Una espiritualidad infranqueable por el Capital

Quien es auténtico, asume la responsabilidad por ser lo que es y se reconoce libre de ser lo que es. JP Sartre

domingo, 18 de abril de 2010

Construcción de Poder desde Abajo - Conceptos Claves


Este texto es una síntesis ‑actualizada para esta edición‑, del Capítulo IV de mi libro Construcción de poder desde abajo, Claves para una nueva estrategia, publicado por Pasado y Presente XXI, Santo Domingo, 2000.

Síntesis Temática:
I. NACE UNA NUEVA ESTRATEGIA
Los primeros pasos
II. CONCEPTOS CLAVES
Desde abajo
Articulación y tendido de puentes
Construcción, proceso y transición
Democracia y lucha contra la enajenación
Correspondencia entre medios y fines
III. UN ENFOQUE ACTUALIZADO Y RENOVADO ACERCA DE LOS SUJETOS
IV. NUEVO TIPO DE ORGANIZACIÓN POLÍTICA
V. UNA NUEVA SUBJETIVIDAD
Construir e instalar otro imaginario social
VI. ¿NUEVA MÍSTICA?
VII. A MODO DE CONCLUSIÓN
BIBLIOGRAFÍA EMPLEADA






I. Nace una nueva estrategia





Los primeros pasos

En épocas en que la irracionalidad neoliberal globalizada se pretendía incuestionable triunfadora postmoderna, el grito desgarrador de la vida aferrada a la esperanza, comenzó a agrietar los cantos de sirena de ese triunfalismo. Remando contra la corriente desafió el “no se puede” de los pregoneros del fin de la historia y del pensamiento único. Primero se expresó como resistencia y luego como conciencia, como organización y cada vez más, también, como proyecto.
En los años 80, los movimientos sociales ‑ante la ausencia de una estrategia de poder‑, orientaban sus resistencias hacia la lucha por mantener las anteriores conquistas y o detener la embestida neoliberal, defender el empleo, defender la vida… las respuestas eran eminentemente defensivas, sin desechar la transformación social integral, pero sin tener muy claro cómo lograrlo.
En menos de diez años, aquellos intentos iniciales, lejos de haber sido desmentidos o suplantados por los nuevos acontecimientos y las nuevas experiencias sociales y políticas de resistencia, lucha y organización,  fueron avalados y desarrollados.
Cabe mencionar aquí a los aportes realizados por la Educación Popular, en primer lugar, y también de la Teología de Liberación, particularmente a través de la labor de las comunidades eclesiales de base, que desarrollaron su labor apoyadas en la concepción de la educación popular.
Grandes movimientos sociales de América latina, como el Movimiento sin Tierra, de Brasil, el Comité para la Defensa de los Derechos Barriales, de República Dominicana, el Ejército Zapatista de Liberación, de México, tienen en la labor de dichas comunidades de base y en el empeño de comprometidos educadores populares, sus raíces fundacionales. Y fue en estos mismos movimientos, entre tantos otros, donde fue germinando una nueva concepción acerca de la transformación social, de los sujetos que las protagonizarían, de la necesidad de democratizar la participación en la creación política y social de las alternativas, etcétera. En ellos, en sus nuevas prácticas y búsquedas se encuentran ya, en germen, los fundamentos para una la nueva concepción de la transformación social y de liberación del poder del opresor.
En ese proceso, casi intuitivamente, fueron conformándose los trazos iniciales de lo que sería una nueva concepción estratégica: la construcción de poder desde abajo.

Nuevo posicionamiento respecto a la cuestión del poder

Apelar a la expresión “construir poder”, a diferencia de “tomar el poder”, indica claramente, por un lado, que el poder no radica en las instituciones estatales-gubernamentales, en un lugar físico determinado.
Se entiende el poder, en primer lugar, como una relación social, o mejor dicho, como un modo de articulación de un conjunto de relaciones sociales que interactúan de un modo concreto en cada sociedad.[1] Estas relaciones no se reducen a la esfera del poder político, se asientan en las relaciones económicas establecidas por el dominio del capital, y se reafirman y reproducen a través de un complejo sistema sociocultural que define un determinado modo de vida. Todo ello se resume y condensa como poder dominante, poder que produce y reproduce una compleja trama social, económica, política y cultural, interarticulada a través de la vida cotidiana.[2]
Por otro lado, indica que la transformación de la sociedad no se resuelve con un acto, que no es una consecuencia mecánica de cambios en la estructura económica, en las relaciones de propiedad de los medios de producción, ni de los responsables de la administración del Estado. Se trata, en primer lugar, de un proceso complejo, múltiple, diverso, multidimensional y contradictorio que se construye con la participación protagónica consciente de los hombres y las mujeres que la llevarán adelante, o no es posible. Como en toda construcción, la transformación de la sociedad se caracteriza por la concatenación de incontables procesos transformadores simultáneos que van de lo más pequeño a lo más grande, de lo más simple a lo más complejo y desde abajo hacia arriba.[3] En segundo lugar, asume que la transformación de la sociedad capitalista se inicia en el seno de la sociedad que se desea transformar; la transformación no puede postergarse para después de la “toma del poder”.
La construcción de poder propio se asume, desde esta perspectiva, como parte del necesario proceso de de-construcción de la ideología y las culturas dominantes y de dominación, que es simultáneamente un proceso de construcción de nuevas formas de saberes, de capacidades organizativas y de decisión y gobierno de lo propio en el campo popular. Son nuevas formas que constituyen modos de empoderamiento local-territoriales, bases de la creación y creciente acumulación de un nuevo tipo de poder participativo-consciente –no enajenado‑ desde abajo, de desarrollo de las conciencias, de las culturas sumergidas y oprimidas, con múltiples y entrelazadas formas encaminadas a la transformación global de la sociedad.
Esto supone construir desde abajo la hegemonía política, ideológica y cultural acerca de la nueva sociedad que se desea, simultáneamente que se la va diseñando y construyendo (a la hegemonía y a la nueva sociedad) desde ahora, en cada espacio. Postergar la lucha por la superación de la enajenación humana y el inicio de los cambios necesarios para lograrla para después de la toma del poder, empaña y aleja la posibilidad de liberación en vez de contribuir a ella. Y esto implica un cambio radical en la lógica de las luchas sociales, en la construcción de la conciencia política, de la organización, del poder propio y, también, respecto al sujeto social y político de las transformaciones.[4]
Estos aspectos son, resumidamente, los que marcan la ruptura más nítida y radical de esta concepción acerca de la transformación de la sociedad, respecto de las concepciones vigentes en el siglo XX.
¿Tomar el poder o construirlo desde abajo?
La pregunta en cuestión refleja, En realidad la pregunta sería: ¿Se puede empezar a  transformar la sociedad capitalista desde dentro, o es necesario comenzar por tomar el poder para luego transformarla? Las respuestas a esta interrogante reflejan, de modo abreviado, dos concepciones estratégicas respecto a la transformación de la sociedad capitalista: propia del siglo XX o naciendo con el siglo XXI.
Reflexionando, precisamente, las experiencias de la revoluciones sociales del siglo XX, y siempre teniendo como brújula que el problema principal de la revolución es la liberación humana, hoy resulta evidente que la transformación de la sociedad nunca será posible si lo nuevo no comienza a impulsarse y construirse desde el presente –aunque ello ocurra de modo fragmentado e inacabado‑, en las resistencias, las luchas y las construcciones cotidianas en todos los ámbitos de la vida social, familiar e individual.
En esta perspectiva, la supuesta contraposición entre tomar el poder o transformar la sociedad resulta falsa, pues la transformación de la sociedad no excluye la toma del poder, la entiende como un proceso que se inicia en la sociedad capitalista que se busca transformar, es decir, no la reduce a un acto. Además de esto, no reduce el poder al poder político ni al aparato estatal como superestructura de sostén del modo capitalista de producción.
En este aspecto, el punto de partida pasa por entender que el Poder radica en un conjunto de relaciones que articulan toda la sociedad en torno a un poder hegemónico, del que el Estado es solo una parte. En Latinoamérica, en ciertos períodos, el Estado jugó papeles centrales y determinantes, ahora, en condiciones del neoliberalismo globalizado, actúa cada vez más como administrador al servicio de los capitales transnacionales (locales o foráneos). Como eje del poder, en todo caso, esta sería una de las aristas a considerar en la necesaria revalorización de su papel socioeconómico en la propuesta de transformación social popular alternativa. Y también, en lo que hace a su democratización, abriendo el ámbito de toma de decisiones a la participación de la ciudadanía.
Esto habla también de la necesidad de atender a los diferentes modos de producción de la hegemonía dominante y de dominación y, a la vez, de construcción de contra-hegemonía popular, lo cual, va aunado a la necesaria reconstrucción de un proyecto nacional-continental (y global), que rescate a las identidades nuevas y a las sumergidas y las rearticule proyectándolas hacia el futuro, acorde a lo que ello supone en la época actual.
En conclusión puede afirmarse que la contraposición entre tomar el poder o transformar la sociedad es falsa. En realidad, tomar el poder y transformar la sociedad se presuponen mutuamente, un camino implica el otro. La dicotomía surgía de la subordinación y postergación de la transformación de la sociedad a la toma del poder.
Entre las respuestas iniciales al llamado a tomar el poder para después transformar la sociedad, se cuenta la que condensa el llamado a transformar la sociedad sin tomar el poder. Supuestamente, para algunos, esta sería la alternativa transformadora del siglo XXI. Pero esta mirada se enfocaba unilateralmente y de un modo políticamente infantil, en el otro extremo del problema.
En realidad, de lo que se trata es de empezar a transformar la sociedad sin esperar a la toma del poder.
Esta es la cuestión. Y se condensa en la apuesta estratégica a la construcción de poder, conciencia, organización, sujeto y proyecto alternativo desde abajo.
Se trata de construir otro poder, fuera del dominio de la lógica del capital, basado en la participación democrática plena del conjunto de actores sociales y políticos, también de sectores no organizados, construyendo interrelaciones horizontales y nuevas modalidades de representación y organización política. Estas, lejos de separarse de lo social deberán hacer de la participación protagónica y conciente de las mayorías, el bastión para la construcción de una amplia fuerza social de liberación, promotora e impulsora –desde abajo- de las transformaciones posibles (y deseadas),  el actor socio-político colectivo. 
La construcción de poder propio por los trabajadores y el pueblo es parte del proceso de de-construcción de la ideología y las culturas dominantes y de dominación, el cual constituye, simultáneamente, un proceso de construcción de nuevas formas de saberes, de capacidades organizativas y de decisión y gobierno de lo propio en el campo popular. Son nuevas formas que constituyen modos de empoderamiento local-territoriales, comunitarios, bases de la creación y creciente acumulación de un nuevo tipo de poder participativo-consciente –no enajenado‑ desde abajo, de desarrollo de las conciencias, de las culturas sumergidas y oprimidas, con múltiples y entrelazadas formas encaminadas a la transformación global de la sociedad.

II. Conceptos claves

Durante años me he dedicado a rescatar y difundir experiencias de construcción de lo nuevo (organización, conciencia, poder, proyecto), por parte de los actores sociopolíticos latinoamericanos –movimientos barriales, campe­sinos, de mujeres (laicas y religiosas), movimiento sindical, movimiento religioso, movimientos indígenas, organizaciones políticas del continente. Sobre esa base, cuando la articulación de los actores‑sujetos hacia su constitución en sujetos sociopolíticos del cambio, la construcción de poder y la elaboración colectiva de proyectos ha avanzado cambiando incluso la correlación de fuerzas en el continente a favor de los pueblos, es tiempo de compartir reflexiones y apuntar algunas conclusiones. Aunque referidas al ámbito más específico de los conceptos, estas se proponen contribuir a la comprensión de las posibilidades que abren los tiempos actuales a las búsquedas de transformación de las sociedades latinoamericanas y ayudar a avanzar en la consecución de tales objetivos. Tienen por tanto, también un calor sentido práctico político.

Desde abajo

La nueva proyección y apuesta estratégica reclama resignificar las concepciones existentes con nuevas miradas y, además, dar cabida a nuevas concepciones. En el tratamiento de conceptos y categorías esto obliga a apelar a una renovada dialéctica compleja para abordar las relaciones entre ellos y con la teoría en su conjunto. Es necesario abordar los conceptos y categorías a partir de su lógica interna, enfocarlos en su contenido y alcances, en su significación propia.
Cuando se dice “desde abajo” tiende a pensarse formal y geométricamente como lo que está ubicado más abajo respecto a una escala de problemas, fenómenos, clases o sectores sociales que estarían más “arriba”. Se emplea habitualmente como sinónimo de “desde las bases” (respecto de quienes –supuestamente‑ serían la vanguardia). Sin embargo, y sin excluir necesariamente los ámbitos anteriores, el concepto “desde abajo” se refiere –y condensa‑ a la raíz, al fundamento de lo existente que se quiere transformar o sobre lo que se quiere influir. Simultáneamente –en esta actividad cuestionadora‑transformadora‑, es fundante (y moldeadora) de lo nuevo que se busca construir y se construye día a día. Y esto no tiene que ver con la ubicación (geométrico-geográfica) del problema, ni de los actores, ni de las propuestas, ni de las esferas en las que se actúa.
La construcción de poder, que es a la vez, de conciencia, proyecto y organización, reclama, de hecho, la conjugación de una multiplicidad de ámbitos, espacios, problemas, actores y propuestas, sin olvidar nunca que cualquier propuesta y apuesta debe –por algún canal, red o filamento‑, atravesar y estar anclada en las raíces del problema, en los cimientos mismos, en los fundamentos (abajo), a la vez que se propone transformar desde ahí y hasta ahí.
 De allí la importancia y la centralidad que en esta concepción ocupa la vida cotidiana, es decir, la articulación que el proceso de transformación social tiene con la vida cotidiana de los actores y las actoras de la transformación: parte de allí, o la atraviesa, se anuda con ella y la proyecta –transformación mediante‑ a un modo de vida (y de ser) diferente.

Ir “de lo pequeño a lo grande”

Desde una visión no dicotómica, ¿qué es lo pequeño y qué es lo grande? Una forma de responder esto es la tradicional lineal según la cual, ir de lo pequeño a lo grande sería, por ejemplo, hacer un trabajo barrial primero en un barrio, después articularlo a otro barrio, y luego a otro y así hasta dirigir la ciudad; dirigir un gremio, luego otro gremio… y después la central. ¿Es esto ir de lo pequeño a lo grande? Sí lo es, pero el planteamiento metodológico que sostengo apunta centralmente a otros factores fundamentales, medulares para la construcción de poder desde abajo: tiene que ver con lo cotidiano y con lo territorial, pasa por una práctica de construcción que va articulando actores, problemáticas y organizaciones adentro de un sector, a la vez que va relacionándolo con otros sectores y actores.
Esto puede parecer difícil, pero el desarrollo de amplios movimientos populares –aún con el reconocimiento de sus deficiencias‑, dan cuenta de ello. Cuando no se parte de un pensamiento (y una práctica) vanguardista‑inmediatista, es posible avanzar, acumular, crecer y consolidar. Para ello es conveniente tomar en consideración, como brújula teórico-metodológica, la siguiente propuesta, con características de principio para la acción:
‑Emprender acciones que permitan la mayor participación posible de la población
Desde el punto de vista político, cuando se alude a “lo pequeño” se habla de cómo realizar una acción mínima que posibilite la mayor participación de la población, en un determinado momento. Esto no significa que no haya que articular, por ejemplo, con sectores sindicales o barriales, o sindicales y barriales para avanzar en organización y conciencia, para elevar el nivel de las propuestas sectoriales, por el contrario, indica que es posible ir más allá y combinar las demandas sectoriales con la construcción de nuevas formas de participación política. Para ello, ¿qué es lo fundamental?, ¿emprender un hecho de gran impacto realizado por muy pocos, o pequeñas actividades donde participe la mayoría, tanto como sea posible en ese momento?
Un ejemplo sencillo: el “apagón” antineoliberal realizado en Argentina, en épocas del segundo gobierno menemista, cuando era difícil que la población se manifestara masiva, abierta y simultáneamente en todo el país. La propuesta de la oposición fue entonces la de llamar a la ciudadanía a apagar la luz de las viviendas, de las tiendas, de los bares, etc., durante 15 minutos, en señal de rechazo a la política gubernamental, un día a una determinada hora. Para lograrla, insistió durante meses repitiendo: “Apague la luz, apague la luz…”. El día señalado, el apagón se efectuó masivamente en todo el país.
Ello fue posible por no pensar en minoría y como minoría, y entender la realidad social ‑su dinámica y transformaciones posibles‑ desde las mayorías, con y para las mayorías, pensando y ubicándose como mayoría y desde las mayorías.
El ejemplo mencionado –que no entra en juicios acerca de los convocantes‑, permite ver como un mínimo hecho (mínimo enfocado individual y aisladamente en cada caso), deja un saldo positivo en la población, una conciencia de par­ticipación en el proceso de oposición. Porque todos los que hicieron posible el “apagón” sabían que estaban apagando la luz contra el modelo socioeconómico defendido e implementado por el gobierno de turno. Aquella fue una forma de participación política con un alcance mayor que otras posibles acciones muy llamativas que podrían realizar determinados grupos de personas.
No es lo mismo ser espectador de los hechos que ser protagonista, y de lo que se trata es que el pueblo, en sus diversos sectores, sea protagonista. Porque el proceso de lucha es, a la vez, un proceso de formación de conciencia, de constitución de actores‑sujetos, de construcción, acumulación y consolidación de organización, de poder. De ahí hay que partir siempre, y buscar, crear y construir caminos y formas que permitan, promuevan y desarrollen este protagonismo colectivo.
Este resulta un principio metodológico muy importante a tener en cuenta para desarrollar nuevas formas de articulaciones políticas entre actores sociales, y sus propuestas, enten­diendo que éstas suponen también el crecimiento de las conciencias, es decir el crecimiento, desarrollo y participa­ción de los actores mismos constituyéndose en sujetos de su quehacer presente y futuro.

Articulación y tendido de puentes

Pensar los caminos de la transformación social desde (y con) la articulación es una forma de entender la realidad y, a la vez, un método para intervenir en ella, para transformarla y construir en todos los terrenos, dentro y fuera de la organización reivindicati­vo‑social o en aquellas dedicadas a la polí­tica. Tiene un sentido y una impor­tancia estratégica dada su capacidad de recomposición del todo social hoy virtualmente desaparecido tras su atomización y fracturación profundas.
El concepto de articulación es clave, junto al de construcción, proceso y transición, al de pluralismo,  propuestas abiertas, es decir, en construcción y desarrollo permanente, acorde tanto al desarrollo de los actores involucrados en el proceso, como a las condiciones histórico‑sociales del país, la región y el mundo en cada momento.

Herramientas metodológicas para la articulación

‑‑Identificar los elementos aglutinantes
Para construir una articulación un paso muy importante resulta identificar cuáles son los nexos o elementos aglutinantes, a partir de los cuales los sectores o actores sociales pueden construir articulaciones o coordinaciones, es decir, definir cuáles son los vasos comunicantes entre las problemáticas de unos y de otros, en cada momento; identificar de qué manera están presentes, actúan o inciden.
Las propuestas concretas contienen elementos aglutinantes que pueden constituirse en la base de una articulación entre dos o más actores sociales porque su materialización puede resultar de su interés común. Es por eso que, en un camino efectivo para construir una articulación, consiste en partir de las propuestas concretas. Sin embargo, las modalidades de articulación son (y serán tan) diversas como diversos son (y serán) los actores sociales en lucha, sus problemáticas y sus propuestas.
Un nodo articulador puede conformarse también a partir de acciones solidarias con otros actores sociales en lucha, por ejemplo, brindando apoyo material y moral a un corte de ruta realizado por pobladores socialmente desamparados; participando en la realización de tareas que contribuyan a solucionar problemas concretos de otros: contribuyendo con la construcción colectiva de viviendas, de acueductos, de huertas comunitarias, etc., solidarizándose con otros pueblos en lucha, como Cuba y Venezuela, o con regiones golpeadas por catástrofes naturales, como huracanes, terremotos, etcétera.
Metodológicamente es recomendable comenzar por lo pequeño, por lo vivencial, incluso, si es posible, para desde ahí avanzar. Interrogarse acerca de cuáles son los elementos que relacionan una problemática con la de los demás, con sus vidas cotidianas. A partir de ahí, analizar cuáles son los elementos, propuestas, o convocatorias a partir de las que se puede convocar y concertar la participación, movilización y organización de la mayor cantidad de sectores y actores sociales.
Resulta conveniente buscar variados canales orgánicos e inorgánicos para trascender la sectorialidad y llegar a los diversos sectores sociales potencialmente interesados en la solución propuesta, base de la convocatoria a la solidaridad y acción colectivas. Intercambiar puntos de vista, investigar posibilidades diversas y, sobre todo, actuar con una mentalidad que, para hacer lo grande, piense en lo más sencillo y pequeño que ‑en la situación dada‑ sea lo más factible de convertirse en el factor de mayor alcance e impacto sociopolítico en relación con los objetivos previa y colectivamente identificados.
Un ejemplo de ello lo brindan las luchas en defensa de la educación pública realizadas en Argentina, abanderadas por la Confederación de Trabajadores de la Educación de la República Argentina [CTERA], el sindicato nacional de los docentes. Todo comenzó por una demanda salarial. Como primer paso, dicho sindicato hizo explícito a la opinión pública del país, que su problema reivindicativo sectorial era parte de uno más amplio y profundo: el del abandono de la educación pública por parte del Estado. Pusieron al descubierto que el ataque al nivel de vida de los maestros era parte de uno mayor: a la educación del pueblo. Con sus luchas, marchas y campañas explicativas, fueron poniendo en evidencia que tras la llamada modernización de la educación se escondía un plan de privatización de la enseñanza y destrucción del sistema nacional de educación y de la educación misma como un derecho ciudadano.
Otro ejemplo de articulación social, lo dan los trabajadores del Sindicato Luz y Fuerza de Mar del Plata. En el marco de las luchas contra la privatización de la empresa de electricidad de la zona, dicho gremio de Luz y Fuerza realizó una fuerte campaña en la comunidad marplatense, buscando instalar en el imaginario colectivo que ello traería como consecuencia despidos de trabajadores, aumentos de tarifas y cortes de luz por la falta de inversión. Para ello, los trabajadores se hicieron presentes en el espacio público a través de carpas, volanteadas, movilizaciones y diversas acciones de protesta. Como un primer paso surgió, desde el sindicato, la Oficina de Atención al Usuario. Esta Oficina, cumplía el papel que en ese momento abandonó el Estado: apoyar y asesorar a los vecinos sobre sus derechos frente a las empresas. Por esa vía lograron disminuir los cortes arbitrarios del servicio, la quita de medidores, etcétera.
Para recuperar la vigencia de las tarifas más económicas que el Estado otorgaba a los sectores carenciados, el sindicato comenzó la “Campaña por la Tarifa Social”. Para ello creó una multisectorial articulada con la Central de Trabajadores Argentinos, los universitarios, las sociedades de fomento, los centros vecinales, las pequeñas y medianas empresas (también perjudicadas por los abusos empresariales), y los movimientos de desocupados.
Movilizaciones y tomas simbólicas de sedes de la empresa fueron prolegómenos del acuerdo tripartito logrado a fines de 1999 entre el sindicato, la empresa y los usuarios perjudicados.
En un primer momento se recuperaron las conexiones de luz cortadas por la empresa, y comenzó a gestionarse un acuerdo con el gobierno provincial para establecer una Tarifa Social para cobrar el servicio brindado a los más humildes y para reducir el costo del servicio eléctrico a todos los usuarios. Esta propuesta supuso, por un lado, que la empresa recorte algo de sus ganancias y, por otro, que el Estado elimine algunos impuestos que ‑incluidos en la factura de consumo de electricidad‑ encarecen el pago de los usuarios. Se trató, en resumen, de una propuesta que articuló no solo a los ciudadanos en torno a un conflicto sectorial, sino a estos con el sindicato, la empresa y el Estado, y a cada uno de ellos entre sí.
Sobre la necesidad de construir este tipo de propuestas y espacios de articulación intrasectorial-social, José Rigane, Secretario General del Sindicato Luz y Fuerza Mar del Plata, señaló:
“Así como en la década del 70 era posible que una organización sindical pudiera pelear de igual a igual con una patronal como lucha sectorial por sus reivindicaciones, hoy no tiene ninguna posibilidad de poder llevarlas adelante si no se convierten en una necesidad del conjunto de la comunidad. Hablar de la tarifa social, por dar un ejemplo, toma validez cuando excede la reivindicación de los trabajadores de la energía y pasa a ser también el objetivo de las sociedades de fomento, del club del barrio, las instituciones sociales, etc.
Es decir, que hay que articular y llevar adelante las reivindicaciones como comunes al conjunto de la sociedad, donde obviamente enfrentamos a un enemigo común.”[5]
‑‑Identificar los nodos‑medios para la construcción de redes
Identificar los nodos‑medios de la articulación para ir conformando redes, significa: esclarecer, poner sobre la mesa, los problemas comunes a varios sectores o actores sociales. Esta labor comienza (o debería comenzar) en el interior de un mismo sector para, desde allí, proyectarse hacia los demás. Es un proceso múltiple y simultáneo, complejo y diverso, estable e inestable de construcción y deconstrucción permanente de redes sociales, que van logrando establecer algunos nodos de articulación sobre los que se apoya, se consolida y se proyecta.
Como principio metodológico vale decir que la primera articulación comienza siempre al interior del propio sector, también frecuentemente fragmentado. Porque la atomización social es tan grande que penetra también en el del individuo mismo, quebrándolo en algo fundamental: imponiéndole una forma de ser divorciada u opuesta respecto a su forma de pensar, con la finalidad de transformar al ser humano en un animal de consumo manejado por el mercado, y enemigo de todos aquellos capaces de cuestionarle o disputarle su capacidad de consumo. La insolidaridad es la base de este ser mercantil explotado por el neoliberalismo, mientas que su esencia como ser social que es, consiste en ser solidario. Si se toma como ejemplo al movimiento obrero, fragmentado y desmembrado en varios tipos de contrataciones y subcontrataciones, dividido entre trabajadores con empleo y trabajadores desempleados, resulta claro que hay que articular primero a la clase dentro la clase misma, recomponerla como clase, para luego elaborar una propuesta de articulación mayor. Y lo mismo ocurre con los sectores campesinos, con los jóvenes, con las mujeres...
Por eso, desde abajo, desde los cimientos mismos, la articulación más elemental es ya, en sí misma, una red. Esta se asienta sobre un nodo-base articulador, por ejemplo, en el caso de la clase, en el modo concreto de interrelación empleo‑desempleo, trabajadores ocupados y desocupados.
El nodo-base de una articulación posibilita la formación de redes mayores, a partir de identificar (y construir) nodos articuladores intermedios (nodos‑medios). Por ejemplo, la articulación de la relación entre empleo-desempleo con la relación entre la ruina de los pequeños productores agrícolas y la emigración a las ciudades. Esta resulta una articulación intersectorial de la problemática del trabajo y de la tierra, que da cuenta de la situación de los trabajadores urbanos y rurales, obreros y campesinos (articulación de los nodos‑base que forman un nodo‑medio).
Es muy importante identificar en todos los casos, en cada momento, cuáles son esos nodos; es una labor con un perfil y una proyección eminentemente políticos.
‑‑Identificar el problema central
Se trata de localizar, identificar y definir cuál es el problema medular de los ciudadanos y las ciudadanas de un país, el que “atraviesa” (y a la vez articula) el modo de vida de unos y otros, interrelacionando realidad y contraste sociales, situación que aparentemente se da así de un modo “natural”. Es conveniente siempre, estar atento a la correlación de fuerzas existente en cada momento, y a los posibles cambios de coyuntura, porque el problema central puede invisibilizarse públicamente, o puede variar el sector social que lo vivencie como tal problema, o ambas cosas. El centro del conflicto no necesariamente se mantiene en un mismo sector o ámbito, pero el conflicto central no necesariamente coincide siempre con el problema central, aunque resultarán seguramente, en todo momento, muy intervinculados entre sí.
El problema central generalmente constituye un problema nacional, pero puede ser también regional o continental. Sobre la base de su identificación es posible articular a una diversidad mayor de actores sociales. Para ello hay que identificar la relación que guarda dicho problema con la problemática particular de cada uno de los sectores. Sobre esa base pueden identificarse los puntos de enlace de las problemáticas diversas, haciéndose visible el interés colectivo común por la solución de dicha problemática. Por ejemplo, qué relación guarda la lucha por la tierra que llevan adelante los campesinos con el problema del desempleo y la migración hacia las grandes ciudades, con la situación de los obreros urbanos y rurales, con la realidad de los estudiantes, con el del funcionamiento de los hospitales, etcétera.
Ejemplo 1: El trabajo
La Central de Trabajadores Argentinos (CTA) ha identificado al trabajo como el problema fundamental de los argentinos. Ello supone, en lo fundamental, el cuestionamiento de la actual relación entre el capital y los trabajadores, y los medios de producción. Cuando la CTA define al trabajo como problemática central a enfrentar (problema central), lo está colocando como eje articulador de su accionar y construcción de propuestas político-sindicales. Al hacerlo señala estratégicamente la necesidad de transformar las estructuras (la relación estructural capital‑trabajo).
El trabajo, desde el punto de vista de la situación y condición de quienes lo realizan, abarca la situación de los trabajadores con empleo y sin empleo, y las interrelaciones entre una y otra condición con el funcionamiento actual del capital. Es decir, da cuenta de un drama social muy importante: el desempleo, poniendo al descubierto su relación con el funcionamiento actual del capital, con sus modos y ritmos de generación de ganancias. Rescata socialmente al desocupado como un trabajador, y contribuye a recuperar su identidad, su dignidad. La afiliación directa de todos los trabajadores ocupados y desocupados a la central, estipulada en sus estatutos, tiene –desde esta perspectiva‑ un profundo contenido y sentido políticos, además de su alcance democrático, participativo, etc. Por otro lado, este reconocimiento y articulación de base entre los trabajadores, evita caer en el chantaje de pobres contra pobres y hacerle el juego a la lógica perversa del capital.
El planteo básico es diseñar un país donde todos los argentinos tengan derecho a trabajar, que es la primera condición para tener derecho a una vida digna. Precisamente por ello, el límite de la contradicción vida‑muerte es el trabajo; es el centro. Y es multidimensional porque –para expresarlo sintéticamente‑ el redimensionamiento del trabajo, es, a la vez, el de la relación trabajo‑capital. La modificación de esta relación implica, a la vez, la modificación de todas las relaciones sociales de una sociedad. Es sobre esta base que su carácter multidimensional lo hace nodo articulador social de primer orden.
Ejemplo2: La tierra.
La problemática de la tierra es también un problema-centro, articulador de una problemática central de todos: de los campesinos con y sin tierras, de los obreros, de los trabajadores de la ciudad y el campo en general, de los indígenas, de los sectores marginados de la producción y de los pobres en general. La solución del mismo compete a todos; identificar los temas y definir las soluciones posibles, constituye la base para la articulación intersectorial, soporte orgánico sociopolítico para luchar por su realización.
“…avanzamos también en la construcción de una nueva propuesta de reforma agraria, vinculada a los intereses de toda la población y no solamente de los sin tierras. (…) levantamos la bandera de que La Reforma Agraria es una lucha de todos. (…) Que la reforma agraria es un medio fundamental para resolver la mayoría de los problemas que enfrentan los pobres de la ciudad, como el hambre, el desempleo, la violencia, la marginación, la falta de educación, el transporte y la vivienda. (…) Y que solamente es posible desarrollarla con un nuevo modelo de desarrollo nacional.”[6]
Tener la razón, que la causa sea justa, resultan presupuestos de partida sine qua non, pero no bastan para construir una articulación social ni transformar la realidad, es necesario que esa razón y justicia, que esa verdad, sea visualizada y comprendida como tal por la amplia mayoría de la población, empezando por el sector o clase social directamente implicado en el problema, cuestión que no siempre ni necesariamente ocurre. Por muy sectorial que resulte una lucha, es imprescindible llegar a las mayorías, informar sobre lo que ocurre, sensibilizarlas con el problema y –si es posible‑ convocar su movilización, o –de mínima‑ neutralizar cualquier posible manipulación de segmentos de la clase media urbana por parte del poder.
El problema central no es tampoco sinónimo de “eje central del conflicto” social en un momento dado, ya que este último resulta generalmente móvil y cambiante. Puede radicar un tiempo, por ejemplo, en la lucha por la defensa de la escuela pública que libran los docentes, o en las luchas de los campesinos, de los desocupados, de los inquilinos, de los pueblos indígenas, etc. Hay momentos de coincidencias, obviamente, entre el problema central y el eje del conflicto social, y ello puede contribuir a la más amplia articulación de sectores y actores sociales y políticos.
La permanencia o no de tales articulaciones depende de cómo sus actores se organicen para mantener dicho ámbito, alrededor de qué propuestas y fines, y para qué (objetivos).
‑‑Un paso importante es hacer de cada articulación una instancia cada vez más política, profundizar la dimensión de las problemáticas reivindicativas y de sus propuestas hasta abarcar la dimensión político‑estratégica de cuestionamiento del sistema, e ir construyendo propuestas que se articulen con la dimensión estratégica alternativa (utopía).
‑‑No basta proponerse articular para lograrlo, es necesario partir de la realidad, de la identificación –en cada momento‑ de los elementos aglutinantes, de los nodos‑base, los nodos‑medios y de el (o los) problemas centrales, para sobre esa base identificar también a todos los actores sociales que pueden conformar una articulación (o integrarse a ella).
‑‑Identificando los nodos base o los nodos medios, se abren posibilidades concretas de articulación y confluencia entre diversos actores sociales. Por ejemplo, la lucha por el agua, en Cochabamba.
‑‑Se puede construir atendiendo y articulando en torno a la solución de un problema central o de varios. Eso debe ser identificado en cada realidad social concreta en cada momento. Pretender establecer a priori cuál debe ser la problemática central en vez de extraerla de la vida real, es fuente segura de error.
Con una práctica política y una concepción no vanguardista, es posible crecer en construcción, en articulación, en conciencia y organización. Esto puede parecer quizá la tendencia natural de toda articulación, pero no ocurre de modo espontáneo, hay que construir las articulaciones desde abajo hasta arriba y viceversa, paso a paso, también a veces a saltos, una y otra vez.
Articulación regional o continental: Una problemática que puede constituir el problema central en un momento dado, en México, por ejemplo, no necesariamente coincidirá con la que existe en Brasil, o en Ecuador, o en Argentina. Puede que esté presente en todas las sociedades del continente pero que no se manifieste en cada una de ellas con la misma fuerza e intensidad. Esto quiere decir que el esfuerzo principal de la construcción de propuestas concretas y la posibilidad de la articulación de los actores sociales, pasa por atender prioritariamente y acorde con la situación histórico-concreta, las luchas por la paz, por el trabajo, por la tierra, según sea el caso.
‑‑Conjugar los por qué y los para qué
Resulta importante que todo colectivo en lucha y movilización comprenda claramente porqué y para qué emprende determinada acción. Esto se refiere, sobre todo, a la necesidad de que la lucha por reivindicaciones sectoriales, intersectoriales, o sociales, vaya acompañada por una propuesta propia construida colectivamente por los protagonistas. Esto contribuye, por un lado, a la apropiación de los procesos de lucha por parte de las mayorías, es decir, a fortalecer los procesos de toma de conciencia colectiva, a construir el empoderamiento colectivo políticosocial necesario, y –por otro‑ a superar el estado circular reiterativo de oposición, al definir una posición propia sobre la cual crecer, protagonizar, construir, acumular.
En Copadeba hemos entendido que el principio de la democracia empieza por la participación, y la participación no sólo implica estar presente en los espacios, sino también tener poder de decisión. Y para nosotros, el poder de decisión, la participación en sí, implica tener un pensamiento y una identidad. Nos consideramos con derecho a plantear la solución de los problemas que vivimos cotidianamente. ¿Qué significa esto? Que cualquier problema que nosotros vi­vimos en República Dominicana, y específicamente en nuestros barrios, puede ser analizado en la organiza­ción, en la comunidad, para encontrarle una solución. Pero no planteamos la solución para asumirla noso­tros única y exclusivamente, sino para que la asuma el gobierno junto con la comunidad y algún otro sector. (…).
Nosotros conocemos lo que vivimos y sabemos plantear soluciones, ya sea en el plano físico del barrio o en el plano social y político. Por eso yo decía que reflexionamos y planteamos soluciones. Si demandamos participación en el mejoramiento del barrio, esa participación va acompañada de una propuesta que nosotros elaboramos de cómo queremos que quede el barrio y cómo entendemos que debe ser la línea social y política a seguir. Esto lo vamos a defender a como dé lugar. ¿Qué implica esto? Bueno, implica movilización ‑entendiendo por ello la clásica movilización de las masas‑, producción intelectual, reflexión, diálogo, negociación… Es decir, no encasillarnos para defender la propuesta.
(…) la negociación no puede entenderse sólo como claudicación o como aceptación de la idea del otro. Ante todo, implica el reconocimiento de los sujetos; si no, no hay negociación, hay integración o cualquier otra cosa. Una nego­ciación supone partes que se sientan a discutir, a confrontar, a aceptarse y a no aceptarse cosas. El resultado va a depender de los principios y de la coherencia de quienes negocian. Cuando Copadeba va a cualquier instancia gubernamental a negociar algo, llega con una propuesta y, además, va con sus principios, y nosotros no negociamos los principios. [Guevara. En: Rauber 1994: 27]
‑‑Participar como protagonistas
Lo que tipifica a cada articulación sociopolítica concreta es la participación de la población, tanto en lo que hace a la definición del método de lucha a emplear como a la definición de los objetivos, del alcance de la confrontación, de las formas de representación del conflicto y/o la negociación.
La definición colectiva y conciente de para qué y por qué hacen lo que hacen, implicará –incluso si no se logran los objetivos planteados‑ un saldo positivo en la conciencia de cada uno de los sectores o actores protagonistas de las luchas y confeccionadores de la propuesta.
La participación creciente de los actores socio‑políticos como protagonistas durante todo el proceso de transformación-construcción, resulta un componente metodológico vital en la construcción de poder, conciencia, saber y organización desde abajo.
…Hay que hacer la propuesta de cómo participar desde las diferentes instancias de producción, desde el territorio, desde los barrios... Nosotros no queremos quedarnos en redefinir un espacio de participación del Estado que no facilita la participación de la sociedad. La sociedad necesita un esquema organizativo‑participativo cotidiano. Y para nosotros, construir eso desde abajo es hacer política. Por esto la insistencia del poder desde abajo. Porque creemos que el poder existe y lo que tenemos que buscar son los mecanismos de hacer efectivo ese poder, donde lo participativo es fundamental en los niveles local y nacional. [Cevallos. En: Rauber 1994: 41]
‑Partir de la cotidianidad de la población
A la hora de buscar definiciones acerca de la identificación del “punto” aglutinante, de los nodos‑medios, o el problema-centro, es importante partir de la cotidianidad de los sectores sociales o población participante.
Teniendo en cuenta:
a)      que en la vida cotidiana se producen y reproducen, conjuntamente con los valores individuales y familiares, también los valores sociales de convivencia (éticos, morales, culturales, políticos, etc.);
b)      que el mundo de lo cotidiano resulta el espacio por excelencia para la internalización y reproducción de la ideología de dominación,
puede entenderse que lo cotidiano y la cotidianidad se hayan tornado en ámbitos eminentemente políticos.
Basta tomar el caso de las relaciones de género. ¿En que espacio se produce y reproduce la básica relación de discriminación y asimetría?, pues en el ámbito doméstico, en la vida familiar cotidiana. Su democratización resulta indispensable para una democratización mayor de toda la sociedad. Mientras las asimetrías y discriminaciones de género se mantengan en el ámbito familiar, el espacio social más pequeño y universal, no serán posibles una verdadera y radical democracia y justicia social.
“La potencialidad transformadora en dirección de una sociedad humanamente rica, podríamos decir finalmente ‘humana’, y entonces victoriosa, negación de la sociedad actual caracterizada por la sumisión y la destructividad, radica en el espacio ovulario.” [Vianello y Caramazza, 2001, p. 118] Es a partir de replantear a la vida y organización de la familia como nueva célula básica política (en tanto concentradora, productora y reproductora de relaciones económicas, sociales, culturales, políticas e ideológicas del poder social), que articula el funcionamiento de lo publico y lo privado imprimiéndole una cierta dinámica a lo uno y lo otro, que será posible (re)integrar las ‑hasta ahora‑ dos realidades.
Es indispensable pensar y proyectar la familia como una pequeña red de base multicéntrica en vez de androcéntrica, donde se articulen en convivencia seres humanos en igualdad de condiciones, sin que uno proponga crecer a costa del sometimiento y subordinación de los demás. Esto, articuladamente con el desarrollo de redes informales entre familias, que compartan entre el buscar los niños a la escuela, el tiempo dedicado a paseos, deportes, etc, todo esto, con el apoyo de la tecnología (el que brinda y el que potencialmente puede llegar a brindar orientada con sentido de desarrollo social), y la fundación de un Estado social, entrecruzado responsablemente con las actividades tradicionales de la familia: salud, educación y asistencia y seguridad. [Ver: Vianello y Caramazza 2001: 114]
En la construcción de un nuevo modo de vida las dinámicas de la vida cotidiana ocupan un lugar fundamental. No porque de ahí nazca el cambio de toda la sociedad, sino porque sin enraizarse allí, sin articular la utopía del mundo nuevo a la vida de la familia, célula básica que hará posible ese mundo nuevo, este será un imposible. Para eso ‑en primer lugar y a la vez‑, la familia debe modificarse a sí misma, en tanto gestante de ese nuevo ser humano, de esa nueva sociedad y de ese nuevo mundo. Y es indispensable ir haciéndolo posible desde ahora, transformándolo desde nuestra propia vida cotidiana doméstica y comunitaria, integrándola a nuestras prácticas familiares, comunitarias, sociales, políticas, etcétera.
‑Reconocer la importancia del espacio comunitario, integrador de lo público y lo privado
El ámbito comunitario cobra cada día más importancia tanto en la lucha por la sobrevivencia, en la construcción de redes sociales de subsistencia ‑en lo económico, educativo, salud, etc.‑, como en el desarrollo de sólidas redes interfamiliares que distribuyen la dura carga de las labores domésticas cotidianas y mejoran la posibilidad de integración laboral de las mujeres. A ellas se le abren puertas en el sector informal, generalmente en el servicio doméstico, aunque no reconocido como un trabajo, social ni jurídicamente. Para poder desempañarse en él, las mujeres han de desarrollar redes de apoyo mutuo para el cuidado y alimentación de los niños de unas mientras las otras trabajan, y viceversa.
Un modo de vida diferente, basado en la horizontalidad y democratización solidaria de responsabilidades y tareas se va conformando a través de estas prácticas en la dimensión comunitaria. En ella, a través de la cultura participativa de las mujeres, se van haciendo cada vez más visibles los nexos que se establecen entre la posibilidad de participación en el mundo público y las tareas del mundo privado, articulando tiempo de trabajo y dedicación en uno con el tiempo y la dedicación en el otro.
Claro, esto no es suficiente, resulta vital incorporar a los hombres a esta gesta, y al Estado. “La verdadera liberación de la mujer de la familia, que hoy todavía la excluye, la mortifica, la paraliza, se hará luego que el hombre y la mujer se reencuentren en ella sobre un pie de igualdad. Evidentemente, esto no significa abandonar la creación de infraestructuras capaces de aligerar los trabajos domésticos. Pero es necesario transformar la visión de los hombres acerca del espacio, llevarlos a mirar sobre el interior, de habituarlos a valorar los detalles concretos ligados a lo cotidiano. Es la única forma de realizar una igualdad efectiva, que le inducirá a descubrir lo femenino que existe en él, e igualmente a vencer el miedo que le tiene.” [Vianello y Caramazza 2001: 110]
“Mientras que la realidad familiar continúe pesando esencialmente sobre la mujer, no cambiará nada. Pero, a partir del momento donde se genere un movimiento de cara a la resocialización de los hombres dentro del sentido indicado antes, se llegará, en consecuencia, a la igualdad de los sexos al interior de los muros domésticos, entonces es presumible que, lentamente, se produzca una toma de conciencia de que la unidad familiar, que aparentemente debe tenerse en privado, tiene igualmente una consecuencia pública.” [Vianello y Caramazza 2001: 114]

Construcción, proceso y transición

En la opción de construcción de poder desde abajo, que es la que nos ocupa, la noción de proceso tiene un peso fundamental. Es la base –junto a otras‑ sobre la que ha de erigirse los nuevos pensamientos y las nuevas prácticas; es parte del núcleo de la nueva concepción y supone (a la vez que forma) un punto de vista diferente, una mentalidad de nuevo tipo. Todo lo que existe cambia y esos cambios, incluso los más radicales, llevan ‑junto con lo nuevo‑, el sello de lo anterior, de donde provienen; lo nuevo crece dentro de lo viejo. En el caso de nuestros países latinoamericanos, en las condiciones de una dependencia deformadamente agrandada globalización neoliberal mediante, la noción de proceso como medida de la construcción estratégica alternativa se anuda directamente a la revalorización del concepto de transición. Y de la transición misma, de sus raíces y sus alcances.
En el siglo XX, las luchas revolucionarias en el Tercer Mundo, pensaron la transición como un período que comenzaba con la toma del poder político, y la entendieron como la primera fase hacia la transformación socialista. La noción de construcción del poder desde abajo, que se basa, entre otras cosas, en la coherencia entre medios y fines, en la auto‑construcción de sujetos, de organización, de proyecto, y de poder, reclama pensar la transición como parte de todo el proceso de transformación del capitalismo; no se inicia con el momento de ruptura, sino que viene gestándose a lo largo de todo el proceso y desde dentro de la sociedad regida por el capital. En este sentido, puede decirse que la transición es el proceso mismo que nace ya en las entrañas mismas del capitalismo.
De ahí el contenido y alcance revolucionario de esta concepción: no hay después en cuanto a tareas, enfoques y actitudes se refiere; desde el momento mismo en que se inicia el proceso de transformación y a lo largo de todo el proceso, se va gestando y construyendo lo nuevo. Esto reclama también un profundo cambio ético‑cultural a la vez que lo promueve y se asienta en él, avanza sobre sus avances y con ellos; y esto requiere de la participación consciente y de la voluntad de todos los actores sociales que hacen al proceso mismo; no se produce mágica, espontánea, ni mecánicamente.
La participación y la conciencia de los pueblos no pueden conformarse instantáneamente ni por decreto[7]. Resulta imposible –si se tienen pretensiones de éxito‑ decretar unilateralmente una acción colectiva, más aún cuando esta aspirar a involucrar a sectores sociales diversos, con identidades e intereses variados; es imposible decretar transformaciones o inyectar saltos de conciencia. Hay que construir el actor colectivo –y su conciencia, organización y propuestas‑, en cada momento (al menos en las fases iniciales del proceso de transformación, cuando no existe aún un actor colectivo configurado, articulado y organizado de forma estable), y esto lleva tiempo, poco o mucho, eso es muy relativo en política, lo importante es entender que el acto o suceso colectivo social reclama un proceso de construcción, de articulación, de creación del actor colectivo capaz de pensar y realizar esa acción, o suceso, o manifestación, o fenómeno político‑social.
Hemos aprendido que nada cambiará al final del camino si no cambia desde ahora; que no hay final distinto del inicio, sobre todo en cuanto a métodos y vías se refiere; que no hay ser humano nuevo y nueva cultura si no hay acumulación de nuevas prácticas democráticas, participativas, de nuevas conductas éticas acuñadas y asimiladas en las prácticas continuas y constantes durante años. Se trata, por tanto, de una larga transición. Para entenderla, asimilarla y practicarla es fundamental remover el pensamiento inmediatista, cortoplacista y fragmentario, que entiende y proyecta rupturas absolutas; solo sobre esta base podrá entenderse qué es lo que se quiere decir cuando se habla de construcción de poder desde abajo, su significación y alcances reales. El todo es parte del camino, se va conformando, afirmando y proyectando en él en cada momento.
¿Es posible saltar etapas para lograr los objetivos? La vida social también nos ofrece esa especie de huecos negros que dicen existen en las galaxias, pero las experiencias acumuladas enseñan que cuando se saltan etapas, después del salto, hay que transitar las fases saltadas, siempre en una nueva dimensión, claro está, pues ya habrán variado las condiciones, la situación, etcétera. Está claro que si ese camino no se recorre antes, debe recorrerse después o no es posible consolidar y avanzar en el proceso de transformación.
Es importante tener esto en cuenta, sobre todo en la época actual, cuando no puede pensarse la transformación social popular alternativa descansando en que la existencia del campo socialista permitirá “saltar” al socialismo, como se pensaba en el siglo XX, incluso para sociedades que se encontraban en período colonial. Eso se intentó varias veces, pero ni social ni culturalmente las experiencias realizadas han podido violar el tener que encarar determinadas tareas.
Es posible saltar etapas, insisto; las ideas de transición y proceso que expongo no son un manto para defender la gradualidad o evolución, pero está claro, repito, que si se saltan etapas, luego –en algún momento del nuevo período‑, hay que transitar por ellas y entre sus tareas estará también construir el poder abajo y desde abajo.
La experiencia histórica del socialismo del siglo XX descansaba, según señala Samir Amín,  en dos pilares fundamentales:
“1] La visión de un contraste tajante entre las sociedades capitalistas y las sociedades socialistas, y de paso, el rechazo absoluto y total de la idea de que los elementos de la nueva sociedad podían desarrollarse en el seno mismo de la sociedad capitalista.
2] La concepción subsiguiente de que la transición al socialismo a escala mundial tomaría la forma de un conflicto entre el campo de los países socialistas y el de los países que seguían siendo, por un tiempo, capitalistas, en la medida en que este conflicto se habría inscrito en el marco de la coexistencia‑competencia pacífica.
El hundimiento de los sistemas soviéticos, por un lado, y el abandono del proyecto maoísta de construcción socialista en China y su reemplazo por un proyecto de desarrollo capitalista nacional, por el otro, interpelan los dogmas del marxismo‑leninismo sobre la transición y el carácter supuestamente irreversible de la construcción socialista.”[8]
Construir poder desde abajo no es algo formal, es decir, no indica solo un cambio en las formas de la acción política; es, sobre todo, un cambio en el contenido de la política, lo político y el poder.[9] No se trata solo de ir a los barrios y hacer educación popular, no se trata solo de implementar procesos participativos en la base; hay que hacer esto y más. La transformación social desde abajo supone adentrarse en el corazón mismo de la nueva democracia.
Se trata de un proceso integral, radicalmente articulado a procesos de apropiación del proceso de transformación por parte de cada uno de los actores que lo protagoniza (empoderamiento). Por eso alcanza una significación profundamente estratégica: es la semilla de la nueva estrategia en gestación, del nuevo protagonismo conciente, crecientemente democrático y participativo, creador, constructor y responsable de los actores‑sujetos.

Democracia y lucha contra la enajenación

Lo dicho supone, a su vez, retomar como centro, el postulado e intención inicial y fundante del marxismo que es la lucha contra la enajenación de los seres humanos, incluyendo en primer (y último) lugar su participación en la elaboración‑definición del nuevo proyecto. A su vez, todo esto conforma en sí mismo, una especie de supra (o infra) proceso de construcción‑constitución‑articulación de actores‑sujetos, poder y proyecto.
La lucha contra la enajenación, que para abreviar se refiere generalmente a lo económico y a lo político, abarca todos los órdenes de la vida socio‑espiritual de las personas en una sociedad dada.
Las revoluciones socialistas realizadas hasta ahora, generalmente y más allá de cualquier señalamiento crítico que se pueda hacer, fueron un intento serio de eliminar la enajenación económica, y en cierta medida, en algunos aspectos, lograron avances respetables. En otros planos, digamos, más en lo cultural social, esta lucha fue apagándose cada vez más en la medida que más se alejaba de lo económico‑material. En ello influyeron fuertemente las concepciones mecanicistas automatistas que dejaron, de hecho, toda la transformación del mundo consciente espiritual de las clases y sectores sociales (supuestamente) protagonistas del proceso, digamos, a expensas de la acción (mecánica) de los mecanismos económicos.
En la experiencia cubana, por ejemplo, el período llamado de “institucionalización” que siguió al caracterizado como de “los errores de idealismo” que culminó con el fracaso de la zafra de los diez millones, estuvo fuertemente impregnado de estas concepciones importadas, principalmente por la “copiadera” del modelo socialista esteuropeo. En 1984‑85, el Partido Comunista de Cuba inicia un período autocrítico centrado en la “rectificación de errores y tendencias negativas”, entre los que se encontraba, primordialmente, el de las concepciones automatistas de la construcción del socialismo y el relegamiento del ser humano como centro y motor de la misma. Refiriéndose a este proceso, señaló Darío Machado:
“En la medida en que la aplicación del sistema se alejaba de sus objetivos esenciales, se iba comprometiendo más el desarrollo, cobraban fuerza los vicios tecnocráticos, crecía la tendencia a sustentarlo todo en los mecanismos y en estímulo material, se olvidaba el trabajo con el hombre.
De las deformaciones vinculadas con el desarrollo socioeconómico, quizá la más perniciosa fue la creencia  de que los mecanismos lo resolverían todo; se encargarían de indicar automáticamente las direcciones económicas más importantes, de determinar el rumbo.
La absolutización del papel de los mecanismos constituyó la tendencia negativa determinante que condicionó con fuerza un conjunto de deformaciones en el desarrollo del país en todos los órdenes. (...)”[10]
En declaraciones, el hombre, el ser humano, era el centro de la revolución, pero en los hechos reales, lo era la economía (¿causa?), el conjunto del plan, la planificación y las metas por cumplir; el hombre, los seres humanos “nuevos”, en vez de construirse con protagonismo y participación consciente y creciente en las transformaciones (auto-constitución y autotransformación) serían el “resultado” (¿efecto?) de las transformaciones económicas logradas a partir de la existencia de la propiedad social sobre los medios de producción.
Así las cosas, en el socialismo esteuropeo –baluarte de tal concepción mecanicista‑, los resultados saltaron a la vista del mundo junto a las piedras del muro de Berlín. Ni hombres ni mujeres nuevas, ni sistema socialista de producción material y espiritual de la vida social; el estatismo, con las consiguientes estatizaciones incluso de la vida cotidiana y doméstica, lo había invadido todo, tergiversando el postulado originario. Y donde esto se hizo, quizá, más notorio –por ausencia‑ fue en la participación política de aquellos ciudadanos y ciudadanas. Con mecanismos político‑autoritarios, centralistas y verticalistas, basados en un sinfín de argumentos que clausuraban –hoy resulta claro‑ el más mínimo aporte desde las bases, que no toleraban la más mínima crítica u opinión diferente, se fue ensanchando cada vez más la brecha inicial entre la vanguardia (el partido) y el resto de la ciudadanía, del pueblo socialista, hasta hacerse insalvable.
Así, las decisiones sobre las transformaciones, los pasos a seguir, los esfuerzos a entregar, el proceso revolucionario mismo, poco a poco le fue arrebatado al pueblo de sus manos y de su conciencia. Se produjo un creciente extrañamiento, un alejamiento, un ajenamiento de lo que debió haber sido apropiación. Por ese camino, la alienación política heredada, lejos de disminuir tendió a incrementarse, llegando en algunas realidades del socialismo real a provocar un quiebre total  entre el régimen político, la vida de los dirigentes, y el conjunto del pueblo, sus aspiraciones, anhelos y necesidades. (Por ejemplo, en el caso rumano.)
Situaciones como aquellas deben ser irrepetibles, pero para que lo sean, hay que estar atentos y actuar consecuentemente. Un paso imprescindible es incorporar la lucha contra la enajenación, particularmente contra la enajenación política (de amplio espectro socio‑cultural), desde el inicio, en todo el proceso, hacerla –como es‑ parte fundamental de todo el proceso transformador, uno de los ejes de la transición hacia la sociedad futura, la que se aspira a construir, la que se construye a cada paso, en cada resistencia, en cada lucha y organización social, política, reivindicativa, etcétera.
Para ello, resulta central asumir la democratización, la participación consciente de los distintos sectores y actores sociales en cada etapa del proceso; es ella, o sea, son los actores‑sujetos mismos, los que va a marcar –en interacción con las circunstancias socioeconómicas nacionales e internacionales‑, la marcha del proceso, el ritmo de la transición.
Democracia y participación popular resultan estructuralmente articuladas a la concepción de construcción de poder desde abajo y a las aspiraciones a un nuevo tipo de sociedad. Están articuladas desde la raíz, desde la génesis de lo nuevo, haciendo a la vez que exigiendo coherencia entre medios y fines. No pueden dejarse tareas para mañana, para un futuro mejor ni para la otra sociedad, tampoco puede relegarse el desarrollo de principios elementales que serán la base sobre la que se irán conformando las nuevas sociedades. Como subraya Víctor De Gennaro, es importante “(...) construir en los términos de la sociedad nueva que queremos. Que los criterios de unidad, de solidaridad que queremos se empiecen a expresar en lo nuestro. No podemos ir a reclamar democracia a los demás, si cuando estamos organizando el sindicato no somos democráticos. (…) El poder que viene, la ideología del poder que viene, la fuerza del poder que viene tiene que irse construyendo desde hoy.”[11]

Correspondencia entre medios y fines

Ha cambiado, de hecho, la lógica del debate de la construcción, del crecimiento, de la apuesta; no puede esperarse que “la línea” venga de grupos de iluminados, de vanguardias escogidas ‑vaya a saber por quién‑, que ya saben ‑o algún día lo sabrán‑ todo. Se necesita la participación de todos (mayorías) para avanzar todos, o no hay ni habrá transformación ni avance real.
La lucha contra la alienación política lleva en su otra cara la articulación de lo reivindicativo y lo político, y la democratización de la participación de los protagonistas en ambos espacios. La democratización es parte del avance y maduración en esa dirección, porque a diferencia del ideal burgués abstracto y genérico ‑salvo para su clase‑, es un reclamo de plenitud de los seres humanos, hombres y mujeres, para ser también ciudadanos y ciudadanas plenos, es decir, para ser también ciudadanos políticos.
Y esto reclama un cambio radical respecto de la mentalidad anterior, que tendió a creer –dogmatismo mediante‑ que las soluciones venían dadas (en algún manual), o que las cosas iban a ocurrir porque “la vanguardia” así lo decidía y decretaba.[12] Nunca fue así, pero antes esto no resultaba tan evidente como ahora, cuando el problema es más de índole cultural, y reclama aprehender y aprender –nuevas prácticas mediante‑ nuevas capacidades para enfrentar la realidad de hoy. Esto tiene que ver con recuperar la confianza en sí mismos y en los demás para cambiar las cosas en una dirección que se defina de conjunto y por los caminos y a los ritmos que ese conjunto decida.
Es bastante frecuente hoy día escuchar hablar de participación popular, de la necesidad de apelar a ella para buscar soluciones estables a los problemas actuales. Por ello, generalmente, cuando se habla de participación se enfatiza en la toma de decisiones y en la participación en la gestión, pero hay que incluir también –y con fuerza diría yo‑, la participación popular en el control de los resultados, en el control de todas las gestiones, decisiones e instituciones colectivas, sectoriales, sociales, económicas, o políticas. Porque no pocas veces se habla de control popular y se lo convoca, pero para ser ejercido a partir de determinados niveles que excluyen a las máximas direcciones políticas, institucionales o gubernamentales, que serían, este caso, las que llamarían al control de los de abajo limitándolo a los niveles intermedios y de ahí hacia abajo, con lo cual, la manipulación política de los sectores populares resulta bastante fácil.
El control popular debe ser pleno, auténtico y coherentemente soberano. En caso contrario los procesos futuros de transformación no quedarán exentos de peligros de despotismos, autoritarismos, personalismos, nepotismos, etc. Comenzar desde ya y desde abajo a construir esa nueva cultura de responsabilidad colectiva, es parte importante de la lucha contra la enajenación político‑social de quienes serán los nuevos hombres y las nuevas mujeres. En calidad de tal, el control popular resulta también un componente fundamental a incluir en el proceso (integral) de construcción del nuevo poder desde abajo.
No hay recetas y, como dije, tampoco hay garantías. Hay que correr el riesgo so pena de –en caso contrario‑ ser tragados por la voracidad destructiva del sistema capitalista.

Construir el futuro desde nuestro presente

En las experiencias concretas de vida, en los modos de organización y en las propuestas que se van construyendo e implementando, es necesario hacer visible que es posible vivir de otro modo, como avance de ese otro mundo que aseguramos es posible, y que es preciso empezar a perfilar cuál es, cómo es, y cuándo se alcanzará, tornándolo deseable.
Es fundamental comenzar a sentir que ese otro mundo, la utopía anhelada se relaciona con lo que estamos construyendo en nuestras resistencias y luchas cotidianas, vivenciar que lo que hacemos hoy ‑por pequeño que pueda parecer‑, es importante porque se articula a ello, anticipándolo en parte en nuestras prácticas solidarias y éticas.
Disfrutar los diversos momentos de la lucha, e ir construyendo ámbitos colectivos de convivencia comunitaria, es condición para transformar el actual estado de cosas, y ello es responsabilidad y labor política de todas las organizaciones políticas y sociales que buscan y construyen una salida alternativa popular de superación del capitalismo.
El papel de la política tiene que ser el de construir el ideal social a partir de la cotidianidad de las personas, integrándola, conteniéndola y proyectándola en una nueva dimensión. En tanto tal ideal, este tiene además muchas maneras de proyectarse, de imaginarse. En el mismo sentido, los objetivos estratégicos también se van construyendo (y modificando) a partir de las realidades socio-históricas concretas. Esto significa, por lado, que las propuestas concretas reivindicativas, programáticas, etc., no serán idénticas a los objetivos estratégicos. Por otro, que la ideología del cambio es un proceso vivo, no es un dogma establecido por alguna vanguardia partidaria que “los demás” tendrían que cumplir "para hacer las cosas bien"; la conciencia política se nutre del propio movimiento de resistencia, lucha y construcción de alternativas, y su sistematización y su diálogo con los objetivos estratégicos es un proceso constante. Esto quiere decir también, que los movimientos sociales no son “portadores” de una ideología implantada en sus conciencias desde el exterior (por los partidos o los intelectuales de izquierda); no se puede seguir pensándolos como “correas de transmisión” de las decisiones y voluntades de los partidos políticos de izquierda quienes supuestamente son los dueños de la ideología revolucionaria. Los movimientos sociales, el pueblo que se organiza para enfrentar al capital, la van construyendo día a día a partir de su (modo de) ser social, en sus prácticas de resistencia y lucha contra el capital; son los protagonistas, sus hacedores.
La acción política –componente vital de la actividad de los movimientos sociales‑ debe contemplar también entre sus tareas el rescatar críticamente las enseñanzas, las propuestas y los valores que estos movimientos van desarrollando, considerando siempre que su carácter de proceso vivo exige la constante reevaluación de su contenido como una necesidad de la propia lucha.

III. Un enfoque actualizado y renovado acerca de los sujetos

En América Latina hoy resulta imposible mantener la mirada estrecha y eurocentrista que restringía la condición de sujeto de los cambios sociales a la clase obrera. Esto es así, no solo por la necesidad impostergable de reconocer a los pueblos originarios, a los negros, mestizos y mulatos, como parte del sujeto histórico latinoamericano, sino también, debido a las transformaciones estructurales ocurridas en el modo de producción capitalista actual a consecuencia de la irrupción desenfrenada del modelo neoliberal.
 Fragmentando la sociedad hasta hacerla prácticamente desparecer como tal sociedad en la sectorialización, excluyendo de modo creciente a diversos sectores sociales del modo de producción y reproducción de la vida social, el neoliberalismo pretendió haber terminado con los sujetos revolucionarios, y habiendo arribado –supuestamente‑ al fin de la historia, se apresuraron a propagar la carencia de sentido de la política.
Pero lejos de ratificar tales postulados, los actores sociales latinoamericanos se impusieron con al fuerza de sus resistencias y su no resignación a la exclusión y a la muerte. Se reafirmaron como sujetos a través del grito de los excluidos.
Como dice Hinkelammert, el sujeto se revela como ausencia que grita; está presente como ausencia. Hacerse sujeto es responder positivamente a esa ausencia, porque esa ausencia es a la vez una exigencia. Y en tanto responde, el ser humano es parte del sistema, como actor.[13] En tanto sujeto, está enfrentado al sistema, lo trasciende. Como señala Dussel, “...el sujeto aparece en toda su claridad en las crisis de los sistemas, cuando el entorno —para hablar como Luhmann— cobra tal complejidad que no puede ya ser controlado, simplificado. Surge así en y ante los sistemas, en los diagramas del Poder, en los lugares standard de enunciación, de pronto, por dichas situaciones críticas, (...) mostrando su irracionalidad desde la vida negada de la vítica. Un sujeto emerge, se revela como el grito para el que hay que tener oídos para oir.”[14]
En procesos de resistencia a las políticas de muerte, en lucha por la vida —que significa trabajo, pan, salud y educación—, han emergido problemáticas específicas de los distintos sectores (fragmentos) sociales y ellos mismos se han constituido y han sido visualizados socialmente como actores sociales.
Actores sociales serían todos aquellos grupos, sectores, clases, organizaciones o movimientos que intervienen en la vida social en aras de conseguir determinados objetivos propios sin que ello suponga precisamente una continuidad de su actividad como actor social, ya sea respecto a sus propios intereses como a apoyar las intervenciones de otros actores sociales. Existe una relación estrecha entre actores y sujetos sociales: todo sujeto es un actor social, pero no todos los actores llegarán a constituirse en sujetos. Los actores tienden a constituirse en sujetos en la medida que inician un proceso (o se integran a otro ya existente) de reiteradas y continuas inserciones en la vida social, que implica —a la vez que el desarrollo de sus luchas y sus niveles y formas de organización—, el desarrollo de su conciencia.
No existe hoy ningún actor social, sociopolítico, o político que pueda por sí solo erigirse en sujeto de la transformación.
Estrictamente hablando, los actores, aisladamente, no pueden llegar a ser sujetos de la transformación del todo social. En las condiciones actuales, esta condición presupone la articulación de los distintos actores sociales y políticos comprometidos con la transformación (además de las articulaciones que tienen lugar al interior de cada sector social o movimiento). Se trata, por tanto de un actor colectivo.
Esto replantea los criterios tradicionales en cuanto a su organización interna, en el desarrollo de nuevas relaciones entre sus miembros: no jerárquico-subordinantes sino horizontales; exige el respeto a las diferencias y, todo esto, la profundización de la democracia sobre la base del protagonismo y participación plena de cada uno. Por ello, lejos de aceptar el divorcio entre lo social y lo político, afirma su indisoluble nexo constituyéndose como sujeto (y actores) sociopolítico(s).
Estos actores conforman nuevas identidades y sentidos de pertenencia en la misma medida en que —en lucha por la sobrevivencia y transformación de la realidad en que viven—, van desarrollando un crecimiento de conciencia y organización, es decir, en la medida en que van asumiéndose como protagonistas conscientes de su historia.
Tanta dispersión y fragmentación de identidades, realidades, pertenencias, preferencias, imaginarios y aspiraciones —entre otras cuestiones—, apunta como imposible que uno solo de los actores sociales, sociopolíticos, o políticos, pueda erigirse en representante del conjunto. Influye en ello —además de las fracturas señaladas—, la que existe entre lo social y lo político, entre lo reivindicativo y lo político, entre los actores sociales y las organizaciones político-partidarias, poniendo de manifiesto —combinadamente—, una crisis profunda de representación.
La pérdida de poder de la clase obrera, el carácter defensivo de sus luchas, y la crisis de representación y legitimidad de sus organizaciones sindicales, se combina con la ausencia de referentes orgánicos del movimiento, con la crisis de las organizaciones políticas en general y de izquierda en particular, es decir, con la ausencia o debilidad de los posibles referentes políticos de la clase.
Y todo esto pone en tela de juicio, una vez más, la concepción o el paradigma instalado en el pensamiento marxista predominante acerca del sujeto (social y político) del cambio. Las interrogantes colocadas serían: ¿Se puede hablar de sujeto del cambio en sociedades tan fragmentadas socialmente?, ¿hay un sujeto o son varios?, ¿quién o quiénes lo representan o referencian?, ¿cómo recomponer el sujeto fragmentado?, ¿qué relación guardan los actores sociales con los partidos políticos de izquierda?, ¿se trata de un sujeto social diferenciado del sujeto político?, ¿son dos sujetos o uno solo?
La posibilidad de existencia del sujeto pasa por la capacidad de los actores sociales de rearticular los fragmentos aislados, en proceso de constitución de los actores y el pueblo en actor colectivo. Ello implica articular la diversidad y multiplicidad de problemáticas (políticas, sociales, culturales, étnicas, etcétera), de experiencias e identidades, en aras de conformar un todo (plural, diverso, articulado) capaz de consensuar objetivos comunes, de darse las formas organizativas necesarias para actuar eficientemente (con organización, participación, propuesta y conducción) en pos de conseguirlos, y de plasmar todo ello en un programa político-social capaz de hacerlo realidad, dentro de un proyecto de futuro diseñado colectivamente. Supone reconocer de hecho y en los hechos, que el sujeto solo puede ser sociopolítico, no solo por rearticular o proponerse rearticular el brazo político con el brazo industrial, el sujeto político con el sujeto histórico, sino porque —sobre esa base como punto de partida fundamental y central—, su existencia es un resultado (a la vez que condicionante) de la articulación del conjunto de los fragmentos sociales —en primer lugar a través de los actores sociopolíticos—, para ser históricamente el sujeto popular de la transformación de la sociedad, definiendo también colectivamente el proyecto y los instrumentos orgánicos para realizarlo.
Cuando se habla de sujeto popular del cambio se alude a un sujeto sociopolítico múltiple y diverso, unificado a través de un proceso de articulación (y rearticulación) orgánica que potencia el proceso de constitución de los actores sociopolíticos en sujeto popular, categoría que da cuenta precisamente de esa su condición plural (articulado). Esto habla de su carácter doblemente heterogéneo, por un lado, en lo que hace a su constitución, sobre la base de la articulación de diferentes actores, clases, sectores sociales; y por otro, porque esa articulación ocurre también —y se asienta— al interior de cada uno de los fragmentos, sectores, clases, etcétera, tal como he explicado, por ejemplo, en el caso de la clase obrera. Y esta heterogeneidad no es un fenómeno cuantitativo y formal, al contrario, expresa condensadamente las huellas de la crisis en las subjetividades de cada cual, en sus identidades, llamadas también a ser articuladas. Y esto habla de respeto a las diferencias, de tolerancia y de democracia entendida como pluralidad y —sobre esa base— participación.
Convergentemente con ello, el concepto sujeto hace referencia también a lo fundamental, a lo clave, a lo realmente condicionante y decisivo de todo posible proceso de transformación: se refiera a los hombres y mujeres que viven en el pueblo —en sus diferentes micromedios, grupos sociales y contextos—, y sienten la ausencia de la que habla Hinkelammert; con su participación cuestionadora y enfrentamiento protagónico al sistema decidirán (irán decidiendo) cuáles cambios habrán de hacer, y los llevarán a cabo sobre la base de su voluntad y determinación de participar en el proceso. Ellos intervienen a partir de sus conocimientos y experiencias históricas en igualdad de derechos de participación, de un modo en el que "lo espontáneo" es apenas una magnitud relativa. Y esto será así, en la medida en que sean ellos quienes identifiquen a la transformación como un proceso necesario para sus vidas y —sobre esa base— se decidan a realizarla (decidiéndose a su vez —aunque no se lo propongan así— a constituirse en sujetos).
"En esta perspectiva la liberación llega a ser la recuperación del ser humano como sujeto."[15] Y esto implica participar en la definición del rumbo y el alcance de esas transformaciones, y también de las vías y caminos de acercamiento a los objetivos, en la medida en que vayan construyendo las soluciones, construyendo y acumulando poder, y organización colectiva de los actores sociales y políticos capaz de conducir al conjunto a la vez que construyen el proyecto y se autoconstituyen como sujetos.

IV. nuevo tipo de organización política

Los nuevos enfoques y conceptos, las nuevas lógicas que dan cuenta de los cambios, de las nuevas prácticas así como de las experiencias acumuladas por las luchas populares en el último siglo, cuestionan radicalmente las (ahora) viejas concepciones acerca del partido político de izquierda autoconsiderado vanguardia y sujeto político de la transformación.  Cuestiona la concepción que confiere al partido el ser la (única verdadera) expresión política de los sectores sociales obreros y populares, y de las relaciones entre ellos.
Hoy se abren paso con fuerza creciente nociones plurales en las ideas, en la construcción colectiva de la verdad, en las identidades, en la consideración de las aspiraciones de los sectores (actores‑sujetos) y sus problemáticas. Y esto habla de la necesidad de construir proyectos amplios y abiertos, como así también, organizaciones políticas articuladoras de esa diversidad, que por tanto requieren ser político-sociales.
En las nuevas experiencias de los movimientos sociales y políticos del continente se insiste cada vez más en el desarrollo de relaciones horizontales para democratizar tanto la vida interna de las organizaciones, promoviendo la participación de sus miembros, como también entre las organizaciones políticas y las organizaciones sociales y sociopolíticas, entre los actores sociopolíticos y los propiamente políticos. Todo esto se da la mano con el reclamo generalizado de democratización de los diferentes espacios, en primer lugar, el de la dirección políticas de los procesos sociales.
Conducciones verticalistas, subordinantes y burocráticas no pueden impulsar organizaciones basadas en criterios democráticos de construcción horizontal y participación desde abajo. Es necesario modificar de raíz el sentido, las tareas y las modalidades de las conducciones políticas, abriéndolos hacia la realidad social de nuestra época, dando cuenta de la diversidad de actores, problemátices e identidades, y de la necesidad de  se articulación en un espacio plural a la vez que unitario. Esto será posible si no se confunde unidad con unicidad, si se entiende que las diferencias no son una desgracia que hay que superar, sino una característica de las especificidades e identidades de cada cuál que es necesario saber conjugar y articular sobre la base de objetivos comunes e intereses colectivos que no aplasten a los individuales de los grupos ni de las personas.
Entre la forma de organización, funcionamiento y prácticas de conducción, en la dirección y en las bases, no puede haber diferencias de principios. Son componentes del mismo sujeto político‑social de la transformación, articulados por una misma cadena de principios, métodos, moral y ética, y entre ellos –los métodos y las conductas de la base y la dirección‑, no puede haber antagonismos ni contraposiciones dicotómicas.
El rechazo a las propuestas vanguardistas o neovanguardistas, los llamamientos al desarrollo de relaciones horizontales entre las organizaciones políticas y sociales y la promoción de ámbitos multidisciplinarios o multisectoriales, no significa rechazar a los partidos políticos, ni asumir posturas antipartido. No desconocen tampoco –como algunos pretenden‑, la necesidad de dirección política de los procesos de luchas sociales, ni pretenden diluir la necesidad de construir instancias colectivas de dirección, de conducción del proceso socio‑transformador. Sin dirección político-social no hay transformación; pero esta dirección debe construirse y constituirse en la práctica concreta, y esto es parte del proceso colectivo de articulación y protagonismo creciente de los diferentes actores sociopolíticos.
No hay vanguardias determinadas como tales a priori de los acontecimientos. [16] De ahí que sea importante también atender cómo esta dirección colectiva se va construyendo y ejerciendo en las prácticas actuales de resistencia, lucha y acumulación, cómo se lleva a cabo la articulación multisectorial, sobre qué bases concretas, preocupándose todos y cada uno de los actores sociales por construir en los ámbitos de dirección colectiva político‑social que se vayan logrando, formas y vías democráticas y participativas colegiadas, plurales y abiertas a la vida y al protagonismo real y creciente de los diversos actores sujetos de las transformaciones.
Y esto reclama también resignificaciones en la concepción de la unidad, supone atender a las nuevas dimensiones que hoy le imprime a la misma la diversidad de actores, de identidades, de problemáticas, enriqueciéndola y proyectándola hacia nuevas figuras y modos de organización sociales, políticas, culturales e ideológicas. Lo cual, es clave de tener en cuenta en el terreno del amplio movimiento de construcción ‑que algunos han denominado‑ del nuevo pensamiento para la transformación social. Esto es en gran medida aún, parte de los desafíos.

V. una nueva subjetividad

Una nueva subjetividad humano-revolucionaria está en gestación. Ella apunta, en primer lugar, a construir una ética humano-social solidaria. Sería errado cerrar los ojos a la realidad de los efectos devastadores del capital que se producen incluso al interior de la clase obrera, de cada trabajador. Su reducción y atomización permanente (al igual que en otros sectores sociales vinculados al mundo laboral) va acompañada de una fuerte inyección de individualismo, vinculado irracionalmente a la sobrevivencia. Esta situación obliga a cada trabajador a ver en sus pares a un enemigo potencial de su puesto de trabajo a quien, por tanto, para “salvarse”, hay que destruir y aplastar, expulsándolo del sector o ámbito laboral, del barrio, o de la ciudad... La perversión del sistema radica en esto precisamente: la selección no es “natural” ni por la acción de la “mano invisible” del mercado, ocurre a través del desarrollo de estrategias económicas, sociales e ideológicas que ‑por diversos medios‑ convocan a salidas individuales, e inoculan el “sálvese quien pueda” que hace de cada ser humano enemigo del ser humano vecino.
Es el chantaje brutal del capital, y su consecuencia apocalíptica es el genocidio planificado de amplias capas de trabajadores -ahora considerados sobrantes- por la conformación de nuevas formas de organización del proceso de producción, y –a la par‑ de un nuevo mercado global tecnológicamente avanzado y móvil, capaz de generar mucho más rápidamente altísimas ganancias. Es la base de la actual nueva etapa de acumulación mundial del capital.
Solo la afirmación de una ética humano-social solidaria puede ser vertebradora de una nueva (inter)subjetividad revolucionario-liberadora. Sin ella la transformación social será imposible, pues imposible será desarrollar procesos interarticuladores tendientes a la (auto)construcción‑(auto)constitución de los actores sociopolíticos en sujeto popular del cambio.
Esta construcción es fundamentalmente autoconstrucción y autoconciencia crítica‑intersubjetiva. Pero ocurre en interrelación con otras mediaciones, en primer lugar, con la práctica transformadora de los actores-sociales, y, en segundo, con el aporte de de las ciencias sociales críticas, de los expertos, de los intelectuales orgánicos, de los militantes con mayor experiencia, y se plasma en sus modalidades organizativas y planteos programático-proyectivos.

Construir e instalar otro imaginario social

Construir una sociedad (y un mundo) sin desamparados o excluidos, sin relaciones discriminatorias y discriminantes, sobre la base de la igualdad de oportunidades y justicia social, etc., significa instalar otro imaginario social, basado en valores de solidaridad y equidad social e individual de respeto y cuidado de la naturaleza, tomando conciencia de que ella es fuente de vida, que somos parte de ella y viceversa.
Ese imaginario se resumía, en el siglo XX en el socialismo, y puede ser que coincidamos en que hoy también se resume en él, pero cualesquiera sean las consideraciones particulares al respecto, hay coincidencias en que es necesario resignificarlo, reconstruirlo como utopía liberadora, y recuperarlo como opción revolucionaria actual de los pueblos. Y ello reclama también que la definición‑construcción de este socialismo sea obra participativa‑creativa desde abajo, de todos aquellos que lo han de vivir, proyectándolo ‑por tanto‑, según sus necesidades, aspiraciones y sueños.
El socialismo del siglo XXI debe rescatar los valores y aportes positivos de las experiencias socialistas del siglo XX y, a la vez, superar las deficiencias en el terreno de la democracia revolucionaria, de la participación social e individual, buscando siempre nuevas vías y alternativas de creación y construcción política, social, cultural, de pensamiento, etc. Porque la propuesta socialista no puede basarse solo en el esqueleto (la estructura) de lo que se quiere, debe ser social integral, sin olvidar que el amor, la alegría, el deseo y la fe son también indispensables para plantearse y emprender la transformación‑construcción de lo nuevo.
Disputarle los sueños y la fantasía al capital
Simultáneamente a la construcción y definición de elementos programáticos y principios ético sociales de la utopía, tenemos que ir construyendo nuestro mundo espiritual e ideal, nuestros escudos de ideas y fantasías. Tenemos que rodearnos de nuestras propias hadas y duendes, para que actúen como brújulas orientadoras de nuestros pasos en dirección a la nueva civilización. Hacia ella ‑en larga marcha‑ nos proyectamos individual y colectivamente. Adelantándola en nuestras prácticas la imaginamos siempre mejor, y en esa imaginación nos inspiramos para estimular nuestros deseos y sueños y atizar la voluntad para realizarlos.
La lucha por la felicidad no pertenece ni al mundo de las telenovelas ni al de los ricos, es inherente a nuestra humanidad y seremos mucho más fuertes si logramos integrar a nuestras luchas y resistencias la posibilidad de vivir plenamente el proceso, sabiendo que la lucha a la vez que es por la felicidad, es parte de ella. A ella integramos nuestros sueños y fantasías, nuestras pasiones, angustias y deseos, y con todo ello, movilizamos fuertemente nuestra voluntad.

VI. ¿nueva mística?

El tema se anuda al de la formación de una nueva mística, que germina y fructifica cuando entre la forma de organización, el modo de funcionamiento y las prácticas de construcción y conducción: entre la dirección y en las bases, entre la organización política y el pueblo, no existen diferencias de principios.
Recuperar la confianza, los afectos… desarrollar lazos solidarios, no resultan elementos secundarios en momentos en que cada ser humano es forzado por el mercado a ver en el otro un competidor, un rival o un posible enemigo que busca arrebatarle su puesto de trabajo, su pareja, su alimento... al que –por consiguiente‑ debe destruir para intentar sobrevivir individualmente.
¿Hay mística hoy?, ¿dónde está? La mística está aquí, entre nosotros, en nosotros mismos, en el nuevo tiempo que estamos viviendo y construyendo colectivamente. Nos desenvolvemos en un momento muy difícil, pero ello no puede impedirnos practicar y multiplicar la solidaridad, estar alegres cuando nos encontramos unos con otros y otras, hacer de las actividades colectivas: seminarios, talleres, congresos, asambleas, acampadas, cortes de rutas, etc., momentos de fiesta, de alegría. Dar solidaridad, demostrar los afectos, expresar la felicidad y el amor es también una forma de construir una nueva mística, desarrollarla y fortalecernos entre nosotros.
Vivimos en una especie de tembladeral caracterizado por la incertidumbre, todo es complejo, más aún para los jóvenes. El joven se afianza y madura con definiciones, si no le damos definiciones, ¿qué pretendemos?, ¿que no esté en crisis?, ¿que no dude? En vez de alarmarnos por esta situación, es mejor ocuparnos por entender sus reclamos, ver en sus dudas una posibilidad de transformar la situación.
Debemos asumir este tiempo con la confianza en que es posible un mundo diferente, que las salidas existen si somos capaces de ver su insinuación en la realidad, en las nuevas prácticas sociales que se van construyendo y si, con imaginación, deseo y voluntad nos empeñamos en desarrollarlas, conscientes de que el futuro no se agota en nosotros, que las salidas son diversas y están abiertas al desarrollo de la humanidad. Esta siempre se propondrá nuevas metas, explorará nuevos caminos para cambiar el mundo y ampliar su libertad.

VII. A modo de conclusión

Asumiendo la centralidad que la noción de proceso y la nueva consideración de la transición tienen en la concepción del poder desde abajo, sin negar las rupturas, ni los saltos ‑que se pueden producir y se producen en todo proceso‑, esta concepción enfatiza y se basa en la articulación, el tendido de puentes, la construcción de redes y nodos de articulación, en lo social, en lo político, en lo sociopolítico, en lo económico‑social, en lo cultural, entre los sectores sociales y sus problemáticas, entre los actores sociales y sus expresiones organizativas, entre lo político y lo reivindicativo, entre lo cotidiano y lo trascendente, entre lo local y lo nacional, entre lo micro y lo macro, entre el territorio y la ciudad, entre la exclusión y el sistema, entre los excluidos y los incluidos y entre las formas de inclusión y exclusión, entre lo nacional y lo internacional…
Los nexos, las mediaciones, las formas de articulación, conexión, tendido de puentes y armado de redes, tienen en esta concepción una significación de primera línea. Siempre la tuvieron, dado que los eslabones mediadores tipifican todo movimiento y relación dialéctica, pero estaban como relegadas, esquematizadas o eran desconocidas por la anterior estrategia de poder a la que le correspondía un tipo de mentalidad antinómica de todo o nada, de ser o no ser; hoy pasan a un a primer plano y reclaman una re‑significación.
De ahí la importancia práctica y proyectiva, digamos, de un debate filosófico‑social acerca de la dialéctica y las antinomias, acerca de la vieja mentalidad y la nueva. Y de ahí también, la necesidad de superar el modo antinómico de pensar y actuar.

Bibliografía empleada

·         Amín, Samir. Los desafíos de la mundialización, Siglo Veintiuno Editores, México 1997.
·         Dussel, Enrique, Ética de la Liberación, Editorial Trotta, Madrid, 1998.
·         Hinkelammert, Franz. El retorno del sujeto reprimido, Universidad Nacional de Colombia, Bogotá, 2002.
·         Houtart, François. “Movimientos sociales y poder”, ponencia presentada al Foro Social de las Américas, Quito, 2004. Archivo del Cetri, Louvein La Neuve.
·         Machado, D., Nuestro propio Camino, análisis del proceso de rectificación en Cuba, Editora Política, La Habana, 1993.      
‑‑‑‑‑‑“Reflexiones en torno al formalismo”, El militante comunista, Comité Central del Partido Comunista de Cuba, La Habana, julio 1988.
·         Rauber, Isabel. Actores sociales, luchas reivindicativas y política popular, Ediciones UMA, Buenos Aires, 1997.   
‑‑‑‑‑‑Construcción de poder desde abajo, Claves para una nueva estrategia, Pasado y Presente XXI, Santo Domingo, 2000.          
‑‑‑‑‑‑Tiempo de Herejías, Pasado y Presente XXI, Santo Domingo, 1999. (Instituto de la CTA, Buenos Aires, 2000).
·         Rigane, José. “Rigane, a fondo”, entrevista. Revista Nos/otros de ATE, Buenos Aires, 2000
·         Stédile, Joao Pedro. “La lucha de los Sin Tierra, la experiencia brasileña del MST”, ALAI Servicio Informativo 248-249, 24 de marzo de 1997.


[1] El punto de partida de esta mirada entiende que el Poder resume una determinada relación social de fuerzas (políticas, económicas, culturales, ideológicas), a favor de una clase o sector de clase que resulta hegemónica. Se constituye como síntesis político-social de las relaciones sociales levantadas a partir de la oposición estructural capital‑trabajo, que instaura desde los cimientos mismos el carácter de clase de las interrelaciones entre ellos, de las luchas por la hegemonía y la dominación, y de las luchas de resistencia y oposición a ello. Esto conforma en cada momento una determinada correlación de fuerzas (de clase) que actúa en toda la sociedad. Esta relación hegemónica dominante y de dominación se expresa concentradamente –sobre la base de una múltiple e intrincada madeja cultural, ideológica, jurídica y política que atraviesa todo-, en la constitución de un determinado tipo de poder político y su aparato estatal. El Estado, entonces, es solo una parte del poder político, y del Poder (de la relación de poder de la clase del capital sobre la del trabajo y –a partir de allí‑ sobre toda la sociedad).          
Esto habla también de la necesidad política de atender a los diferentes modos de producción de la hegemonía dominante y de dominación y, a la vez, a los diversos modos posibles de construcción de contra‑hegemonía popular. El punto se anuda, entre variadas aristas, con la batalla cultural político‑ideológica por la hegemonía que, en nuestro caso implica, a la vez que la deconstrucción de la hegemonía de dominación, la construcción de una hegemonía propia (contra-hegemonía).
[2] Las relaciones de poder parten del interior del funcionamiento del capital para inundar –a través de las relaciones mercantiles- todas las relaciones sociales, familiares, culturales, etc. Esto resulta muy marcado en la actualidad cuando “…la transformación de lo social en mercancía acentúa las relaciones de poder en todos los sectores de la vida colectiva. En otras palabras, la imposición de la ley del valor refuerza las relaciones de poder.” [Houtart,  “Movimientos sociales y poder”, ponencia presentada al Foro Social de las Américas, Quito, 2004. Archivo del Cetri, Louvein La Neuve, p.2]
[3]. Rauber, I., Actores sociales, luchas reivindicativas y política popular, Ediciones UMA, Buenos Aires, 1997 (segunda edición), p. 81.
[4] Esta concepción del poder replantea de fondo las interrelaciones entre las llamadas sociedad civil y sociedad política, y los múltiples nexos que existen o pueden existir entre ambas dimensiones de una misma sociedad y que, en esa interacción condensan y vehiculizan un determinado modo (hegemónico) de Poder.
[5] En: “Rigane, a fondo”, entrevista. Revista Nos/otros de ATE, Buenos Aires, 2000.
[6] Stédile, Joao Pedro. “La lucha de los Sin Tierra, la experiencia brasileña del MST”, ALAI Servicio Informativo 248-249, 24 de marzo de 1997, p. 58.
[7]. Ya no puede pensarse (o esperarse) que los pueblos van a “obedecer” un llamado realizado por alguna supuesta vanguardia [autoproclamada], porque solo se  movilizan cuando entienden que van a protagonizar un proceso para transformar sus condiciones de vida, cuando entienden y visualizan que ese su accionar no caerá en saco roto ni será manipulado por intereses de terceros, cuando tienen claro que serán realmente parte de un proceso de resistencia, de lucha y de cambios. En este sentido, la “misión” de aquellos que se sienten vanguardia, no será ya la de ordenar o decretar una acción determinada, sino, en todo caso, la de ser capaces de despertar y convocar la participación creadora de las mayorías, promoverla y desarrollarla. Hoy el protagonismo no puede ser de pequeños grupos, para que sea protagonismo debe ser de mayorías, de pueblo; y eso hay que construirlo.      
Por eso, en tiempos que reclaman protagonismos de mayorías, la vanguardia como tal es un sin sentido; hacen falta sí, direcciones político-sociales reales, capaces de orientar, organizar, construir y promover canales de organización, conducción y liderazgo de ese [pro]sujeto colectivo. Este nuevo tipo de dirección político-social no se define por protagonizar la política, la conciencia, el saber, la verdad, y el proceso todo en exclusividad (y exclusión), sino por construir el protagonismo colectivo, organizando y pensando también colectiva y horizontalmente, y orientando colectivamente el proceso sociotransformador hacia metas trascendentes.
[8]. Amín, Samir, Los desafíos de la mundialización, Siglo Veintiuno Editores, México 1997, p. 263‑264. (Subrayados míos).
[9] En el segundo texto del presente libro puede encontrarse una mayor exposición del contenido y sentido de tales cambios.
[10]. Machado, D., Nuestro propio Camino, análisis del proceso de rectificación en Cuba, Editora Política, La Habana, 1993, pág. 33‑34.
[11]. Tomado de: Tiempo de Herejías, Op. Cit., pág. 113‑114.
[12]. En un trabajo reflexivo acerca del formalismo en la labor político‑partidaria del PCC, Darío Machado denominó a manifestaciones de esta naturaleza,: “Síndrome del Olimpo”. Señaló: “Esto se relaciona con otro fenómeno que llamo ‘Síndrome del Olimpo’ y que consiste en pensar que lo que está orientado ‘de arriba’ es suficiente para lograr los resultados esperados.” Ver: “Reflexiones en torno al formalismo”, El militante comunista, Comité Central del Partido Comunista de Cuba, La Habana, julio 1988, pág. 26.
[13] Hinkelammert, Franz. El retorno del sujeto reprimido, Universidad Nacional de Colombia, Bogotá, 2002, p. 349.
[14] Dussel, Enrique, Ética de la Liberación, Editorial Trotta, Madrid, 1998, p. 523.
[15] Hinkelammert, Franz, Op. Cit., p. 348.
[16]. Esto significa, por ejemplo, que en vez de formas piramidales y subordinantes de arriba hacia abajo, como instancias y formas de organización y conducción políticas, se abra paso lo multisectorial, lo multidisciplinario, lo plural articulado y potenciado en una unidad colectiva, también de nuevo tipo (que no supone ni reclama unicidad), levantada sobre nuevas bases. Una unidad que en vez de excluir articula, que en vez de restar abre espacios para fortalecer la construcción de ese actor colectivo en su proceso de constitución en sujeto popular.

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