Bolivia insurgente
Las protestas y huelgas de sectores sociales indígenas y
populares de Bolivia siempre concitan la atención del activismo y los
pensadores/as de la izquierda y el progresismo del mundo, particularmente de quienes
compartimos este continente. Si se trata de la Central Obrera Boliviana (COB) más
aún y si, dentro de ella, son los mineros, la atención es de primer orden. Así
ha pasado históricamente y ahora, en tiempos del Gobierno del MAS encabezado
por Evo Morales, cuando las
manifestaciones del 2012 y en el 2013, con protestas, bloqueos, voladura de
puente, quema de sembrados y marchas en La Paz, protagonizadas principalmente
por sectores mineros integrantes de la COB bajo banderas de incrementos jubilatorios
y otros beneficios.[1] Esto
se conjuga con el resurgimiento en sus filas, de determinados planteamientos
idológico-políticos acerca del lugar de “vanguardia” que “le corresponde” a la
clase obrera minera, de su relación con otros actores y sectores sociales, y del
papel político dirigente que ellos consideran que “deberían” tener en el
proceso de cambios sociales que vive Bolivia. Así, junto con la queja sectorial,
salen a flote viejos paradigmas político-ideológicos –convertidos ya en prejuicios‑,
y esto no es casualidad.
Volvamos a la COB y su conflicto reciente.
Sujeto, clase y
clasismo
Con las arremetidas de la COB en búsqueda de mejoras
salariales para algunos de sectores, expresadas en movilizaciones cargadas de
consignas políticas no pocas veces autocompensatorias, los debates conceptuales
acerca del “sujeto del cambio” vuelven a la palestra político-práctica. En
todos los casos, tanto la virulencia de las luchas como la sectorialidad de los
reclamos pone de manifiesto que este grupo no ha logrado “digerir” la realidad
socio-histórica de la que es parte, ni encontrar su lugar en ella. Esto pudo
notarse, por ejemplo, en el último conflicto, cuando un grupo de dirigentes
alentó a los mineros, sobre todo de Huanuni, a recuperar –junto con sus
reivindicaciones sectoriales-, el lugar de “vanguardia” política, supuestamente
“usurpado” por Evo Morales y al MAS.
Carece de interés a los efectos de esta reflexión, analizar
los pormenores del conflicto sectorial y las metodologías de lucha y
movilización empleadas por la COB: paralizar la producción, bloquear
carreteras, volar un puente, destruir sembrados de campesinos… Considero
trascendente sí, dilucidar los conceptos de base que alimentaron las conductas políticas
y sociales de los mineros y, en particular, del sector de su conducción
orgánica.
“Vanguardia”
histórica de las luchas obreras en Bolivia y ‑por ello‑ conductores de la COB
durante décadas, este sector minero no comprendió cabalmente las ramificaciones
‑prácticas y conceptuales‑ que acarreó la
implementación del neoliberalismo en la sociedad boliviana, ni la
fragmentación social, ni la consiguiente emergencia de múltiples actores
sociales, ni la conformación de nuevos liderazgos ante conflictos móviles de
nuevo corte y alcances. Esto último, particularmente, alimentó en el grupo dirigente
minero de la COB un sentimiento de “desplazamiento” respecto de ‑lo que
consideraba‑ su eterno lugar de “vanguardia”, por parte de cocaleros/as, campesinas
y campesinos, por organizaciones de pobladores del Alto, por comunidades
indígenas, ayllus y markas, colonos, etcétera. Indudablemente, esta situación
abrió asimismo ámbitos de conflicto al interior de la COB, a la cual pertenecen
también las grandes organizaciones sociales-sindicales que nuclean a estos
sectores.
Incapaz de ubicarse en las nuevas realidades sociopolíticas,
el mencionado núcleo minero-vanguardista de la COB pretende que resolverá “el
problema” de su lugar de “vanguardia”, desencadenando y embanderándose tras
luchas sectoriales que, junto con los fantasmas políticos que despiertan,
revitalizan irresponsablemente el viejo corporativismo, dormido, pero siempre
latente. Así, dinamita en mano, a la vieja usanza, pretenden conquistar en las
calles el protagonismo político que no logran construir al interior de la
central obrera. La huella cultural del POR suma a esas actitudes un supuesto
fundamento ideológico “de clase” que, aunque se lo callen, es compartido por más
de uno de la vieja escuela militante.
Pero, ¿quiénes constituyen “la clase” en la actualidad?,
¿qué significa ser “clasista” hoy? Y consiguientemente: ¿Quiénes constituyen el
sujeto social y político de los cambios revolucionarios?
He reflexionado y escrito varios textos sobre este tema,
pero subrayaré sintéticamente lo siguiente:
a) La izquierda latinoamericana ‑a excepción de pocos
representantes‑, trasplantó a estas tierras el paradigma europeo de estructuración
de clases de la sociedad: oligarquía-burguesía, clase obrera, campesinado,
trabajadores asalariados (no explotados) de la ciudad y el campo, algunos
sectores medios, estudiantado. Los pueblos indígenas originarios no entraban en
ese esquema de clases, por tanto quedaron fuera de toda reflexión y agenda
política. Siguiendo ese paradigma se estableció también que la “clase obrera”
(industrial) era “el sujeto” de la revolución, expresado en “su” partido de
vanguardia “marxista-leninista” (en alguna de sus múltiples variaciones),
considerado el “sujeto político”. El “resto” del campo popular constituía el
abanico de “los aliados”, ordenados ideológicamente en degradación y
subordinación vertical de arriba para abajo, según fuera su ubicación en el
esquema de clases previamente definido. Tan aberrante fue la ceguera de esta
propuesta que los pueblos indígenas originarios ni siquiera formaban parte de
esa clasificación de los “aliados”; sencillamente, fueron negados. Expulsados
de la organización socioeconómica del capitalismo “moderno” implantado en estas
tierras, no fueron reconocidos tampoco por las lecturas críticas de ese
capitalismo. La herencia colonial marcaba su presencia cultural fuertemente. Y
esto viene a mostrar, una vez más, lo que se sabe pero se elude: no es en los
discursos donde se identifica a los revolucionarios sino en sus actos, en su
experiencia de vida, en sus propuestas y sostenidos empeños cotidianos.
Pasaron siglos para que los pueblos indígenas lograran ser
reconocidos como seres humanos con plenos derechos, y esto se logró por sus
resistencias y luchas, no es una dádiva de alguien. En tanto han sido los
primeros masacrados, discriminados y excluidos por el capital para la conquista y colonización de estos territorios, ellos
son parte naturalmente constitutiva del polo social del trabajo. En virtud de ello son parte del sujeto social y
político que, en inicial oposición defensiva al capital, defiende la vida y,
aferrada a ella, busca, crea y construye un nuevo
modelo civilizatorio, superador de la civilización creada y construida por
el capital con su lógica mercantil basada en la especulación, la estafa y la
muerte. Esto significa que:
b) Ya no basta con aspirar a suprimir la explotación del ser
humano por el capital para alcanzar la liberación.
El problema ha resolver ha sido y es de “de clase”, pero entendiendo que las
contradicciones entre el capital y el trabajo se resumen y expresan hoy en la contradicción vida-muerte. El capital siembra muerte, literalmente multiplicando guerras
por el planeta, y también mediante su sistema productivo-reproductivo que
destruye la naturaleza y los seres humanos: mata bosques para tener maderas,
mata el agua para sacar oro, mata selvas y cultivos autóctonos para plantar
palma africana y tener combustibles “baratos”, mata comunidades expulsándolas
de sus tierras para quedarse con ellas y construir hoteles, mata cuando observa
la proliferación de enfermedades que podría evitar o curar si no lucrara con
los medicamentos, mata por hambre a millones de seres humanos cuando podría
resolver el problema en corto plazo en vez de invertir en las guerras… Frente a
él, se erige el polo del trabajo, integrado por todos los que se ven obligados
a venderse como fuerza de trabajo (objetos) al capital para poder vivir o
sobrevivir (aquellos que crecientemente son expulsados del circuito
productivo-reproductivo del capital), son los trabajadores empleados o
desempleados del campo y la ciudad, los trabajadores y las trabajadoras
informales, los migrantes, los excluidos y sometidos, los pueblos indígenas
originarios, los desplazados, los profesionales, los empleados públicos, los
trabajadores de la salud, la educación, la cultura, la comunicación, los
científicos y las científicas, etcétera. En ellos se concentra el polo de
defensa de la vida.
El conflicto vida-muerte
sintetiza la contradicción central de nuestro tiempo y condensa, expresa e
imprime un nuevo sentido a las
contradicciones de clases y sus luchas, y a los horizontes de su superación. Ya
no basta con “correr” a los capitalistas de las empresas, no basta con
apoderarse del aparato estatal y socializar los “medios de producción”: si no
se transforman de raíz los modos de producción destructiva (de la naturaleza y
la humanidad) que constituyen la génesis de producción y reproducción de la
civilización construida por el capital hasta el presente, no se podrá superar
su dominio, ni poner fin a la destrucción del planeta, en primer lugar, de los
seres humanos.
Ya no basta con poner fin a la explotación del “hombre por
el hombre” para resolver los graves problemas de sobrevivencia de la humanidad:
una nueva racionalidad anclada en un modo de producción y reproducción que
tenga en cuenta la preservación de la vida en el planeta, en la naturaleza y la
sociedad es indispensable simultáneamente con la conquista y apertura de otras
dimensiones de la liberación.
Esto indica –junto a otras razones‑ que los sectores y actores
sociales interesados en la superación del sistema enajenante, dominado por la
lógica y los intereses del mercado del capital son muchos más que la cada-vez-más
reducida clase obrera con empleo formal: comprende a todas las fuerzas del
mundo del trabajo, actualmente en situación de fragmentación. Son ellas las que
–articulándose-, darán lugar al surgimiento de un nuevo sujeto histórico revolucionario
colectivo y plural.
Esto significa que el “punto de vista de clase” (trabajadores
y trabajadoras) pasa hoy por hacerse cargo de este desafío civilizatorio a
favor de la vida, por buscar y crear –colectivamente‑ las alternativas
productivas-reproductivas que preserven la vida y que –convergiendo con otras
dimensiones del quehacer social-cultural‑, contribuyan a superar la dominación
del capital en todas las esferas de la vida. Esto implica también, construir
los canales articuladores entre la diversidad de actores que constituyen el polo del trabajo en aras de constituir el
sujeto colectivo del cambio.
c) Esto es: tomar conciencia de que, tanto por la
conformación histórica de nuestra América como por las transformaciones socioeconómicas
producidas por el neoliberalismo, ningún sector o actor social puede,
aisladamente, representar a la totalidad de sectores y actores que conforman lo
que se denomina pueblo, ningún actor
social puede, aisladamente, erigirse en “sujeto político”. Por tanto, el
síndrome de identidad “clase obrera-sujeto histórico” y “vanguardia
revolucionaria” que a destiempo algunos sectores de la COB sostienen que le
corresponde, carece hoy de la proyección y fuerza histórica social, política y
cultural que intentan representar. Por consiguiente, la crítica que en base a
ese prejuicio dogmático clasista pretenden sustentar en relación con el
quehacer del gobierno encabezado por Evo Morales y el MAS, carece de fundamento.
Lo que evidencian, efectivamente, es que están política y
culturalmente atrapados por las anteojeras del pasado y que, por ello, no
logran ubicarse como parte del conjunto de actores sociopolíticos que pugnan
por llevar adelante ese proceso de cambios, creando día a día, desde abajo y paso
a paso, cada uno desde su lugar y conjugadamente, las propuestas alternativas
para el nuevo mundo que los pueblos que conforman Bolivia han abierto con sus resistencias,
luchas y propuestas, haciendo posible el acceso del MAS al gobierno del país,
como un paso clave hacia la creación del nuevo mundo.
La conformación del sujeto
político colectivo ha sido para ello central, pero no se produjo
espontáneamente. Basada en la articulación de los fragmentos de una sociedad sectorializada, la constitución
del sujeto colectivo supuso converger en una/s meta/s común/es, es decir
compartida por todos, como base para la articulación social, política y
cultural. Ponerlas de manifiesto, identificar los nodos articuladores entre
todos y cada uno de los fragmentos en aras de recrear la totalidad en cada
momento, ha sido y es la clave política por excelencia.
En la articulación radica
lo político y a construirla se orienta ‑o debería orientarse‑ la acción
política. Carece de significación, en este sentido, si esta labor es impulsada
por movimientos sociales o partidos de izquierda o por ambos (ideal); lo que
define el carácter político no es quién lo hace, sino qué es lo que se hace (articulación)
y cómo (coherencia medio-fin).
Construir la
articulación, no consiste solo en descubrir lo común social de cada
problemática sectorial y promover la articulación de los fragmentos en base a
ello, implica también la construcción de subjetividades
comunes, es decir, lograr una subjetividad
colectiva a favor ‑comprometida-, con la realización de los cambios
acordados. Y esto es parte del proceso de luchas sociales y políticas, es parte
del aprendizaje y la construcción común de alternativas de salida y superación
de los conflictos irresolubles en el seno del capitalismo. Y como tal, responde
a los momentos de las luchas y a las maduraciones que sobre ello realicen los
protagonistas. Por eso no puede suponerse que erigirse en sujeto político
colectivo, es algo así como subir un peldaño en la escala social, al que cuesta
“llegar”, y que por ello se permanece de una vez para siempre.
La condición de sujeto no es abstracta ni eterna, está
raizalmente articulada a la acción de los actores en el entramado de
contradicciones del conflicto sociopolítico, a su capacidad de convergencia e
inter-articulación para modificar la correlación de fuerzas y definir el
conflicto en sentido favorable a sus intereses, necesidades y aspiraciones en
un momento histórico concreto. Por ello la conformación del sujeto político
está en juego permanentemente y es parte de un permanente proceso
interconstituyente de poder,
proyecto y sujetos.
Esto indica que no existe un ser ni un deber ser
definidos a priori, que no hay
sujetos, ni caminos, ni tareas, ni rumbos o resultados preestablecidos, ni
situaciones irreversibles. Que el protagonismo social y político de ayer no es
automáticamente trasladable a las nuevas realidades; todo está en constante
disputa y debate.
Cuando cambian las situaciones sociales, cambian sus interrelaciones,
se producen reacomodamientos y nuevas interdefiniciones que modifican también las
percepciones de la realidad, la identificación de necesidades y las
subjetividades que florecen alrededor de ellas. Por ello, estar atentos a estos
cambios, buscar y recrear en cada momento las bases de la articulación de los
diversos actores y sectores sociales es labor política permanente. Es esto lo
es lo que define –y reclama- la presencia y las tareas de la conducción política. Conducción que
solo puede ser tal si es parte de la articulación. Ni diluida en la
articulación colectiva, ni ubicándose fuera de ella. Pero no puede
predefinirse; cada colectivo de sujetos habrá de conformar su ámbito de
conducción política y habrá de definir las formas, los espacios, las dinámicas,
los contenidos y los alcances de la misma.
La conducción
política es colegiada y colectiva
No existen estructuras prefijadas como la forma-partido que
conocemos hasta el presente que vayan a resolver eso per se. Son los propios
actores-sujetos, a partir de sus experiencias e identidades quienes tienen que
descubrir en cada tiempo las claves políticas de la articulación, saber cambiar
lo que ellas demandan en aras de revitalizar paso a paso la constitución del
sujeto colectivo de los cambios. Es esto lo que define a estos procesos como de
autoconstitución del sujeto político colectivo: requiere y se asienta en la
labor consciente de todos y cada uno de los actores sujetos, no puede llegar desde
afuera de las prácticas colectivas.
Además de los mencionados aspectos que hacen a la necesidad
de una conducción política en este tiempo para construir las articulaciones que
posibilitarán trascender la fragmentación sectorial (organizativa, reivindicativa
y de conciencia), la conducción política resulta necesaria también para promover las convergencias entre
movimientos sociales y partidos políticos de izquierda en aras de avanzar hacia
‑lo que ya se va configurando como- una nueva izquierda, orientada a la
conformación de una amplia fuerza social y política de liberación, que articule
las dimensiones parlamentaria-gubernamental-estatal con la dimensión
extraparlamentaria del quehacer del sujeto político colectivo.
Construir una amplia
fuerza socio-política de liberación
En tiempos centrados en la disputa electoral resulta
fundamental que la participación política electoral se construya, desarrolle y
proyecte articulada con el desarrollo de una
fuerza social extraparlamentaria plural e intercultural, capaz de construir
e impulsar el proceso de cambio social hacia transformaciones cada vez mayores,
radicalizando el proceso en aras de ir más allá del capitalismo, hacia lo que
en un futuro podrá llegar a ser un socialismo nuevo, creado y construido –desde
abajo y día a día- colectivamente.
En este sentido, el nudo político neurálgico radica en la
construcción de un amplio movimiento
cultural, social y político revolucionario, articulador de las fuerzas parlamentarias y
extraparlamentarias de los trabajadores y el pueblo, en oposición y disputa
con las fuerzas de dominación parlamentaria y extraparlamentaria del capital
(local-global), y todo ello demanda una profunda transformación ideológica,
política y cultural. Como explica István
Mészáros:
Sin un desafío
extraparlamentario orientado y sostenido estratégicamente, los partidos que se
alternan en el gobierno pueden continuar funcionando como convenientes coartadas
recíprocas al fracaso estructural del sistema para con el trabajo, confinando
así efectivamente el papel del movimiento laboral a su posición de plato de segunda mesa, inconveniente pero marginable
en el sistema parlamentario del capital. Por consiguiente, en relación con el
terreno reproductivo material y con el político, la constitución de un movimiento
de masas extraparlamentario socialista
estratégicamente viable –en conjunción con las formas tradicionales de
organización política del trabajo, para el presente irremisiblemente
desencaminadas, que necesitan perentoriamente de la presión
y el apoyo radicalizadores de las fuerzas extraparlamentarias-
es una precondición vital para contrarrestar el inmenso poder
extraparlamentario del capital. [Mészáros, 2001: 849]
Y esto sintetiza un tiempo que se expresa en la
construcción-recuperación del poder popular desde abajo, poder propio enajenado
por el capital, en proceso de recuperación (empoderamiento) por los actores
sujetos. Este poder popular, como acota García Linera:
No se define con una victoria electoral, no
se define con una ley. No. Es un proceso complicadísimo, de permanente
objetivación de la voluntad de poder, de permanente enajenación de esa voluntad
de poder en una máquina que se desprende de los propios creadores para ponerse
encima de ellos, y los creadores que vuelven a sobreponerse a la máquina, para
retomar el control de la máquina que han creado con sus manos. Y esa batalla no
tiene fin.[2]
Articular gobiernos populares, movimientos sociales y sindicales, y
partidos políticos de izquierda
Esta constituye una dimensión específica del proceso
político actual de transformaciones en Indo-afro-latinoamérica: la articulación‑diferenciación
entre gobiernos populares, movimientos sociales y sindicales, movimientos
indígenas originarios, y partidos políticos de izquierda. Cada uno responde o
representa instancias sociales diferenciadas que ocupan un espacio vital en la
vida social y no pueden suprimirse por decreto, ni desconocerse o minimizarse, ni
tratar de anularse promoviendo engañosas identificaciones insalubres entre movimientos
sociales y gobiernos progresistas o populares, identificaciones que no
contribuyen en nada al diálogo social y político ni a la necesaria tensión,
orientada –conducción política mediante- a la profundización del proceso de
cambio. En el caso de procesos que
cuentan con gobiernos populares democráticos, la necesidad de conducción
política (parlamentaria y extraparlamentaria) es vital para buscar cómo
conjugar en cada coyuntura las tareas y urgencias de los gobiernos, con las propuestas
y expectativas de los movimientos sociales e indígenas, articuladas con las de
los partidos de izquierda, y todo ello en convergencia con el horizonte
estratégico. Lograr esto no es ni será una resultante espontánea del proceso.
Estas tareas reclaman un tipo de conducción política, pero
ella no se parece en nada a la vieja concepción de partido político “de
vanguardia”. Si los partidos de izquierda –que se supone están más capacitados
para hacerse cargo de esta necesidad‑, se quedan en los viejos moldes y
preconceptos de un supuesto “deber ser” ahistórico, terminarán reducidos a un
sector más, con reclamos corporativos como cualquier otro. Y si la labor de
conducción política articuladora no se emprende, la situación política y la
articulación colectiva se estancará y, en política, lo que se estanca
retrocede.
En el ejemplo de la COB de Bolivia, aquí mencionado, se
observa una insuficiente actividad de conducción política de los movimientos
sociopolíticos del MAS, particularmente en las labores de rearticulación de las
identidades y visiones sectoriales en convergencia con un horizonte común, propio
del tiempo actual (ofensiva), construyendo simultáneamente la subjetividad común
que lo apuntale. Esto abre espacios a la retracción
política de algunos sectores respecto de lo colectivo (antes común), y lo
defensivo sectorial corporativo emerge nuevamente como móvil y motor del
conflicto social-sectorial, secundarizado por posicionamientos políticos de
poca monta.
Aunque algunos conflictos resulten manipulados,
manipulables, trasnochados o desenfocados por su sectorialidad corporativa y
mezquina, no todo conflicto sectorial puede ser reducido y equiparado con un
virtual embrión contrarrevlucionario o a un acto manipulado por el imperialismo
(y en virtud de ello, estigmatizado), aunque, evidentemente, pueden ser o querer
ser encaminados a ello. Está claro que la ingerencia y presencia del poder del
capital a través de sus personeros convive con nosotros en todos los ámbitos y
también en los modos de pensar-realizar nuestras acciones, por eso la actual disputa
cultural y política es integral y multidimensional, descolonizadora
intercultural en multidireccionalidad, es parte del proceso.
Esto es: no hay que asombrarse por la presencia del imperio,
lo que ellos hacen es parte de su existencia imperial, la pregunta es: ¿Qué
hacemos nosotros para no ser arrastrados por sus redes? No basta denunciar: “Tales
y tales son manipulados por …” Eso huele a queja, a respuesta defensiva, no a
capacidad política para lidiar con esa realidad de modo tal de doblarle el
brazo a los poderosos en cada paso, construyendo hegemonía propia y
transformando favorablemente la correlación de fuerzas (conciencia,
subjetividad, organización, poder propio) en pos del proyecto estratégico
civilizatorio. Y esto es parte también de lo que significa hacer política:
saber moverse en el conflicto –también en los propios-, y gobernarlo en pos de
los intereses y objetivos populares comunes.
La amenaza del corporativismo
En la presentación de mi libro Revoluciones desde abajo, realizada en la sede del MUSEF, en La
Paz, a fines del 2011, compartí con los presentes mi preocupación por el
resurgimiento del corporativismo sectorial y sindical que observé en diálogo
con diversos referentes sociales, muchos de ellos integrantes de la COB. Fue un
poco fuerte sentirlo y decirlo ‑y también escucharlo para algunos‑, pero era la
cuestión política central del momento, lo que marcaba el accionar de los
actores sociopolíticos sectoriales, evidenciando –a su vez-, la necesidad
política de re-articulación del sujeto colectivo, acorde con la realidad y las
tareas sociopolíticas de este nuevo tiempo. Era un mensaje directo a todos los
actores sociopolíticos, pero particularmente al MAS, en tanto “instrumento
político para la soberanía de los pueblos”, condición que también debe ser revalidada
a cada paso.
La presencia creciente del sectorialismo corporativista
evidenciaba que la universalidad, es decir, la conciencia común colectivizada y
articulada en las luchas sectoriales e intersectoriales del período previo al
2006, habiendo concretado los ejes centrales de su articulación, reclamaba
ahora descubrir-construir nuevos ejes articuladores. El peligro –en caso de no
hacerlo- consiste en volver a centrar la mirada sectorial en lo
corporativo-defensivo, que resumo en esta demanda: “Ya llegamos al gobierno,
ahora déme lo mío”. Esta aspiración de mejora individual puede ser legítima,
pero aislada del debate, de la visión y las propuestas del conjunto de mejoras
sociales, pierde el horizonte revolucionario transformador civilizatorio.
Por ello, en la lectura crítica de la situación actual de
los procesos gubernamental-revolucionarios, resurge con fuerza la importancia
de dar seguimiento –y atención‑ a los temas relativos a la constitución del
sujeto simultáneamente con la construcción-apropiación del poder revolucionario
y la maduración del proyecto alternativo. Sin dejar de lado las reflexiones de
las nuevas relaciones gobierno-estado-sociedad, es importante identificar
dentro del conjunto, cuáles son en cada momento los ejes claves que tipifican y
afirman el proceso de transición hacia el nuevo modelo civilizatorio, y cuáles
los factores sociales, políticos, económicos y culturales que la caracterizan.
Transición
Todo esto pone de manifiesto la actualidad política que
reviste para los procesos indo-afro-latinomericanos, pensar la transición en los
códigos que ella está teniendo lugar en este continente, con las tareas, los desafíos
y las características que ella tiene hoy. No solo ha cambiado la concepción
respecto de la transformación de las sociedades regidas por el capital en aras
de su superación, es decir, lo relativo a la anterior concepción de “toma del
poder” y los sujetos del cambio, sino también los horizontes y las tareas de la
misma, los caminos y las modalidades de esa transformación y construcción de lo
nuevo. En tal sentido es que resultan empobrecedoras las afirmaciones estáticas y tajantes respecto de gobiernos, como el
de Bolivia, que pretenden que pueden cristalizar el horizonte político del
proceso boliviano en lo que definen como “capitalismo andino” (G. Almeida) a
partir de determinadas medidas del gobierno o discursos de sus gobernantes.
Gobiernos populares, poder popular, proceso revolucionario,
partido gobernante, movimientos sociales, movimientos indígenas y sujeto
político del cambio no pueden ser equiparados, pero sí reclaman ser articulados
históricamente en cada momento, en sus tareas, sus alcances y potencialidades, con
sus contradicciones y tensiones que tal vez puedan identificarse sin que ello
se traduzca inmediatamente en las soluciones revolucionarias anheladas. De ahí
el carácter y contenidos también contradictorio, tensionante y cambiante del
largo proceso de transición revolucionaria en construcción de la nueva
civilización rehumanizada, en reencuentro de la humanidad con ella misma y con
la naturaleza.
Hay mucho para reflexionar y hacer al respecto; ello es
parte del caminar y las tareas en curso. El debate político ideológico y
cultural es parte del proceso y por ello, más allá de las intenciones personales
de Solaris (COB), más allá de la pretensión de constituir un PT pretendiendo
que así “la clase” tendrá “su partido” de vanguardia para “dirigir” el proceso,
lo central está siempre en las conductas de los sujetos concretos: son ellos los
que habrán de construir la salida a las tensiones y contradicciones del
presente. Estas reflexiones no buscan establecer quien o quienes tienen “la
razón”, sino estimular el pensamiento crítico y las búsquedas colectivas de
caminos alternativos hacia el ansiado y posible mundo mejor, donde tengan
cabida todos los mundos. Está claro que se puede; es tiempo de apuestas
colectivas, de crear y construir nuevos caminos y transitarlos colectivamente.
Bibliografía citada
- Mészáros, István (2001) Más allá del capital. Ed. Vadell, Caracas.
- Rauber, Isabel (2012) Revoluciones desde abajo, Ediciones Continente-Peña Lillo, Buenos Aires.
[1] Quiero alertar que al
nombrar a “la COB” haré referencia específicamente a una parte de sus
integrantes, en este caso: a quienes dentro del sector minero han levantado y
promovido este conflicto y los conflictos salariales del año anterior.
No hay comentarios:
Publicar un comentario