Una espiritualidad infranqueable por el Capital

Quien es auténtico, asume la responsabilidad por ser lo que es y se reconoce libre de ser lo que es. JP Sartre

domingo, 9 de mayo de 2021

La izquierda latinoamericana en el siglo XXI. Entre el sueño revolucionario, la ideología y el pragmatismo político

 Parte I

La “época histórica” que caracterizó el siglo XX

El surgimiento de las izquierdas latinoamericanas en la primera mitad del siglo XX, específicamente de los partidos comunistas, respondió a una conjunción de razones y fuerzas locales con aquellas provenientes de corrientes internacionales que buscaban asideros territoriales en el continente, en el entendido de que esto contribuiría a consolidar el triunfo de la revolución socialista en Rusia primero y luego en la URSS, secundarizando o relativizando la construcción de una alternativa política local efectiva y fuerte.

Ha corrido mucha agua bajo el puente de la historia desde entonces hasta el presente, tanta, que aquella realidad originaria presente en la conformación de ciertos partidos de izquierdas ha desaparecido (y no por “arte de magia”). Pero su legado ideológico aún conserva una fuerte presencia en la cultura política del sector. ¿Qué lugar ocupa esta dimensión ideológica y qué implicaciones tiene para el quehacer político de la izquierda en las realidades del presente continental y mundial? A desvelar claves importantes para contribuir a responder a esta interrogante dedico el presente estudio.

De la analítica del capitalismo desarrollado al capitalismo dependiente sin mediaciones ni “matices”

Forjada en tiempos de predominio del dogmatismo estéril y paralizador, sin márgenes para albergar, contener y proyectar distintas miradas o propuestas, esa izquierda partidaria de núcleo comunista mayoritario, equiparó la defensa de la revolución socialista de octubre con el alineamiento incólume irrestricto y absoluto a las definiciones provenientes de Moscú y de sus organizaciones internacionales, sintiéndose convocada a imponerlas en todo lugar como “la única” verdad revolucionaria. Y así lo hicieron no solo con sus organizaciones y posicionamientos políticos, sino también a través de publicaciones, academias, el arte... Por ello, no puede limitarse el enfoque del peso ideológico de aquella izquierda solo al ámbito del accionar de los partidos comunistas, sino que abarca al gran espectro de organizaciones político partidarias de la izquierda en el siglo XX, a sus intelectualidades, a sus propuestas culturales y político-sociales.

Fue, indudablemente, una gran labor cultural orientada a la disputa del sentido común, cuyo empeño y esfuerzo rindió frutos importantes para la maduración de la conciencia social popular acerca de cuestiones claves como: soberanía, independencia, justicia social, derechos humanos y civiles, desarrollo, dependencia, democracia, identidades, religión, educación, feminismo, arte… Pero mientras estos agrupamientos de izquierda partidaria estaban encapsulados en su ideología originaria, en este continente surgieron ‑o se visibilizaron‑ actores sociales y políticos diversos o nuevos, los cuales ‑enfrentando nuevas problemáticas y realidades‑, buscaban y buscan respuestas a viejos y nuevos problemas sociales. En sus luchas y resistencias estos nuevos actores fueron trazando nuevos derroteros, avizorando nuevos horizontes…

En un largo proceso de aciertos y errores, de diálogos, debates y enfrentamientos teóricos e ideológicos, el peso específico de la fuerza histórica que tuvo ‑objetiva y subjetivamente‑ la (gran) izquierda del siglo XX, se trasladó –entre tropiezos y saltos‑, de los partidos a los pueblos y sus organizaciones sociales populares. Emergieron con fuerza identidades históricamente excluidas o nuevas, cosmovisiones, filosofías… Sabidurías y saberes ancestrales de los pueblos indígenas originarios tienen hoy, por ejemplo, una rizomatosa presencia cultural revolucionaria civilizatoria. Los sujetos emergentes, al ser diversos y proponer la convivencia y convergencia en diversidad, proponen la interculturalidad como sustento dialogal del rompecabezas social del presente y a la vez como camino hacia el futuro. Para ello reclaman e impulsan, integralmente, procesos de descolonización y despatriarcalización encaminados a la refundación civilizatoria de la humanidad en su reencuentro raizal con la naturaleza.

El lenguaje, las miradas y el horizonte futuro de los pueblos en lucha integral por la vida han cambiado. En contraste con ello la semántica de la izquierda del siglo XX resultó ‑y resulta no pocas veces‑, carente o vaciada de sentido político concreto, descubriendo su contenido ideológico negativo. Tomada de una experiencia histórica en la cual pudo ser elemento movilizador y orientador, al ser trasladada mecánicamente a estas latitudes ese contenido ideológico se evidenció como propio de un sistema preconcebido (apriorístico) de ideas filosóficas, políticas, económicas, etc., acerca de la estructura y el funcionamiento de las sociedades que analizan y pretenden cambiar. Y esto no es un “detalle”, si se tiene en cuenta que sobre dicha base ideológica se definieron el deber ser ‑es decir, cómo debería estructurarse y funcionar la sociedad‑, quiénes serían los protagonistas y cuáles las luchas sociales revolucionarias (definidas como tales a partir de su sistema de ideas). Sobre esa base ideológica erigieron también “su modelo” de sociedad diferente. Y a hacerlo realidad dedicaron ‑y muchos aún dedican‑, sus quehaceres y esfuerzos. Esto resume –apretadamente‑ las fronteras de la izquierda ideológica o la ideología de una parte (culturalmente influyente) de la izquierda latinoamericana en el presente.

El mundo cambió, sin embargo, aún con algunas variaciones y excepciones, esa izquierda se mantiene aferrada a los paradigmas del siglo XX o, al menos, no se los replantea clara y raizalmente. ¿Por qué? ¿Acaso los consideran una “tabla de salvación” frente al desbande ideológico reinante y la incertidumbre acerca del futuro de la humanidad, o responden a una incapacidad cultural para leer el mundo de hoy, originada en su génesis dogmático‑identitaria, mezclada con el temor a desaparecer si los modifican?

Siglo XX: La época histórica del socialismo y las izquierdas

Importancia de la definición de “época histórica”

Un paradigma estratégico y neurálgico de la izquierda en el siglo XX lo constituyó la definición de la época histórica. Ella condensa, especifica y dilucida otras determinaciones igualmente fundamentales, todas en interacción‑interdefinición y retroalimentación permanente. En ella se referenciaban e interdefinían también aspectos centrales para el accionar político: la táctica y la estrategia y, consiguientemente, cuestiones claves como transición, economía y poder a construir, tipo de Estado, democracia, vía pacífica o insurreccional (armada o no), tipo de partido…

La definición de época histórica constituyó y constituye una especie de marco general en el que se inscribe el accionar de las izquierdas; define el terreno que se pisa, los objetivos de las luchas, los sujetos, la política, el tipo de estado que se busca instaurar, el poder, la democracia, los adversarios, los aliados posibles, los derroteros y el horizonte buscado. Es una proyección de largo alcance, no modificable por coyunturas ni especificidades locales. Las definiciones que correspondan a particularidades o exigencias de cada momento histórico y sus realidades sociales concretas, no alteran –salvo situaciones excepcionales que la modifiquen de raíz‑, la definición de época, al contrario, se orientan (o deberían orientarse) por ella, para ‑en base a ella‑ perfilar su accionar, articulando lo coyuntural con los objetivos de largo plazo. Esta articulación comúnmente llamada “táctica y estrategia”, pone de manifiesto sus nexos con la época histórica en la misma medida que va condensando en la práctica las metas estratégicas en cada momento. Obviamente, estas concreciones también van modificando el horizonte estratégico; unas veces lo acercan y lo hacen más visible y, otras, lo alejan, lo empañan o lo hacen invisible, inalcanzable. Pero, en cualquier caso, se trata de una interacción dinámica-dialéctica raizal.

Vale aclarar que “estrategia” no es sinónimo de época histórica, ni lo “táctico” equivale a lo coyuntural. Ambas definiciones políticas hacen a búsquedas, propuestas y modalidades acerca de cómo resolver –en cada momento y lugar‑, los desafíos que la época histórica impone; ella los define y moviliza. Pero las confusiones en este terreno son generalizadas, particularmente en lo relativo a la interacción‑interdefinición entre táctica y estrategia. Precisamente es la interdefinición dinámica la que no se contempla y, por tanto, se la desconoce, proyectando lo táctico y lo estratégico como si fueran dos ámbitos exteriores el uno del otro que actúan cual si fueran dos “bolas de billar”… A tono con ello, frecuentemente, lo táctico se contraponía a lo estratégico justificando “giros tácticos” supuestamente necesarios, que pretendían ser una suerte de “engaño picaresco”, un “truco” momentáneo para llegar “más rápido” a las metas estratégicas. En honor a la verdad esto nunca fue así. Pero –aunque la interrelación entre táctica y estrategia no es un tema tratar aquí‑, considero importante subrayar que ambas se conciben genealógicamente a partir de la definición de época histórica.

En ese sentido hoy crece la importancia de contar con una definición actualizada de época histórica; en ella se interdefinirán también: los problemas centrales de este tiempo, la transición hacia las soluciones, el papel y el tipo de Estado, de democracia, el perfil y el alcance de los gobiernos populares, progresistas, de izquierda, los sujetos protagonistas y el abanico social a articular, la economía, la tecnología, el desarrollo, etcétera.

Si en este continente la izquierda partidaria tuvo desvaríos en tiempos en que contaba con una definición clara de época histórica (más allá de que uno concuerde o no con ella), resulta sencillo imaginar la deriva política que se produce cuando por omisión, desconocimiento o desentendimiento de la misma se van dando pasos por las coyunturas políticas sin horizontes claros (no confundir con certezas).

Llegado a este punto considero importante explorar brevemente el tema. Con la finalidad de abreviar recorridos bibliográficos reiterativos, tomaré como referencia de base el texto de Afanasiev Fundamentos del comunismo científico [1977], publicado por Editorial Progreso de Moscú, que resume y proyecta claramente las posiciones del PCUS y de la izquierda comunista o revolucionaria del siglo XX.

El concepto “época”

En lo referente a la definición del concepto época se lee:

“El estado de la sociedad en conjunto, en determinada etapa histórica de su desarrollo, se expresa en el concepto de época.

“Este concepto abarca múltiples fenómenos de la historia de la humanidad, destacando lo fundamental, lo común y lo típico de todos ellos. (…) Encontrar lo típico objetivamente principal en los fenómenos históricos, es decir, determinar la tendencia dominante del desarrollo de la humanidad en la etapa dada y señalar la clase portadora de esta tendencia constituye la condición más importante para determinar una época histórica concreta. Lenin subrayaba que: ‘No podemos saber con qué rapidez ni con qué éxito se desarrollará cada uno de los movimientos históricos de una época dada. Pero sí podemos saber y sabemos qué clase está en el centro de tal o cuál época, determinando su contenido principal, el curso principal de su desarrollo, las particularidades principales del ambiente histórico de la época dada…’

“Así pues, para dilucidar el carácter de una época, es preciso, en primer lugar, determinar adónde evoluciona la humanidad en nuestros días y qué clase encarna esta evolución.” [Afanasiev, 1977: 45-36] (Énfasis en el original)

Esto tiene su anclaje en el diagnóstico del capitalismo y de las perspectivas de su desarrollo; de allí emanan conclusiones acerca de su incapacidad para resolver los problemas que genera y se configura la afirmación de la necesidad de su sustitución revolucionaria por el socialismo. Veamos un ejemplo:

En el IV Congreso la Internacional Comunista realizado en 1922, en la “Resolución sobre la táctica de la Internacional Comunista”, se afirmaba que:

“[…] el capitalismo, después de haber realizado su misión de desarrollar las fuerzas productivas, cayó en la contradicción más irreconciliable con las necesidades no solamente de la evolución histórica actual sino también con las condiciones más elementales de la existencia humana. Esta contradicción fundamental se reflejó particularmente en la última guerra imperialista y fue agravada por esa guerra que sacudió, del modo más profundo, el régimen de la producción y de la circulación. El capitalismo, que de ese modo sobrevivió a sí mismo, entró en una fase donde la acción destructora de sus fuerzas desencadenadas arruina y paraliza las conquistas económicas creadoras ya realizadas por el proletariado en medio de las cadenas de la esclavitud capitalista.” (IC, 2010: 324) (Énfasis de la autora)

Años más tarde, Afanasiev sistematiza los diversos diagnósticos de los partidos comunistas y define así el estado del capitalismo:

“El mundo capitalista, en que rigen la propiedad privada y la explotación, carece de perspectivas históricas, está sumido en una crisis general y profunda, originada por las leyes objetivas y contradicciones irreconciliables del capitalismo. La crisis general del capitalismo significa su decadencia y descomposición y abarca todos los países capitalistas perturbando a fondo su economía, régimen social, política, ideología y cultura. […]” (Afanasiev, 1977: 63) (Cursivas en el original)

Definición de la época histórica iniciada en octubre del 17

A tono con esta fundamentación, el autor presenta la definición de la época histórica –asumida por gran parte de la izquierda mundial en el siglo XX‑, tomada del Programa del Partido Comunista de la Unión Soviética:

“La época actual, cuyo contenido principal lo constituye el tránsito del capitalismo al socialismo, es la época de la lucha de los dos sistemas sociales opuestos, la época de las revoluciones socialistas y de liberación nacional, la época del hundimiento del imperialismo y la liquidación del sistema colonial, la época del paso de más y más pueblos al camino del socialismo y del triunfo del socialismo y el comunismo en escala mundial. El centro de la época actual lo constituyen la clase obrera internacional y su principal obra: el sistema socialista mundial.” (Afanasiev, 1977: 47) (Negritas del A)

Un precepto axiomático de esta definición fue: “La época que vivimos está marcada, precisamente, por el avance del género humano hacia el luminoso porvenir comunista.” (Idem: 45) Y consiguientemente, la conclusión fue: La sustitución revolucionaria del capitalismo por el socialismo es inevitable.

“La época actual es una época de revoluciones socialistas y revoluciones de liberación nacional. Esta definición pone al descubierto el carácter revolucionario de la época. La formación socioeconómica comunista nace en el fragor de la lucha contra las fuerzas de la reacción que defienden su poder y sus privilegios. El tránsito al socialismo demanda una drástica destrucción de todas las estructuras de la sociedad de explotación, tarea esta que cumplen las revoluciones socialistas. […]” (Fedoséev, 1986: 87) (Énfasis en el original)

Y un poco más adelante, en sus reflexiones Fedoséev apuntala esto definiendo que: “La contradicción fundamental de la época contemporánea es la existente entre el socialismo y el capitalismo. […]” (Fedoséev, 1986: 90) (Énfasis en el original)

Mucho podrían discutirse hoy estas afirmaciones. Dados sus enfoques deterministas, unidimensionales, lineales y unidireccionales, se evidencia, por ejemplo, que se consideraba entonces que el comunismo estaba ubicado en un “peldaño superior” al capitalismo, delineando teóricamente un desarrollo histórico de la humanidad tipo escalera ascendente, anclado en el concepto de formación económico social (FES), organizador y articulador de la historia.

Las publicaciones partidarias de la izquierda del siglo XX son profusas en este sentido, pero en gran medida reafirman el postulado de época histórica antes citado. Este devino dogma axiomático definitorio de las posiciones revolucionarias y de las que no eran consideradas tales. A principios del siglo XX ‑y de ahí en adelante‑, significó un parte‑aguas respecto de la izquierda enrolada en la Segunda Internacional y la Segunda Internacional y Media, cuyos partidos no acordaron con tal definición de época histórica y sus tareas (toma del poder), por entender que su acción política debería centrarse en construir la convivencia con la burguesía en una cuasi eterna transición hacia un estado de bienestar. Esta izquierda se diferenció así claramente de la Internacional Comunista que planteaba la necesidad (e inevitabilidad) de la revolución socialista como único camino para la liberación de los explotados y superación del capitalismo. Sin embargo, dentro de la corriente comunista se presentaron también múltiples variaciones que llevaron a otras tantas divisiones y subdivisiones entre las organizaciones político partidarias de las izquierdas y sus entornos culturales.

El “terremoto” latinoamericano

En Latinoamérica, a raíz del triunfo de la Revolución Cubana, tuvo lugar el surgimiento de la llamada “nueva izquierda” o “izquierda revolucionaria”, para diferenciarse de la entonces llamada “izquierda reformista”, como habitualmente se identificaba a los partidos comunistas. En general, puede afirmarse que la llamada “izquierda revolucionaria” quedó fuera de la Internacional Comunista y sus conferencias, aunque hubo excepciones, como por ejemplo, el Partido Comunista de El Salvador, o el Partido Comunista de Uruguay; ambos sostuvieron argumentos que no impugnaban a la izquierda revolucionaria, particularmente, el partido salvadoreño, que luego integró el FMLN (Frente Farabundo Martí de Liberación Nacional).

Pero en cualquier alineamiento en que se posicionaran, puede afirmarse que en lo referente a la definición de época histórica estas izquierdas eran convergentes. Las estrategias y tácticas políticas, sin embargo, diferían radicalmente, dadas las diferencias de fondo en las definiciones acerca del tipo de transición, de gobierno, las tareas a resolver, los sujetos y sus aliados, las vías para el cambio social, etc. En su gran mayoría, todas se mantuvieron “firmes” en torno al proyecto ideológico originario, aunque ello las alejara cada vez más de sus realidades sociales. Esto fue así hasta que se produjo un “punto de quiebre” con el triunfo de la revolución cubana, tal como lo refiere Verónica Solano y un grupo de investigadores acerca del significado de esa victoria para la izquierda latinoamericana:

“La dialéctica de la Guerra Fría situó a las diversas experiencias modernizantes en una disyuntiva que el nacionalismo revolucionario de la primera mitad del siglo XX no logró superar, es decir, la transformación de los marcos del liberalismo por los del socialismo, o, por el contrario, el mantenimiento de una ortodoxia doctrinal fortalecida con los actores más conservadores y reacios al cambio. El punto de quiebre de esta dialéctica surgió a partir de la Revolución Cubana, donde se observaría un cambio fundamental tanto en los métodos como en los objetivos de los procesos revolucionarios, generando un nuevo modelo –el de la Nueva Izquierda– que impactó directamente a la izquierda latinoamericana inspirada y articulada a partir de la experiencia cubana. A diferencia de las prácticas anteriores a este periodo, el modelo revolucionario ya no se enfocó en la creación del Estado nacional sino más bien a los nuevos problemas que le planteó el mundo contemporáneo, sobre todo en el ámbito del desarrollo económico y social. En este sentido, lo que conocemos como Guerra Fría, mostraría que éste fue un problema global, compartido por las regiones ajenas al mundo europeo y que irrumpió de manera determinante en el ámbito latinoamericano.” (Solano, 2014: 9)

¿Y cómo definió y caracterizó el Partido Comunista de Cuba a la época histórica en la que se desarrollaba la Revolución Cubana?

Al respecto considero de interés reseñar dos momentos: la Segunda Declaración de La Habana (Febrero de 1962) y la Plataforma Programática del Primer Congreso del Partido Comunista de Cuba (17-22 de Diciembre de 1975), ya que refieren dos momentos importantes del desarrollo de la unificación orgánica de las fuerzas revolucionarias del proceso cubano. Referido al tema de este estudio, de la Segunda Declaración de La Habana destaco lo siguiente:

“En muchos países de América Latina la revolución es hoy inevitable. Ese hecho no lo determina la voluntad de nadie. Está determinado por las espantosas condiciones de explotación en que vive el hombre americano, el desarrollo de la conciencia revolucionaria de las masas, la crisis mundial del imperialismo y el movimiento universal de lucha de los pueblos subyugados. La inquietud que hoy se registra es síntoma inequívoco de rebelión. Se agitan las entrañas de un continente que ha sido testigo de cuatro siglos de explotación esclava y feudal del hombre desde sus moradores aborígenes y los esclavos traídos de África, hasta los núcleos nacionales que surgieron después: blancos, negros, mulatos, mestizos e indios que hoy hermanan el desprecio, la humillación y el yugo yanqui, como hermana la esperanza de un mañana mejor." (1962: 5-6)

Puede notarse que se subraya allí la inevitabilidad de la revolución como resultado "tarde o temprano" del desarrollo de la historia.

Unos años después, en la declaración del Partido Comunista de Cuba, en su Plataforma Programática, puede encontrarse una definición de la época histórica que se vivía y su contradicción fundamental, importantes definiciones de alcance estratégico que –aunque estaban a tono con la articulación del proceso revolucionario con el sistema socialista mundial con centro en la URSS‑, implicaron un ordenamiento autónomo de la estrategia para la conquista del poder en estas latitudes:

“La victoria de la Revolución Socialista de Octubre de 1917, marcó el comienzo de una nueva época en la historia de la humanidad que tiene como contenido fundamental el tránsito revolucionario del capitalismo al socialismo. La división del mundo en dos sistemas sociales diametralmente opuestos, rasgo principal de la crisis general del capitalismo, dio origen a la contradicción fundamental de nuestra época: la existente entre el sistema socialista, que avanza y se desarrolla, y el sistema capitalista en decadencia llamado a desaparecer.

“El triunfo de la Revolución en Rusia abrió un período de auge para las fuerzas revolucionarias en diversas regiones del mundo y para el desarrollo de la lucha en las colonias y países dependientes, iniciándose así el proceso de ruptura del sistema colonial del imperialismo, que constituye otro de los rasgos característicos de la crisis general del capitalismo.” (1976: 15-16) (Énfasis de la autora)

Y consiguientemente, al referirse a la situación internacional, se señala que:

“La situación internacional actual se caracteriza por el constante crecimiento del poderío y la influencia del sistema socialista mundial, los avances del movimiento comunista y obrero internacional en el resto de mundo, los éxitos del movimiento de liberación nacional, los cambios favorables hacia la distensión internacional y el debilitamiento general de las posiciones del imperialismo mundial. La contradicción fundamental de nuestra época entre el socialismo y el capitalismo continúa desarrollándose a favor de las fuerzas revolucionarias. Se agrava la crisis general del capitalismo y con ello se reafirma la bancarrota de la estructura social, política e ideológica del imperialismo y de la descomposición moral de la sociedad capitalista. El sistema capitalista mundial sufre la profundización y agudización de todas sus contradicciones. […]” (1976) (Énfasis de la autora)

Estas declaraciones evidencian coincidencias en las miradas acerca del tiempo histórico con la mayoría de partidos comunistas del entorno soviético, sin embargo, no se tradujeron en posiciones únicas a la hora de definir el carácter de la revolución (por ejemplo, socialista o democrático-burguesa), al identificar las fuerzas motrices de la revolución, las tareas y los horizontes inmediatos de la misma –para solo mencionar unos pocos factores‑, las divergencias se transformaron en abismos. El “punto de quiebre” marcado por Solano, puede resumirse en lo siguiente: la definición del carácter de la revolución: “Revolución socialista o caricatura de revolución”[1]; la identificación de las fuerzas motrices de la misma (clase o pueblo), y el tipo de organización política necesaria para concretar los objetivos revolucionarios (toma del poder). Ya en la II Declaración de La Habana quedó clara la postura autónoma de Cuba:

“Pero el desarrollo de la historia, la marcha ascendente de la humanidad no se detiene ni puede detenerse. Las fuerzas que impulsan a los pueblos, que son los verdaderos constructores de la historia, determinadas por las condiciones materiales de su existencia y la aspiración a metas superiores de bienestar y libertad, que surgen cuando el progreso del hombre en el campo de la ciencia, de la técnica y de la cultura lo hacen posible, son superiores a la voluntad y al terror que desatan las oligarquías dominantes.

“Las condiciones subjetivas de cada país, es decir, el factor conciencia, organización, dirección, puede acelerar o retrasar la revolución según su mayor o menor grado de desarrollo, pero tarde o temprano en cada época histórica, cuando las condiciones objetivas maduran, la conciencia se adquiere, la organización se logra, la dirección surge y la revolución se produce.

“Que ésta tenga lugar por cauces pacíficos o nazca al mundo después de un parto doloroso, no depende de las fuerzas reaccionarias de la vieja sociedad, que se resisten a dejar nacer la sociedad nueva, que es engendrada por las contradicciones que lleva en su seno la vieja sociedad. La revolución es en la historia como el médico que asiste al nacimiento de una nueva vida. No usa sin necesidad los aparatos de fuerza, pero los usa sin vacilaciones cada vez que sea necesario para ayudar al parto. Parto que trae a las masas esclavizadas y explotadas la esperanza de una vida mejor.” (1962: 6) (Énfasis de la autora)

Nótese que se hace alusión a tres aspectos claves que evidencian la raíz y las definiciones estratégicas genuinas de la revolución cubana: Se pone el énfasis en los factores subjetivos del cambio revolucionario, entendiendo por ellos a la conciencia, organización y dirección (del proceso revolucionario). Se destaca a los pueblos como sujetos constructores e impulsores de la historia. Y se afirma la inevitabilidad de la revolución "tarde o temprano" como resultado del desarrollo de la historia. (Se evidenciaban allí los cimientos de lo que luego se conoció como “teoría del foco”: si los factores subjetivos estaban atrasados y las condiciones objetivas estaban maduras, solo había que encender la llama, iniciar el foco revolucionario para tomar el poder y alcanzar la liberación).

De conjunto, las definiciones acerca de la época histórica, de la contradicción principal, las fuerzas motrices, etc., necesitaban una encarnación del horizonte socialista buscado el cual erigirían en vanguardia del proceso revolucionario mundial (y local). Para los encolumnados con el PCUS, esa vanguardia era la URSS: “Es lógico que el socialismo real, ante todo la comunidad de Estados socialistas sea el núcleo de cohesión de las fuerzas revolucionarias de la actualidad.” (Fedoséev, 1986: 92) Ello, según Afanasiev, más claramente vocero del PCUS, significaba que: […] como resultado de la Revolución Socialista de Octubre, o bajo su influencia directa, surgieron las fuerzas revolucionarias principales de la época actual y, lo que es más importante, se dio comienzo a su unificación en un proceso revolucionario mundial único […]” (Afanasiev, 1977: 49)

Para otros, fue la IV Internacional (trotskista). Para otros, China, Vietnam, o Cuba. “[…] la contradicción que era secundaria se ha tornado fundamental, y se da entre el imperialismo yanqui acaudillando a los demás sectores monopolistas y oligarquías nacionales, y la revolución socialista mundial, cuyo primer destacamento de vanguardia está constituido por el FNL de Vietnam.” (Partido Revolucionario de los Trabajadores, 1968)

Estos alineamientos se expresaron también en la definición de las vías (pacífica, violenta, insurreccional), de las modalidades de la lucha por la revolución socialista, los posicionamientos respecto de la democracia y en la definición del tipo de partido para conducir los procesos (revolucionarios o reformistas).

En Chile, por ejemplo, “Según el MIR, las diferencias con la dirigencia tradicional no residían solamente en la cuestión de los métodos o la vía, sino también en los objetivos. En 1968, la organización esgrimía un diagnóstico de la sociedad chilena que, en lo esencial, se mantenía desde el documento que había dado vida a la organización: “Chile es un país semicolonial, atrasado y de desarrollo capitalista desigual”.  Dado que el poder lo detentaba una alianza del imperialismo con la burguesía nativa, era necesario llevar adelante una revolución socialista, esto es “antiimperialista y anticapitalista a la vez”. En una estrategia revolucionaria no tenían cabida alianzas con una presunta burguesía nacional y antiimperialista.” (Nercesian, 2013: 225)

¿Reforma o revolución?

Esta disyuntiva dividió fuertemente a las izquierdas del continente. Aunque este no es el tema a tratar, lo menciono porque subraya que la definición de época histórica no ha sido –ni es‑ un “detalle” sin importancia a la hora de pensar una opción estratégica, los caminos, las tareas, los sujetos. Constituye un nudo de (inter)definiciones –resultante de muchas otras‑, que configuran un sinnúmero de otras (inter)definiciones y, consiguientemente, de las prácticas que las encarnaron y las encarnan.

La respuesta a la interrogante planteada aquí estaba anudada con el posicionamiento respecto a las vías a seguir: revolucionaria o reformista, y tenía como correlato la admisión de opciones violentas o pacíficas (por etapas, democrática…), según fuera el caso, siempre interconectadamente con la definición de las clases o fuerzas motrices del proceso, el papel de la burguesía nacional, etc. El carácter violento del capitalismo fue uno de los fundamentos reiterados por algunos sectores, particularmente de la “nueva izquierda”, para optar –aunque más no fuese de modo declarativo‑, por el empleo de la violencia de las armas para la toma del poder, etcétera[2].

Las diferencias marcadas entre aquellas izquierdas “tradicionales” (viejas) o “nuevas”, según se posicionaran en la respuesta a la pregunta acerca del carácter de la revolución y lo que de allí se desgranaba, podrían sintetizarse del modo siguiente: Acerca del carácter inmediato de la revolución la propuesta –resumidamente‑, era: democrático burguesa primero y luego socialista, o revolucionario-socialista (sin etapas). A ello se anudaba la definición acerca de las vías de para lograrlo: la vía pacífica democrático‑constitucionalista o la vía revolucionaria (armada o insurreccional) para la toma del poder. Y consiguientemente, en torno a estas definiciones, emergían el sujeto o los sujetos de la misma (clase obrera o burguesía nacional), los aliados, y el tipo de partido político de izquierda necesario para conducir las luchas sociales y hacer realidad el objetivo trazado.

Los sujetos definidos a partir de la herencia eurocentrista

En Latinoamérica ‑pese a grandes diferencias políticas entre las disímiles representaciones partidarias y su intelectualidad‑, el debate estratégico estuvo marcado por el predominio del eurocentrismo y el dogmatismo que lo acompañaba. Salvo excepciones y matices, en cada país se “aplicó” una lectura de las clases sociales empleando una matriz teoricista-abstracta que desconoció, entre otros, a los pueblos indígenas originarios como naciones con identidad y fuerza social raizalmente constitutiva del sujeto social y político revolucionario en este continente. Reconocerlos hubiera implicado despegarse y desprenderse los dogmas y el eurocentrismo en lo relativo a la definición –generalizada e idílica‑ de que la clase obrera era el sujeto (único) de la revolución. Sin embargo, entre este enunciado y la representación político-partidaria de la clase obrera se plantearon –y justificaron‑ mediaciones, tal vez heredadas del partido bolchevique y su discusión acerca de las características del partido “de cuadros” y su relación con la clase obrera realmente existente. (Rauber, 2012: 114-122)

Dicha representación se definió a partir de la “conciencia de clase” de los cuadros (militantes), pero estos no pertenecían mayoritariamente a la clase obrera, se constituían en sus representantes a partir de atribuirse ser los portadores de la “conciencia de clase” del proletariado [Lukács], la cual fue considerada la cualidad más elevada de la militancia del “partido del proletariado” y de su dirigencia. Invocando citas del partido bolchevique como fuente de “autoridad”, los partidos de izquierda (nueva o vieja) se auto-consideraron a sí mismos como “partidos de vanguardia”, independientemente del origen y la “pertenencia de clase” de sus militantes y dirigentes. Obviamente, esto daría pie a disputas y enfrentamientos tremendos entre ellos para definir quién era el “verdadero” partido de vanguardia con derecho para conducir la revolución (según sus definiciones estratégicas). En tal deriva teórica, los indígenas no tenían la más mínima posibilidad de ser reconocidos como parte del sujeto social y político de la revolución, y tampoco la clase obrera realmente existente, con su diversidad de modos de existencia y sobrevivencia que no se ajustaban ni se condecían con el “deber ser” emanado de manuales o culturas eurocentristas. La actual propuesta de descolonización se explica, en este caso particularmente, por sí misma.

La democracia y la vía pacífica al socialismo

“La historia enseña que las clases dominantes nunca están dispuestas a renunciar voluntariamente al poder, a la propiedad privada de los medios de producción, que les permite explotar a los trabajadores, y mantener sus numerosos privilegios. Por consiguiente, la revolución socialista va ligada necesariamente a la violencia revolucionaria, al derrocamiento violento del régimen capitalista.

“Pero la violencia no es siempre la misma. Hay violencia que supone el empleo de las armas, la guerra civil y la intervención extranjera, pero hay también otra, digamos, de orden pacífico: la expropiación o limitación de la propiedad privada, la privación de derechos políticos a las clases explotadoras o la restricción de los mismos, la incorporación coercitiva de los explotadores al trabajo, etc. Esta última violencia (la “pacífica”) es inevitable en la revolución socialista, ya que el socialismo no puede triunfar sin la coerción económica y política […].” (Afanasiev, 1977: 79)

A esto se anudaban nuevos escalones de la concepción pautada, lineal, ascendente de la historia. En un escenario posterior a la 2da. Guerra mundial, se afirmaba que:

“La nueva correlación de fuerzas entre el capitalismo y el socialismo, formada después de la segunda guerra mundial, hace mucho más posible el tránsito pacífico al socialismo. En varios países de Europa y Asia, la revolución democrático‑burguesa se transformó pacíficamente en socialista.” Destacan nuevamente la linealidad y el automatismo y viceversa:

“En cuanto a los países capitalistas, a posibilidad de su tránsito pacifico al socialismo se amplía gracias, en primer lugar, al aumento de las fuerzas de la democracia y el socialismo dentro del país y a la influencia creciente de la clase obrera y sus partidos marxistas sobre los sectores más extensos del pueblo. […] En la Declaración de la Conferencia de representantes de los partidos comunistas y obreros de los países socialistas, celebrada en 1957, en Moscú, se dice: `En varios países capitalistas, la clase obrera, encabezada por su destacamento de vanguardia, puede, en las condiciones actuales, basándose en un frente obrero y popular y en otras posibles formas de acuerdo y colaboración política de distintos partidos y organizaciones sociales, agrupar a la mayoría del pueblo, conquistar el poder estatal sin guerra civil y asegurar el paso de los medios de producción fundamentales a manos del pueblo.” (Afanasiev, 1977: 81-82)

Llegado a este punto, vale la pena ‑particularmente en el caso de Latinoamérica‑, continuar con la recuperación de aquellas sentencias:

“En determinadas condiciones, el proletariado puede utilizar el parlamento como medio pacífico para llegar al poder. […] El camino del socialismo con utilización del parlamento supone gran envergadura de la lucha de clases y grandes y radicales transformaciones revolucionarias. Naturalmente que la feliz culminación de este camino será tanto más posible cuanto mayor sea la fuerza de la clase obrera  y sus aliados y más variados medios de lucha que sepan emplear. Sería ingenuo suponer que la sola victoria en las elecciones parlamentarias basta para que la clase obrera pueda conquistar y mantener el poder. Esta victoria debe apoyarse en la fuerza real de la clase dispuesta a defenderla por todos los medios, incluyendo el empleo de las armas; solo así se crea la garantía de que los resultados del sufragio no serán anulados por la burguesía, sino que se afianzarán y serán desarrollados. […]

“Un testimonio elocuente de ello es la actual tragedia de Chile, donde la dictadura militar-fascista ahogó la revolución popular en la sangre de obreros y otros partidarios del progreso. Como dijo L. Brézhnev en el XXV Congreso del PCUS: `La tragedia de Chile […] ha recordado imperiosamente que la revolución ha de saber defenderse.” (Afanasiev, 1977: 82-83) (Énfasis de la autora)

Mucho para reflexionar, discutir y comentar; lo retomaré en próximas notas. Quiero advertir aquí –evidenciando el pensamiento constitutivo de aquella definición de época histórica‑, la concepción superestructural de los cambios revolucionarios, manifestados al identificar a la revolución con la conquista del aparato estatal por parte de la dirigencia partidaria y el reclamo de su defensa por parte del pueblo. Pero una defensa entendida –en tal caso‑, como defensa armada, o sea, protagonizada por fuerzas especialmente entrenadas y dedicadas a ello. En ningún caso, en ninguna reflexión relativa a la revolución socialista, la democracia parlamentaria “de izquierda” o la revolución pacífica, se colocó el eje de las mismas en la participación protagónica de los sectores indígenas, obreros y populares y en su capacidad de empoderamiento del proceso revolucionario.

La revolución imaginada derivaría de un choque de instituciones y resultaría de la capacidad de una parte de ellas para sostener el poder del Estado apropiado. Si la confrontación llegara a límites insostenibles por la vía democrático‑constitucional, se preveía el empleo de la defensa armada del proceso; es decir, un enfrentamiento entre aparatos, una guerra donde el pueblo se vería involucrado, pero sin oportunidad de decisión. De esta tragedia participaba, pero sin contar con toda la información disponible ni el tiempo para opinar, ni decidir, ni evitarla. El enfrentamiento se presentaba entonces como un escenario inevitable. En tal situación, el pueblo ‑cuando era mencionado‑, resultaba un acompañante‑espectador: no decide, no participa, no define. Cambiar esto, empezando tal vez por el concepto “pueblo” (analizando su composición actual), sería uno de los puntos de giro raizal en la concepción del poder revolucionario y la democracia socialista, hoy en discusión. Todo ello anudado a una definición actual y concreta del mundo en que vivimos y de la etapa histórica en la que estamos, identificando su contradicción fundamental, los sujetos/as y las alternativas superadoras, si se estima que las hay.

Siglo XXI: Derrumbe del socialismo, crisis de las izquierdas, de su ideología y época histórica

La perestroika, el colapso del campo socialista, el derrumbe de la URSS, de la “época histórica” y de la fe (ideológica) en la revolución

La izquierda marxista subscribía mayoritariamente que vivía en la “época histórica de tránsito del capitalismo al socialismo a escala mundial”. A tono con ello muchos de sus referentes, particularmente aquellos de filiación comunista, registraban su fortaleza ideológica afirmando la inevitabilidad e invencibilidad del socialismo e hicieron de la existencia de la URSS y el campo socialista la demostración definitiva del carácter científico del marxismo-leninismo y del acierto de sus ideas.

Esto fue un indiscutible signo de firmeza ideológica; una demostración de fe en el socialismo y en el marxismo-leninismo, la doctrina que lo sustentaba. De un modo u otro, estos preceptos o paradigmas estuvieron presentes en la documentación partidaria de la izquierda en del siglo XX. Constituyeron también un poderoso factor de resistencia para leer e interpretar los hechos contundentes de la desaparición del campo socialista (del Este europeo), una evidencia “de la práctica” que otrora había que tomar en consideración por considerarla prueba irrefutable de “verdad” y que ‑en ese contexto‑, apareció cuestionada.

Resulta interesante, en este sentido, recordar las palabras de Gorbachov respecto de ese momento histórico y su trascendencia:

“Hemos entrado en una época en la que la base del progreso la va a constituir el interés universal.” (Gorbachov, 1988: 238) (Énfasis de la autora) Nótese que desaparecieron: las clases sociales, la ideología y la revolución socialista como factor de desarrollo, progreso y liberación.

Un poco más tarde, al exponer el Informe político al xxviii Congreso del Partido Comunista de la Unión Soviética (pcus), decía:

“El modelo estalinista de socialismo está siendo reemplazado por una sociedad civil de gente libre. Se está transformando radicalmente el sistema político, se está estableciendo una democracia genuina con elecciones libres, un sistema multipartidista, se están estableciendo los derechos humanos y se está reviviendo la democracia real. Las relaciones de producción, que sirvieron como fuente de alienación de los trabajadores de la propiedad y los resultados de su trabajo, se están desmantelando y se están creando las condiciones para la libre competencia entre productores socialistas. Comenzó la transformación de un estado súper centralizado en un estado verdaderamente unificado, basado en la autodeterminación y la unidad voluntaria de los pueblos. La atmósfera de diktat ideológico fue reemplazada por el libre pensamiento y la publicidad, la apertura informativa de la sociedad.” (Gorbachov, 1991: 55) (Énfasis de la autora)

La caída del muro de Berlín fue el indicador más claro y simbólico de que la época enunciada y anunciada por la izquierda mundial en el siglo XX estaba llegando a su fin, inesperada y abruptamente para la mayoría de los “creyentes” de esa ideología. Sin embargo, ante el desastre y el desconsuelo que este quiebre acarreó, no todos reaccionaron igual. Para muchos fue preferible sustentar ilusiones revolucionarias que ratificaran los preceptos ideológicos hasta hace poco incuestionables, en aras de tranquilizar las conciencias ante el estruendoso desplome de un mundo socialista y de los postulados (y sus ideologías) que lo sustentaron. Así ocurrió por ejemplo, en el caso del Partido Comunista de Uruguay (PCU). Como señala De Giorgi:

“Apenas un año antes del colapso del sistema socialista, en el Proyecto de Tesis del CC XXI Congreso podía leerse:

“La Revolución de Octubre, la gran revolución animada por Lenin y los bolcheviques, inició una nueva época. Dejó de ser omnímodo el mundo del capital y el imperialismo, que entró en su crisis general, en una marcha azarosa entre crisis cíclicas y auges coyunturales. El siglo XX es el siglo del advenimiento de un nuevo sistema social que hoy abarca a 1.500 millones de personas, que en los diversos confines de la tierra, (…).

“Si la Revolución de Octubre significó la iniciación de una nueva época, la Perestroika y el debate autocrítico de la URSS es el más grande acontecimiento de la historia del movimiento obrero de esta última parte del siglo, que sigue mostrando la superioridad del socialismo, más allá de todas las dificultades y errores (p.53).” (De Georgi, 2010: 23) (Énfasis en el original)

Fe e ideología colapsaron

“El colapso del campo socialista, incluida la URSS, derribó, por ende, uno de los principales cimientos de la concepción comunista. […] El argumento que había servido de pilar para la fe se convirtió en un boomerang demoledor. Si la “praxis” del siglo XX, hasta 1989, demostraba, según Arismendi, el acierto del marxismo-leninismo, la evidencia empírica aportada por el colapso del comunismo sólo podía ser interpretada como la prueba categórica del fracaso de la teoría.” (De Georgi, 2010: 22-23)

La realidad demoledora produjo una suerte de estampida en las filas de la izquierda partidaria e intelectual; su hegemonía cultural –la que hubiere alcanzado en el siglo XX‑, se desmoronaba y desaparecía como un helado bajo el sol de mediodía en verano. Ya no tenían fe en sus ideas ni en la teoría (doctrina) que las sustentaba. Ni se detuvieron a pensar en lo que podía ser rescatable, se borraron.

Esto caló muy hondo en la izquierda mundial. En este sentido, valen las afirmaciones de De Georgi, cuando ‑al analizar la pérdida de peso político del Partido Comunista de Uruguay‑, afirma que:

[…] su enorme estructura organizativa, su altísima capacidad de movilización, se apoyaba en la fe. […] La existencia del campo socialista era la prueba inapelable de la validez científica de sus convicciones. El colapso del socialismo dinamitó el cimiento de la fe. Rota la fe, la estructura organizativa más poderosa de la política uruguaya se quebró. El caso del PCU muestra hasta qué punto y de qué manera específica las características de la ideología partidaria pueden explicar la peripecia política, organizativa y electoral de un partido político.” (De Giorgi, 2010: 27)

Huir de las filas de las izquierdas fue para muchos la tabla de salvación. En ese proceso, algunos renegaron de su pasado y de su ideología, otros optaron por el reciclaje y el aggiornamento (palabra muy en boga en los noventa). Otros se aferraron a los paradigmas del siglo XX, como prueba de firmeza ideológica y no claudicación ante lo que calificaron como un ataque del imperialismo al que responsabilizaron del derrumbe del campo socialista y la URSS; este grupo constituyó en breve tiempo su escudo de defensa ideológica y dio origen al llamado “Foro de Sao Paulo”.

(Cont. en Parte II)



[1]. "[…] las burguesías autóctonas han perdido toda su capacidad de oposición al imperialismo y solo forman su furgón de cola. No hay más cambios que hacer; o revolución socialista o caricatura de revolución" Ernesto Che Guevara (1967) CREAR DOS TRES... MUCHOS VIETNAM, Mensaje a los pueblos del mundo a través de la Tricontinental.  En: https://www.marxists.org/espanol/guevara/04_67.htm

[2] Referenciadas en la Revolución Cubana, la mayoría de esas izquierdas hicieron suyas las palabras del Che: “El elemento fundamental de esa finalidad estratégica será, entonces, la liberación real de los pueblos; liberación que se producirá, a través de lucha armada, en la mayoría de los casos, y que tendrá, en América, casi indefectiblemente, la propiedad de convertirse en una revolución socialista.” (Ernesto Che Guevara (1967). CREAR DOS TRES... MUCHOS VIETNAM, Mensaje a los pueblos del mundo a través de la Tricontinental. En: https://www.marxists.org/espanol/guevara/04_67.htm)


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