Una espiritualidad infranqueable por el Capital

Quien es auténtico, asume la responsabilidad por ser lo que es y se reconoce libre de ser lo que es. JP Sartre

lunes, 10 de agosto de 2020

UNA RAMA DE OLIVO

 Palabras de Eusebio Leal Splenger
En presentación del libro Con el corazón abiertode Isabel Rauber
Hace casi veinticinco años que no estoy en un auditorio mayoritariamente cristiano donde pueda expresar lo que hoy debo decir. Fue durante el receso de una de las sesiones de la Asamblea Nacional, donde mi amigo Darío Machado me reiteró el deseo manifestado por Isabel Rauber para decir estas palabras.
Creo se cumple hoy una de aquellas grandes expectativas que en memorables discursos públicos contrajo Martin Luther King con la posteridad “Sueño con un día”.
Y pienso que, en pequeño, se reproduce y anticipa el sueño que está contenido en nuestra y en la voluntad de ustedes, es decir la voluntad de todos. Un mundo en el cual la palabra del ser humano, dignidad humana, entendimiento entre los hombres, ocupa en centro exacto de nuestra disertación.
En muchos de los presentes, como Clarita y Raúl, está presente aquella perentoria llamada del profeta Isaías cuando clamaba que purificaría sus labios con un carbón encendido para poder mencionar el nombre, porque el celo de ese nombre consumía su espíritu. (1)
Hoy nos reúne, precisamente, el celo. Y quisiera que estas palabras estuvieran revestidas de las fuerzas de un testimonio verídico. Claro está, no puede ser la presentación de este libro, la excusa para que aborde cuanto quisiera decir hoy, pero leyendo el texto he encontrado que hay enormes afinidades con la historia vivida por otros cristianos y por otros hombres sin religión.
Recuerdo que el Che, al despedir el duelo de un compañero (2), hallo que el mismo accidente donde había perecido aquel, había caído otro que era cristiano y un tercero que era de religión hebrea. Explicó, en pocas palabras, cómo el azar había reunido en un mismo destino a un judío, a un cristiano y a un compañero sin religión. Religión es una palabra antigua, del término religio que quiere decir religar, reinbricar. La labor de una búsqueda de una explicación existencial se interrumpía para los creyentes en el distante y lejano paraíso, en el cual siempre el hombre ha creído y al que siempre ha deseado regresar; ha soñado con un paraíso personal, con un paraíso social, un paraíso localizado en alguna parte del universo. Hasta Cristóbal Colon creyó, al contemplar la inmensa y extraordinaria desembocadura de uno de los más grandes ríos de América del Sur, que había llegado a la frontera del paraíso terrenal, que existía todavía como una realidad palpable en algún lugar inencontrado de la tierra.
El libro de Isabel Rauber se ha convertido en la tentativa, en la demostración y en la pasión con la que un ser humano tienta el paraíso. No solo para sí, sino para otras muchas personas.
La vida física es efímera, pasa, inexorablemente, como han pasado de tantas y tantas generaciones de hombres, como pasará en breve con la de cada uno de nosotros. Esa verdad debería enseñar a todos los seres humanos que por encima de ella están los valores inmortales del espíritu. ¿Qué sentido tiene aquella sin estos? ¿Qué es entonces vivir? ¡Cómo podrán morir los que por comprenderlo así, la sacrifican generosamente al bien y a la justicia! Dios es la idea suprema del bien y la justicia, A Dios tienen que ir los que por una u otra causa caen sobre la tierra de la patria.(3)
Análogo sentimiento expresaba José Martí en la soledad inmensa de otra prisión en el corazón de la Habana, un siglo atrás cuando clamaba:
El orgullo con que agito
estas cadenas valdrá más
que todas mis glorias futuras
que el que sufre
por su patria y vive para
Dios en este mundo o en otros mundos
tendrá verdadera gloria (4)
Creo que tendría que haber una redención para aquellas cadenas temporales, y que el hombre solo podría alcanzarla con la vista puesta en Ese en quien muchos ven el Altísimo, el Excelso y el Distinto a todas las cosas imaginadas. El absolutamente otro.
Este libro es un testimonio de fe dado en un lugar de la tierra; no es un testimonio ajeno a la realidad. No es, por tanto, como el paraíso de Colón, ni tampoco es la búsqueda de ese otro soñado por Milton y recordado en su maravilloso canto. Ella lo sitúa en la isla de Cuba, en un momento crucial de su historia, donde como un clamor de justicia truenan en el cielo y bajo la tierra las revoluciones. En este tiempo-que pone a prueba las virtudes y saca a flor los defectos, porque se revuelve la quietud del fondo y afloran todos los sentimientos, los extraordinarios y los más primarios- surge el testimonio de esta mujer, que es el objeto del libro.
Los recuerdos van narrando una historia común, que ha sido desde los distintos ángulos que a cada cual le toco vivirla; la historia de una y varias generaciones. Porque en nuestro tiempo, que es el mejor, el que según las escrituras, los santos desearon, porque es el de compartir nuestro pan, de dar al que nos pide la capa y el manto, es el tiempo de avanzar dos pasos más allá. Este tiempo que es de esperanza y de visiones para los hombres de fe- y aquí generalizo la afirmación de fe-, no solo como un don divino, sino la fe proverbial en el hombre, para el hombre, en la dignidad de las criaturas hechas, como tantos creen, a imagen y semejanza. Época de fe en la virtud, en ella se desarrolla y florece esa vocación. Época de entredichos, confusiones, que se convoca en nombre de la justicia y de la redención, de infinitas calamidades humanas vividas, palpables y dolorosas como en casi ninguna otra. En esta Hispanoamérica nuestra, donde por la complejidad de la formación de nuestra identidad, por los factores heterogéneos que la integraron, donde subyace el sufrir de los pueblos antiguos-perdida en el pasado la memoria de sus propios cultos y creencias-, al que se une el dolor enorme de aquellos otros hombres y mujeres, arrebatados desde distintas latitudes del África, que anduvieron a tientas sin poderse explicar, cabalmente, en el medio de las tinieblas de la esclavitud. ¿Dónde se halla su propia esperanza individual y comunitaria? ¿Dónde las divinidades protectoras?
En este contexto floreció la predicación cristiana contentiva, esencialmente, de un deseo de liberación, cautiva de circunstancias dramáticamente adversas, aunque su objetivo pareciera apuntar solo a la vida venidera, extratemporal, por ende, distante e idealizada, génesis de la Teología de la Liberación que se acuñó en las Antillas en los días terribles de la conquista. Meditar en torno a la religiosidad como un aspecto de la gratitud de los cubanos ante su propia historia, a partir de los instantes en que comenzó a definirse como tal, allá en los lejanos orígenes.
El papel del evangelio, comprometido en medio de un suceso histórico, cuya discusión y establecimiento está muy lejos de acabar todavía. El compromiso de la cruz con la espada en los años donde se vertebró la América hispano-lusitana y que conllevaría un movimiento de protesta encabezado por aquellos teólogos formados en la certeza de ciertas verdades que no pudieron explicarse de forma alguna: como hechos tan inconcebibles, luctuosos, denigrantes para la condición humana, habían podido ampararse bajo las prédicas en la fe redentora. De ahí el grito de Montesinos la apasionada Predicación de las Casas, las instituciones cultas de Zumárraga, la obra casi utópica de Tata Vasco de Quiroga en aquellas primeras horas, que tendieron a desacralizar la conquista como suceso devenido en expresión de la voluntad de Dios.
En medio de esos albores, el mundo presencio un suceso de extraordinaria significación: la ruptura, esta vez de gran magnitud, dentro de la unidad de la cristiandad. El escándalo, la corrupción, la inconsecuencia, casi siempre ligado al culto de los bienes terrenales, trajo como derivación-además de otros conflictos políticos, de otras debilidades y compromisos- uno de los sucesos más grande de la historia de la cultura: la Reforma. Ella llevó al primer plano una nueva interpretación de la historia y provocó una reacción tan violenta en los que se sintieron agraviados por ella que, a partir de entonces y hasta hoy, la historia ha sido otra.
En tales hechos nos vemos involucrados nosotros, los cubanos como isla, sobre todo por el hecho que la revolución, se levantó en medio de expectativas de justicia, continuadora legítima, sin lugar a dudas, de un proceso histórico más que centenario, acunado en lo que se llamó entonces el liberalismo. La patria cubana nació al amparo y al siglo de las logias librepensadoras y anticlericales, porque debió hacerse un juramento de creencia en un Dios que era, para los hombres que fundaron la nación, arquitecto de un mundo que no era justo. Y, por tanto, la ruptura de aquellas cadenas de aquellas sujeciones, el abrazo a la causa revolucionaria, bajo el sacerdocio cristiano, católico o reformado, y a todos aquellos que eran creyentes, un ineludible compromiso de militancia, de batalla o de condena al movimiento nacional liberador.
La historia de nuestra república, república que nació abortada por un suceso no inesperado, pero sí profundamente temido, sobre todo por el Apóstol de aquel propósito político, que fue José Martí. Ese de quien el poeta (5) dijo, con razón, que es el misterio que nos acompaña, un misterio que hace que, para los creyentes y no creyentes, la palabra de Cuba, la palabra patria, la palabra justicia, la palabra revolución, tengan, inevitablemente, un compromiso místico que llega al extremo de que el pueblo sencillo, allá en la base, cuando recostado a las paredes de tantas urgencias y de tantas miserias, de tantas, de tantas necesidades a que nos obliga la obra contumaz de un adversario incansable, repita como última palabra extrema: el que tenga fe se salvará. Y esa fe profunda nos convoca hoy. De aquellos que creen que más allá de éste mundo habrá otro, mucho más infinitamente justo y grande, y de los que creen -sin demostrar de aquel-, que es indispensable para alcanzarlo que en éste se haga perentoriamente justicia extrema, de esa coincidencia nace el acto de hoy. Y nace el apasionante testimonio vivido por esta mujer, que ella ha señalado en su virtud esencial: la modestia. No aquella que niega mendazmente la obra personal, la grandeza y dignidad de esta obra, y el papel del hombre en la historia, sino la que renuncia voluntariamente a toda alabanza. La que cree que en el hacer el bien y prodigarlo está la verdadera esperanza, la verdadera comprensión; que cree-como ella lo hace- en la noble y evangélica palabra: lo que hagan con el prójimo lo hacen conmigo mismo. (6)
Este es el contenido del libro. Ella es una triunfadora, como lo somos todos los que estamos aquí esta noche. Hemos sobrevivido al hombre, al enfrentamiento a las coyunturas increíbles de nuestro tiempo, y hemos triunfado con un testimonio ardoroso de verdad.
Narra, desde el ángulo de su iglesia, desde el grupo de personas donde vive y crece, nacen sus hijos y se funda su propia familia, la aventura de las primeras iglesias a la cual acude el infortunio y la desventura de los años más álgidos de los enfrentamientos entre los extremos ideológicos y cuando no se deslinda la diferencia entre fe e ideología, cuando apenas es perceptible esa diferencia, cuando las lealtades se ponen en duda por el hecho de que la persona tuviera una creencia o un signo de fe.
Sin embargo, con esa mansedumbre propuesta en el párrafo evangélico que habla de la paloma y la serpiente que van a cohabitar a partir de la pasividad de una y la astucia de la otra, haga aparecer la palabra idónea, la que se ha de decir, la que pueda ser comprendida, la que no sea lanzar margaritas al estercolero; esta mujer, estos hombres, mujeres y jóvenes, todos aquí reunidos, hemos sobrevivido. Somos los hijos de una palabra de redención pronunciada bajo el cielo y las estrellas de Cuba. Hemos sobrevivido sobre la base de la idea de salvarnos con nuestra patria o perecer con ella. Y eso es, verdaderamente, el signo de pasión, el signo de amor, el signo de consagración que esta obra lleva impresa.
Cuando se habla de los días angustiosos de la UMAP, cuando estaba el temor de que se llevaran al hijo del pastor, al cantor de la trova, o al joven que contaba historias y que de pronto se reunirán allí, no con lo más virtuoso de la sociedad, sino con aquellos que -como bien dice la autora- podrían ser la crápula de la sociedad o lo peor de ella. Pero he aquí que el Señor no quiso que nos reuniéramos con los elegidos, sino con los pobres. Nos quiso juntos a los leprosos y menesterosos, no con los que tenían ya justicia. Y por tanto, ese testimonio salvador de fe, esa palabra de consuelo dada y esa esperanza de que aquellos momentos coyunturales pasarían, hace posible la reunión de esta noche.
Este libro, por tanto, es un profundo testimonio de una fe vivida en Cuba y para Cuba.
No se cumplió el aquello que adonde nos persiguieran en una tierra, irnos a otra. (7) Porque hoy podemos llegar a la conclusión de que esa persecución en realidad fue un momento extremo, un momento difícil, que nació de la infinita confusión, del temor de unos a perder la patria conquistada, y de otros, de pensar de que la que se conquistaba estaba privada de Dios. Y lo que ha de afirmarse hoy es que no se mueve un pájaro en el mercado, aún por la candidez e inocencia de las avecillas expuestas en la jaula, sin que Dios lo vea.
Lezama, refería con razón, y me gusta recordar cuando lo repetía, aquello que encontró una noche escrito en el Castillo del Príncipe colocado sobre el dintel de la puerta – como Dante había escrito en tremendas palabras a las puertas del infierno -, en este pequeño y local infierno que era el Castillo, tan próximo al literato en la historia de su vida decía, “Era una noche negra y sobre un mármol negro una hormiga negra caminaba. ¡Y Dios la veía!”
Aquí estamos esta noche, por tanto, los que estamos bajo la augusta mirada. No se diferencia creyentes de no creyentes, hombres de partido de hombres de religión. Esta es raigalmente la obra de Cuba. En última instancia, la obra de la revolución ha sido, contra el testimonio –y doy fe de ello– una obra de infinito amor. Esa obra de infinito amor es la que nos congrega.
Este no es un acto político, pero lo es, porque no hay un solo acto humano que no lo sea. Y en este tiempo que vivimos sería un pecado tremendo excluir nuestro acto de ese compromiso.
Felicito muchísimo a la autora, a quien se una monja negra, junto con Marta Harnecker recorriendo el mundo y tomando estos testimonios, en los cuales trata de hacer justicia con una parte sufrida y dolorosa de nuestra humanidad: la mujer, la indígena; en este caso: el creyente que en distintas partes del continente puede sufrir – y aún en nuestras tierras, para probar que ella es parte de la humanidad- incomprensión, dolor, falta de visión en la relación con su compromiso con el mundo y con su fe.
Creo -repito para concluir- que el libro será leído con avidez por lectores en América Latina que quieren saber que es de los cristianos cubanos, y que es de los creyentes en Cuba. Será leído por aquellos que estudian este periodo, identificados por hechos como los que ahí se cuentan y que le da sello de autenticidad a una revolución verdadera.
 Se nos decía cuando éramos pequeños: justicia primero, caridad siempre. Es verdad había que tener siempre un sentimiento, no de la calidad que corresponda con la limosna de la mendicidad, sino esa que abraza ardorosa la llaga, esa que busca dónde está y es más grande, y más largo el camino del sacrificio. Esa que cree, contra toda esperanza, que el hombre es esencialmente bueno, y que ha de venir un día de redención para cada uno y para todos los seres humanos.
Reitero la felicitación a la autora y no voy a repetir, línea por línea, lo que dice el libro, no porque ella tenga duda de que yo lo haya leído, porque más bien lo he intuido. En el fondo, creo que en el libro subyace ese tremendo y poderoso mensaje. Clarita y Raúl son un ejemplo para la comunidad cristiana, y en particular para la comunidad cubana. Los proponemos como símbolos de una lealtad, de un compromiso que todos quisiéramos tener en cada uno de los infinitos desdoblamientos que tiene nuestra condición de ciudadanos y de personas que vivimos en este mundo: del ama de casa que saldrá dentro de un rato a sus trajines, la señora que va a la reunión, el soldado que cumplirá con su guardia, el dirigente político que volará a su deber, el sacerdote que irá a su altar, el maestro que asistirá a su escuela. En definitiva, somos todos y somos muchos. Por tanto, creo que este libro es un poderoso testimonio y un llamamiento ardoroso a la esperanza, a la alegría, a la perseverancia, al triunfo de la virtud.
Esta obra es el triunfo de la virtud, es el triunfo de la esperanza.
Este libro es como aquella paloma que Noé vio –cuando concluido los días aciagos del diluvio- sobrevolar sobre el arca donde viajaban, simbólicamente, todas las especies de la tierra, que lleva sobre su pico una rama de olivo. (8)
Muchas gracias.
 Acto realizado en el Centro Martin Luther King,  La Habana, el viernes 21 de enero de 1994
(1)      Isaías 6, 6-7
(2)      Se refiere a Waldo Sánchez, fallecido el 9 de enero de 1961
(3)      Mario Mencía: La prisión fecunda, Editora Política, La Habana, 1980, pp. 36-37
(4)      Texto de José Martí colocado en una lápida de la Fragua Martiana.
(5)      Se refiere al poeta cubano José Lezama Lima.
(6)      Mateo, 10-40
(7)      Mateo, 10-23
(8)      Génesis, 8-11

No hay comentarios: