“El triunfo del Sí impulsa la revolución boliviana y el proceso de liberación continental”
El 25 de enero último tuvo lugar el triunfo del Sí a la nueva Constitución Política del Estado, dado por los pueblos de Bolivia a través de las urnas. Este acontecimiento marca un punto de inflexión en la historia, dado que constituye ‑a la vez que un acto democrático popular‑, el comienzo de la definitiva desaparición del colonialismo y la colonialidad del poder expoliador y explotador instalado en las tierras de Latinoamérica hace más de 500 años.
Los pueblos de Bolivia han marcado con estas elecciones, su decisión de poner fin a siglos de explotación y exclusión. El futuro de justicia y crecimiento genuino para todos y todas se abre ahora como posibilidad cierta a través de la Constitución elaborada y aprobada por los pueblos.
Este es, indudablemente, un mensaje nítido a los poderosos: los imperios, por muy grandes que sean, por muchos años que dominen y aplasten a los pueblos, no pueden matar su determinación de aferrarse a la vida y luchar por ella el tiempo que sea. En ella radica la fuerza de la esperanza de los de abajo que, terca, resurge cada día con el sol, decidida a no cejar en el empeño porque sabe que su persistencia vigoriza el espíritu de los pueblos, alimenta sus voluntades, su empuje y perseverancia para resistir y luchar hasta vencer.
Los hermanos y hermanas de Bolivia, han resistido, han luchado con decisión e inteligencia por la vida y sus derechos. La acción mancomunada de gobierno, actores sociales y políticos, junto a los pueblos originarios y movimientos sociales diversos, indica claramente que han sabido crear y construir las herramientas sociales y políticas necesarias (y apropiadas) para lograr los objetivos que se han propuesto: el Instrumento político para la soberanía de los pueblos, y el MAS su brazo político‑electoral.
Nuevos retos y tareas
►Pese a los grandes logros obtenidos, no es tiempo de acomodarse ni bajar los brazos. En las urnas se ha dirimido la legitimidad del proceso. El sí mayoritario cierra ‑en ese sentido‑ una etapa de lucha. Pero a la vez abre otra, en donde la confrontación política se manifestará con redoblada fuerza y adquirirá por tanto, mayor relevancia. Y esto obliga, en primer lugar, a una diferenciación/distinción obligada:
‑Por un lado, llama a no englobar a todo el voto por el No, como voto opositor al proceso y al gobierno. Esto podría regalarle votos (y votantes) a la oposición reaccionaria y lo que sería más grave aun, impediría buscar vías de debate y convocatoria a una parte del electorado del no, para que se sume activamente al proceso refundador de la nueva Bolivia. No hay que perder de vista que la votación en contra del latifundio fue superior al 70%, diferencia que indica a las claras -de entrada- que el 40% del No, no es necesariamente un voto opositor ni antigubernamental. Convocar a todos y todas los que puedan aportar al proceso, abrir canales y ámbitos de participación constructiva es parte de la batalla política y cultural actual.
‑Por otro lado, hay que estar en alerta. Los poderosos no se resignan a perder sus privilegios. En actitud flagrantemente antidemocrática, pretenden desconocer el resultado electoral a favor del Sí, anuncian que no aceptarán la entrada en vigencia de la nueva Constitución, y llaman a la realización de nuevos encuentros negociadores con el gobierno. Otros alegan la necesidad de reencauzar el proceso constituyente, buscando colocar una cortina de humo que diluya su práctica antidemocrática y autoritaria. Y otras voces empiezan a alentar la realización de un gran pacto nacional que propicie el consenso y la convergencia.
Pero las experiencias vividas tras el referéndum revocatorio de agosto último, enseñan claramente que ningún acuerdo, ni diálogo, ni pacto, tendrá sentido ni impacto real en el proceso social y político que vive el país, si se realiza como resultado de la amenaza y el chantaje de los poderosos de la media luna. Ellos han demostrado que convocan constantemente a rondas de diálogos solo para dilatar, distorsionar y diluir el avance de la revolución democrática boliviana, y debilitar al gobierno y su gestión. Nunca acatarán resultados, salvo que estos favorezcan sus exigencias retrógradas.
►En segundo lugar ‑y teniendo en cuenta lo expresado‑, hay que evitar caer bajo la tentación exitista que podría llevar a subestimar la beligerancia de los contrincantes políticos, y creer que con la realización de elecciones, con demostraciones ciudadanas democráticas, o con el apego a la constitución, los pueblos tienen garantizado el tránsito pacífico hacia la nueva sociedad.
La vía democrática para el cambio y el desarrollo social es –indudablemente‑ la mejor de todas. Pero no hay que equivocarse, no es un camino de rosas. Contrariamente a lo que piensan algunos aprendices de la política, es en condiciones de democracia cuando más arrecian las luchas entre las clases y sectores sociales en pugna. Resulta entonces un reto y una tarea política de primer orden desarticular la resistencia y las acciones de sabotaje y engaño acometidas por los poderosos, que empeñarán todas sus fuerzas internas y externas para restituir el poder del capital en el país y recuperar el “paraíso perdido”.
►En el nuevo tiempo construido por los pueblos de Bolivia y su gobierno, el desarrollo de la revolución democrática y cultural desde abajo, implica la realización inter-articulada de un conjunto de tareas. Por un lado, es medular fortalecer el Instrumento político. Y como esto no es una labor organizativa, supone, por otro lado y conjugadamente, el impulso de la participación creciente de los actores y actoras sociopolíticos en la toma de decisiones en todos los ámbitos de la vida social, así como en la construcción de las soluciones y el control de los resultados. De conjunto, ello significará abonar el camino del empoderamiento/apropiación creciente de la ciudadanía toda de lo que será cada vez más nítidamente vivido como su proceso. Esto conlleva también su preparación/capacitación para ello, tarea que –por su trascendencia‑ podría considerarse el tercer elemento estratégico en el proceso de construcción del actor colectivo, sujeto de la revolución. Construir el actor colectivo, fuerza social de liberación capaz de tensionar e impulsar el proceso de cambio hacia metas mayores, creando y construyendo a la vez la nueva Bolivia sobre la base del bien común para todos y todas sus habitantes, es tarea clave del proceso de refundación de Bolivia, tal como lo señalara el Presidente Evo Morales.
Un lugar vital ocupa en ello la profundización y el despliegue de la batalla cultural, política, ideológica acorde con las demandas del proceso revolucionario. Ella tiene por objetivo desarrollar/fortalecer las conciencias y las capacidades de todos y cada uno de los actores y actoras sociales y políticos que participan del proceso sociotransformador. Tomarla en sus manos, organizarla, llevarla adelante y conducirla es parte de las tareas y responsabilidades primeras del Instrumento político, del MAS, y de las organizaciones de los pueblos originarios, los movimientos sociales urbanos y rurales, las organizaciones campesino-indígenas, de los cocaleros y cocaleras, la intelectualidad comprometida y todas las organizaciones de carácter social.
Vivimos tiempos de liberación y resarcimiento
Es la hora de los pueblos. Y lo es más aún si se tiene en cuenta que en Latinoamérica vivimos un tiempo de coincidencias/convergencias como nunca antes, entre gobiernos que ‑sin renunciar a sus identidades y convicciones propias‑, vienen demostrando tener la capacidad de darse cuenta que esta es una oportunidad para decirle adiós al neoliberalismo y a sus desmanes, saqueos y crímenes y, junto con ello, a la subordinación colonial y neocolonial, poniendo fin a la expropiación/apropiación de riquezas, territorios y saberes que durante siglos ha realizado el poder del capital para engrosar sus arcas y extender su dominación.
El proceso revolucionario boliviano actual, heroicamente creado, construido y sostenido desde abajo por sus pueblos, es la primera y más grande muestra de que esto no solo es posible, sino vital para que en tierras de América comience a abrirse paso el nuevo mundo, el mundo radicalmente post-capitalista, es decir, el mundo orientado a un socialismo renovado desde abajo, sin colonialismos internos ni externos.
En convergencia con ello, los actuales procesos liberadores que tienen lugar en varios países del continente, se encaminan a la construcción/constitución de Estados descolonizados (y descolonizadores), interculturales y plurinacionales. Esto resulta, en principio, un ideal/objetivo que, cual brújula sociopolítica, orienta ‑a la vez que alimenta‑ el camino hacia su consecución.
El faro está en Bolivia, en sus pueblos originarios, en los campesinos y campesinas, en los cocaleros y cocaleras, en los movimientos sociales urbanos, en la intelectualidad consciente y comprometida, en los hombres y mujeres todos que comprenden la trascendencia del tiempo que viven. En ellos ‑en su entrega y disposición cotidianos para afrontar los desafíos de la historia sin pedir ni tener garantías de éxito, en el empeño de sus vidas debatiendo palmo a palmo con las fuerzas del pasado oscurantista, excluyente y criminal‑, vive y crece la esperanza de todos los pueblos oprimidos del mundo, en particular los de este continente.
Seguir su ejemplo, y hacer de su gesta una realidad omnipresente en nuestra América, es parte de los actuales desafíos de todos los hombres y mujeres de bien que habitamos estas tierras.♦
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