Subjetividades e imaginarios interculturales para un nuevo mundo*
El debate cultural por una nueva civilización
Poner fin al dominio de la lógica del capital
El poder del
capital hace aguas, y sus personeros lo saben. Por ello, más agresivas se
tornan sus políticas defensivas. Si la puerta se entreabre, saben, terminará
abierta… Y se defienden; de ahí su peligrosidad y ferocidad. Estos son tiempos
de colapso civilizatorio y como tal hay que entenderlos y reflexionarlos.
La vida no claudica.
Y aunque inestables, continuamente florecen alternativas que afirman la
posibilidad de salir de la locura de dolor y muertes impulsada por los
personeros del capital. La construcción de un nuevo mundo, de una nueva
civilización late en los procesos de luchas populares, particularmente cuando
estos se anudan y orientan hacia la construcción de un nuevo poder, propio,
revolucionario, anclado en la creación y desarrollo de nuevos modos de interrelaciones
sociales, colectivas, grupales, comunitarias. En ellas van construyendo y
desarrollado una hegemonía propia, anclada en la participación de todos y
todas, de modo que el actor popular colectivo (auto)constituido, despliegue y
proyecte su conciencia política y su independencia de pensamiento en acciones
políticas, económicas y culturales encaminadas a conquistar su liberación y la
de la sociedad toda, alimentando ‑sobre esa base‑ la naciente civilización
simultáneamente con la profundización del poder popular.
La historia
demuestra que si se (conquista y) ejerce el poder con la misma racionalidad
económica, con la misma concepción y sostén de la cultura social
interrelacional del capital, a la corta o a la larga se reproducen sus modos de
funcionamiento, su lógica verticalista, autoritaria, explotadora,
discriminadora, excluyente y alienante. Sería –como lo fue en el siglo XX‑, el
final de la utopía revolucionaria. Es vital, por tanto, que el proceso de construcción de poder propio esté interarticulado
con la creación y construcción de una
nueva cultura popular (económica, social, política, ética y cultural), aportando
a una hegemonía de liberación.
Esto es: El poder
popular que se construye en aras de la superación del capitalismo no es un
“contrapoder” ni un “antipoder”; es otro tipo de poder, sobre bases diferentes
a las del capital. Su creación y construcción se origina en la raíz,
tradicionalmente denominada “estructura”, y desde allí va abriendo y transitando
caminos de gestación y afianzamiento de nuevos valores y relaciones sociales.
Se trata de un proceso
integral de creación-construcción de la sociedad superadora de la alienación
del capital y su consumismo: en lo social, económico, político, cultural,
ético, jurídico, etc. Todo se va transformando inter-articuladamente marcado
por la actividad consciente de los sujetos protagonistas, quienes –en su
caminar y construir‑ van (auto)constituyéndose en actor colectivo protagonista
del cambio. Es un proceso autogestado por los sujetos y, en ese sentido, es- a
la vez‑ formador de nuevos hombres y nuevas mujeres, creadores y constructores
protagónicos de la utopía anhelada. De ahí el lugar central y permanente que
–en este proceso‑ ocupa la batalla cultural por la construcción de una hegemonía de liberación.
La hegemonía
dominante no es estática ni inmodificable, por el contrario, existe como
proceso vivo articulador de hegemonía y dominación, proceso que es
continuamente renovado, modificado y relegitimado. Del mismo modo lo son
también las resistencias que suscita. De ahí que la hegemonía política y
cultural no sea nunca absolutamente dominante. El propio concepto de hegemonía
lo indica: se trata de una supremacía sobre otro u otros que existen como
subordinados, dominados y /o rebeldes. Estas fuerzas subordinadas‑rebeldes
constituyen el bastión social, político y cultural para la construcción de una
hegemonía alternativa.
El desarrollo de
una estrategia de poder popular llama a potenciar los embriones de hegemonía
propia, desarrollándolos articuladamente en un proceso colectivo de
construcción de hegemonía alternativa que le permita al campo popular
convertirse en un bloque o fuerza popular hegemónica.
En estos procesos la
batalla cultural es imprescindible porque en “lo cultural” se anudan lo público
y lo privado, lo trascendente y lo cotidiano, en prácticas repetitivas que van
acuñando en nuestros espíritus lo que materialmente delimita nuestras
conductas. Es el terreno privilegiado por el poder para afianzar
ideológicamente, por diversos medios, sus conquistas o proyectos originados en
lo económico y político. En tal sentido, resulta central discutir palmo a palmo
la lógica del capital, desnudar su irracionalidad y las falsedades de su
supuesta eficacia, su sentido utilitario y consumista, la semilla
individualista que su funcionamiento competitivo devastador instala y reinstala
segundo a segundo dentro de nuestras subjetividades.
Se trata de una
discusión integral y concreta, y hay que abordarla también de modo integral y
concreto: discutiendo las lógicas de funcionamiento del capital tal cual ellas
existen y se manifiestan en cada momento, en cada lugar, y haciéndolo de un
modo integral, articulando la crítica económica, política, social, ética,
jurídica, etcétera. Se trata, en síntesis, de un debate de poder, para salirse
del círculo de muerte de la hegemonía de dominación del capital.
Hegemonía y poder popular
El modo de articulación política sociocultural que impone,
reafirma y recrea el poder (económico, político, cultural) dominante fue definido
por Gramsci como hegemonía, concepto
medular para pensar los actuales procesos sociopolíticos populares que disputan
el poder a las fuerzas dominantes del capital buscando construir un nuevo orden
social. En estos procesos los pueblos construyen poder propio (hegemonía
popular) desde abajo.
Analizar las relaciones de poder a partir de la hegemonía,
parte de entender que el poder condensa las relaciones sociales de fuerzas
(políticas, económicas, culturales, ideológicas), articulándolas –de modo
subordinado y jerárquico‑ para regirlas en función de los intereses de una
clase o sector de clase, que se constituye en bloque dominante‑hegemónico. De
ahí que Gramsci articule dominación y hegemonía.
La dominación,
según explica, se expresa en formas manifiestamente políticas implementadas
específicamente desde el aparato estatal. Dichas formas no excluyen la coerción
y represión, particularmente en tiempos de crisis que ponen en peligro la
capacidad de ejercicio de la dominación. La hegemonía,
alude a un modo de ejercer la dominación desde un “complejo entrecruzamiento de
fuerzas políticas, sociales y culturales”. Es precisamente por ello que
interactúa directamente con lo cultural, articulando particularmente los
procesos de la vida cotidiana con las distribuciones (accesos y exclusiones)
específicas del poder. Y busca vías para justificar-explicar estas
distribuciones acorde con los fundamentos del poder dominante, de modo tal que
el pueblo las naturalice, interiorice (subjetivice) y transforme en “sentido común”.
Gramsci explicita que ni la dominación hegemónica ni la
hegemonía dominante pueden lograrse exclusivamente a través de la coerción. La
producción y la reproducción de las relaciones sociales ‑y políticas‑
constituyen una intrincada madeja de múltiples (y complejas) formas, donde las
ideologías desempeñan un papel decisivo, que se expresa concentradamente en un
determinado tipo de poder político y su aparato estatal. El Estado sería, en
esta relación, según palabras de Gramsci, la personificación de la “hegemonía
acorazada de coerción”, un componente del poder político que efectiviza en su
accionar la relación de poder subordinante de la clase del capital sobre la del
trabajo y –a partir de allí‑, sobre el conjunto de la sociedad. Pero este
accionar no se limita a lo coercitivo-represivo, abarca también lo
educativo-normativo, y en esta labor lo ideológico‑político ocupa un lugar
medular. Es decir que, según Gramsci, el
Estado es también un constructor de subjetividad. Un ángulo casi ignorado
por sus seguidores y por quienes, muchas veces, en su nombre, definen políticas
públicas en procesos populares revolucionarios.
Esta dimensión del accionar del Estado abre puertas a una
ampliación de la concepción respecto de su papel político-cultural en la
sociedad y, por tanto, en los procesos de su transformación: no se trata solamente
de un aparato superestructural represivo del que habría que apropiarse para
luego destruirlo. En las realidades políticas en las que tienen lugar hoy los
procesos revolucionarios de transformación social en Latinoamérica, el Estado –en manos de representantes del
poder popular emergente‑, puede convertirse en un instrumento clave para impulsar –conjuntamente con el gobierno y el
pueblo‑ cambios radicales, en primer término, erigiéndose en sustrato institucional de la nueva
sociedad que los pueblos buscan construir (y construyen). Para ello resulta
vital la articulación de sus espacios de poder (y del poder de estos espacios)
con el poder que los sectores populares organizados han venido construyendo y
construyen dia a dia desde abajo, en simultáneo y complejo proceso de
conformación del actor colectivo. El “abajo” y el “arriba” articulados,
desdibujan entonces las fronteras históricas del poder instituido, recuperando
los sectores populares protagonismo, ciudadanía y capacidad de ejercer su
soberanía, y el poder instituido abre sus puertas para refundarse a sí mismo,
en interacción dinámica-dialéctica con el pueblo (organizado), para ser a su
vez parte del poder instituido-destituyente de lo viejo y participante de la
creación de lo nuevo instituyente. Es tal caso, se trata sin duda de un Estado en revolución, subordinado al poder popular autónomo (no subordinado)
con el que interactúa, ínterdefiniéndose ambos permanentemente.
No digo que esto ocurra así en la disputa política cultural
actual, al contrario, las experiencias indican que es un ángulo clave pero
descuidado o ignorado en las luchar por la construcción de un nuevo poder
popular en Latinoamérica. Precisamente por ello lo subrayo: se trata de un
componente importante del planteo gramsciano acerca del Estado, la hegemonía y
el poder, sepultado por las miradas superestructuralistas acerca del quehacer
político, el poder y el poder popular de quienes han pretendido “interpretarlo”.
¿Cómo plantearse si no, la transición hacia un nuevo poder
popular en condiciones de convivencia y pulseada democrática con el viejo poder
y sus instituciones?, ¿choque de aparatos o lucha político-ideológica desde la
raíz anclada en la participación creciente de los pueblos en todas los ámbitos
de su vida, creando las nuevas herramientas que hagan posible empoderarse y gobernarse
a sí mismos?
No se puede desplazar algo si no se está presente en el
mismo ámbito; precisamente por ello, para evitar cualquier cambio, entre otras
razones, la democracia que responde y corresponde al Estado del poder del capital es jerárquica, verticalista,
excluyente y represiva y ha creado ‑a su imagen y semejanza‑, las instituciones
que la sostienen y reproducen. Uno de los grandes desafíos de la transición
hacia el nuevo mundo es cambiar esta relación.
Estado revolucionario, participación popular y empoderamiento
Se trata de reconstruir al Estado como actor sociopolítico
central en interacción participativa con los sectores sociales populares y sus
actores sociopolíticos. Sin esta interarticulación con los sujetos
protagonistas del proceso en la definición, gestión y funcionamiento de lo público, la reubicación del Estado como
centro del quehacer socioeconómico del proceso de cambios poco aporta a los
cambios raizales que requiere el proceso revolucionario, al contrario, puede
erigirse en un obstáculo al vital protagonismo de los actores sujetos y, con
ello, a la profundización revolucionaria raizal de la democracia construida y
en construcción por los actores sujetos de lo que ‑se supone‑ es su historia.
Los pueblos no están solo para aceptar, apoyar, convalidar o
materializar (ejecutar) ideas y decisiones, sino ante todo para
protagonizarlas. Esto quiere decir: participar del proceso de elaboración y
toma de decisiones y de la realización posterior de las mismas, compartiendo
responsabilidades. Los protagonistas no pueden –ni quieren‑ enterarse de su
historia por los diarios. No es con resoluciones y decretos como se impulsa la
revolución democrática y cultural, la clave está en la participación. Se trata
de un proceso marcado por la construcción colectiva y requiere llevar los
ritmos que esa construcción –y toma de conciencia‑ colectiva demanden. Cuando
se pretende acelerarlo pasando por encima de la participación popular, lo que
se evidenciaba como un éxito o acierto posible en el mediano plazo, puede por
el contrario resultar un fracaso.
Apostando a la consulta y participación de los de abajo, ciertamente el camino
puede ser más largo y los ritmos más lentos, pero a la larga será más efectivo,
profundo y radical. Esta sabiduría se forjó en la experiencia de lucha de los
pueblos. En sus prácticas, ellos han delineado y construido las nuevas lógicas
de la transformación social desde abajo,
es decir, de las revoluciones democrático-culturales caracterizadas por apelar
interarticuladamente al desarrollo de la conciencia, la organización y la
participación de los de abajo de modo permanente. Y esto es ‑ante todo‑ una
resultante de la participación plena de
los de abajo en todo el proceso de cambios: desde el diagnóstico y las
definiciones hasta la implementación y el control de las decisiones. Estas no
son ya tarea de un grupo de dirigentes sino responsabilidad compartida de todos
y todas.
Las revoluciones desde
abajo, es decir, las que se gestan por los pueblos desde la raíz de los
problemas, apuestan al cambio que nace de las conciencias de los pueblos y se
construye en su accionar protagónico; nada tienen que ver con métodos que pretenden
impulsar el proceso con decretos o resoluciones generadas desde arriba por muy
bien intencionadas y certeras que estas pudieran resultar.
Como se evidencia en los procesos venezolano, boliviano, y
se vislumbra en el ecuatoriano, el acceso al Ejecutivo abre puertas para
dirigir ventajosamente algunos resortes claves del Estado. Es posible impulsar
transformaciones sociales, económicas y culturales radicales desde la
superestructura política cuando estas son gestadas y construidas desde abajo, a partir de la protagónica
participación de los movimientos sociales, sus organizaciones socio-políticas y
el pueblo todo en la toma de decisiones. Lo contrario conduce al sostén del
viejo andamiaje del poder por sobre la sociedad, y sobre esa base, al estancamiento,
a derrotas y retrocesos.
En el terreno político está claro que saber es poder. En tanto el saber procedente de técnicos y expertos
es restringido, reducido a élites y minorías, su poder también es escaso y
reducido, acotado a cargos y funciones, a lo que se denomina comúnmente
“trabajo profesional”. Por ello, sin negar el valor del trabajo de expertos y
asesores, los resultados y las propuestas que emanen de sus estudios necesitan
siempre ser reevaluadas con el pueblo organizado. La clave es construir diagnósticos y propuestas a
partir de la participación de los movimientos indígenas, sindicales y sociales,
con el campo popular todo. Solo un proceso participativo articulado entre lo
instituido y lo instituyente, abre las puertas a procesos políticos revolucionario
inter-protagonizados por gobierno y pueblo. En procesos
político-revolucionarios como los que se viven hoy en Latinoamérica, la administración
pública –que es la administración de lo público‑ no puede quedar entrampada en las
oficinas de los funcionarios; la definición de políticas públicas, su gestión y
administración es –ente todo‑, tema y tarea de la militancia socio-política de
los pueblos en las calles de las ciudades, en los campos, en las minas… Y
convocarla, promoverla y organizarla es –o debería ser- una tarea prioritaria
de los funcionarios públicos del “nuevo” Estado.
No se desconoce que quienes tienen la responsabilidad de
gobernar tienen la prerrogativa de proponer cambios y la obligación de que sus
propuestas tengan fundamentos sólidos. Pero lo que da sentido y proyección
revolucionaria a tales acciones es la participación popular.
Para que el saber expresado
arriba sea a la vez poder abajo,
tiene que construirse con la participación protagónica de los de abajo como saber/poder
de pueblo. Y esta es una tarea política por excelencia de quienes tienen
responsabilidades de gobierno en procesos revolucionarios. No puede quedar al
arbitrio de funcionarios públicos, generalmente centrados en la defensa de los
procedimientos burocráticos y no en los resultados de los mismos. Menos aun
pueden ellos ser los responsables de abrir las compuertas a la participación
popular de un estamento tan cerrado como el aparato estatal.
Es el pueblo organizado, interarticulado en su diversidad de
identidades, nacionalidades y culturas,
quien tiene el poder de cambiar la historia y construirla a su imagen y
semejanza. Y la labor política del actor político colectivo radica –en este
sentido‑, en generar las condiciones políticas, culturales y jurídicas para que
ello ocurra.
La combinación pueblo
organizado‑nuevo Estado popular como estructura sociopolítica de la
herramienta ejecutiva de un gobierno
popular alternativo, conforma –reforma constitucional mediante‑ una tríada
social, político‑institucional y jurídica anclada en el protagonismo y la
participación de los de abajo, que es ‑a la vez‑ cimiento y fuerza vital para
realizar/potenciar cambios sociales trascendentes en los ámbitos local,
nacional, y regional latinoamericano.
Esto es parte del debate político y cultural que tiene lugar
en los actuales procesos populares de Latinoamérica: la pulseada con el poder
dominante está en marcha. El capital colonial busca que “las aguas vuelvan a su
nivel” imponiendo agendas y normas de funcionamiento propias del viejo y
languidecente sistema, traduciendo permanentemente en sentido común sus obsoletos criterios, a través de los medios de
comunicación masiva y sus centros de producción intelectual. Frente a ello, los
sujetos políticos de lo nuevo, no pocas veces fragmentados en sujeto social,
político… van descubriendo las reglas
del juego y se enfrentan el desafío cultural de aprehender lo nuevo que van
creando, llegar a conclusiones y empoderarse de lo que construyen a riesgo de
que sean otros los que hagan las “interpretaciones” del proceso, imprimiéndole
con ellas un sentido ajeno al de sus protagonistas.
Desmontar la hegemonía cultural del capital
El concepto hegemonía
cultural resulta un importante instrumento analítico porque revoluciona la
forma de entender la dominación y la subordinación en las sociedades actuales. Abre
las puertas a la crítica social ya que posibilita ir más allá del diagnóstico.
En esto radica, precisamente, su importancia práctico-transformadora.
Ciertamente, quienes detentan la dominación material ejercen también la
dominación espiritual, pero lo que resulta decisivo no es solamente el sistema
consciente de creencias, significados y valores impuestos, es decir la
ideología dominante, sino el conjunto de procesos sociales vividos y organizados
a partir de esos valores y creencias específicos. Modificar los modos prácticos
en que transcurren los procesos sociales, en los que se forman, reafirman o
modifican los valores, etc., constituye la base de la posibilidad de construir
una hegemonía diferente, la hegemonía popular. Esta solo puede ser tal si se
constituye (y construye) como un nuevo tipo de hegemonía, es decir, con lógicas
y fundamentos diferentes de la que se quiere superar.
Esto significa, por un lado, que la construcción de la hegemonía
popular implica siempre la deconstrucción simultánea (teórico-práctica) de los
modos de existencia de la hegemonía de dominación. Por ejemplo, de las viejas
prácticas y modalidades de construcción jerárquicas y verticalistas presentes
todavía en muchas organizaciones sociales y políticas, en el relacionamiento
entre compañeros, en las miradas y análisis de la realidad, en las actitudes y
conductas cotidianas, buscando siempre que los “gestos” públicos sean
coherentes con las conductas privadas, y viceversa.
Construir la hegemonía
cultural de los sectores populares empeñados en la superación del
capitalismo y la construcción de una nueva civilización, significa ‑a tono con
lo expresado‑, desarrollar prácticas y postulados radicalmente diferentes a los
de la hegemonía que se busca desplazar. No puede limitarse a imponer una nueva
ideología de dominación‑hegemonía.
Construir una nueva civilización humana, liberadora, justa,
solidaria, diversa y ecológicamente sustentable no será una realidad si los
cambios se limitan a ser la contracara del capital, a dar vuelta la tortilla. Por ello la tarea revolucionaria no
consiste en construir una contra-hegemonía,
sino en construir una cultura y conciencia políticas radicalmente diferentes,
superadoras de discriminaciones, jerarquizaciones y exclusiones de cualquier
tipo, y también de todo pensamiento, modos de vida y cosmovisión únicos. A
diferencia de ello, la interculturalidad horizontalmente constituida que van
construyendo los pueblos de Nuestra América se muestra entre las claves del
nuevo mundo: diverso, solidario, descolonizado...
El primer paso está al alcance de la mano: hacer del
funcionamiento y los modos de organización y relacionamiento interno y externo
de los movimientos sociales y políticos, ámbitos pedagógicos de gestión de lo
nuevo en las prácticas cotidianas.
Las formas y los modos de acción política (y social) de
quienes ocupan responsabilidades de dirección y liderazgo político-social,
valen más que mil palabras y constituyen la fuerza pedagógica primera en el
proceso de conformación de la nueva conciencia, la nuevas subjetividades y los
nuevos sujetos, afianzando (o negando) en las prácticas cotidianas la
posibilidad de la utopía anhelada. No hay que olvidar que, como estableciera el
Che con su propia vida, el ejemplo es la
base material-espiritual de toda fuerza de cambio.
Esto es: No se puede dejar para “después” lo referente a
enfoques y actitudes políticas. Lo nuevo –aunque de modo fragmentado e
incipiente‑, se va gestando y construyendo desde el presente, en cada
resistencia y lucha social enfrentada al capital, en cada organización y tarea,
y se va desarrollando y profundizando permanentemente en los procesos de
transformación social.
“Guerra de posiciones”
Las formas de interacción de la cultura y la política
constituyen elementos claves que intervienen en la definición de la correlación
general de fuerzas en una sociedad dada, en uno u otro sentido. Las fuerzas
sociales en pugna están en constante confrontación, modificación o afianzamiento
de capacidades de dominación y, sobre todo, de hegemonía. Se produce por tanto,
una viva y constante interdefinición de las fuerzas y sus capacidades de acción
(supremacía sobre la otra parte), en cuya dinámica desarrollan una
interrelación política compleja. Esto es lo que Gramsci denominó ‑desde una
perspectiva político-cultural‑ “guerra de posiciones”.
Construir poder popular desde abajo, significa,
precisamente, desarrollar esa “guerra de posiciones” en lo ideológico, lo
político, lo ético y lo cultural. Es decir, organizar y desarrollar batallas
político-culturales que –además de deslegitimar al capital‑, vayan afirmando a
través de prácticas diferentes a las instauradas por el capital, que otro mundo
es posible, mostrando en las experiencias y construcciones de los movimientos
sociales que la sociedad buscada existe ya en ellas, esbozada en pequeños
logros. Esto conduce a una interrogante:
¿cómo traducir en las prácticas cotidianas de la construcción sociopolítica,
ese otro mundo posible? Hasta donde sé, la búsqueda de respuestas concretas en
las prácticas cotidianas, resulta estimuladora de la creatividad colectiva y
parte del camino de avances de lo nuevo y hacia lo nuevo.
En ese sentido, los logros palpables y evidentes de las
construcciones que se realizan a diario constituyen la muestra más fehaciente
de que es posible ese otro mundo. En ellos se evidencia que –para existir‑ ese
otro mundo necesita ser creado, diseñado y construido entre todos, desde abajo,
en articulación de procesos crecientes de participación en la definición del
curso de la vida individual y social, es decir, mediante la confluencia de
procesos de empoderamiento individuales y colectivos. Son nuevas formas de
decisión y gobierno de lo propio en el campo popular que constituyen modos de
empoderamiento local-territoriales, bases para el desarrollo político-social de
las conciencias y de las culturas sumergidas y oprimidas, para la creación y
creciente acumulación de un nuevo tipo de poder participativo-consciente –no
enajenado‑ desde abajo, articulado con múltiples y entrelazados modos de vida
solidarios encaminados a la transformación global integral de la sociedad.
En la lucha por la construcción de una hegemonía popular
superadora de la civilización capitalista la batalla cultural ‑anudada al
proceso de construcción de poder popular y hegemonía propios‑, supone la
articulación conjugada de lo político, lo económico, lo ético, lo social y lo
cultural. La lucha política, la lucha por la construcción de un poder
raizalmente diferente, supone transitar un complejo proceso histórico en el
cual ‑del entrecruzamiento de fuerzas sociales, políticas y culturales‑, se
constituye y fortalece la fuerza político-social capaz de crear y erigir
alternativas, disputando en todos los terrenos en los que el bloque dominante
realiza su hegemonía. Dirigir los esfuerzos hacia su construcción y
consolidación, atendiendo a las peculiaridades de cada momento político,
avanzando en la articulación, organización y el empoderamiento colectivo en
cada ámbito en que se manifiesta la lucha, es el desafío ideológico-cultural,
intelectual y práctico más importante de la hora actual. En él destaca la
disputa del sentido común y la
construcción la subjetividad
propulsora del nuevo mundo.
Construir un “sentido común” diferente al del capital
La hegemonía constituye un cuerpo de prácticas y
expectativas en relación con la totalidad de la vida, no se limita al ámbito de
lo ideológico y sus formas de control y dominio. En su múltiple dimensión
cultural, la hegemonía es constitutiva de un "sentido de la
realidad", sentido que busca imponer –culturalmente‑ como “natural” a
través de los modos de producción y reproducción cotidianos de la vida,
transformándolos en parte del llamado sentido
común acerca del “deber ser” de la realidad social de la que se es parte.
Disputar ese “sentido” es, por tanto, parte vital en la imprescindible disputa
político-cultural por el cambio social.
Cada día resulta más importante hacer visible y comprensible
a las mayorías, el contenido irracional, antihumanista y propagador de muerte,
que encierran las fórmulas y recetas supuestamente “brillantes y salvadoras”
del capital.
Rebatir sus argumentos uno por uno, exige nuevos y sólidos
argumentos y fundamentos. Exponerlos con claridad sistemática y masivamente es
parte del camino que contribuirá a ir ganado la batalla hacia el nuevo mundo.
Porque no se trata de una disputa entre buenos
y malos; es ideológica la lucha,
pero no ideologicista.
Hay que poner al descubierto las bases falsas de la eficacia
del capital; hay que demostrar en que consiste esa falsedad o los fundamentos
lógicos del capital seguirán estando anclados en el imaginario colectivo como
(si fueran) verdaderos.
Con las subjetividades cautivas en la trama hegemónica del
capital, seguirá pareciendo “inexplicable” porqué los pueblos siguen sosteniendo
el sistema capitalista, porqué los pobres votan por los partidos tradicionales
que los oprimen, etcétera.
El asunto concreto es que hay que construir también en lo
conceptual ese otro mundo posible, social, económica y políticamente justo,
democrático y equitativo, demostrando también en este terreno que existen y son
viables otros modos de lograr la eficacia económico-social, el desarrollo y el
bienestar conjugados con la sobrevivencia de la humanidad y la naturaleza. Esto
es parte de la batalla político-cultural, no estrictamente teórica. Construir
alternativas viables y realizables, pasa también por hacer de este debate con
el capital una realidad cotidiana y omnipresente en todos los ámbitos (en los
medios de comunicación, en la batalla por la información, en la formación, y en
nuestras labores político-reivindicativas diarias), disputando en todos los espacios
la subjetividad y el sentido común de las personas.
Valores como la solidaridad, la justicia social, el derecho
efectivo al trabajo, la equidad de género, etnias e inclinación sexual, el
respeto a la naturaleza, deberán ir conquistando la cabeza y el corazón de
millones y millones de seres humanos.
Solamente cuando la aplastante mayoría de la población en
cada uno de nuestros países descubra la mentira y el fraude para con sus
propias vidas llevado a cabo por el poder clasista, machista y excluyente
desarrollado hasta ahora y, particularmente, por el poder correspondiente al
capitalismo contemporáneo, cuando descubra la trampa mortal a la que el capital
nos ha conducido mediante engaños desde las primeras etapa de su acumulación
originaria, y vaya vislumbrando a la par otro modo de vida posible, tendrá
deseos de explorar nuevos caminos y fortalecerá la voluntad para intentarlo
prácticamente.
Se trata de una búsqueda y una creación teórico-práctica.
Y no resulta un camino fácil ni corto; es parte de una larga e indispensable
transición hacia una nueva humanidad. Incorporar esto a la batalla cultural de
nuestra época, es una labor político-ideológica de vital importancia, un
desafío impostergable para la intelectualidad orgánica y el conjunto de actores
sociopolíticos.
Resulta fundamental igualmente dar la batalla político‑ideológica
en el terreno semántico, no cruzarse de brazos cuando el poder se apropia de
conceptos que son parte de la construcción y acumulación de saberes de los
actores sociales y sus luchas. Es primordial evitar que los desnaturalicen
cambiándoles el significado social y político para devolverlo luego con un
sentido contrario a los intereses de los pueblos. A la par con ello, es
necesario discutir conceptos como: desarrollo, bienestar, progreso, democracia,
valores sociales, gobernabilidad, “buen gobierno”, competitividad, eficiencia
social. Desmontar sus contenidos colonizadores impuestos por la supuesta
cientificidad de los saberes producidos por el sistema del capital, demostrando
paso a paso sus falacias, de-construyendo estos conceptos, es parte del proceso
de descolonización que ‑a la vez‑ supone crear o reconocer otros conceptos, con
sus nuevas lógicas y racionalidades. En Latinoamérica esto se disputa hoy articulado
con la construcción de un proyecto continental de descolonización-liberación
intercultural, que rescate las identidades constituidas históricamente y, a la
vez, fortalezca la formación de otras nuevas, en camino a la constitución de un
sujeto popular colectivo.
Disputar el sentido
común de los oprimidos (las
mayorías atomizadas y reducidas a minorías), construir nuevas subjetividades, significa instalar –en primer lugar‑ el deseo de vivir de un modo diferente,
como parte del sentir, el pensar y el hacer cotidiano de los pueblos. Un
hermoso ejemplo de ello lo ofrece la historia de lucha y resistencia del pueblo
uruguayo:
Al
hundirse el país batllista luego del fracaso del modelo de sustitución de
importaciones, hacia fines de los 50, la izquierda fue la heredera de aquel
imaginario de progreso en paz e igualdad de oportunidades, con un Estado
regulador y contenedor de las diferencias de clase. (...)
La izquierda
consiguió la hegemonía cultural mucho antes de ser mayoría electoral. La
Universidad estatal y el teatro son, desde hace más de medio siglo, baluartes
no partidizados de una izquierda de capas medias. Hacia los años 60, la cultura
de izquierda era ya hegemónica entre los profesionales y los universitarios.
Con los años, la izquierda como sentimiento se fue haciendo mayoritaria en la
música popular, en el carnaval y en las principales manifestaciones de masas,
incluyendo a algunas destacadas estrellas del fútbol, que no ocultan sus
preferencias por el Frente Amplio.
La gestión municipal
de Montevideo, desde 1990, donde reside la mitad de la población del país,
contribuyó a afianzar y profundizar esa hegemonía cultural y social, sin la
cual la izquierda no podría soñar con llegar a ser gobierno. Pero, ¿en qué
consiste esa hegemonía? En que las ideas-fuerza que encarna el Frente Amplio
(Estado social, gobierno honesto, soberanía nacional, justicia social, entre
otros) se han convertido en el "sentido común" de los uruguayos de
comienzos del siglo XXI. [Zibechi 2004]
La coherencia entre medios y fines, la creación y
construcción de modos de vida diferentes a los del capital en territorios
concretos (comunas, comunidades…), que instalen la solidaridad como base de las
relaciones humanas en la vida comunitaria y familiar, en las organizaciones
sociales y políticas, constituye parte de los fundamentos materiales y
espirituales de la nueva utopía socialista y de las luchas para hacerla
realidad.
Conquistar la cabeza y el corazón de millones de seres humanos
Solamente cuando la aplastante mayoría de la población en
cada uno de nuestros países comprenda la mentira y el fraude del capitalismo
para con sus propias vidas, cuando descubra la trampa mortal a la que los ha
conducido mediante engaños, se planteará la interrogante acerca de la
posibilidad de explorar nuevos caminos. Y para que ello ocurra, además de
exponer sistemáticamente los elementos que hacen a la deslegitimación del
sistema-mundo regido por el capital, habrá de irse mostrando que existen otros
modos de vivir, en solidaridad y diversidad, con equidad y justicia, en
equilibrio con la naturaleza. Es esta la mejor invitación a todos y todas a compartir y crear juntos ese
modo de vida nuevo profundamente humanista, raizalmente democrático y
renovadamente socialista, haciendo realidad el deseo zapatista de construir un
mundo en el que quepan todos los mundos, es decir, un mundo intercultural.
Ciertamente es imposible alcanzar plenamente formas
superiores de vida social de una modo aislado, fragmentado y bajo el predominio
de la lógica perversa del capital, pero es posible avanzar sustantivamente en
tal dirección con logros concretos y con el ejemplo sostenido de prácticas
diferentes orientadas a lo nuevo. Estas constituyen reservorios de esperanzas,
surcos donde germinan y se fortalecen las voluntades revolucionarias en el
proceso de la larga transición hacia la nueva civilización intercultural que
abra cauces al florecimiento de la diversalidad.
Disputar la subjetividad
Una nueva
subjetividad está en gestación. Como se trata de un concepto muy maltratado
teórica y políticamente, tanto por el mundo académico como por el marxismo
dogmático, vale comenzar repasando una afirmación de Dussel: “La subjetividad
es más que conciencia, pero dice referencia a ella. Es el vivenciar lo que
acontece (…) en la realidad.” [1999:2] Es decir, la subjetividad contiene la
conciencia pero no se reduce a ella. Lo contrario, su identificación forzada,
devino reduccionismo y –de hecho‑ empobreció las reflexiones acerca de las
interrelaciones conciencia‑subjetividad, al no analizarlas más allá de la
conciencia de clase. Tiene que ver con el cuerpo ‑y esto bien lo sabe el poder
que, para dominar las mentes castiga los cuerpos‑, tiene que ver con lo
no-conciente, que puede llegar a ser un día conciente pero no necesariamente,
incluye también los sueños, etcétera.
Lo que interesa destacar ahora, en este punto
concretamente, es la interrelación inseparable entre sujeto y subjetividad, es
decir, entre los actores-sujetos concretos y sus subjetividades, la necesidad
de tomarlas en cuenta a la hora de pretender construir articulaciones entre
diversos actores‑sujetos, puesto que estas instancias incluyen sus identidades,
intereses y motivaciones subjetivas, más allá de su conciencia
político-ideológica, es decir, hay que tomar en cuenta las estrechas
interrelaciones y mediaciones que existen entre una y otra. La articulación de
subjetividades de actores‑sujetos resulta también parte de los procesos de interacción intersubjetivos.
En la época de la ofensiva ideológica del capitalismo
global, la mercantilización de la vida y de las relaciones sociales e
interpersonales, el predominio del pensamiento único y la negación de todo
futuro diferente del presente, torna imprescindible ‑si de cambiar el mundo se
trata‑, abocarse(nos) a la formación de una nueva subjetividad
humano-revolucionaria (que reconozca y abra los espacios a las diversas
subjetividades del presente y a otras que seguramente se conformarán en el
futuro).
Y ello es parte de los procesos concientes y colectivos de
articulación‑constitución intersubjetiva de los actores sociales en sujeto
popular, proceso que es –por tanto‑ de autoconstitución. Esta construcción de
actores‑sujetos es fundamentalmente autoconstrucción y autoconciencia crítica‑intersubjetiva.
Pero también ocurre, entre otras mediaciones ‑en las que destaco en primer
lugar la propia práctica transformadora de los actores-sociales‑, con el aporte
de las ciencias sociales críticas, de
los expertos, de los intelectuales orgánicos, de los militantes con mayor
experiencia, y se plasma en sus modalidades organizativas y planteo
programático-proyectivo, aunque sin reducirse ni equipararse nunca a ellos.
Esto contribuiría al necesario diálogo entre los saberes
ancestrales de los pueblos indígenas originarios, del saber comunitario, el
saber popular, el científico académico, y las elaboraciones teóricas
provenientes de los movimientos sociales, de sus prácticas y las reflexiones
sobre ellas, es decir, entre intelectuales orgánicos y académicos (que pueden
ser también ambos). Esta necesidad ha sido durante mucho tiempo relegada del
quehacer teórico marxista que, como señala Samir Amín, se ha dedicado –sobre
todo en Europa‑ a instalarse en las universidades. Para ello se vio obligado a
demostrar que es científicamente
“superior” al pensamiento liberal reinante, lo cual lo distorsionó
transformándolo unas veces en una variante del positivismo, otras en exégesis
de los textos de los fundadores, y así en otras variadas corrientes. La
conclusión fue: disecación de la propuesta teórico-práctica revolucionaria de
Marx, y su reducción a ensayos académicos de interpretaciones de
interpretaciones que poco o nada tenían que ver con las realidades a las que
pertenecían, con las luchas sociales de su tiempo ni con las problemáticas de
los actores sociales concretos en busca de su liberación.
De conjunto, lo expuesto abre una serie de tareas y
desafíos en lo político, en lo cultural y en lo organizativo. La búsqueda de
respuestas concretas a tales tareas y desafíos caracteriza a los actuales
procesos políticos alternativos que tienen lugar en Latinoamérica en
confrontación política con los intereses del capital transnacional. Estos
impulsan procesos de acumulación de fuerzas sociales y culturales favorables al
cambio, que –en líneas generales‑ apuestan a la construcción de un tipo de
sociedad basada en un poder popular construido desde abajo (empoderamiento
colectivo).
El cambio cosmovisivo es raizal: se trata de construir una
opción social, económica, política, cultural y ética que ponga en armonía la
producción y reproducción de la vida social e individual; que estimule una
concepción diferente del progreso y el bienestar (colectivo en vez de
individual); una reconsideración de la libertad y la democracia que no solo
reconozca los derechos de los y las diferentes sino que abra espacios para la
manifestación de sus culturas, idiosincrasias, cosmovisiones e identidades en
equidad y justicia, que abra cauce a modalidades de inter-relacionamiento
humano horizontal[1]: sin jerarquías ni
subordinaciones ni exclusiones.
Sostener una ética solidaria
Esto habla también de la construcción de una ética solidaria.
Sería errado cerrar los ojos a la realidad de los efectos
devastadores que el capital produce incluso al interior de la clase obrera, anidando
en cada trabajador como serpiente agazapada en un individualismo creciente. Su
atomización permanente (al igual que en otros sectores sociales) va acompañada
de una fuerte inyección de competencia egoísta, vinculada irracionalmente con
la sobrevivencia. Esta situación obliga a cada trabajador a ver en sus pares a
un enemigo potencial de su puesto de trabajo, a quien ‑por tanto‑, para
“salvarse”, debe destruir y aplastar, expulsándolo del sector o ámbito laboral,
del barrio, de la ciudad, del país...
La perversión del sistema radica en esto precisamente: la
selección no es “natural” ni ocurre por la acción de la “mano invisible” del
mercado, se produce por la aplicación de estrategias económicas, sociales e
ideológicas que ‑por diversos medios‑ convocan a salidas individuales, e
inoculan el “sálvese quien pueda” que hace de cada ser humano un potencial
enemigo de los otros seres humanos.
Es el chantaje brutal del capital. Y su consecuencia
apocalíptica es el genocidio planificado de amplias capas de trabajadores
-ahora considerados sobrantes- por la conformación de nuevas formas de
organización del proceso de producción, y –a la par‑ de un nuevo mercado global
tecnológicamente avanzado y móvil, capaz de generar mucho más rápidamente
altísimas ganancias a la vez que –con la misma intensidad‑ destruye la
naturaleza, lo que constituye otra modalidad de genocidio. Tal es la base de la
actual nueva etapa de acumulación mundial del capital y de la insostenible e
interminable crisis que la acompaña.
Solo la afirmación de una
ética centrada en la defensa de la vida en todas sus manifestaciones (bioética),
puede abrir paso a una cultura de solidaridad y paz, anclada en la
interrelación entre humanidad y naturaleza en equidad y armonía, y vertebrar
una nueva (inter)subjetividad revolucionario-liberadora. Sin ella la
transformación social será imposible.
Una cosmovisión diferente y superadora de la implantada
por el capital es vital para replantearse los caminos de supervivencia; una
cosmovisión que no antagonice la existencia de un ser humano con la de otro, ni
a la humanidad con la naturaleza, sino que los reconozca en su integridad e interdependencia,
entendiendo que el mundo es un ámbito integral de producción y conservación de
la vida en sus múltiples e interarticuladas dimensiones. Tal es la cosmovisión
del Buen Vivir, el Vivir Bien, el Sumac Kausay…
Con ella se abre paso la ética de la vida, fundada en el equilibrio y la armonía, la
equidad, la complementariedad y la solidaridad, en el escuchar y compartir; conceptos
vertebradores de una nueva (inter)subjetividad revolucionario-liberadora. Se
trata, en síntesis, de una bioética,
parte de una nueva cultura de vida, de una humanidad diferente, de un nuevo
mundo. Y está claro que esto no se alcanza con declaraciones abstractas, sino
anudando lo reflexivo con las nuevas propuestas sociotransformadoras y con las
prácticas cotidianas de interrelacionamiento colectivo e individual. En ellas
toma cuerpo lo nuevo, se afianza, profundiza y desarrolla.
Este proceso supone una construcción socio-histórica
colectiva, que es fundamentalmente autoconstrucción y autoconciencia crítica‑intersubjetiva.
Y ocurre en interrelación con otras mediaciones, en primer lugar, con la
práctica transformadora de los actores-sociales populares y, en segundo, con el
aporte de de las ciencias sociales
críticas, de los intelectuales orgánicos, de los militantes con mayor
experiencia, y se plasma en sus modalidades organizativas y planteos
programático-proyectivos.
Construir otro imaginario social
La construcción de una sociedad (y un mundo) sin
relaciones discriminatorias y discriminantes, sin desamparados/as o excluidos/as,
sobre la base de la igualdad de oportunidades, la equidad, la justicia social,
etc., reclama –a la vez‑ cambiar los imaginarios sociales, apostando
fuertemente al desarrollo de prácticas interrelacionales que vayan germinando
nuevos imaginarios, basados en valores de solidaridad social e individual, de
respeto, cuidado y convivencia armónica con la naturaleza, tomando conciencia
de que somos parte de ella y que nuestra sobrevivencia está anudada a la de la
naturaleza.
Disputarle los sueños y la fantasía al capital
Simultáneamente con la construcción y definición de
elementos programáticos y principios ético sociales de la utopía, se van
construyendo los mundos espirituales e ideales, verdaderos escudos de ideas
y fantasías, a la vez que brújulas
orientadoras de la larga marcha individual y colectiva hacia la nueva
civilización. Proyectándose hacia ella, adelantándola en las prácticas
cotidianas es posible imaginarla cada vez con mayor precisión.
La lucha por la felicidad no pertenece ni al mundo de las
telenovelas ni al de los ricos y poderosos; es inherente a la humanidad. Y es
saludable reconocerla como parte de las luchas y resistencias, no solo porque
ellas buscan la felicidad, sino porque el proceso de transformación y búsquedas
es en sí mismo parte de esa felicidad, que en el presente se expresa en la
posibilidad de vivirlo plenamente con conciencia de que las luchas por la
felicidad del mañana son el fundamento de la felicidad del presente. Ellas
integran los sueños, fantasías, pasiones, angustias, deseos y búsquedas de una
nueva civilización, y de conjunto fortalece las voluntades.
Recuperar la confianza, los afectos… desarrollar lazos
solidarios, no resultan elementos secundarios en momentos en que cada ser
humano es forzado por el mercado a ver en el otro un competidor, un rival o un
posible enemigo que busca arrebatarle su puesto de trabajo, su pareja, su
alimento... al que –por consiguiente‑ debe destruir para intentar sobrevivir
individualmente.
Vivimos en una especie de tembladeral caracterizado por la
incertidumbre, y ello contribuye a una cierta angustia existencias en los más
jóvenes. Ellos configuran y afianzan sus personalidades con logros y
definiciones, al no conseguirlas se abren prolongadas situaciones de crisis e
inestabilidad, condiciones que pretenden ser aprovechadas por el poder para
instalar la convicción de que no es posible un mundo diferente al actual y así
afianzar su subordinación y dominación.
Pero las salidas existen y son posibles de realizarse, y
sus señales están en las nuevas creaciones colectivas de los pueblos, en las
comunidades y comunas, en los movimientos sociales populares, sabiendo que todo
está abierto al desarrollo de la humanidad. Las generaciones venideras, al
igual que ayer y hoy, siempre se propondrán nuevas metas, explorarán nuevos
caminos para cambiar el mundo en que vivirán en aras ampliar su libertad.
Incorporar la perspectiva de género en el debate del poder
Pensar el poder y los caminos de su transformación desde
abajo conlleva rechazar la supuesta neutralidad de la ciencia política que, en
algunos casos, no expone sus presupuestos reales de partida o, en otros, aunque
lo haga, no logra superar el horizonte abstracto liberal burgués al no dar
cuenta de los fundamentos últimos de la discriminación y subordinación
mujer-hombre, débil-fuerte, sobre los que se asienta el poder desnudando su
contenido patriarcal-machista. Además de estar al servicio de una determinada
clase: la del capital, y de los hombres de esa clase: los capitalistas, el
poder discriminador, explotador y excluyente del capital ‑para afianzar su
hegemonía‑ necesita mimetizarse socialmente, invisibilizar su contenido de
clase y presentarse como un componente “natural” de la vida social y por tanto,
eternizable. Para ello, además de apelar a todo el aparato político,
ideológico, religioso y cultural, requiere de la complicidad – consciente o no‑
de los varones.
La generalización de los privilegios masculinos propios de
las clases capitalistas ‑y antes de los señores feudales, y antes de los esclavistas,
etc.,‑ como si fueran características “naturales” inherentes a todos los
varones, ha contribuido a lo largo de la historia al ocultamiento del origen, contenido y
pertenencia de clase del machismo patriarcal y, por el otro, a la permanencia de
su autoritarismo subordinante, discriminante y explotador encarnado en una
parte de la humanidad (los hombres) sobre otra (las mujeres), construido y
consolidado a través de una densa trama de relaciones de poder, que combina
dominación y hegemonía, con soporte jurídico, institucional, religioso y
patrimonial. Es aquí donde género y
clase se dan la mano, y lejos de contraponerse y excluirse hacen posible poner
al descubierto el contenido de clase del poder patriarcal machista de los que
detentan el poder en lo económico, político, jurídico, ideológico, religioso,
cultural.
Perfeccionando viejos mecanismos y modelos de subordinación
de la mujer al varón, el capital ha reacondicionando el funcionamiento de la
vida social ‑pública y privada‑ y los roles de hombres y mujeres en cada
ámbito, acorde con el funcionamiento del mercado y con la multiplicación
creciente de sus ganancias. Esto le supone incrementar exponencialmente la de
por si ya compleja trama de producción y reproducción de su hegemonía económica,
ideológica, política y cultural, vital para sostener y ampliar su dominación.
Los medios de comunicación masiva son
herramientas idóneas para ello, particularmente para construir y sostener la
creciente hipocresía individual y social que anida en esta ideología,
naturalizándola, haciendo de ella un componente aparentemente propio de la
conducta humana, para transferirla entonces como un componente ‑“natural e
inocente”‑ del sentido común.
La deshumanización que ello acarrea en las interrelaciones
en la vida familiar de millones de mujeres y también ‑aunque en otro sentido‑
de los hombres, alcanza dimensiones insospechadas. Todos los pobres y excluidos
lo sufren en carne propia, pero doble o triplemente las mujeres que suman
jornada tras jornada no remunerada a sus ya de por sí agotadoras y agobiantes
jornadas laborales domésticas. Ellas, en primer lugar –y sus hijos‑, resultan
los soportes humanos de la criminal y gigantesca etapa de acumulación del
capital a escala global en la actualidad.
El silenciamiento y ocultamiento de esta realidad de
asimetría, subordinación, discriminación y explotación, contribuye siempre y en
cualquier caso a excluir más a los excluidos y sus realidades de exclusión, en
primer lugar, a las mujeres.
La incorporación de la mujeres al mundo laboral y público ha
contribuido a su constitución –aunque todavía con mucha dispersión‑ en actoras
sociales. En tanto nuevas actoras sociales, las mujeres resultan fuera de los
paradigmas del pensamiento político tradicional. Este las considera apáticas,
apolíticas e incapaces de pensar más allá del horizonte de lo cotidiano, lo
doméstico y lo familiar, es decir, incapaces de tener pensamiento estratégico,
de trazarse planes de mediano plazo y actuar en función de alcanzarlos. Por
consiguiente, la política ‑considerada parte del espacio público, escenario
complejo y diversificado de disputa de fuerzas‑, resulta en esta mirada una
actividad propia del espíritu masculino.
Género e identidades sexuales
Enfrentado a estas posiciones, el enfoque de género
cuestiona y pone de manifiesto las relaciones de poder que se ocultan en las
supuestas reglas naturales de identidades, conductas y roles asignados a
varones y mujeres, y propone una profundización inexcusable de la democracia
(en la práctica y en su contenido político‑social), incluyendo las identidades
sexuales diversas y las relaciones sociales entre géneros fuera y dentro del
hogar. Resulta por ello enriquecedor de los procesos de transformación social y
de los pensamientos sociopolíticos que los alimentan.
Esto trae a colación elementos importantes a tener a tener
en cuenta:
-El poder no es sólo político sino también económico,
social, cultural, moral, religioso. Y en estos campos, los procesos de tomas de
decisiones son más complejos y menos transparentes que en la actividad
política, por lo que suelen parecer también menos políticos o no políticos.
-El mundo de lo privado es parte del político (aunque más
no fuese como condición de su existencia) y como tal, es susceptible de
convertirse en político.
-Las luchas por la democratización raizal de las
sociedades y sus propuestas, en tanto
equitativas, justas y liberadoras, deben hacer suyas la democratización
de las identidades sexuales aceptando su diversidad, y de las relaciones
varón-mujer, en lo público y en lo privado. No será posible construir un mundo
equitativo, plural e intercultural sobre la base de la explotación, opresión, negación,
discriminación o subordinación de una parte de la humanidad.
En consecuencia:
-Las luchas de las mujeres para poner fin a su
discriminación, subordinación y
marginación atañen a la democratización de toda la sociedad, tiene un alcance
civilizatorio, no son exclusivas de las mujeres.[2]
Esto supone la transformación radical del poder, por lo que es, a la vez que una
lucha “sectorial”, una lucha política de la humanidad encaminada a su
liberación.
En aras de ello, es fundamental generar prácticas de
interrelacionamiento colectivo que impliquen nuevos nodos de significación, de
tal modo que puedan convertirse en referencias políticas y educativas de nuevas
prácticas sociales democratizadoras desarrolladas no solo por mujeres, sino por
una diversidad de actores y actoras sociales del campo popular. Ciertamente se
están edificando también nuevos marcos conceptuales, referentes teóricos
integrales, integrando cosmovisiones del mundo que ayudan a superar la
fragmentación del pensamiento, promoviendo reflexiones integrales e
interdisciplinarias acerca de los procesos de emancipación social. Ellos sintetizan
y representan la posibilidad de emancipación de todos los seres humanos para
vivir en plenitud, independientemente de su identidad sexual, modificando
raizalmente los modos de producir subjetividades acordes con estos retos.
Modificar las modalidades del trabajo político
Las modalidades del trabajo político, generalmente
concentrado en la difusión del periódico de la organización, en la
participación en las reuniones, en las asambleas y en los congresos... resultan
obsoletas, insuficientes e inadecuadas para la acción de construcción
político-social entre diversos, amplios y crecientes actores sociales. Y esto
no se corresponde con el esquema de movilización de “las vanguardias” y sus
cuadros.
Son millones los que se movilizan y organizan, protagonizan luchas en defensa de sus
derechos sectoriales o transversales y, en crecimiento, reclaman formación,
articulación y construcción colectiva de propuestas. No hay predeterminación.
Las tareas se ajustan a los tiempos históricos y a las demandas de sus coyunturas,
en interacción con las luchas populares y las capacidades de propuesta y
organización de sus actores sociales y políticos que, protagonizándolas, pueden
definir los acontecimientos hacia una determinada direccionalidad convergente
con sus objetivos (gobernar lo propio; ofensiva).
Quitarse las anteojeras culturales del Siglo XX
Esto habla de procesos vivos, atravesados y movilizados por
dinámicas constantes que convocan a la creatividad de la acción colectiva. En
estas prácticas van emergiendo nuevos conceptos y concepciones acerca del
proceso sociotransformador, las tareas, el quehacer político, etc. El choque
entre lo que va emergiendo y los paradigmas pre-existentes ‑que no se
corresponden con los requerimientos y los quehaceres de la realidad actual‑,
estimula las búsquedas y la reflexión crítica de las prácticas, a la vez que
–en algunos sectores‑ actúa como barrera u obstáculo para el reconocimiento de
lo nuevo. Es notorio, por ejemplo, el peso que la cultura verticalista y
centralista tiene aun entre organizaciones sociales que propugnan lo nuevo.
Esto se evidencia, por ejemplo, en que muchas de ellas se planteen construir
desde la horizontalidad y la participación de todos los actores, pero sostienen
prácticas verticalistas que contradicen sus postulados y proposiciones.
Partir de la experiencia para ir conformando un nuevo modo
de hacer, de estar, de ser y de interrelacionarse con los demás, en un proceso
práctico-pedagógico de aprendizaje colectivo, irá abriendo paso a la formación
de un movimiento sociocultural popular constructor y base ideológico-social de
la fuerza social de liberación, patriotismo y solidaridad (en cada país y en el
continente).
Rescatar críticamente las enseñanzas, las propuestas y los valores creados por los diversos actores sociales en sus prácticas
La acción política popular de nuevo tipo que es resultante
de la actividad creadora de los pueblos, reclama nutrirse, aprender, de tales
creaciones prácticas. Y esto implica para los revolucionarios incluir entre sus
quehaceres la recuperación crítica de las experiencias de lucha, creación y
construcción de alternativas que van desarrollando los diversos actores
sociales y políticos, reflexionando acerca de las enseñanzas, las propuestas y
los valores que de ellas emergen, enriqueciéndose con el aprendizaje las
propias creaciones y construcciones de los pueblos, desarrollando el
pensamiento emancipador desde abajo.
Apropiarse políticamente de los aportes de la educación popular
En este sentido, la articulación de la concepción y la
práctica de la educación popular con las prácticas de lucha, formación y
organización sociopolíticas en proceso de construcción de alternativas
políticas resulta vital: ella orienta la acción del pensamiento a partir de las
prácticas concretas para reflexionar colectivamente desde allí, deconstruir las
experiencias y reconstruirlas críticamente con sentido proyectivo superador, es
decir, con sentido constructor de futuro, sobre la base del aprendizaje propio
fusionado con los saberes y la experiencia colectivos.
Por su presencia constante y fundante en las organizaciones
de base, en los procesos de formación y en las prácticas de vida y organización
horizontales y participativas, la práctica sistemática de la educación popular
en los procesos sociotransformadores hace social y políticamente visible la
presencia de los excluidos, oprimidos y, en particular, de las mujeres,
contribuye a dignificar y valorizar su palabra, su pensamiento y su acción.
A través de su práctica educativa ‑que construye saberes a
partir de los modos de vida concretos‑, se van constituyendo los puentes
básicos que ponen al descubierto los nexos e intercondicionamientos entre un
determinado modo de existir y reproducirse del mundo privado y un determinado
modo de existir y reproducirse del mundo público. Esto posibilita por tanto
tender los nexos entre una realidad supuestamente privada e individual,
aparentemente casuística, con la realidad de un determinado modo de existencia
económica, política y cultural de la sociedad en que vive. Se orienta, de última,
hacia cuestionamientos de fondo acerca del poder, haciendo visible la
diferenciación y los nexos que existen entre este y una determinada
conformación –histórico cultural‑ de las identidades, los roles y los ámbitos
atribuidos ‑en tal relación‑, a los géneros femeninos y masculino, a lo que
significa socialmente ser hombre y ser mujer.
Una militancia de cara al pueblo
Una nueva concepción de la política y la acción política
demanda también de un nuevo tipo de militante, con una lógica que modifique de
raíz lo que hasta ahora se suponía era su “razón de ser” y actuar: llevar las
ideas y propuestas del partido hacia el
pueblo y sus organizaciones aceptando la hipótesis de que la misión
histórica de las masas populares es la de actuar como “fuerza material” capaz
de realizar (materializar) el programa elaborado por el partido político
(auto)considerado vanguardia.
Las nuevas prácticas políticas emergidas con fuerza desde
las resistencias y luchas de los movimientos sociales han conformado una nueva
militancia: capaz de concertar voluntades diversas y dispersas, de dedicar
parte de su tiempo a tareas de capacitación para que las mayorías puedan
participar con protagonismo creciente desplegando al máximo sus
potencialidades. Se trata de una militancia consecuente con las propuestas que
levanta, impuesta de que los desafíos socio-transformadores no son tarea de
élites mesiánicas, sino que reclaman la participación protagónica plena de las
mayorías concientes. Esto habla de diversidades que habrán de articularse y conjugarse,
de pluralidad de cosmovisiones, de horizontalidad en las interrelaciones y
miradas, de un nuevo tipo de organización y poder que se construye desde abajo,
con el protagonismo de los –tradicionalmente considerados‑ de abajo.
La creciente movilización social y política de amplios
sectores y actores sociales ha ampliado el ámbito de los político, modificado
el accionar político y sus modos y –consiguientemente‑, llama a modificar la
concepción de la militancia y sus modalidades de actuación política,
generalmente centrada en la asistencia a las reuniones partidarias periódicas,
en el análisis de documentos internos, en disputas domésticas, en debatir su
perspectiva en los congresos, etc. Sin objetar estas actividades, está claro
que resultan insuficientes y confinadas al “internismo”.
En este sentido, por ejemplo, Joao Pedro Stédile,
referente del Movimiento Sin Tierra, de Brasil, refiriéndose a los cambios que
reclama este tiempo, reflexiona: “Necesitamos colocar nuestras energías para ir
hacia donde el pueblo vive y trabaja, y organizarlo. (...) Sin organizar al
pueblo no se va a ningún lugar, y muchas veces [parte de la militancia] se
ilusiona con eternas reuniones de cúpula o meros discursos explicativos acerca
de la coyuntura.” [Stédile, 2004].
El desafío socio-transformador actual es civilizatorio.
Construir una nueva civilización es una tarea de gran magnitud para la que no
alcanza la movilización de los activistas, requiere de la participación y
creatividad de millones. A ello pueden contribuir todos aquellos que se van
comprometiendo con la actividad sociopolítica y también los intelectuales
orgánicos. Esto reclama desarrollar sostenidamente prácticas democráticas,
horizontales y participativas en lo que se va construyendo, en el pensamiento y
en la acción.
Se trata de ir configurando en las prácticas una pedagogía
de la nueva praxis política, aportando valiosos ejemplos para la conformación
de un nuevo tipo de militancia: solidaria, autónoma, consciente, responsable,
participativa, constructora y concertadora de la participación desde abajo, en
sus comunidades, con sus compañeros/as en su sector de trabajo, en el campo, en
la universidad, en el ámbito sociocultural donde actúe, en la vida familiar, y
en la organización social o política en la que participe. En sus alforjas
inspiradoras cuenta con los aportes de la educación popular, cuyos principios y
concepción fecundan el pensamiento y las prácticas colectivas de la
transformación social. Es lamentable que todavía se halle tan disociada de las
prácticas políticas de la izquierda. Ello evidencia –de hecho‑ la sobrevivencia
de la cultura vanguardista.
Es tiempo de que la izquierda partidaria que se aferra a
viajes concepciones ponga fin a su distanciamiento jerarquizado respecto de los
sectores sociales populares; es vital suprimir las famosas "correas de
transmisión" y sustituirlas por el diálogo permanente, el aprendizaje
mutuo, la horizontalidad en las decisiones y el control popular.
Para decirlo de un modo comprensible para todos/as: dicha izquierda
tendría que realizar una auto-transformación homóloga a la ocurrida en la
Iglesia Católica cuando el Concilio Vaticano II. Allí se explicitó que “la
Iglesia” no radicaba en el edificio del templo, sino en el pueblo de Dios, y se
les dijo a los curas que había que salir de los claustros, llegar al pueblo y
convocarlo a construir juntos lo que sería, entonces, la iglesia de todos. Esto
implicó para los sacerdotes desde cambios en su indumentaria (sacarse la sotana
distanciadora), hasta modificaciones en su forma de practicar su religión:
salir a buscar y escuchar al pueblo, convivir con la población donde quiera que
ella estuviese y fuese.
Aquel impulso cristiano sustentó prácticas comprometidas de
curas y mojas militantes, abrió las puertas a los llamados “curas del Tercer
Mundo” y la “Teología de Liberación”. Si resultó luego mediatizado, relegado y
hasta perseguido por sectores retrógrados de la institución religiosa fue
precisamente porque la experiencia fue un éxito en relación con los objetivos.
Si la izquierda partidaria y su militancia hicieran “su
concilio” abriéndose hacia los pueblos, cambiando su lógica y sus prácticas,
tomando como punto de partida las realidades socioculturales de los pueblos,
asimilando y aceptando su diversidad de identidades y cosmovisiones,
apuntalando sus prácticas, impulsando la maduración de pensamientos liberadores
y de liberación, contribuiría a un cambio cultural y político colectivo radical
y revolucionario.
Hoy, en vez de un partido de cuadros, se hace necesario construir
un tipo de organización política abierta, integrada y dinamizada por
“anticuadros”: el que es parte de la realidad territorial y laboral en la que
desarrolla su militancia, el que en vez de suplantar el pensamiento y el
protagonismo de sus compañeros/as, promueve participación, conciencia,
organización colectivas, el que se informa y pregunta antes de informar, el que
se forma y se ocupa de formar, el que aporta a la construcción desde debajo de
la unidad basada en la articulación horizontal de las diversidades, consciente de que cada vez que se excluye a
alguien hay una derrota, el que hace de su actividad un proceso pedagógico y
político.
Los “anti-cuadros” desafian y dejan atrás las viejas
modalidades del saber hacer político que suponen que ‑por definirse de
izquierda‑ ya se sabe cómo se hacen
las cosas.
Este es un tiempo de grandes cambios y reclama también
grandes cambios en lo cultural, en la concepción y las modalidades de la
militancia. En primer lugar, tomando distancia interior de las instalaciones
conceptuales-conductuales acuñadas por el capital en los diversos ámbitos de
producción y reproducción de la vida. Es imposible aspirar a cambiar el mundo
sin cambiarnos –simultáneamente‑ a nosotros mismos.
Para que el humanismo tenga posibilidades de triunfar sobre
la barbarie, es preciso dar la batalla por las conciencias, construir una nueva
conciencia colectiva de vida diferente a la acuñada por el capitalismo, alejada
del individualismo estéril, de la separación entre humanidad y naturaleza, y
del guerrerismo.
Es vital quitarse las anteojeras instaladas y reinstaladas
sistemáticamente por el capital, romper
con la fragmentación de las realidades y
conciencias. Y esto es parte del proceso socio-transformador. Es en el curso de
la propia acción de construcción de lo nuevo que se van produciendo los cambios
cuando hay conciencia de ello. Transformarnos para transformar es la clave en
esta lucha político-cultural.
Fortalecer el pensamiento emancipatorio de este tiempo
El desarrollo de un nuevo pensamiento emancipador crítico y
autocrítico, capaz de recrear los fundamentos teórico‑metodológicos
articuladores y proyectivos de lo nuevo en gestación, resulta un componente
fundamental en los procesos de transformación social.
Sus contenidos ‑como su desarrollo‑ resultan marcados por
las prácticas de cuestionamiento y transformación social desarrolladas
fundamentalmente por actores sociales nuevos y viejos, como por ejemplo, los
pueblos indígenas. Es por ello que su principio básico consiste en tomar a
dichas prácticas y sus protagonistas como punto de partida, ámbito permanente
de su quehacer, y destino privilegiado y primario de sus reflexiones. Y esto se
anuda de modo directo, desde la raíz, con la interculturalidad.
Lo nuevo del pensamiento emancipatorio no radica, por
consiguiente, en lo novedoso de su relato sino, en primer lugar, en los relatos
que rescata, incorpora y proyecta en elaboración
intercultural, con enfoques, cosmovisiones y propuestas plurales,
multidimensionales, yuxtapuestas, incluso ‑en partes‑ contradictorias entre sí,
y abiertas. Consiguientemente, un pilar fundamental del nuevo pensamiento
emancipatorio radica también en su cualidad de articular pasado y presente en
búsqueda de la propuesta de transformación social (hacia el futuro), es decir,
en su capacidad de articular trayecto y
proyecto.
En este sentido, lo nuevo se conjuga con la posibilidad de
salirse de los estrechos marcos del pensamiento único de la izquierda
tradicional, seguidor dogmático de los paradigmas occidentales del Norte y
negador de las realidades humanas y socioculturales del continente. En segundo
lugar, igualmente, este nuevo pensamiento supone otras referencias y referentes
que distan de las concepciones academicistas que han concebido y conciben la
teoría en los estrechos márgenes de las élites ilustradas.
Construir una matriz de pensamiento indo-afro-latinoamericano
El nuevo pensamiento de emancipación nació y se desarrolla conjuntamente con la
resistencia, las luchas y las construcciones de ayer y de hoy sustentadas
por los pueblos indígenas, por los afrodescendientes, por los trabajadores de
la ciudad y el campo, las mujeres, los jóvenes, los discapacitados, los adultos
mayores, los movimientos de gay, lesbianas y travestis, los ecologistas,
etcétera. Se trata de un pensamiento intercultural que se construye
reconociendo y entrelazando saberes plurales de la diversidad de actores y con
la diversidad de actores sociopolíticos, y que se desarrolla a través de la práctica política y en función de ella.
Es decir, es un pensamiento orientado a fortalecer la construcción de un
proyecto social, político, económico político, cultural y ético de
transformación social en función de la liberación. Y desarrolla, por tanto, en
función de ella su epistemología.
Esto resumiría un primer aspecto de su carácter descolonizador: no al dogmatismo eurocéntrico de
derechas e izquierdas, no al liberalismo elitista academicista. Un segundo
elemento, correlativo con lo anterior, radica en su apuesta a los sujetos concretos del acontecer socio-histórico, a
sus luchas, sus construcciones y propuestas, para desde ahí construir saberes
prácticos y teóricos de/para su emancipación. Se trata, en tercer lugar, de un
pensamiento que no solo reconoce las diferencias,
sino que se nutre de ellas para ampliar sus horizontes, enriquecer sus
contenidos y proyectarse activamente en esa dimensión de la lucha, aportando su
mirada descolonizadora y fortaleciendo los actuales procesos descolonizadores
que embanderan los pueblos, en primer lugar los pueblos indígenas de este
continente.
¿Quién tiene la razón?
Cuando un individuo, grupo, movimiento social o partido
político está convencido de que su posición es correcta, piensa automáticamente
que es la única correcta. Con lo cual supone ‑o da por hecho‑, que todas las
demás son, cuando menos, incorrectas.
Esta suposición se anuda directamente con otra: “lo correcto
es verdadero”. Por tanto, quienes consideran que su posición es la correcta
automáticamente se piensan poseedores de la verdad. Y si lo que
sostienen es correcto y verdadero, además, tienen la razón. Consiguientemente,
las otras posiciones son incorrectas, no son verdaderas y quienes las sostienen
están equivocados, no tienen razón y no dicen ni practican la verdad.
A partir de aquí, la dinámica social resulta dicotomizada:
unos saben y tienen razón, y los demás no saben y no tienen razón. En tal
situación, el único camino posible para la unidad, es decir, para el
entendimiento entre los diferentes y sus diferencias será el de la disputa y la
confrontación en aras de establecer quiénes “tienen la razón” y quiénes no,
quiénes “dicen la verdad” y son los “dueños de la verdad” y quiénes deben
aceptarla. Por más que se pretenda que esta es una postura unitaria o que
conduce a la unidad en torno a la verdad, es una visión extremadamente sectaria,
divisionista y excluyente.
Esta no es la “verdad revolucionaria” sino la verdad de
pocos. La “verdad revolucionaria” se construye entre todos los sectores del
pueblo, con sus puntos de vista, identidades, perspectivas y objetivos
diversos, en la práctica de creación‑construcción de lo nuevo. No es una verdad
absoluta, no pretende abarcarlo todo sino aquello que posibilita –en un espacio‑tiempo
social concreto‑ articular una posición colectiva participada. Por eso la
“verdad revolucionaria” es relativa, compartida, plural, descolonizada,
constituida y constituyente, histórica y en desarrollo.
La “verdad revolucionaria” busca la unidad no como unicidad
sino como espacio reflexivo construido
colectivamente. Suma, fortalece y multiplica en vez de restar, debilitar y
dividir; rescata en vez de desechar; constituye sujetos a la vez que es
constituida por ellos.
La ecuación lógico-política revolucionaria en tal caso es
clara, para captarla basta observar cuántos están adentro y cuántos están
afuera.
Un pensamiento "abierto al mundo" y en debate con "los otros"
A diferencia de los saberes absolutos abstractos que abundan
en las academias, que luego buscan canales para poder “aplicarse” a la realidad
‑mejor dicho, a las parcelas de ella a las que va dirigido‑, el nuevo
pensamiento emancipatorio que va surgiendo no busca “aplicarse” a la realidad
porque nace de ella, en interacción con sus protagonistas, de los/las que
piensan, disputan y construyen la nueva realidad. No cimenta sus posiciones y
propuestas en legados académicos dogmáticos coloniales o eurocéntricos ni busca
legitimarse en estos espacios; define su
sentido en función del horizonte político de la transformación de la
sociedad desde la raíz, desde abajo, por los de abajo.
En este empeño resulta importante también nutrirse de las
enseñanzas de la historia de las luchas anticapitalistas y de las experiencias
socialistas del siglo XX, revalorizar y actualizar los aportes
teórico-filosóficos de Marx, Engels, Lenin, Luxemburgo, Gramsci, Luckacs,
Korsch, Freud, Althusser, Foulcault, Mészaros, Amín, Mariátegui, Mella, Varela,
Ingenieros, Ché, Dussel, Sánchez Vásquez y muchos otros grandes pensadores/as
revolucionarios, profundizar la crítica al funcionamiento del sistema del
capital en la actualidad, y –en nuestro caso, muy importante‑ rescatar la
riqueza de los pensamientos independentistas, de los pensamientos y
cosmovisiones de los pueblos indígenas, de la teología de liberación, de la
educación popular, etc., en aras de fortalecer el pensamiento intercultural
emancipatorio indo-afro-latinoamericanista y su papel político estratégico de
orientador.
Esto resume su posicionamiento
político y epistémico revolucionario actual, a la vez que lo torna parte de
las herramientas de rechazo a la colonización y colonialidad del poder
[Quijano] y de búsqueda de fundamentos
descolonizados e interculturales para aportar a la construcción de un proyecto colectivo de superación de la
civilización afianzada por el capital, contribuyendo a construir una
civilización intercultural que apuesta por la diversalidad del mundo, con interrelaciones humanas individuales y
colectivas basadas en principios de solidaridad, justicia, equidad y
horizontalidad.
No tirar el niño junto con el agua sucia
Recuperar la dimensión revolucionaria del pensamiento y la propuesta emancipadora social formulada por Marx y Engels
Si para Hegel la “Idea Absoluta es el único objeto y
contenido de la filosofía”, para Marx el único sentido de la filosofía es el ser humano concreto dentro de una
sociedad histórico concreta y esta misma, en tanto resulta imprescindible
conocerla para elaborar (y contar con) los instrumentos teóricos necesarios
para la superación de la situación de clase
en sí del proletariado, para que éste pueda –con conciencia de clase para sí, y en articulación
indisoluble con sus prácticas de lucha y enfrentamiento al poder del capital‑,
poner fin a su explotación y –con ello‑ necesariamente, transformar la sociedad
en su conjunto.
Y aquí radica el nudo de su revolución teórica (y práctica).
En la base de la misma está la inseparabilidad sujeto‑objeto, teoría‑práctica,
a la que se articulan pensamiento y acción, ser social y conciencia social, lo
objetivo y lo subjetivo.
1. La realidad social
histórico-concreta es el punto de partida inequívoco de todo análisis
social, económico, político, filosófico, cultural y, a su vez, también el
destino de las mismas. Por eso, tanto para Marx como para Engels, el
pensamiento solo puede ser de la historia, si lo es en la historia.
Si el trabajo vivo es el
origen de la crítica (y de la realidad) del capital para Marx, el destinatario
de la teoría crítica es la ‘conciencia del proletariado’: el saber de esa
conciencia que todo el capital no es sino trabajo vivo. (…). Cuando el saber se
hace conciencia, conciencia de clase, conciencia de pueblo, solo en ese caso es
saber real: se hace ciencia como historia (no solo ‘de’ la historia). [Dussel
1988: 310]
2. No hay apriorismo en las reflexiones y
conclusiones de sus análisis. Ellos
buscaron explicaciones a los fenómenos de la vida social de su época.
Estas los condujeron a plantearse la necesidad de una transformación radical (y
eficiente) de la realidad, articulando orgánicamente las luchas de los
movimientos sociales (obreros y campesinos) de entonces con un programa
revolucionario. Esta articulación tiene en el concepto de práctica
sociotransformadora el nudo central.
3. Al articular el pensamiento filosófico y la
práctica sociotransformadora, la revolución teórica realizada por Marx y
Engels presuponía la revolución práctica.
Objetivo-subjetiva es la práctica sociotransformadora de los
seres humanos en la historia, y lo es también el pensamiento que la capta y
sintetiza reproduciendo esta contradicción en sus conceptos y categorías, que define históricos, inacabados…
Sus planteamientos no buscan solamente explicar la
contradicción dialéctica, resultan ellos mismos contenedores de contradicciones
en su formulación y contenido (desarrollo de la lucha de clases y de prácticas
en el pasado y el presente, condiciones sociales preexistenes y actuales,
avance de los descubrimientos científicos, desarrollo de la producción,
etcétera), y demandan, por ello, actualización y desarrollo permanentes junto
con la construcción de nuevos conceptos. Son las características básicas que
hacen a su sistema abierto.
4. La crítica
demoledora de Marx a la filosofía especulativa y contemplativa y
materialista vulgar, no significó sin embargo su enemistad con toda filosofía,
sino el plantearla sobre nuevos fundamentos y orientada a la transformación de
la realidad, sacándola del claustro contemplativo trascendental e individual
aislado (fragmentado y fragmentador) de la totalidad social, otorgándole un
sentido para el desarrollo de la vida social y por tanto para sí misma: la
transformación del mundo ‑de la sociedad capitalista‑, en búsqueda de la emancipación de la clase obrera y –con ella‑ de
toda la humanidad, desarrollándose en interdependencia con las prácticas
sociotransformadoras reales (multidimensionales, complejas, dinámicas,
integrales).
En este sistema, cada punto
particular es ‘multidimensional’; se encadena los otros puntos del sistema,
implica los otros y es implicado por ellos. [Mészáros 2001-B:22]
5. Para Marx era indispensable no solo poner fin a los
mecanismos de producción y reproducción de la alienación de la clase obrera,
sino también a las formas enajenadas del pensamiento teórico (filosófico,
económico, político, de las ciencias naturales), que construye “su verdad” de
modo fragmentado en las ciencias particulares, sin buscar los vasos
comunicantes entre los diversos ámbitos de una misma realidad. Por eso, para él
no solo la filosofía carecía de sentido como supuesta teoría general abstracta,
sino también la economía, la ética, la política. La filosofía no podía
desarrollarse aislada de la economía, ni de la política, de la ética o de la
ciencias naturales, y viceversa. Marx las redefinió (a todas ellas)
entendiéndolas en necesaria articulación e integración proyectiva hacia lo que,
a su entender, sería una única “ciencia
humana”.
Lo
que Marx entiende por ‘ciencia humana’ es una ciencia de síntesis concreta,
integrada en la vida real. Su punto de partida es del ideal del hombre no
enajenado cuyas necesidades
realmente humanas –en oposición a las
visiones especulativas y abstractas e idealista…‑ determinan la línea a seguir
por la investigación en cada campo particular. Los resultados de los diversos
campos –conducidos correctamente desde el principio‑ se reúnen entonces en una
síntesis más alta que, a su vez, determina las líneas sucesivas de las
investigaciones en los diversos campos. [Mészáros 1978: 96-97]
(…) para realizar la
‘ciencia humana’, la filosofía, la economía política, las ciencias naturales
‘abstractamente materiales’, etc., se deben integrar recíprocamente, lo mismo
que con la totalidad de una práctica social ya no caracterizada por la
enajenación y la cosificación de las
relaciones sociales de producción. Porque la ‘ciencia humana’ es precisamente
esta doble integración –en la superación de la anterior y doble
enajenación‑ de los campos teóricos particulares, 1) entre ellos y 2) con la
totalidad de una praxis social no enajenada. // El factor dominante de este
complejo es, naturalmente, la superación de la enajenación en la misma práctica
social. [Mészáros 1978: 108]
Es claro entonces que, con Marx, ha llegado a su fin toda
filosofía especulativa ubicada supuestamente por encima de las demás ciencias y
de la sociedad.
6.
Desde esta perspectiva, el quehacer filosófico supone la conjunción dialéctica
teoría‑práctica (en este caso, pensamiento social y práctica social
transformadora-liberadora), articulada con la búsqueda de superación concreta
(sociohistórica) de la enajenación social e individual, y con su carácter
crítico y autocrítico. Conceptualizando
las prácticas sobre esa base y en esa dirección, la filosofía misma resulta
en el centro del encuentro/mediación entre el actor social revolucionario que
transforma el mundo en que vive, y que –en el mismo proceso transformador‑
resulta transformado, es decir, se transforma a sí mismo y a su conciencia
política, teórico-crítica, ideológica, a su cultura, etcétera.[3] De ahí
que, como sintetizó Zaira Rodríguez
…la región o
dominio de la filosofía [no es] ni el mundo separado del hombre, ni el hombre
separado del mundo, sino, precisamente, la relación activa y multifacética del
hombre con el mundo. [Rodríguez Ugidos, 1985: 65]
Como
parte de esa interrelación activa y multifacética, la filosofía tiene que
cuestionarse a sí misma acerca de la vigencia y suficiencia de las herramientas
conceptuales con las que los actores sociales concretos orientan su
intervención en el proceso práctico‑transformador. Es por ello que en el
análisis estricto del quehacer teórico,
…la región propia
o exclusiva de la investigación filosófica no es más que la esencia o la
universalidad esencial de la actividad social multifacética sintetizada en las
leyes o categorías del pensamiento teórico. [Rodríguez Ugidos 1985: 78]
7.
Esto define también una de las tareas centrales de los filósofos comprometidos
con la transformación social: trabajar para la actualización y desarrollo de los conceptos, leyes y categorías…
que intervienen en la práctica sociotransformadora actual de la que es un
componente activo, para re-intervenir en ella de modo crítico, mejorando la
capacidad sociotransformadora de los sujetos sociotransformadores y de sí
misma. Sería este, a mi modo de ver, el papel central de los intelectuales
orgánicos.
Marx construyó sus categorías –o reconstruyó las que utilizó
de otros‑, en diálogo con la realidad social de su época, dejando claro que los
conceptos se forman a partir de la práctica misma de los hombres, de la
reflexión teórica sobre ella, y a ella misma se refieren.[4]
Como claramente explica Zaira Rodríguez:
…las categorías
sirven de instrumentos teórico‑metodológicos de la actividad científica y
práctica del sujeto social, y… también actúan en calidad de esquemas para la
interpretación y orientación de los resultados de la actividad humana. De este
modo, la estructura categorial del pensamiento teórico de una época histórica
conforma la armazón lógica a partir de la cual se puede dirigir y fundamentar
la actividad práctico social. [Idem]
8. Es la práctica sociohistórica concreta de los actores-sujetos
sociales por cambiar la sociedad en que viven en el sentido de su liberación,
la que posibilita y articula ese pensamiento
crítico que, para serlo, a la vez, debe ser autocrítico, liberador y de
liberación.
“Sin teoría revolucionaria no hay movimiento
revolucionario”, sintetiza Lenin, lo que supone afirmar también que sin movimiento revolucionario no hay teoría
revolucionaria; son ambos a la vez o no son. Esta es la nueva filosofía que
Marx y Engels comenzaron a construir, comprometida con la vida social y –a
partir de ello- con los intereses del polo del trabajo en la relación
trabajo-capital.
Su legado teórico metodológico y su proyección emancipadora
resultan imprescindibles precisamente para quienes –sosteniendo posiciones no
dogmáticas, no se dedican a las repeticiones memorísticas y casi religiosas de
sus textos‑, se nutren de sus postulados centrales para construir el
pensamiento emancipador actual, partiendo de la realidad sociocultural actual
de nuestra región, desde las cosmovisiones, las identidades y la recuperación de las experiencias de
resistencia y lucha de los pueblos empobrecidos de nuestras tierras, en primer
lugar de los pueblos indígenas, avanzando hacia la construcción de un pensamiento emancipador y emancipatorio
intercultural, descolonizado y revolucionario co-constructor –junto con los
actores sociopolíticos‑ de la nueva civilización.
La educación popular: un pilar clave para la descolonización intercultural
Las prácticas populares producen/reproducen vida y
conocimientos; las mujeres y los hombres construyen propuestas y desde sus
culturas, desde sus modos de vida van tomando conciencia de las injusticias de
género, clase y raza. Así lo evidencian las innumerables experiencias de
movimientos indígenas y sociales de este continente: El levantamiento indígena
de Chiapas es impensable sin la toma de conciencia de sus integrantes acerca de
su realidad. Y esta se construyó con el apoyo de las concepción y las prácticas
metodológicas de la educación popular articulada con la búsqueda de
transformación de las condiciones de vida, que fue ‑a la vez‑, el empeño en la
construcción de alternativas para la vida. Similares procesos pueden referirse
respecto del Movimiento sin Tierras, en Brasil, o de las “Bartolina Sisa”,
movimiento de las mujeres indígenas campesinas de Bolivia, entre otros.
Todo ellos tienen claro que la conciencia no puede ser
traída de afuera de los sujetos; que los sujetos construyen y desarrollan
su conciencia a partir de su participación en los procesos de lucha y transformación,
reflexionando críticamente acerca de ellas y de las condiciones de vida en las
que construyen y desarrollan su conciencia.
Esto es parte del proceso de (auto)construcción de
conciencias de los sujetos a partir de su modo de vida e interacción concreta
con sus realidades, de sus subjetividades e identidades. Resulta por tanto, una
propuesta raizalmente intercultural en sus presupuestos y conclusiones. De
conjunto, refuerza las miradas
descolonizadoras.
La postura colonialista y colonizadora pasa por encima de
las diferencias porque excluye ‑y elimina‑ a los diferentes para
instaurar-afianzar una sola civilización legítima. A ella responde el diseño de los Estados y de
las legislaciones que lo sustentan, en perfecta concordancia con los intereses
económico‑políticos de los poderosos y sus representantes.
Para desandar estos caminos en (Indo-Afro)Latinoamérica la educación para la descolonización resulta vital. A construirla y lograrla
contribuyen: la educación popular, la investigación acción participativa (IAP),
las historias de vida (con historia oral) y la construcción de conocimiento
colectivo, gestión intercultural del conocimiento mediante.
La educación popular se
asienta en un posicionamiento y una concepción de la relación poder-saber que
articula las condiciones de vida, la práctica que en ella desarrollan los
distintos actores y actoras individuales y sociales, y la conciencia que tienen
o pueden llegar a tener acerca de ello, si –reflexión crítica mediante‑ se
[re]apropian de su quehacer y de su realidad.
La educación popular supone una relación horizontal entre
saberes diferentes, y este diálogo no se alcanza poniendo las sillas en forma
circular. Ayuda el colocarlas así, sobre todo por la significación visual, pero
está demostrado que se puede estar sentado en un círculo y sostener una
posición de predominio jerárquico sobre los demás, y se puede estar en una sala
dando una conferencia en formato tradicional y sostener diálogos horizontales
con los presentes haciéndolos partícipes de la conferencia y los saberes en
ella elaborados. Participar no se reduce a una forma de disposición de las
sillas en una sala de conferencias/reuniones grupales, ni a un modo de hablar,
ni a un formato de exposición. Paulo Freire da un testimonio sobresaliente de
ello al comienzo de su libro “Pedagogía de la esperanza”, cuando se refiere a
la participación del señor que estuvo todo el tiempo en silencio en las
jornadas educativas y cuando él le preguntó acerca de sus parecer, expresó sus
puntos de vista combinando todo lo allí tratado, sorprendiendo al auditorio.
¿Cuál sería el papel de educación popular en el proceso
intercultural de construcción de los nuevos pensamientos emancipatorios?
El proceso de construcción‑reconstrucción de saberes desde
abajo implica la recuperación y articulación de la memoria histórica (de los
pueblos), la recuperación de las experiencias de lucha, organización y
propuestas, mediante la sistematización de las mismas, interrelacionando las
propuestas metodológicas de la educación popular, la investigación
participativa (IAP), y las historias de vida, apelando, en este
fundamentalmente, a la historia oral.
Y todo ello redituará en los resultados, es decir, en la
posibilidad de elaborar o enriquecer un pensamiento emancipador intercultural
colectivo, partícipe de las prácticas colectivas de búsqueda y construcción de
lo nuevo.
Para el logro de los objetivos
mencionados, es importante:
·
Romper con la estructura rígida y jerárquica establecida entre saber y poder, y las relaciones de
subordinación y dependencia que en relación a ella se establecen.
·
Sostener la coherencia entre el decir y el hacer.
Desde el punto de vista intercultural, el proceso de
construcción nuevos pensamientos emancipatorios constituye, a su vez, el de
(auto)construcción de nuevos sujetos y sujetas del conocimiento y el quehacer
sociopolítico. En él, la educación popular constituye una herramienta y un
posicionamiento político sine qua non;
puesto que abre las puertas de la razón y el corazón para reconocer al otro/a,
valorizar al otro/a, escuchar y ser escuchados, claves interculturales para la
construcción de competencias interculturales para la formación y la
gestación-construcción un nuevo tipo de pensamiento emancipatorio
(social-individual), y también –donde sea posible, por ejemplo‑, para la
transformación de las instituciones estatales-gubernamentales, abriendo sus compuertas
a la participación protagónica de los movimientos indígenas y sociales, a los
comuneros y comuneras, potenciando la proyección intercultural descolonizadora
de su accionar.
La importancia de la investigación acción participativa (IAP)
La investigación acción participativa se articula
directamente con la educación popular; se asienta conceptualmente en ella. Es
la apuesta a la construcción de conocimientos partiendo de los actores (desde
abajo), haciendo de los tradicionales objetos “investigados”, co-investigadores
de su propia situación. La investigación participativa implica por tanto una
interrelación y una intencionalidad común entre sujetos. La IAP no reconoce
objetos de investigación, sino sujetos, actores, terrenos, problemas, temas,
búsquedas que son emprendidas co-participativamente por los investigadores “de
afuera” y “de adentro”.
La interculturalidad, la descolonización y la construcción
del pensamiento emancipatorio en la actualidad, requieren de la búsqueda y el
rescate/recuperación conceptualizada de los saberes prácticos de los diversos
actores/as, y por tanto implican la mediación de investigaciones. En ese
sentido, se comparten los objetivos con la educación popular y la IAP. De lo
que se trata, en definitiva, es de interactuar entre sujetos/as que tienen
saberes y experiencias adquiridas/desarrolladas durante años, en organización
de tareas de sobrevivencia en diversos ámbitos, y que tienen por tanto amplios
saberes que aportar que reclaman ser incorporados al proceso protagónicamente y con identidad.
La IAP permite desarrollar procesos de sistematización de
experiencias concretas de experiencias de gestión intercultural, generalmente
en ámbitos comunitarios, y/o municipales.
Sobre esa base es posible:
·
Identificar colectivamente y/o construir los
elementos para la formación de la competencia intercultural. (finalidad de la
IAP)
·
Desarrollar procesos de devolución de los
estudios de las experiencias y rescate de saberes. Estos constituyen
importantes fuentes de auto-conocimiento y autoconciencia y son valiosos
componentes para los procesos de formación y/o fortalecimiento de capacidades
colectivas de los participantes.
La tercera
conclusión sobre este aspecto, sería:
- La interculturalidad supone, reclama e impone un profundo cambio cultural de las organizaciones sociales y políticas.
- Este cambio cultural comprende la totalidad del proceso: implica el reconocimiento de los saberes no “oficiales”, sumergidos o descalificados, la resignificación de los saberes otros: femeninos (y feministas), para la vida (y la sociedad), la participación abierta y desde debajo de todos y todas en la definición del curso, los ritmos y las propuestas del cambio social. Es decir, a la vez, modifica las responsabilidades y los papeles de todos y todas.
- Se refiere tanto a los saberes y las definiciones “técnicas” (saber hacer y poder actuar), como a la formación de aptitudes (competencias) para llevar adelante las transformaciones que reclama la interculturalidad.
Otra arista de esta labor investigativa, estaría dada por la
identificación de los posibles vasos comunicantes entre las distintas
manifestaciones culturales o distintas culturas, contribuyendo a la constitución
de redes interculturales de existencia, comunicación y funcionamiento
organizacional y programático colectivo.
Recuperar experiencias: testimonios, historia oral e historias de vida
►Sistematización de experiencias: La
sistematización de experiencias se refiere explícitamente al rescate de la
historia del funcionamiento de la vida en las comunidades rurales y urbanas,
los barrios, la familia, las organizaciones sociales, al rescate de sus
fundamentos filosóficos, y de las experiencias concretas de la vida colectiva a
través del tiempo o en determinados períodos de particular interés político
cultural.
Es esta recuperación la que arroja como resultado más
preciado la reapropiación por parte de la comunidad o colectivo en cuestión, de
los que ellos han consturido/producido con sus decisiones y empeños prácticos,
ya que es la mirada proyectiva constituida a través de la experiencia, es
decir, son las capacidades enriquecidas
por la fuerza de la realidad y el empuje de sus dinámicas concretas.
Para realizarlas es vital apelar a las historias de las
experiencias de los miembros más antiguos y de los más jóvenes, de hombres y
mujeres. Para rescatarlas se apela a la imbricación metodológica de la
educación popular, la IAP y la antropología social.
►Historias de vida: En la reconstrucción
de los saberes populares oprimidos, resulta central recuperar las experiencias
de los sujetos involucrados en las prácticas colectivas, la reconstrucción oral
de sus experiencias vitales en lo referente a sus modalidades de vida, su
identidad, sus aspiraciones, sus resistencias y luchas sociales, sus prácticas
ancestrales de administración de los colectivo, etcétera. Es vital incorporar a
los saberes interculturales el caudal cultural familiar, teniendo presente que el
conocimiento y la cultura se forman y desarrollan en cada ser humano desde el
nacimiento, en el seno de la familia, el hogar y la comunidad donde se vive, es
decir, anteceden y exceden a las instituciones escolares. Esto es lo que ‑sintéticamente
expresado‑ se distingue conceptualmente como sabiduría.
Las historias de vida pueden ser individuales o grupales, o
incluso de organizaciones y movimientos. En este último caso se trata de un
encadenamiento de historias individuales-grupales que hay que ir identificando
y reconstruyendo paso a paso, conformando un proceso de investigación y
reconstrucción de la memoria histórica colectiva. La mayor riqueza se logra al
interconectar las historias de vida con los resultados del proceso integral de
la IAP y construir o reconstruir –de conjunto e integradamente‑ los conceptos,
para la formulación‑reformulación de saberes rescatando los que provienen de
las sabidurías, afirmando o reconstituyéndolos en interculturalidad.
Re-apropiación
colectiva de saberes y sabidurías
Este aspecto se condensa generalmente en el proceso de
devolución de los estudios procesados, terminados, a las comunidades y a los
sujetos/as participantes del proceso investigativo. Se trata de una devolución
interactiva, de intercambio y retroalimentación mutuas que constituye además,
la culminación real del proceso de la IAP, es decir, no es un acto ni un
proceso externo a la investigación. Todos los que participan en ella son
sujetos de investigación y en tanto tales, participan también de la elaboración
y reflexión de los resultados de la misma.
Esto supone:
- Someter las conclusiones/definiciones a la discusión del conjunto participante.
- Construir (o reafirmar) los resultados, propuestas conclusiones y saberes de modo colectivo y horizontal.
En virtud de ello, los procesos investigativos-formativos
constituyen a la vez procesos prácticos de articulación y construcción de redes
del saber y del hacer.
La devolución es parte de las claves del cambio cultural
necesario para la gigantesca tarea actual de cara la construcción de lo
intercultural‑social, base para la formación de nuevas identidades e
interrelaciones sociales y políticas entre diversidades humanas. La devolución
supone la colectivización de saberes. Sin ella, habría apropiación de lo
colectivo aprehendido por parte de un solo sector o individuo,
independientemente de la metodología que se aplique durante el proceso del
conocimiento.
No es la metodología la que garantiza que los resultados
constituyan un saber colectivo social, sino el proceso en su conjunto, la
coherencia del mismo y la participación en él del conjunto de sus
protagonistas.
Lo dicho habla de una
fuerte presencia ética como
componente genealógico de la posibilidad (y realidad) de la construcción de
estos procesos, saberes, identidades e interrelaciones colectivas
interarticuladas y, por tanto, de la posibilidad de transformar las realidades
de exclusión y discriminación de los oprimidos y las oprimidas, de los
trabajadores y las trabajadoras, pobres urbanos y campesinos, indios e indias,
negros, negras y mestizos, a través de la modesta “parcela cultural” que, en
ese gran proceso colectivo, desempeña la construcción de los intersticios
interculturales para el empeño estratégico que supone transformar la sociedad
actual y construir una nueva civilización, fundamentada en la equidad de
etnias, géneros y clases hasta su equiparación en el único calificativo
universalmente pleno de “género humano”.
Los aportes de las teologías de liberación
En la búsqueda de un pensamiento intercultural cabe un lugar
destacado a la teología de liberación o, para decirlo con sentido universal, a
las teologías de liberación, es decir, teologías que han asumido que el reino de Dios está en la tierra y que
los seres humanos somos los integrantes de ese reino, sin colocar obstáculos ni plantear postergaciones
sacrificiales que convalidan las injusticias, las desigualdades y exclusiones
sociales, haciendo de ellas un supuesto camino a la felicidad eterna de los explotados y explotadas en el más allá.
En nuestro continente las teologías de liberación,
fundamentalmente católicas, protestantes y evangélicas, se combinan con la lo
que se conoce como “lectura popular de la Biblia”, es decir, con lecturas de la
Biblia desde el presente de los pueblos oprimidos, para extraer de ella los
elementos centrales para la de-construcción analítica del poder y sus
mecanismos de dominación, y encontrar las vías y los medios de encauzar las
resistencias de los pueblos hacia la superación de esa su situación de opresión
y explotación.
Un lugar y un papel importante corresponde a las comunidades
eclesiales de base que tanto empeño han puesto en el desarrollo de prácticas
educativas basadas en la educación popular y los fundamentos teológicos de
liberación, en aras de contribuir a la emergencia y (auto)constitución en
sujetos de su historia a los sectores oprimidos y olvidados en este continente.
Su labor entre los campesinos de las zonas rurales empobrecidas, entre los
pobladores/as de las barriadas empobrecidas de las periferias de las grandes
ciudades, y en las comunidades indígenas de Centroamérica, ha sido
trascendente. Con sus actividades se formaron militantes sociales que
impulsaron procesos de conformación de organizaciones sociopolíticas populares
como, por ejemplo, en Chiapas, México, en Brasil, con el Movimiento Sin Tierra,
y en República Dominicana, en la constitución de los núcleos iniciales de Copadeba (Comités para la defensa de los
Derechos Barriales).
Entre los aportes de la teologías de liberación católicas,
protestantes y evangélicas, se cuentan los de la teología feminista de
liberación, orientada en lo fundamental a construir, como remarca la teóloga
Ivone Gebara,
Un nuevo mundo a partir de
una perspectiva igualitaria entre el género femenino y el masculino, [que] debe
tener como respaldo un grupo constituido por nosotras/os mismas/os, capaz de
evaluar nuestra comprensión del mundo y ayudarnos a dar nuevos pasos en el
claroscuro de nuestra historia. [Gebara, 2004]
Un nuevo tipo de intelectual orgánico
En la perspectiva expuesta resulta claro que la construcción
de un nuevo pensamiento emancipador no es una tarea exclusiva de intelectuales
aislados. Se trata de una labor colectiva que supone la interacción de
intelectuales con los actores sociopolíticos en procesos de resistencias,
luchas y construcción de alternativas populares. Cada actor sociopolítico
aporta y crea lo nuevo en sus prácticas diversas, ya sea apelando a sus
tradiciones culturales o ensayando nuevas propuestas: Estas, junto con sus experiencias
y reflexiones movilizan y definen los contenidos claves del nuevo pensamiento
sociotransformador, construido en interacción dialéctica con los intelectuales
orgánicos en proceso colectivo de
producción de nuevos saberes.
Este supone articular diversas dimensiones del pensamiento
reflexivo crítico, es decir, el saber que es elaborado en su dimensión
estrictamente teórica, con el saber que emerge de abajo y que mayormente queda
contenido (inmerso) en las prácticas –de ahí, entre otras razones, la
importancia de rescatarlas, sistematizarlas y conceptualizarlas‑. La
articulación de estas dimensiones diversas posibilita la integración e
interrelación y construcción dialéctico‑revolucionaria del diálogo horizontal entre los saberes: “científico”, “académico” y
“popular”, elaborando un pensamiento colectivo (pensamiento sobre pensamiento), indispensable para
la producción de un nuevo pensamiento estratégico sociotransformador
indo-afro-latinoamericano.
Esta labor, que presupone el diálogo horizontal de saberes,
miradas y experiencias, en una construcción articulada desde abajo, resulta hoy
entre las nuevas dimensiones del desempeño de lo que hemos acostumbrado
identificar como intelectual orgánico:
no es el que “sabe y orienta”, sino el que construye conocimiento, saberes y conciencia
revolucionaria junto con los
actores-sujetos concretos de una sociedad determinada, partiendo de sus
realidades, compartiendo prácticas, búsquedas, ideales y horizontes
estratégicos. La organicidad de los intelectuales comprometidos se define entonces,
no por su pertenencia partidaria (“la orga”), sino por su capacidad de trabajar
coherentemente siendo parte del proceso sociotransformador, en diálogo
constante con los actores que lo protagonizan. Debe ser comprometido para ser creíble, y crítico para ser útil y así
contribuir al avance del conocimiento y la conciencia colectiva.
La creación de una nueva civilización, capaz de contener
en pie de igualdad a las múltiples civilizaciones existentes y sus
cosmovisiones, intearticulándolas de modo intercultural, abriendo paso a un
mundo en el que quepan todos los mundos, es tarea de multitudes no de élites
iluminadas. En este espíritu van formándose las nuevas generaciones
intelectuales militantes orgánicos por la vida, conscientes de la integralidad
manifiesta en la unidad entre humanidad y naturaleza, el reconocimiento de la
diversidad y la búsqueda del equilibrio en la paridad, equidad y horizontalidad
de sus interrelaciones.
La construcción de nuevo pensamiento emancipotorio resulta
entonces raizalmente articulada a los proceso de construcción‑acumulación de
conciencia y organización (poder propio) que llevan adelante con sus luchas y
propuestas los pueblos constituidos en actores sociopolíticos en el continente,
con la consiguiente maduración del proyecto alternativo pensado y construido
colectivamente por ellos.
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[1] Lo “horizontal” resume,
entre otros, los objetivos de construir un nuevo modo de vida, sin jerarquías
discriminatorias o excluyentes, con equidad, justicia y oportunidades para
todas y todos, con el reconocimiento y respeto de las diversas identidades,
culturas, costumbres, anudadas a un modo de producción y reproducción que
proteja la vida humana y ambiental y –sobre la base del reencuentro con la
naturaleza‑ asegure el equilibrio sociedad–naturaleza. La horizontalidad a la
que me refiero alude a una lógica de construcción anclada en la equidad de
condiciones y derechos entre diferentes que se interrelacionan, no a una visión
geométrica ni a una forma organizativa. Apostar a lo horizontal implica
aprender a articular la pluralidad sobre bases de equidad y complementariedad.
Es una propuesta raizalmente intercultural, que supone aceptar e incorporar las
diferencias en aras de construir una totalidad sociocultural compleja que en
vez de anular la diversidad la presuponga y exprese. Lejos de buscar el
aplanamiento de la sociedad y la unicidad del pensamiento, esta nueva lógica
horizontal (supone y) se encamina hacia la coexistencia y el derecho de todos y
todas a existir, pensar y actuar (vivir) acorde con sus identidades y
cosmovisiones, es decir, de un modo propio, diferente.
[2] Considerando que somos la mitad o un poco más de la mitad de los
habitantes del planeta‑, incluso si fuera un asunto sólo de mujeres, sería
importante su incorporación al debate y a las propuestas sobre la democracia en
nuestras sociedades, con igual centralidad que otros problemas sociales de
discriminación o exclusión. Pareciera que hay que recordar siempre que todos y
cada uno de ellos comprende a las mujeres, quienes –al interior de cada
problema particular‑, resultan doblemente afectadas: por el problema y por los
jefes, maridos, padres, hermanos, religiosos o compañeros.
[3] Es en realidad allí donde el actor social se constituye en sujeto,
definiendo los fines inmediatos y últimos de su actuación, su relación con
otros actores sociales del mismo campo de intereses de clase y políticos, su
relación con los enemigos políticos por oposición antagónica de interés de
clase, y se organiza social y políticamente para alcanzarlos. Es por eso que en
sentido más exacto es más correcto hablar de auto‑constitución del sujeto y no
de sujetos como tales, supuestamente preexistentes a sus prácticas.
[4] Para Marx la práctica no es sierva
de la idea; es nexo, intermediación objetivo-subjetiva que es determinada por
la subjetividad a la que a su vez determina y condiciona, por lo que resulta
finalmente determinante, aunque sin eliminar nunca el lado activo independiente
de la subjetividad (la creatividad, la imaginación), al contrario, potencia su
desarrollo cual manantial inagotable.
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*Ponencia presentada en:
“Diálogos
Culturales de Invierno”, El Salvador, 21 de Julio de 2015
3 comentarios:
Comentarios sobre Hegemonía, poder popular y sentido común, autoría de Isabel Rauber (PARTE 1 de 2)
Marta Abruza
En este artículo la autora realiza un exhaustivo análisis respecto de la hegemonía dominante. De cómo este discurso único y sus mecanismos de reproducción a través de la educación, la cultura, las instituciones buscan perpetuarse y ha logrado que los sectores sometidos defiendan los intereses de los sometedores valiéndose de lo que las elites han instalado, al decir de Gramsci como “sentido común”.
La autora enfatiza sobre la necesidad de discutir la lógica del capitalismo, desnudando las falsedades de su supuesta eficacia que esconde la manipulación de valores y creencias pre formateando nuestras subjetividades haciendo foco en el individualismo, la libertad y la propiedad privada como baluartes, principios fundamentales.
Para desmontar tal lógica introduce la necesidad de una reconstrucción teórico-práctica de modos de existencia alternativos que originen una hegemonía de la liberación. Es por ello que menciona la autoconstrucción de poder popular que dispute la construcción de otra subjetividad partiendo de la horizontalidad, la participación en las decisiones, la incorporación de saberes y referentes populares que originen una interculturalidad (entrelazando la teoría y la práctica) y no simplemente hablamos de multiculturalidad que reconoce diversas culturas pero que sigue primando dentro de los márgenes de la hegemonía dominante.
Menciona además que para superar el que un individuo o grupo porta “la razón” y por ende la única posición correcta, la verdadera, es necesario contraponer una verdad revolucionaria construida con todos los sectores del pueblo.
Menciona los aportes de la teología de la liberación respecto de la educación popular que permite la autoconstrucción en sujetos de su propia historia a aquellos que sólo habían sido espectadores.
Finalmente menciona al intelectual orgánico, que es aquel que interactúa con actores socio-políticos de resistencia. No quien guía o dice qué hacer, sino construye conocimiento junto con los actores-sujetos de una sociedad determinada. Con características exclusivas y excluyentes: “comprometido para ser creíble y crítico para ser útil”.
Este artículo proporciona criterios valiosos para esta etapa de plena ebullición en nuestra región.
Me siento interpelada por el mismo, al tiempo que intento relacionarlo con los momentos que atraviesa nuestro país. Si bien el rol del Estado ha sido desde el momento del surgimiento de las Naciones una institución que además de tener legitimado el uso de la fuerza ha sido el guardián de la conservación de los privilegios del capital por sobre el trabajo, observo que últimamente en la región, ese mismo Estado puede convertirse en una herramienta propulsora de políticas hacia un cambio en cuanto a su lógica, inspirando procesos revolucionarios como en el caso de Venezuela o Bolivia, por dar algunos ejemplos. Es por ello que si bien la forma: verticalismo en la organización, Estado burgués, como organización social, condiciona su contenido, no lo determina.
De la misma manera que no todos los trabajadores y/o excluidos son portadores del deseo y/o necesidad de un cambio de la lógica del capitalismo.
Estoy convencida que los movimientos sociales surgen a partir de la creencia/experiencia de que el modelo de organización y/o distribución atenta contra su propia vida, o el futuro de sus hijos.
Es a partir de la necesidad concreta que se puede resquebrajar algo de la estructura ideológica/subjetiva que la sostiene.
No alcanza con comprender lo irracional del capitalismo desde el punto de vista intelectual.
No es por la racionalidad que nos movilizamos.
Es muy claro Zizek en “El sublime objeto de la ideología” cuando afirma que la ideología no es un manto que oculta la realidad, sino es la matriz que estructura nuestra acción en el mundo.
El núcleo duro está en las creencias y en la necesidad tomar conciencia de ellas ,de lo contrario se aleja nuestra liberación y como pueden nacer nuevas creencias.
(CONTINUA EN PARTE 2 de 2)
En el articulo titulado "Hegemonía, poder popular y sentido común", que acabo de leer, se pone de manifiesto la crisis que atraviesa el sistema capitalista y la forma de defenderse como sistema, a esa crisis es la aplicación de políticas mas duras que las habituales.
Lo que plantea el articulo es que es el momento de aprovechar esa crisis que atraviesa el capital, para construir un nuevo mundo, una nueva civilización, basada en la participación popular, de modo que se constituya un sujeto político de transformación que despliegue su conciencia política. Lo que garantiza, según el articulo, la construcción de un nuevo mundo, no es aplicar las mismas recetas que el capital, una vez alcanzado el poder, sino una nueva construcción de poder propio (creación y construcción de una nueva cultura hegemonía de liberación). Hegemonía, entendida como dominación basada en lo complejo de la diversidad de fuerzas políticas, sociales y culturales.
Asimismo, se señala en el articulo que, la construcción de poder popular (poder desde abajo) articulada con el poder de las instituciones (poder desde arriba), permitirá desdibujar entonces los limites del poder instituido, dándole protagonismo a la ciudadanía. La propuesta es la construcción de un Estado revolucionario, que seria la aparición de Estado como un actor socio-político central que articule con la participación activa de los sectores populares. Logrando la combinación pueblo organizado- nuevo Estado popular como estructura socio-política de la herramienta ejecutiva de gobierno.
También el articulo hace mención de la forma que garantizo el capital su dominación, en base a la hegemonía cultural que subordino a las sociedades, (es lo que llama Quijano la colonidad, que es un patrón de poder basado en la idea de raza, estableciendo relaciones jerarquizantes, en la división del trabajo y en el eurocentrismo, patrón cognoscitivo, patrón de conocimiento hegemonía). El desafío propuesto es la construcción de nuestra propia hegemonía cultural, pensándonos desde nosotros mismo, con nuestras diversidades culturales , propias de la región, incluyendo a los distintos géneros, a los distintos grupos sociales y étnicos. Pensándonos de nuestra propia identidad, basandola en una educación popular.
Esa construcción de poder desde abajo tiene que estar basada en una "guerra de posiciones", dice el articulo, esto quiere decir instalar un continuo debate ideológico, político, ético, y cultural, con total participación ciudadana. Organizar batallas políticas culturales, no solo para desligitimar al capital sino para construir nuevas formas de subjetividades y sentido común. (la construcción de nuestros propio sentido común, decía Jose Marti, no un sentido común colonizado). De esa nueva forma de subjetividad, nace la intersubjetividad de los pueblos, que ya deja de ser una subjetividad individual sino una subjetividad colectiva. Esa subjetividad tiene que estar basada en ese sentido común propio, en esa identidad compartida, sobre todo en la solidaridad étnica. Todos conceptos destruidos por la ideología del capital.
Andrea Soledad Gutierrez.
Comentarios sobre Hegemonía, poder popular y sentido común, autoría de Isabel Rauber (PARTE 2 de 2)
Marta Abruza
La autora menciona la necesidad de descubrir el engaño desde la etapa de la acumulación originaria, pero al mismo tiempo menciona una lógica de dominación precedida por los señores feudales y antes por los esclavistas.
Es decir que el capitalismo continuó y profundizó un nudo de creencias imperantes manipulándolas a su favor, re-significándolas, pero sin renunciar a la dominación sino fortaleciéndola.
En la raíz de esa dominación se encuentran categorías como hombre-mujer, blancos-otras etnias, conocimiento científico-intelectual-otros conocimientos menores.
Es la metodología violenta, de subsumir por un lado a la naturaleza para servirse de ella y a los hombres como si fuesen cosas para ser usadas, despojándolos de su humanidad es la lógica que se pavonea por el mundo. Si bien se ha naturalizado, no es natural, es una construcción humana por tanto pasible de modificarse.
Esta valoración-metodología nos atraviesa. Está presente en todas las relaciones intrafamiliares, laborales, en el emplazamiento del médico respecto a sus “pacientes” (sujeto que padece la acción del agente), del maestro respectos a sus “alumnos” (sin luz), etc., etc.
Es por ello que desmontar todo este andamiaje no es tarea sencilla ni de dos días.
Sin embargo la cosmovisión del Buen Vivir de los pueblos originarios, el reconocimiento a nivel constitucional de la Pachamama como sujeto de derecho tanto en Bolivia como en Ecuador, significan un faro, que a corto o mediano plazo irradiará sus consecuencias tanto en la región como en el mundo.
Entiendo que a la par de ir deconstruyendo en nuestras subjetividades y en lo social –hasta donde tengamos influencia- valores incorporados como dice Serrat “con la leche templada y en cada canción”, será menester ir construyendo otras realidades desde lo cultural, lo educacional, lo jurídico, lo político y lo económico.
Necesitamos también nuevos mitos, nuevos cuentos infantiles que visibilicen y robustezcan valores humanos, solidarios, gratos que atenúen el miedo y alimenten la alegría.
En todos los rincones, en todas las actividades, como dijo el Che, predicar con el ejemplo.
Resignificar la patria, incorporar el valor del conjunto por sobre lo individual y creo que a partir de algo que todos vemos como la necesidad de cuidar el planeta para seguir subsistiendo (ya no es una idea alocada), y que a partir de esa simple premisa, puede ponerse en jaque absolutamente todo el entramado que nos ha llevado de manera activa o pasiva a la destrucción de nuestro hábitat y al modo de relación como dije tanto con lo natural –madre tierra- como en lo social, con nuestros semejantes, que es ni más ni menos que una actitud suicida.
Por impulso, el ser humano busca sobrevivir, esa es mi certeza. Creo en la reversibilidad/trasformación de las condiciones de opresión actual.
Marta Abruza
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