Parte I
El
surgimiento de las izquierdas latinoamericanas en la primera mitad del siglo XX,
específicamente de los partidos comunistas, respondió a una conjunción de
razones y fuerzas locales con aquellas provenientes de corrientes
internacionales que buscaban asideros territoriales en el continente, en el
entendido de que esto contribuiría a consolidar el triunfo de la revolución
socialista en Rusia primero y luego en la URSS, secundarizando o
relativizando la
construcción de una alternativa política local efectiva y fuerte.
Ha
corrido mucha agua bajo el puente de la historia desde entonces hasta el
presente, tanta, que aquella realidad originaria presente en la conformación de
ciertos partidos de izquierdas ha desaparecido (y no por “arte de magia”). Pero
su legado ideológico aún conserva una fuerte presencia en la cultura política
del sector. ¿Qué lugar ocupa esta dimensión ideológica y qué implicaciones
tiene para el quehacer político de la izquierda en las realidades del presente
continental y mundial? A desvelar claves importantes para contribuir a responder
a esta interrogante dedico el presente estudio.
De la analítica del capitalismo desarrollado al
capitalismo dependiente sin mediaciones ni “matices”
Forjada
en tiempos de predominio del dogmatismo estéril y paralizador,
sin márgenes para
albergar, contener y proyectar distintas miradas o propuestas, esa izquierda partidaria
de núcleo comunista mayoritario, equiparó la defensa de la revolución
socialista de octubre con el alineamiento incólume irrestricto y absoluto a las
definiciones provenientes de Moscú y de sus organizaciones internacionales,
sintiéndose convocada a imponerlas en todo lugar como “la única” verdad
revolucionaria. Y así lo hicieron no solo con sus organizaciones y
posicionamientos políticos, sino también a través de publicaciones, academias,
el arte... Por ello, no puede limitarse el enfoque del peso ideológico de
aquella izquierda solo al ámbito del accionar de los partidos comunistas, sino que
abarca al gran espectro de organizaciones político partidarias de la izquierda
en el siglo XX, a sus intelectualidades, a sus propuestas culturales y
político-sociales.
Fue,
indudablemente, una gran labor cultural orientada a la disputa del sentido
común, cuyo empeño y esfuerzo rindió frutos importantes para la maduración de
la conciencia social popular acerca de cuestiones claves como: soberanía,
independencia, justicia social, derechos humanos y civiles, desarrollo,
dependencia, democracia, identidades, religión, educación, feminismo, arte…
Pero mientras estos agrupamientos de izquierda partidaria estaban encapsulados en
su ideología originaria, en este continente surgieron ‑o se visibilizaron‑
actores sociales y políticos diversos o nuevos, los cuales ‑enfrentando nuevas
problemáticas y realidades‑, buscaban y buscan respuestas a viejos y nuevos
problemas sociales. En sus luchas y resistencias estos nuevos actores fueron
trazando nuevos derroteros, avizorando nuevos horizontes…
En un
largo proceso de aciertos y errores, de diálogos, debates y enfrentamientos
teóricos e ideológicos, el peso específico de la fuerza histórica que tuvo ‑objetiva
y subjetivamente‑ la (gran) izquierda del siglo XX, se trasladó –entre
tropiezos y saltos‑, de los partidos a los pueblos y sus organizaciones
sociales populares. Emergieron con fuerza identidades históricamente excluidas
o nuevas, cosmovisiones, filosofías… Sabidurías y saberes ancestrales de los
pueblos indígenas originarios tienen hoy, por ejemplo, una rizomatosa
presencia cultural
revolucionaria civilizatoria. Los sujetos emergentes, al ser diversos y
proponer la convivencia y convergencia en diversidad, proponen la interculturalidad como sustento dialogal
del rompecabezas social del presente y a la vez como camino hacia el futuro.
Para ello reclaman e impulsan, integralmente, procesos de descolonización y despatriarcalización
encaminados a la refundación civilizatoria de la humanidad en su reencuentro
raizal con la naturaleza.
El
lenguaje, las miradas y el horizonte futuro de los pueblos en lucha integral
por la vida han cambiado. En contraste con ello la semántica de la izquierda del
siglo XX resultó ‑y resulta no pocas veces‑, carente o vaciada de sentido
político concreto, descubriendo su contenido ideológico negativo. Tomada de
una experiencia histórica en la cual pudo ser elemento movilizador y
orientador, al ser trasladada mecánicamente a estas latitudes ese contenido
ideológico se evidenció como propio de un sistema preconcebido (apriorístico) de ideas
filosóficas, políticas, económicas, etc., acerca de la estructura y el
funcionamiento de las sociedades que analizan y pretenden cambiar. Y esto no es
un “detalle”, si se tiene en cuenta que sobre dicha base ideológica se definieron
el deber ser ‑es decir, cómo debería estructurarse y funcionar la
sociedad‑, quiénes serían los
protagonistas y cuáles las luchas
sociales revolucionarias (definidas como tales a partir de su sistema de
ideas). Sobre esa base ideológica erigieron también “su modelo” de sociedad
diferente. Y a hacerlo realidad dedicaron ‑y muchos aún dedican‑, sus
quehaceres y esfuerzos. Esto resume –apretadamente‑ las fronteras de la
izquierda ideológica o la ideología de una parte (culturalmente influyente) de la
izquierda latinoamericana en el presente.
El mundo cambió, sin embargo, aún con algunas variaciones y
excepciones, esa izquierda se mantiene aferrada a los paradigmas del siglo XX
o, al menos, no se los replantea clara y raizalmente. ¿Por qué? ¿Acaso los
consideran una “tabla de salvación” frente al desbande ideológico reinante y la
incertidumbre acerca del futuro de la humanidad, o responden a una incapacidad
cultural para leer el mundo de hoy, originada en su génesis dogmático‑identitaria,
mezclada con el temor a desaparecer si los modifican?
Siglo
XX: La época histórica del socialismo y las izquierdas
Importancia de la definición de “época histórica”
Un paradigma estratégico y neurálgico de la izquierda en el
siglo XX lo constituyó la definición de la época
histórica. Ella condensa, especifica y dilucida otras determinaciones
igualmente fundamentales, todas en interacción‑interdefinición y retroalimentación
permanente. En ella se referenciaban e interdefinían también aspectos centrales
para el accionar político: la táctica y la estrategia y, consiguientemente, cuestiones
claves como transición, economía y poder a construir, tipo de Estado,
democracia, vía pacífica o insurreccional (armada o no), tipo de partido…
La
definición de época histórica constituyó
y constituye una especie de marco general en el que se inscribe el accionar de
las izquierdas; define el terreno que se pisa, los objetivos de las luchas, los
sujetos, la política, el tipo de estado que se busca instaurar, el poder, la
democracia, los adversarios, los aliados posibles, los derroteros y el
horizonte buscado. Es una proyección de largo alcance, no modificable por
coyunturas ni especificidades locales. Las definiciones que correspondan a particularidades o
exigencias de cada momento histórico y sus realidades sociales concretas, no
alteran –salvo situaciones excepcionales que la modifiquen de raíz‑, la
definición de época, al contrario, se orientan (o deberían orientarse) por
ella, para ‑en base a ella‑ perfilar su accionar, articulando lo coyuntural con
los objetivos de largo plazo. Esta articulación comúnmente llamada “táctica y
estrategia”, pone de manifiesto sus nexos con la época histórica en la misma medida
que va condensando en la práctica las metas estratégicas en cada momento.
Obviamente, estas concreciones también van modificando el horizonte estratégico;
unas veces lo acercan y lo hacen más visible y, otras, lo alejan, lo empañan o
lo hacen invisible, inalcanzable. Pero, en cualquier caso, se trata de una
interacción dinámica-dialéctica raizal.
Vale
aclarar que “estrategia” no es sinónimo de época
histórica, ni lo “táctico” equivale a lo coyuntural. Ambas definiciones
políticas hacen a búsquedas, propuestas y modalidades acerca de cómo resolver
–en cada momento y lugar‑, los desafíos que la época histórica impone; ella los
define y moviliza. Pero las confusiones en este terreno son generalizadas,
particularmente en lo relativo a la interacción‑interdefinición entre táctica y
estrategia. Precisamente es la interdefinición dinámica la que no se contempla y,
por tanto, se la desconoce, proyectando lo táctico y lo estratégico como si
fueran dos ámbitos exteriores el uno del otro que actúan cual si fueran dos “bolas
de billar”… A tono con ello, frecuentemente, lo táctico se contraponía a lo estratégico
justificando “giros tácticos” supuestamente necesarios, que pretendían ser una
suerte de “engaño picaresco”, un “truco” momentáneo para llegar “más rápido” a las
metas estratégicas. En honor a la verdad esto nunca fue así. Pero –aunque la
interrelación entre táctica y estrategia no es un tema tratar aquí‑, considero
importante subrayar que ambas se conciben genealógicamente a partir de la
definición de época histórica.
En ese
sentido hoy crece la importancia de contar con una definición actualizada de época histórica; en ella se interdefinirán también: los problemas
centrales de este tiempo, la transición hacia las soluciones, el papel y el
tipo de Estado, de democracia, el perfil y el alcance de los gobiernos
populares, progresistas, de izquierda, los sujetos protagonistas y el abanico
social a articular, la economía, la tecnología, el desarrollo, etcétera.
Si en este continente la izquierda partidaria tuvo desvaríos
en tiempos en que contaba con una definición clara de época histórica (más allá de que uno concuerde o no con ella), resulta
sencillo imaginar la deriva política que se produce cuando por omisión, desconocimiento
o desentendimiento de la misma se van dando pasos por las coyunturas políticas
sin horizontes claros (no confundir con certezas).
Llegado a este punto considero importante explorar
brevemente el tema. Con
la finalidad de
abreviar recorridos bibliográficos reiterativos, tomaré como referencia de base el texto
de Afanasiev Fundamentos del comunismo
científico [1977], publicado por Editorial Progreso de Moscú, que resume y
proyecta claramente las posiciones del PCUS y de la izquierda comunista o
revolucionaria del siglo XX.
El
concepto “época”
En lo referente a la definición del concepto época se lee:
“El estado de la sociedad
en conjunto, en determinada etapa histórica de su desarrollo, se expresa en
el concepto de época.
“Este concepto abarca múltiples fenómenos de la historia de
la humanidad, destacando lo fundamental, lo común y lo típico de todos ellos.
(…) Encontrar lo típico objetivamente
principal en los fenómenos históricos, es decir, determinar la tendencia dominante del desarrollo de la
humanidad en la etapa dada y señalar la clase
portadora de esta tendencia constituye la condición más importante para
determinar una época histórica concreta. Lenin subrayaba que: ‘No podemos saber
con qué rapidez ni con qué éxito se desarrollará cada uno de los movimientos
históricos de una época dada. Pero sí podemos saber y sabemos qué clase está en el centro de tal o
cuál época, determinando su contenido principal, el curso principal de su
desarrollo, las particularidades principales del ambiente histórico de la época
dada…’
“Así
pues, para dilucidar el carácter de una época, es preciso, en primer lugar,
determinar adónde evoluciona la
humanidad en nuestros días y qué clase
encarna esta evolución.” [Afanasiev, 1977: 45-36] (Énfasis en el original)
Esto
tiene su anclaje en el diagnóstico del capitalismo y de las perspectivas de su
desarrollo; de allí emanan conclusiones acerca de su incapacidad para resolver
los problemas que genera y se configura la afirmación de la necesidad de su
sustitución revolucionaria por el socialismo. Veamos un ejemplo:
En el IV
Congreso la Internacional Comunista realizado en 1922, en la “Resolución
sobre la táctica de la Internacional Comunista”, se afirmaba que:
“[…] el capitalismo, después de haber realizado su misión de
desarrollar las fuerzas productivas, cayó en la contradicción más irreconciliable con las necesidades no solamente
de la evolución histórica actual sino también con las condiciones más
elementales de la existencia humana.
Esta contradicción fundamental se
reflejó particularmente en la última guerra imperialista y fue agravada por esa
guerra que sacudió, del modo más profundo, el régimen de la producción y de la
circulación. El capitalismo, que de ese modo sobrevivió a sí mismo, entró en una
fase donde la acción destructora
de sus fuerzas desencadenadas arruina y paraliza las conquistas económicas
creadoras ya realizadas por el proletariado en medio de las cadenas de la
esclavitud capitalista.” (IC, 2010: 324) (Énfasis de la autora)
Años más
tarde, Afanasiev sistematiza los diversos diagnósticos de los partidos
comunistas y define así el estado del capitalismo:
“El mundo
capitalista, en que rigen la propiedad privada y la explotación, carece de
perspectivas históricas, está sumido en una crisis general y profunda,
originada por las leyes objetivas y contradicciones irreconciliables del
capitalismo. La crisis general del
capitalismo significa su decadencia y descomposición y abarca todos los
países capitalistas perturbando a fondo su economía, régimen social, política,
ideología y cultura. […]” (Afanasiev, 1977: 63) (Cursivas en el original)
Definición de la época histórica
iniciada en octubre del 17
A tono
con esta fundamentación, el autor presenta la definición de la época histórica –asumida por gran parte
de la izquierda mundial en el siglo XX‑, tomada del Programa del Partido
Comunista de la Unión Soviética:
“La época
actual, cuyo contenido principal lo constituye el tránsito del capitalismo al socialismo, es la época de la lucha
de los dos sistemas sociales opuestos, la época de las revoluciones socialistas
y de liberación nacional, la época del hundimiento del imperialismo y la
liquidación del sistema colonial, la época del paso de más y más pueblos al camino
del socialismo y del triunfo del socialismo y el comunismo en escala mundial.
El centro de la época actual lo constituyen la clase obrera internacional y su
principal obra: el sistema socialista mundial.” (Afanasiev, 1977: 47)
(Negritas del A)
Un precepto
axiomático de esta definición fue: “La época que vivimos está marcada,
precisamente, por el avance del género humano hacia el luminoso porvenir
comunista.” (Idem: 45) Y
consiguientemente, la conclusión fue: La sustitución
revolucionaria del capitalismo por el socialismo es inevitable.
“La época
actual es una época de revoluciones
socialistas y revoluciones de liberación nacional. Esta definición pone al
descubierto el carácter revolucionario de la época. La formación socioeconómica
comunista nace en el fragor de la lucha contra las fuerzas de la reacción que
defienden su poder y sus privilegios. El tránsito al socialismo demanda una
drástica destrucción de todas las estructuras de la sociedad de explotación,
tarea esta que cumplen las revoluciones socialistas. […]” (Fedoséev, 1986: 87) (Énfasis en
el original)
Y un poco
más adelante, en sus reflexiones Fedoséev apuntala esto definiendo que: “La contradicción fundamental de la época
contemporánea es la existente entre el socialismo y el capitalismo. […]” (Fedoséev, 1986: 90) (Énfasis en
el original)
Mucho
podrían discutirse hoy estas afirmaciones. Dados sus enfoques deterministas,
unidimensionales, lineales y unidireccionales, se evidencia, por ejemplo, que
se consideraba entonces que el comunismo estaba ubicado en un “peldaño
superior” al capitalismo, delineando teóricamente un desarrollo histórico de la
humanidad tipo escalera ascendente, anclado en el concepto de formación económico social (FES),
organizador y articulador de la historia.
Las
publicaciones partidarias de la izquierda del siglo XX son profusas en este
sentido, pero en gran medida reafirman el postulado de época histórica antes citado. Este devino dogma axiomático
definitorio de las posiciones revolucionarias y de las que no eran consideradas
tales. A principios del siglo XX ‑y de ahí en adelante‑, significó un parte‑aguas
respecto de la izquierda enrolada en la Segunda Internacional y la Segunda
Internacional y Media, cuyos partidos no acordaron con tal definición de época
histórica y sus tareas (toma del poder), por entender que su acción política
debería centrarse en construir la convivencia con la burguesía en una cuasi
eterna transición hacia un estado de bienestar. Esta izquierda se diferenció
así claramente de la Internacional Comunista que planteaba la necesidad (e
inevitabilidad) de la revolución socialista como único camino para la
liberación de los explotados y superación del capitalismo. Sin embargo, dentro
de la corriente comunista se presentaron también múltiples variaciones que
llevaron a otras tantas divisiones y subdivisiones entre las organizaciones
político partidarias de las izquierdas y sus entornos culturales.
El “terremoto” latinoamericano
En
Latinoamérica, a raíz del triunfo de la Revolución Cubana, tuvo lugar el
surgimiento de la llamada “nueva izquierda” o “izquierda revolucionaria”, para
diferenciarse de la entonces llamada “izquierda reformista”, como habitualmente
se identificaba a los partidos comunistas. En general, puede afirmarse que la
llamada “izquierda revolucionaria” quedó fuera de la Internacional Comunista y
sus conferencias, aunque hubo excepciones, como por ejemplo, el Partido
Comunista de El Salvador, o el Partido Comunista de Uruguay; ambos sostuvieron
argumentos que no impugnaban a la izquierda revolucionaria, particularmente, el
partido salvadoreño, que luego integró el FMLN (Frente Farabundo Martí de
Liberación Nacional).
Pero en cualquier alineamiento en que se posicionaran, puede
afirmarse que en lo referente a la definición de época histórica estas izquierdas eran convergentes. Las estrategias
y tácticas políticas, sin embargo, diferían radicalmente, dadas las diferencias
de fondo en las definiciones acerca del tipo de transición, de gobierno, las
tareas a resolver, los sujetos y sus aliados, las vías para el cambio social,
etc. En su gran mayoría, todas se mantuvieron “firmes” en torno al proyecto
ideológico originario, aunque ello las alejara cada vez más de sus realidades
sociales. Esto fue así hasta que se produjo un “punto de quiebre” con el
triunfo de la revolución cubana, tal como lo refiere Verónica Solano y un grupo
de investigadores acerca del significado de esa victoria para la izquierda
latinoamericana:
“La dialéctica de la Guerra Fría situó a las diversas
experiencias modernizantes en una disyuntiva que el nacionalismo revolucionario
de la primera mitad del siglo XX no logró superar, es decir, la transformación
de los marcos del liberalismo por los del socialismo, o, por el contrario, el
mantenimiento de una ortodoxia doctrinal fortalecida con los actores más
conservadores y reacios al cambio. El punto de quiebre de esta dialéctica
surgió a partir de la Revolución Cubana, donde se observaría un cambio
fundamental tanto en los métodos como en los objetivos de los procesos revolucionarios,
generando un nuevo modelo –el de la Nueva Izquierda– que impactó directamente a
la izquierda latinoamericana inspirada y articulada a partir de la experiencia
cubana. A diferencia de las prácticas anteriores a este periodo, el modelo
revolucionario ya no se enfocó en la creación del Estado nacional sino más bien
a los nuevos problemas que le planteó el mundo contemporáneo, sobre todo en el
ámbito del desarrollo económico y social. En este sentido, lo que conocemos
como Guerra Fría, mostraría que éste fue un problema global, compartido por las
regiones ajenas al mundo europeo y que irrumpió de manera determinante en el
ámbito latinoamericano.” (Solano, 2014: 9)
¿Y cómo
definió y caracterizó el Partido Comunista de Cuba a la época histórica en la que se desarrollaba la Revolución Cubana?
Al respecto considero de interés reseñar dos momentos:
la Segunda Declaración de La Habana (Febrero de 1962) y la Plataforma
Programática del Primer Congreso del Partido Comunista de Cuba (17-22 de
Diciembre de 1975), ya que refieren dos momentos importantes del desarrollo de
la unificación orgánica de las fuerzas revolucionarias del proceso cubano. Referido
al tema de este estudio, de la Segunda Declaración de La Habana destaco lo
siguiente:
“En muchos países de América
Latina la revolución es hoy inevitable. Ese hecho no lo determina la voluntad de nadie. Está determinado por
las espantosas condiciones de explotación en que vive el hombre americano, el
desarrollo de la conciencia revolucionaria de las masas, la crisis mundial del
imperialismo y el movimiento universal de lucha de los pueblos subyugados. La
inquietud que hoy se registra es síntoma inequívoco de rebelión. Se agitan las
entrañas de un continente que ha sido testigo de cuatro siglos de explotación
esclava y feudal del hombre desde sus moradores aborígenes y los esclavos
traídos de África, hasta los núcleos nacionales que surgieron después: blancos,
negros, mulatos, mestizos e indios que hoy hermanan el desprecio, la
humillación y el yugo yanqui, como hermana la esperanza de un mañana
mejor." (1962: 5-6)
Puede notarse que
se subraya allí la inevitabilidad de
la revolución como resultado "tarde o temprano" del desarrollo de la
historia.
Unos años después, en la declaración del Partido Comunista
de Cuba, en su Plataforma Programática, puede encontrarse una definición de la época histórica que se vivía y su
contradicción fundamental, importantes definiciones de alcance estratégico que
–aunque estaban a tono con la articulación del proceso revolucionario con el
sistema socialista mundial con centro en la URSS‑, implicaron un ordenamiento
autónomo de la estrategia para la conquista del poder en estas latitudes:
“La victoria de la
Revolución Socialista de Octubre de 1917, marcó el comienzo de una nueva época
en la historia de la humanidad que tiene como contenido fundamental el tránsito
revolucionario del capitalismo al socialismo. La división del mundo en dos sistemas sociales diametralmente
opuestos, rasgo principal de la crisis
general del capitalismo, dio origen a la contradicción fundamental de nuestra época: la existente entre el sistema socialista, que avanza
y se desarrolla, y el sistema capitalista
en decadencia llamado a desaparecer.
“El triunfo de la
Revolución en Rusia abrió un período de auge para las fuerzas revolucionarias
en diversas regiones del mundo y para el desarrollo de la lucha en las colonias
y países dependientes, iniciándose así el proceso de ruptura del sistema
colonial del imperialismo, que constituye otro de los rasgos característicos de
la crisis general del capitalismo.” (1976: 15-16) (Énfasis de la autora)
Y
consiguientemente, al referirse a la situación internacional, se señala que:
“La situación
internacional actual se caracteriza por el constante
crecimiento del poderío y la influencia del sistema socialista mundial, los
avances del movimiento comunista y obrero internacional en el resto de mundo,
los éxitos del movimiento de liberación nacional, los cambios favorables hacia
la distensión internacional y el debilitamiento general de las posiciones del
imperialismo mundial. La contradicción
fundamental de nuestra época entre el socialismo y el capitalismo continúa
desarrollándose a favor de las fuerzas revolucionarias. Se agrava la crisis
general del capitalismo y con ello se
reafirma la bancarrota de la estructura social, política e ideológica del
imperialismo y de la descomposición moral de la sociedad capitalista. El
sistema capitalista mundial sufre la profundización y agudización de todas sus
contradicciones. […]” (1976)
(Énfasis de la autora)
Estas declaraciones
evidencian coincidencias en las miradas acerca del tiempo histórico con la
mayoría de partidos comunistas del entorno soviético, sin embargo, no se
tradujeron en posiciones únicas a la hora de definir el carácter de la
revolución (por ejemplo, socialista o democrático-burguesa), al identificar las
fuerzas motrices de la revolución, las tareas y los horizontes inmediatos de la
misma –para solo mencionar unos pocos factores‑, las divergencias se transformaron
en abismos. El “punto de quiebre” marcado por Solano, puede resumirse en lo
siguiente: la definición del carácter de la revolución: “Revolución socialista
o caricatura de revolución”[1];
la identificación de las fuerzas motrices de la misma (clase o pueblo), y el
tipo de organización política necesaria para concretar los objetivos
revolucionarios (toma del poder). Ya en la II Declaración de La Habana quedó
clara la postura autónoma de Cuba:
“Pero el desarrollo de la
historia, la marcha ascendente de la humanidad no se detiene ni puede
detenerse. Las fuerzas que impulsan a los
pueblos, que son los verdaderos constructores
de la historia, determinadas por las condiciones materiales de su
existencia y la aspiración a metas superiores de bienestar y libertad, que
surgen cuando el progreso del hombre en el campo de la ciencia, de la técnica y
de la cultura lo hacen posible, son superiores a la voluntad y al terror que desatan
las oligarquías dominantes.
“Las condiciones subjetivas de cada país, es
decir, el factor conciencia,
organización, dirección, puede acelerar o retrasar la revolución según su
mayor o menor grado de desarrollo, pero tarde o temprano en cada época
histórica, cuando las condiciones objetivas maduran, la conciencia se adquiere,
la organización se logra, la dirección surge y la revolución se produce.
“Que ésta
tenga lugar por cauces pacíficos o nazca al mundo después de un parto doloroso,
no depende de las fuerzas reaccionarias de la vieja sociedad, que se resisten a
dejar nacer la sociedad nueva, que es engendrada por las contradicciones que
lleva en su seno la vieja sociedad. La revolución es en la historia como el
médico que asiste al nacimiento de una nueva vida. No usa sin necesidad los aparatos de fuerza, pero los usa sin vacilaciones cada vez que
sea necesario para ayudar al parto.
Parto que trae a las masas esclavizadas y explotadas la esperanza de una vida
mejor.” (1962: 6) (Énfasis de la autora)
Nótese que se hace alusión a tres aspectos claves que
evidencian la raíz y las definiciones estratégicas genuinas de la revolución
cubana: Se pone el énfasis en los factores subjetivos del cambio revolucionario,
entendiendo por ellos a la conciencia, organización y dirección (del proceso
revolucionario). Se destaca a los pueblos como sujetos constructores e
impulsores de la historia. Y se afirma la inevitabilidad de la revolución
"tarde o temprano" como resultado del desarrollo de la historia. (Se evidenciaban allí los
cimientos de lo que luego se conoció como “teoría del foco”: si los
factores subjetivos estaban atrasados y las condiciones objetivas estaban
maduras, solo había que encender la llama, iniciar el foco revolucionario para tomar el poder y alcanzar la liberación).
De
conjunto, las definiciones acerca de la época
histórica, de la contradicción principal, las fuerzas motrices, etc.,
necesitaban una encarnación del horizonte socialista buscado el cual erigirían
en vanguardia del proceso
revolucionario mundial (y local). Para los encolumnados con el PCUS, esa
vanguardia era la URSS: “Es lógico que el socialismo real, ante todo la
comunidad de Estados socialistas sea el núcleo de cohesión de las fuerzas
revolucionarias de la actualidad.” (Fedoséev, 1986: 92) Ello, según Afanasiev,
más claramente vocero del PCUS, significaba que: […] como resultado de la Revolución
Socialista de Octubre, o bajo su influencia directa, surgieron las fuerzas
revolucionarias principales de la época actual y, lo que es más importante, se
dio comienzo a su unificación en un proceso revolucionario mundial único […]” (Afanasiev, 1977: 49)
Para
otros, fue la IV Internacional (trotskista). Para otros, China, Vietnam, o
Cuba. “[…] la
contradicción que era secundaria se ha tornado fundamental, y se da entre el
imperialismo yanqui acaudillando a los demás sectores monopolistas y
oligarquías nacionales, y la revolución socialista mundial, cuyo primer
destacamento de vanguardia está constituido por el FNL de Vietnam.” (Partido Revolucionario
de los Trabajadores, 1968)
Estos
alineamientos se expresaron también en la definición de las vías (pacífica,
violenta, insurreccional), de las modalidades de la lucha por la revolución
socialista, los posicionamientos respecto de la democracia y en la definición
del tipo de partido para conducir los procesos (revolucionarios o reformistas).
En Chile, por ejemplo,
“Según el MIR, las diferencias con la dirigencia tradicional no residían
solamente en la cuestión de los métodos o la vía, sino también en los
objetivos. En 1968, la organización esgrimía un diagnóstico de la sociedad
chilena que, en lo esencial, se mantenía desde el documento que había dado vida
a la organización: “Chile es un país semicolonial, atrasado y de desarrollo
capitalista desigual”. Dado que el poder lo detentaba una alianza del imperialismo con la
burguesía nativa, era necesario llevar adelante una revolución socialista, esto
es “antiimperialista y anticapitalista a la vez”. En una estrategia
revolucionaria no tenían cabida alianzas con una presunta burguesía nacional y
antiimperialista.” (Nercesian, 2013: 225)
¿Reforma o revolución?
Esta disyuntiva dividió fuertemente a las izquierdas del
continente. Aunque este no es el tema a tratar, lo menciono porque subraya que
la definición de época histórica no
ha sido –ni es‑ un “detalle” sin importancia a la hora de pensar una opción
estratégica, los caminos, las tareas, los sujetos. Constituye un nudo de (inter)definiciones
–resultante de muchas otras‑, que configuran un sinnúmero de otras (inter)definiciones
y, consiguientemente, de las prácticas que las encarnaron y las encarnan.
La
respuesta a la interrogante planteada aquí estaba anudada con el posicionamiento
respecto a las vías a seguir: revolucionaria o reformista, y tenía como
correlato la admisión de opciones violentas o pacíficas (por etapas,
democrática…), según fuera el caso, siempre interconectadamente con la
definición de las clases o fuerzas motrices del proceso, el papel de la
burguesía nacional, etc. El carácter violento del capitalismo fue uno de los
fundamentos reiterados por algunos sectores, particularmente de la “nueva
izquierda”, para optar –aunque más no fuese de modo declarativo‑, por el empleo
de la violencia de las armas para la toma del poder, etcétera[2].
Las
diferencias marcadas entre aquellas izquierdas “tradicionales” (viejas) o
“nuevas”, según se posicionaran en la respuesta a la pregunta acerca del
carácter de la revolución y lo que de allí se desgranaba, podrían sintetizarse
del modo siguiente: Acerca del carácter
inmediato de la revolución la propuesta –resumidamente‑, era: democrático
burguesa primero y luego socialista, o revolucionario-socialista (sin etapas). A
ello se anudaba la definición acerca de las
vías de para lograrlo: la vía pacífica
democrático‑constitucionalista o la vía
revolucionaria (armada o insurreccional) para la toma del poder. Y
consiguientemente, en torno a estas definiciones, emergían el sujeto o los sujetos de la misma (clase obrera o burguesía
nacional), los aliados, y el tipo de partido político de izquierda
necesario para conducir las luchas sociales y hacer realidad el objetivo
trazado.
Los sujetos definidos a partir de
la herencia eurocentrista
En
Latinoamérica ‑pese a grandes diferencias políticas entre las disímiles
representaciones partidarias y su intelectualidad‑, el debate estratégico estuvo
marcado por el predominio del eurocentrismo y el dogmatismo que lo acompañaba.
Salvo excepciones y matices, en cada país se “aplicó” una lectura de las clases
sociales empleando una matriz teoricista-abstracta que desconoció, entre otros,
a los pueblos indígenas originarios como naciones con identidad y fuerza social
raizalmente constitutiva del sujeto social y político revolucionario en este
continente. Reconocerlos hubiera implicado despegarse y desprenderse los dogmas
y el eurocentrismo en lo relativo a la definición –generalizada e idílica‑ de que
la clase obrera era el sujeto (único)
de la revolución. Sin embargo, entre este enunciado y la representación
político-partidaria de la clase obrera se plantearon –y justificaron‑
mediaciones, tal vez heredadas del partido bolchevique y su discusión acerca de
las características del partido “de cuadros” y su relación con la clase obrera
realmente existente. (Rauber, 2012: 114-122)
Dicha representación
se definió a partir de la “conciencia de clase” de los cuadros (militantes),
pero estos no pertenecían mayoritariamente a la clase obrera, se constituían en
sus representantes a partir de atribuirse ser los portadores de la “conciencia
de clase” del proletariado [Lukács], la cual fue considerada la cualidad más elevada de la militancia del “partido del
proletariado” y de su dirigencia. Invocando citas del partido bolchevique como
fuente de “autoridad”, los partidos de izquierda (nueva o vieja) se
auto-consideraron a sí mismos como “partidos de vanguardia”, independientemente
del origen y la “pertenencia de clase” de sus militantes y dirigentes.
Obviamente, esto daría pie a disputas y enfrentamientos tremendos entre ellos
para definir quién era el “verdadero” partido de vanguardia con derecho para
conducir la revolución (según sus definiciones estratégicas). En tal deriva teórica,
los indígenas no tenían la más mínima posibilidad de ser reconocidos como parte
del sujeto social y político de la revolución, y tampoco la clase obrera
realmente existente, con su diversidad de modos de existencia y sobrevivencia
que no se ajustaban ni se condecían con el “deber ser” emanado de manuales o
culturas eurocentristas. La actual propuesta de descolonización se explica, en
este caso particularmente, por sí misma.
La democracia y la vía pacífica al
socialismo
“La
historia enseña que las clases dominantes nunca están dispuestas a renunciar
voluntariamente al poder, a la propiedad privada de los medios de producción,
que les permite explotar a los trabajadores, y mantener sus numerosos
privilegios. Por consiguiente, la revolución socialista va ligada
necesariamente a la violencia revolucionaria, al derrocamiento violento del
régimen capitalista.
“Pero la
violencia no es siempre la misma. Hay violencia que supone el empleo de las
armas, la guerra civil y la intervención extranjera, pero hay también otra,
digamos, de orden pacífico: la expropiación o limitación de la propiedad
privada, la privación de derechos políticos a las clases explotadoras o la
restricción de los mismos, la incorporación coercitiva de los explotadores al
trabajo, etc. Esta última violencia (la “pacífica”) es inevitable en la
revolución socialista, ya que el socialismo no puede triunfar sin la coerción
económica y política […].” (Afanasiev, 1977: 79)
A esto se
anudaban nuevos escalones de la concepción pautada, lineal, ascendente de la
historia. En un escenario posterior a la 2da. Guerra mundial, se afirmaba que:
“La nueva
correlación de fuerzas entre el capitalismo y el socialismo, formada después de
la segunda guerra mundial, hace mucho más posible el tránsito pacífico al
socialismo. En varios países de Europa y Asia, la revolución democrático‑burguesa
se transformó pacíficamente en socialista.” Destacan
nuevamente la linealidad y el automatismo y viceversa:
“En
cuanto a los países capitalistas, a posibilidad de su tránsito pacifico al
socialismo se amplía gracias, en primer lugar, al aumento de las fuerzas de la
democracia y el socialismo dentro del país y a la influencia creciente de la
clase obrera y sus partidos marxistas sobre los sectores más extensos del
pueblo. […] En la
Declaración de la Conferencia de representantes de los partidos comunistas y
obreros de los países socialistas, celebrada en 1957, en Moscú, se dice: `En
varios países capitalistas, la clase obrera, encabezada por su destacamento de
vanguardia, puede, en las condiciones actuales, basándose en un frente obrero y
popular y en otras posibles formas de acuerdo y colaboración política de
distintos partidos y organizaciones sociales, agrupar a la mayoría del pueblo,
conquistar el poder estatal sin guerra civil y asegurar el paso de los medios
de producción fundamentales a manos del pueblo.” (Afanasiev, 1977: 81-82)
Llegado a
este punto, vale la pena ‑particularmente en el caso de Latinoamérica‑,
continuar con la recuperación de aquellas sentencias:
“En
determinadas condiciones, el proletariado puede utilizar el parlamento como
medio pacífico para llegar al poder. […] El camino del socialismo con utilización del parlamento supone gran envergadura de la lucha de
clases y grandes y radicales transformaciones revolucionarias. Naturalmente
que la feliz culminación de este camino será tanto más posible cuanto mayor sea
la fuerza de la clase obrera y sus
aliados y más variados medios de lucha que sepan emplear. Sería ingenuo suponer que la sola victoria en las elecciones
parlamentarias basta para que la clase obrera pueda conquistar y mantener el
poder. Esta victoria debe apoyarse en la fuerza real de la clase dispuesta
a defenderla por todos los medios, incluyendo el empleo de las armas; solo así
se crea la garantía de que los resultados del sufragio no serán anulados por la
burguesía, sino que se afianzarán y serán desarrollados. […]
“Un
testimonio elocuente de ello es la actual tragedia de Chile, donde la dictadura
militar-fascista ahogó la revolución popular en la sangre de obreros y otros
partidarios del progreso. Como dijo L. Brézhnev en el XXV Congreso del PCUS:
`La tragedia de Chile […] ha recordado imperiosamente que la revolución ha de saber defenderse.”
(Afanasiev, 1977: 82-83) (Énfasis de la autora)
Mucho
para reflexionar, discutir y comentar; lo retomaré en próximas notas. Quiero
advertir aquí –evidenciando el pensamiento constitutivo de aquella definición
de época histórica‑, la concepción superestructural
de los cambios revolucionarios, manifestados al identificar a la revolución con
la conquista del aparato estatal por parte de la dirigencia partidaria y el
reclamo de su defensa por parte del pueblo. Pero una defensa entendida –en tal
caso‑, como defensa armada, o sea, protagonizada por fuerzas especialmente
entrenadas y dedicadas a ello. En ningún caso, en ninguna reflexión relativa a
la revolución socialista, la democracia parlamentaria “de izquierda” o la
revolución pacífica, se colocó el eje de las mismas en la participación
protagónica de los sectores indígenas, obreros y populares y en su capacidad de
empoderamiento del proceso revolucionario.
La
revolución imaginada derivaría de un choque
de instituciones y resultaría de la capacidad de una parte de ellas para
sostener el poder del Estado apropiado. Si la confrontación llegara a límites
insostenibles por la vía democrático‑constitucional, se preveía el empleo de la
defensa armada del proceso; es decir, un enfrentamiento entre aparatos, una
guerra donde el pueblo se vería
involucrado, pero sin oportunidad de decisión. De esta tragedia participaba,
pero sin contar con toda la información disponible ni el tiempo para opinar, ni
decidir, ni evitarla. El enfrentamiento se presentaba entonces como un
escenario inevitable. En tal situación, el pueblo ‑cuando era mencionado‑,
resultaba un acompañante‑espectador: no decide, no participa, no define.
Cambiar esto, empezando tal vez por el concepto “pueblo” (analizando su
composición actual), sería uno de los puntos de giro raizal en la concepción
del poder revolucionario y la democracia socialista, hoy en discusión. Todo
ello anudado a una definición actual y concreta del mundo en que vivimos y de
la etapa histórica en la que estamos,
identificando su contradicción
fundamental, los sujetos/as y las alternativas superadoras, si se estima
que las hay.
Siglo XXI: Derrumbe del socialismo, crisis de las izquierdas, de su
ideología y época histórica
La
perestroika, el colapso del campo socialista, el derrumbe de la URSS, de la
“época histórica” y de la fe (ideológica) en la revolución
La izquierda marxista
subscribía mayoritariamente que vivía en la “época histórica de tránsito del
capitalismo al socialismo a escala mundial”. A tono con ello muchos de sus referentes,
particularmente aquellos de filiación comunista, registraban su fortaleza
ideológica afirmando la inevitabilidad e invencibilidad del socialismo e
hicieron de la existencia de la URSS y el campo socialista la demostración
definitiva del carácter científico
del marxismo-leninismo y del acierto de sus ideas.
Esto fue un indiscutible signo de firmeza ideológica; una demostración
de fe en el socialismo y en el marxismo-leninismo, la doctrina que lo sustentaba. De un modo u otro, estos preceptos o
paradigmas estuvieron presentes en la documentación partidaria de la izquierda
en del siglo XX. Constituyeron también un poderoso factor de resistencia para
leer e interpretar los hechos contundentes de la desaparición del campo
socialista (del Este europeo), una evidencia “de la práctica” que otrora había
que tomar en consideración por considerarla prueba irrefutable de “verdad” y
que ‑en ese contexto‑, apareció cuestionada.
Resulta
interesante, en este sentido, recordar las palabras de Gorbachov respecto de ese
momento histórico y su trascendencia:
“Hemos entrado en una época
en la que la base del progreso la va
a constituir el interés universal.”
(Gorbachov, 1988: 238) (Énfasis de la autora) Nótese que desaparecieron: las
clases sociales, la ideología y la revolución socialista como factor de
desarrollo, progreso y liberación.
Un poco
más tarde, al exponer el Informe político al xxviii Congreso del Partido Comunista de la Unión Soviética
(pcus), decía:
“El modelo estalinista
de socialismo está siendo reemplazado por una sociedad civil de gente libre. Se está transformando
radicalmente el sistema político, se está estableciendo una democracia genuina con elecciones libres, un sistema multipartidista, se están
estableciendo los derechos humanos y
se está reviviendo la democracia real. Las relaciones
de producción, que sirvieron como fuente de alienación de los trabajadores
de la propiedad y los resultados de su trabajo, se están desmantelando y se están creando las condiciones para la libre competencia entre
productores socialistas. Comenzó la transformación de un estado súper
centralizado en un estado verdaderamente unificado, basado en la
autodeterminación y la unidad voluntaria de los pueblos. La atmósfera de diktat ideológico fue reemplazada por el
libre pensamiento y la publicidad, la apertura informativa de la sociedad.” (Gorbachov, 1991: 55)
(Énfasis de la autora)
La caída del muro de Berlín fue el indicador más claro y
simbólico de que la época enunciada y anunciada por la izquierda mundial en el
siglo XX estaba llegando a su fin, inesperada y abruptamente para la mayoría de
los “creyentes” de esa ideología. Sin embargo, ante el desastre y el
desconsuelo que este quiebre acarreó, no todos reaccionaron igual. Para muchos fue
preferible sustentar ilusiones revolucionarias que ratificaran los preceptos
ideológicos hasta hace poco incuestionables, en aras de tranquilizar las
conciencias ante el estruendoso desplome de un mundo socialista y de los
postulados (y sus ideologías) que lo sustentaron. Así ocurrió por ejemplo, en
el caso del Partido Comunista de Uruguay (PCU). Como señala De Giorgi:
“Apenas un año antes del colapso del sistema socialista, en
el Proyecto de Tesis del CC XXI Congreso podía leerse:
“La Revolución de
Octubre, la gran revolución animada por Lenin y los bolcheviques, inició una
nueva época. Dejó de ser omnímodo el mundo del capital y el imperialismo, que
entró en su crisis general, en una marcha azarosa entre crisis cíclicas y auges
coyunturales. El siglo XX es el siglo del advenimiento de un nuevo sistema
social que hoy abarca a 1.500 millones de personas, que en los diversos
confines de la tierra, (…).
“Si la Revolución de
Octubre significó la iniciación de una nueva época, la Perestroika y el debate
autocrítico de la URSS es el más grande acontecimiento de la historia del
movimiento obrero de esta última parte del siglo, que sigue mostrando la
superioridad del socialismo, más allá de todas las dificultades y errores
(p.53).” (De Georgi, 2010: 23) (Énfasis en el original)
Fe
e ideología colapsaron
“El colapso del campo socialista, incluida la URSS, derribó,
por ende, uno de los principales cimientos de la concepción comunista. […] El
argumento que había servido de pilar para la fe se convirtió en un boomerang
demoledor. Si la “praxis” del siglo XX, hasta 1989, demostraba, según
Arismendi, el acierto del marxismo-leninismo, la evidencia empírica aportada
por el colapso del comunismo sólo podía ser interpretada como la prueba
categórica del fracaso de la teoría.” (De Georgi, 2010: 22-23)
La realidad demoledora produjo una suerte de estampida en
las filas de la izquierda partidaria e intelectual; su hegemonía cultural –la
que hubiere alcanzado en el siglo XX‑, se desmoronaba y desaparecía como un
helado bajo el sol de mediodía en verano. Ya no tenían fe en sus ideas ni en la teoría (doctrina) que las
sustentaba. Ni se
detuvieron a pensar en lo que
podía ser rescatable, se borraron.
Esto caló muy hondo en la izquierda mundial. En este
sentido, valen las afirmaciones de De Georgi, cuando ‑al analizar la pérdida de
peso político del Partido Comunista de Uruguay‑, afirma que:
“[…] su enorme estructura organizativa, su altísima
capacidad de movilización, se apoyaba en la fe. […] La existencia del campo
socialista era la prueba inapelable de la validez científica de sus
convicciones. El colapso del socialismo dinamitó el cimiento de la fe. Rota la
fe, la estructura organizativa más poderosa de la política uruguaya se quebró.
El caso del PCU muestra hasta qué punto y de qué manera específica las
características de la ideología partidaria pueden explicar la peripecia
política, organizativa y electoral de un partido político.” (De Giorgi, 2010:
27)
Huir de las filas de las izquierdas fue para muchos la tabla
de salvación. En ese proceso, algunos renegaron de su pasado y de su ideología,
otros optaron por el reciclaje y el aggiornamento
(palabra muy en boga en los noventa). Otros se aferraron a los paradigmas del
siglo XX, como prueba de firmeza
ideológica y no claudicación ante lo que calificaron como un ataque del
imperialismo al que responsabilizaron del derrumbe del campo socialista y la
URSS; este grupo constituyó en breve tiempo su escudo de defensa ideológica y
dio origen al llamado “Foro de Sao Paulo”.
(Cont. en Parte II)
[1]. "[…] las
burguesías autóctonas han perdido toda su capacidad de oposición al
imperialismo y solo forman su furgón de cola. No hay más cambios que hacer; o
revolución socialista o caricatura de revolución" Ernesto Che Guevara
(1967) CREAR DOS TRES... MUCHOS VIETNAM,
Mensaje a los pueblos del mundo a través de la Tricontinental. En: https://www.marxists.org/espanol/guevara/04_67.htm
[2]
Referenciadas en la Revolución Cubana, la
mayoría de esas izquierdas hicieron suyas las palabras del Che: “El elemento fundamental de esa finalidad estratégica
será, entonces, la liberación real de los pueblos; liberación que se producirá,
a través de lucha armada, en la mayoría de los casos, y que tendrá, en América,
casi indefectiblemente, la propiedad de convertirse en una revolución
socialista.” (Ernesto Che Guevara (1967). CREAR DOS TRES... MUCHOS VIETNAM, Mensaje a los pueblos del mundo a través de la
Tricontinental. En: https://www.marxists.org/espanol/guevara/04_67.htm)
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