actuales
procesos de cambios sociales.
En
tanto para Marx la superación positiva de la enajenación de la clase —y del
conjunto de sectores oprimidos— es el núcleo central articulador y proyectivo
de la lucha de clases, dotándola de sentido concreto para sí, la liberación que
a esa superación corresponde no puede entenderse fragmentariamente como
económica, política, social o cultural, sino de un modo integral; porque, para
que la transformación real de la sociedad resulte liberadora para los hombres y
las mujeres que la encarnan, ellos mismos tienen que poner fin a la
fragmentación de sus prácticas y, consiguientemente, de la conciencia que se
van formando sobre la realidad social y sobre sí.
En este
sentido, la propuesta pedagógica transformadora‑liberadora resulta
rearticuladora, integradora teórico-práctica de la realidad como totalidad y de
seres humanos con conciencias y subjetividades fragmentadas en sujetos plenos,
capaces también de reposicionarse en la sociedad como reconstituyente práctico‑concreto
de esa totalidad extraviada, rearticulándola –en el sentido de articularla
sobre nuevas bases en proceso simultáneo de desarticulación de la existente‑, y
reconstituyéndola desde la raíz. Esto llama a atender especialmente a los
procesos concretos de construcción y de formación de la subjetividad y la
conciencia política individual, sectorial-colectiva de los trabajadores, de los
pueblos indígenas originarios, de los sectores populares, de las comunidades,
etc., como así también en lo nacional, regional, continental y global.
Se
trata de un complejo e integral proceso social, cultural, político y épico,
intercondicionado, intercondicionante, interarticulado e interarticulador,
continuo y discontinuo, que –si se desarrolla‑, abre, desencadena, configura y
desencadena ‑en la dimensión teórico-práctica‑, un proceso simultáneo de
construcción de conciencia por parte de los actores‑sujetos —por eso se
identifica como autoconstrucción, como autoconciencia—, en tránsito hacia su
constitución o autoconstitución en sujeto popular en proceso constante de
cambio y necesaria rearticulación de subjetividades también enriquecidas y
transformadas en todo momento por las prácticas y las realidades que estas
generan y en las que se desarrollan.
Centralidad de las prácticas
El
levantamiento indígena de Chiapas es impensable sin la toma de conciencia de
sus integrantes acerca de su realidad en el proceso de resistencia, lucha y
construcción de propuestas superadoras. Similares procesos pueden referirse
respecto del Movimiento Sin Tierras, en Brasil, o el movimiento de mujeres
indígenas campesinas de Bolivia, “Bartolina Sisa”. Según lo testimonian sus
protagonistas, esto se vio fortalecido con la concepción y las prácticas de
Educación popular, articuladas con la búsqueda y construcción de propuestas de
transformación de las condiciones de vida que fue, a la vez, un empeño en la
construcción de alternativas para la vida.
Y esto
subraya un postulado epistemológico-político liberador: La conciencia no puede
ser traída de afuera de los sujetos; ellos construyen y desarrollan su
conciencia a partir de su participación en los procesos de lucha y
transformación, reflexionando críticamente acerca de ellos y de las condiciones
de vida en las que construyen y desarrollan esa conciencia. Esto subraya, al
menos dos elementos:
1. Lejos
de aceptar la hipótesis de que la conciencia viene de afuera, en América Latina
se han desarrollado creadoras propuestas: parte de nuestras grandes riquezas
culturales1 que
ponen al descubierto que a partir de las propias experiencias de vida (modo de
vida) y de lucha de los pueblos (la clase y los diversos sectores explotados,
marginados, discriminados y oprimidos que lo componen), se forma y desarrolla
la conciencia individual, social y política. Está claro que no existen espacios
donde se cultiven in vitro “conciencias puras”, por encima de
las realidades concretas, carentes de los “pecados” propios de la contaminación
con el capital y, por tanto, poseedoras de las “verdades absolutas”, las
que están más allá de las contingencias del curso de la historia y de las
acciones de los seres humanos que en ella intervienen (negando precisamente su
carácter práctico, activo, transformador).
Lo
anterior reafirma también aquella tesis de que todo educador (militante,
dirigente político-social, referente ideológico, etc.), en tanto es parte del
sistema capitalista, resulta influido en mayor o menor grado por su lógica
mercantil. De modo que por muy consciente que sea de esa situación y se
encuentre a favor de los cambios, está influido por esa lógica y necesita
también ser educado. Antiguo saber filosófico, político y cultural cuya
centralidad fue acuñada por Marx en sus apuntes sobre Feuerbach:
“La teoría materialista de que los hombres son producto de las
circunstancias y de la educación, y de que, por tanto, los hombres modificados
son producto de circunstancias distintas y de una educación modificada, olvida
que son los hombres, precisamente, los que hacen que cambien las circunstancias
y que el propio educador necesita ser educado. Conduce, pues, forzosamente, a
la división de la sociedad en dos partes, una de las cuales está por encima de
la sociedad.[…] La coincidencia de la modificación de las circunstancias y de
la actividad humana solo puede concebirse y entenderse racionalmente como
práctica revolucionaria.” [Marx, 1976: 8]
En
América Latina, esta tesis fue creativamente rescatada por Paulo Freire como
nudo teórico‑práctico de sus fundamentos de la Educación Popular, cuyo
ejercicio y desarrollo enriqueció durante décadas tanto las concepciones
estrictamente pedagógicas, como las culturales y políticas en nuestro
continente, aunque todavía, en este ámbito, su aceptación e integración plenas
orgánicamente articuladas a las construcciones colectivas de pensamiento y
organización, permanecen rezagadas, quizá por su contenido y carácter
profundamente cuestionador, práctico y directo del pensamiento y las prácticas
elitistas y vanguardistas que sobreviven aún en el espacio considerado
“político”.
2. Si
la conciencia de los actores-sujetos se va conformando y desarrollando a partir de su participación en
los procesos de lucha y transformación, la subjetividad también, no es un
peldaño que se sube de una vez para siempre. Es decir: La intersubjetivación es constante.
La conciencia y subjetividad política de los actores
sociales y políticos se está formando siempre, constituyéndose y
deconstituyéndose permanentemente, enhebrando cada acto, cada paso, volviendo
hacia ellos en sus reflexiones en interrelación con las modalidades y vías con
las que aprehenden la realidad que van creando, y en la que viviendo van desarrollándose
como actores políticos.
En este sentido, vale destacar un elemento generalmente no
tenido en cuenta en este tiempo: Una realidad (objetivo-subjetiva) es la que
existe en tiempos de oposición y lucha, y otra es la que se va configurando
cuando los actores sociales que protagonizaron las luchas ayer tienen que
hacerse cargo hoy de las responsabilidades gubernamentales, estatales y
sociales, o aspiran a ello. La nueva situación configura nuevas interrelaciones
y acciones y todo ellos germina nuevas subjetividades e identidades, por
ejemplo, otrora antigubernamental, hoy gubernamental o progubernamental. Y esto
prefigura nuevos conflictos culturales y políticos.
Las luchas y pugnas internas que tienen lugar en los
procesos de gobiernos populares en el continente evidencian que los actores
sociopolíticos que lucharon y constituyeron gobiernos, una vez alcanzado dicho
objetivo se replantean su papel social y sectorial, no se mantienen como en el
período de lucha que los llevó a sobreponerse a intereses particulares; su subjetividad
y conciencia son parte de las dinámicas sociales y cambian con ellas. El
desafío político medular de este tiempo es descubrir/construir los nudos
rearticuladores que posibiliten a los actores sectoriales a reconocerse y
reconstituirse como sujeto colectivo de y
en la nueva realidad.
Y eso no es un defecto o una limitación particular, ni se
debe a que los movimientos indígenas y sociales protagonizaron los cambios
políticos ocurridos en el continente, como tendenciosamente pretenden concluir
algunos para poner a salvo su vieja cultura de izquierda partidaria. Las
subjetividades son siempre intersubjetividades que ‑en interactuación con otras
subjetividades y las dinámicas de la realidad‑, están en permanente situación
de interdefinición. Como advirtiera Zavaleta, son las dinámicas sociales
concretas las que hacen que: “…incluso lo que se ha hecho general, tarde o
temprano tiende a convertirse en el símbolo conservador de lo particular. La
intersubjetivación debe, por tanto, reproducirse de un modo constante.”
[Zavaleta Mercado, 1986:27] Atender a
ello es parte de las tareas políticas vitales del proceso socio-transformador,
en tanto el proceso de la revolución democrático-cultural es una suerte de
pulseada social política y cultural colectiva permanente, en pugna por afianzar
la hegemonía indígena-popular en la misma medida que la configurando y
construyendo.
La vieja tradición marxo-kantiana que separa lo objetivo
de lo subjetivo y que considera por ende que hay condiciones objetivas ‑o sea,
realidad social‑, independientemente de la acción de los sujetos en conflicto y
que, consiguientemente, hay subjetividades constituidas o que se pueden
constituir independientemente de tales “condiciones objetivas”, es cocreadora
de las situaciones de estancamiento y retroceso de los procesos sociales vivos,
cuyas dinámicas inter-subjetivo-objetivas no logran captar, ni proyectar, ni
potenciar.
Para
desandar estos caminos en Indo-afro-latinoamérica, la educación para la
descolonización y la descolonización de la educación resultan vitales. A
construirlas contribuyen la Educación Popular, la Investigación Acción
Participativa (IAP), las historias de vida (mediante la historia oral) y la
construcción (colectiva) de conocimiento colectivo, a través de la gestión
intercultural del conocimiento.
La
Educación Popular se asienta en un posicionamiento y una concepción de la
relación poder-saber que articula las condiciones de vida, la práctica que en
ella desarrollan los distintos actores y actoras individuales y sociales, y la
conciencia que tienen o pueden llegar a tener acerca de ello si, reflexión
crítica mediante, se (re)apropian de su quehacer y de su realidad.
¿Cuál sería el lugar y papel de la Educación
Popular en el proceso intercultural de construcción de los nuevos pensamientos
emancipatorios?
Si
coincidimos en que el proceso de descolonización intercultural está articulado
con la construcción‑reconstrucción de saberes desde abajo, que implica la
recuperación y articulación de la memoria histórica (de los pueblos), la
recuperación y sistematización crítica de las experiencias de lucha,
organización y propuestas de los movimientos indígenas y populares, la
educación popular resulta una propuesta político-metodológica y a la vez una
herramienta intercultural descolonizadora en interacción con la investigación
participativa, y las historias de vida, apelando ‑fundamentalmente‑ a la
historia oral. Todo ello fructificará en el enriquecimiento o refundación del pensamiento
emancipador colectivo, es decir, intercultural y descolonizado. Precisamente
por ello, la educación popular es parte de una raizal batalla cultural que se
desarrolla desde abajo y desde el interior del proceso socio-transformador y
sus protagonistas.
La
definición y el posicionamiento político-ideológico raizalmente descolonizador resulta
imprescindible para romper con la estructura monocultural y jerárquica
establecida entre saber y poder, y las consiguientes relaciones de
subordinación y dependencia que a partir de ello se establecen. Precisamente
por ello, sería erróneo abocarse a labores de descolonización,
interculturalidad de forma abstracta, fragmentada y desarticulada de las
prácticas concretas de la construcción de las nuevas realidades por parte de
los actores indo-populares que son, a la vez, las de sus autoconstrucción en
sujetos protagonistas en cada momento.
Descolonización,
interculturalidad, educación popular y prácticas sociales se interdefinen,
intercondicionan e interpotencian y es importante comprenderlas, apropiarse y
desarrollarlas a partir de este postulado-principio. Esto, además de sostener
una coherencia elemental entre el decir y el hacer.
El
proceso de construcción de nuevos pensamientos emancipatorios descolonizados e
interculturales, conforma ‑junto con la educación popular en tanto pedagogía liberadora y de
liberación‑, un núcleo articulador y potenciador convergente con el de
(auto)construcción de nuevos sujetos del conocimiento y el quehacer
sociopolítico. En él, la educación popular constituye una herramienta y un
posicionamiento político sine qua non, puesto que abre las puertas
de la razón y el corazón al reconocimiento del otro/a, a valorizar al otro/a, a
escuchar y ser escuchados: claves interculturales para la construcción de
competencias interculturales para la formación y la gestación-construcción de
un nuevo tipo de pensamiento emancipatorio (social-individual), y también para
la transformación raizal de las instituciones estatales-gubernamentales,
abriendo las compuertas a la participación protagónica de los movimientos
indígenas y sociales en ellas, potenciando la proyección descolonizadora
intercultural de su accionar.
Bibliografía citada
Chávez,
patricia. s/f. “Como pensar la
descolonización en un marco de interculturalidad.” En: Descolonización en Bolivia. Cuatro ejes para
comprender el cambio. fBDM, La
Paz
García Linera,
Álvaro (2011) Las tensiones creativas de la revolución. La Paz, Vicepresidencia del Estado Plurinacional de
Bolivia.
García Linera,
Mignolo, y Walsh (2006) Interculturalidad, descolonización del
estado y del conocimiento. Ediciones del Signo. Buenos Aires.
Hunacuni
Mamani, Fernando. (2010) Vivir Bien / Buen Vivir. Filosofía,
políticas, estrategias y experiencias regionales. III-CAB, La Paz.
Marx, carlos. “La Ideología alemana”, En: Marx, Carlos y Engels, F. (1976) Obras Escogidas en 3 tomos, T I.,
Editorial Progreso, Moscú.
Mészáros, istván (2001) Más allá
del capital, Vadell Hermanos Editores, Caracas.
Plan nacional
de Desarrollo. (2006) La Paz.
Vicepresidencia del Estado Plurinacional de Bolivia.
Plog y Bates (1997) Citado en Graciela Malgesini y
Carlos Jiménez: Guía de Conceptos sobre
migraciones, racismo e interculturalidad. Editorial La cueva del oso,
Madrid.
Rauber, Isabel
(2010) Dos pasos adelante, uno atrás. Lógicas de ruptura y superación de la
civilización regida por el capital. Caracas, Vadell. [Titulo en otras
ediciones: Revoluciones desde abajo,
para la edición de Bolivia (2011) y Argentina (2012)]
------------(2004) Movimientos sociales y representación política. Articulaciones.
Ciencias Sociales, La Habana. [Cuarta
edición: 2007, fDBM, La Paz]
Zavaleta Mercado, René. 1986. Lo
nacional-popular en Bolivia. México, Siglo XXI Editores.
[1] El concepto “tolerancia”
es empleado aquí como un concepto de transición
para la transición. Tolerancia-intolerancia son conceptos que encierran
intereses y posiciones de poder. ¿Quién tolera a quién/nes y por qué? Lo ideal
sería la aceptación natural de los
diferente y diverso, pero para llegar a ello, entretanto, apelar a la tolerancia
puede contribuir a la modificación de las relaciones de intolerancia, exclusión
y discriminación.
[2] Existe una marcada
tendencia a identificar, igualar ‑y por tanto confundir‑, lo multicultural con
la diversidad étnica y, más concretamente, exclusivamente con lo indígena. Esto
restringe los planteamientos de multi e interculturalidad, por un lado, a una
cuestión étnica y, por otro, deja fuera del mapa sociopolítico a una parte del
campo popular, del mismo modo que –aunque por otras vías‑, lo hace la posición
hegemónica tradicional (monocultural).
[3]
Véase por ejemplo: García Linera, Álvaro, Mignolo, Walter, y Walsh, Catherine (2006).
Interculturalidad, descolonización del
estado y del conocimiento. Buenos Aires, Ediciones del Signo. Y: Viaña
Jorge, Tapia, Luis, Walsh Catherine (2010). Construyendo
Interculturalidad Crítica. La Paz, Instituto Internacional de Integración
del Convenio Andrés Bello.
1 comentario:
Este artículo trata de las luchas y resistencias sociales indígenas populares , han generado experiencias de un nuevo tipo , con los que construyeron las conyunturas políticas que posibilitaron la formación de gobiernos democráticos populares o revolucionarios en el continente.
Las ideas principales son: Procesos de cambios articulados a la gestión estatal-gubernamental, que representan lo "nuevo" y desconoce que la conciencia política está anudada a las prácticas y viceversa.
Quiero destacar la importancia de que a partir de nuevas modalidades de organización y participación entre pares y no por subordinación jerárquicas , indica una nueva concepción de lo que es el mundo intercultural.
Me parece importante decir, que la educación es lo más importante que un sujeto pueda alcanzar para ser seres libres de políticas opresoras.
La inclusión social se da cuando podemos pensar nuestros propios proyectos transformadores para nuestra vida y en pos de los demás.
También nos dan alternativas que podemos experimentar por propia voluntad y no por lo nos quieran hacer decir o hacer.
Mediante cambios de políticas integradoras, los movimientos indígenas tendrán mayor protagonismo en la vida social como individuos de derecho, gozando de respeto, valorización que en la realidad que nos toca vivir en la actualidad no son tenidos en cuenta.
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