Una espiritualidad infranqueable por el Capital

Quien es auténtico, asume la responsabilidad por ser lo que es y se reconoce libre de ser lo que es. JP Sartre

domingo, 18 de abril de 2010

Mujeres, política y hegemonía - Reposicionarnos para transformar transformando-nos

La perspectiva de la deconstrucción de género y poder, ubicando el debate en el terreno del poder, requiere poner en común qué entendemos por poder y cómo entendemos los caminos para la transformación de la realidad de este poder.

Las viejas –pero difundidas‑ concepciones consideran al poder como si fuera una suerte de cosificación anquilosada y ubicada en determinadas instituciones, de verdades ubicadas por encima –con anclaje terrenal o extraterrenal, según sea el caso‑, de la sociedad. Sin embargo, se trata de una relación social, más específicamente, de una relación de conjunción interarticulada del conjunto de relaciones sociales. Y cuando digo “social”, me refiero al conjunto de ámbitos y dimensiones inherentes a la producción y reproducción de la vida de una sociedad. Es decir, en primer lugar estoy hablando de la economía, del modo en cómo se resuelve la vivencia diaria en la reproducción de la vida, que es el eje de la articulación de la sociedad y las relaciones sociales, comerciales, de distribución, etc., que alrededor de ella se reproducen. Pero también de la cultura que a partir de ellas se desarrolla, de las costumbres, las tradiciones, identidades. 




Entonces, en tanto relación social en desarrollo socio-histórico como las sociedades, el poder se ha ido conformando y perfeccionando como tal a través de los siglos, organizando el predominio de los intereses de los sectores hegemónicos en lo económico, y la hegemonía necesaria para la preservación de esos intereses. Y han construido para ello, lo que tradicionalmente se denomina superestructura jurídica, política, el Estado, la estructura de gobierno. Y –supuestamente enfrentada e independiente de ella‑ existe el conjunto de la sociedad como tal que  tiende a llamarse “sociedad civil”. Consiguientemente, la fracción de la sociedad que interactúa directamente con la esfera del poder, se identifica y denomina “sociedad política”. Sin embargo, la sociedad es una sola, que se estructura ella y sus instituciones de administración de poder, de un modo determinado en función de los intereses de las clases poderosas, cuyas raíces económicas radican en la “sociedad civil”. Esto desnuda las mentiras de la supuesta existencia de dos sociedades, o de la existencia de una sociedad compuesta por dos dimensiones, lectura muy intencionada. Además, sobre la base de la legitimación de la existencia de “dos sociedades”, se busca legitimar la existencia de dos mundos: el público y el privado, ubicando a la familia dentro del mundo privado del ámbito de la sociedad civil , supuestamente desvinculada del mundo (y los intereses) del poder.
En la mencionada lectura, la política se ubica como el nexo intermediario entre la sociedad civil y la superestructura estatal gubernamental, jurídica, política e ideológica institucional para actuar en el terreno político-estatal. Y, se define, junto con ello, al instrumento apto para intervenir en esta esfera, al instrumento mediador entre la sociedad civil y la sociedad política: los partidos políticos. Sus representantes serían (son) los únicos legitimados para intervenir dentro de la llamada sociedad política, que es la sociedad del poder político, social y cultural propiamente dicho.
Con la estructuración del poder del capital, que ha llevado varios siglos en construirse y sigue reformulándose, también se han definido los ejes del despojo, las discriminaciones y las exclusiones de la ciudadanía, de su capacidad de poder ser y actuar en política. Así es que, por ejemplo, en este tipo de sociedad, las actoras y actores sociales no tienen posibilidades de ejercer  representación política directa a través de sus movimientos.
Lo que está legitimado a través del aparato jurídico constitucional, es la obligatoriedad de hacerlo a través de los partidos. Y como ocurre cuando hay intermediaciones de este tipo, el despojo y la delegación son tan grandes, que -en general- los representantes se representan a sí mismos y a sus intereses, estampando una fractura muy grande respecto de quienes dicen representar. Esta concepción de la sociedad, el poder, la política y la familia, es totalmente funcional a la reproducción del poder del capital y su hegemonía.
Pero no hay dos sociedades; la sociedad no se forma por la reunión de dos partes que se interrelacionan externamente, a través de leyes o principios de convivencia. La sociedad es un cuerpo vivo integral. Ello ha sido clarificado puntillosamente por el análisis gramsciano de la sociedad, que la descubre y muestra como una totalidad integral articulada. Gramsci  no desconoce los micro poderes o microespacios al interior de una sociedad, al contrario, los reconoce como dimensiones propias de la diversidad social, pero haciendo a la conformación de un todo en base a la articulación conjugada de las múltiples dimensiones. No piensa el poder como agregado externo de fragmentos, sino como una conjunción de relaciones sociales que permite el ejercicio y la reproducción de la dominación de un modo particular, a través de las relaciones de hegemonía, es decir, desde el interior y transversalmente a los micro poderes y microsistemas sociales convivientes.
¿Es posible modificar las relaciones de poder propias del capital? Veamos algunos elementos desde la mirada crítica de género.
En la lógica ordenadora del capital, basada en la fractura entre el mundo supuestamente privado y el mundo supuestamente público, la familia y sus relaciones queda recluida al mundo “privado”  y con ello, consiguientemente, también la mujer, definida como “columna” y eje de la familia.
La sociedad actual, si alguna característica tiene, es la exacerbación de las desigualdades, de la fragmentación, de la exclusión y la distorsión perversa de las reclusiones dentro de espacios cerrados, particularmente, de nosotras las mujeres, aunque es una reclusión paradójica y esquizofrénica, porque tanto nos obliga a salir de la casa para garantizar la sobrevivencia , como se nos condena por ello porque termina co-responsabilizándonos (dentro de la responsabilidad de los pobres) por la situación de pobreza. Y esto descubre una arista de la hegemonía de dominación.
En primer lugar, esto se expresa muchas veces, a través de la violencia doméstica que se vive hacia adentro en muchos hogares, donde la violencia familiar termina siendo la caja de resonancia de esta crisis de hegemonía del capital. Por eso, a pesar de que insistan con que la vida familiar es privada, que pertenece estrictamente a la pareja, que no tiene nada que ver con el Estado, ni con las políticas, ni con la economía, las mujeres sabemos muy bien que la familia es el núcleo primario que funciona como un espejo de la sociedad y hacia ella se vuelve. Pero hay que poner atención, porque es como esos espejos de las películas de ciencia ficción, en lo que la imagen cobra vida, se mueve por sí sola dentro del cristal, y luego sale… En el ámbito doméstico todo resuena, las relaciones de poder, prodigiosamente, se producen y reproducen minuto a minuto, acción por acción.
La esclavitud latente en la familia, es la primera forma de propiedad, la que está en la base de ella. ¿Por qué? Porque el derecho a disponer de la fuerza de trabajo de otro/a es esclavitud. División del trabajo y propiedad privada, dice Marx, son términos iguales, uno de ellos dice referido a la actividad, y lo mismo del otro referido al producto de ésta, es decir, hay diferencia en la actividad y hay diferencia en la apropiación, porque el que no cobra, no compra, y después no disfruta y no usufructúa.
Por eso Marx señalaba que el patriarcado ‑como construcción de poder ideológico y poder económico y de segregación‑, es la primera forma de propiedad porque ya hay alguien, aunque sea con amor, que se apropia del trabajo de los demás.
Interesante volver sobre ello, sobretodo nosotras que hemos compartido y compartimos en gran medida esta ideología hegemónica que nos recluye y excluye, perjudicándonos a nosotras mismas.
Por eso, en la apuesta a la construcción de otro poder (popular) desde abajo, la transformación de las relaciones de poder existentes, la construcción de relaciones nuevas de equidad a nivel social y a nivel personal, la búsqueda de la liberación de la mujer, se enmarca en la necesidad y la posibilidad de transformar íntegramente e integralmente este poder a partir de nuestras prácticas, en todos los ámbitos y dimensiones de la vida social e individual, pública y privada.
Es decir, para nosotras, la opción del todo o nada, la opción de que la toma del poder nos va a resolver los problemas, la opción que considera a la contradicción de la explotación de la mujer como una contradicción secundaria del capitalismo, que se va a resolver “espontáneamente” después de que se resuelva la contradicción fundamental de la explotación, no nos dice nada. Al contrario, analizando la experiencia histórica, lo que nos enseña es que es al revés: Si los cambios no los vamos haciendo desde ahora, no habrá cambio alguno.
Entonces, en esto se define un parentesco muy nítido entre la concepción crítica de  género y la construcción de poder desde abajo, que indica -sobre todo-, una lógica del poder. Lo entiende, en primer lugar, como una conjunción integral, de la hegemonía política, social, cultural y económica para defender los intereses de determinada clase, que ha organizado a través de los siglos a la sociedad en función de la consolidación y ampliación de esos intereses. Si no, ¿cómo explicar hoy la globalización? ¿Qué es la globalización sino la pretensión –de larga data- de poner (estructurar) al planeta al servicio de los intereses del capital? ¿Para qué? Para lograr una nueva y gigantesca acumulación del capital a escala mundial, que es la que estamos viviendo hoy. O sea, con la globalización no se ha terminado la historia de la explotación, la fragmentación, la muerte… Y cuanto más alta es la concentración de dominio del capital, más requiere de nuestra mirada integral, desde abajo y desde el interior. El primer elemento clave resulta entonces: Entender que el poder se transforma desde adentro, desde abajo (la raíz), desde el presente, en prácticas cotidianas y sistemáticas.
Y en eso la concepción de género ‑y específicamente en esta etapa, las mujeres‑,  resulta una llave fundamental. Porque el elemento “desde el presente” y “desde adentro”, implican la cotidianeidad, reconocerla y partir de ella. Esto es vital.
Hay otras lecturas, muchas otras lecturas, como ocurre en las ciencias sociales, que exacerban el género considerándolo como aquella dimensión que destaca las diferencias. Tienen razón en que es hora de rescatar las diferencias. Y, en ese sentido, la mirada de género es un aporte a la mirada del poder desde abajo, ante la necesidad de articular tantos diferentes y tantas diferencias que hay entre nosotras/os. La mirada de las diferencias de género es muy importante, pero debe estar articulada a un análisis crítico del poder. Caso contrario, podríamos quedarnos en la reivindicación de la diferencia, sin cuestionar el origen de esa diferencia ni buscar caminos para articular a sus actores/as, y sin trabajar en la construcción de alternativas y de vías para transformar los orígenes, no de la diferencia hombre-mujer, pero sí de la diferencia desigual propia de las relaciones de poder establecidas entre hombres y mujeres. Por eso la época actual es una época de crisis de identidades. Nos movemos en arenas movedizas. Es la época del cambio. Lo nuevo está en gestación, se está creando. No sabemos cómo va a ser, pero sí que está siendo y será una transformación prolongada.
Otros elementos de la crítica de género respecto al poder, apuntan más a la posibilidad de construir alternativas. Construir desde abajo y transformar desde lo cotidiano, pone encima de la mesa que lo social es político y lo político es social. Sin embargo, a la vez, queda claro, que ‑a pesar de que estamos llenos de palabras y conjugamos verbos hermosos‑, las prácticas no han avanzado tanto y lo que se dice no se traduce en hechos políticos. Entonces, ¿qué pasa con las luchas reivindicativas?, ¿pueden realmente expresar su contenido político o son un freno para ello?
En este plano, como puente de enlace casi natural entre lo público y lo privado, entre lo cotidiano reivindicativo y lo político, la mirada de género tiene mucho que hacer.
¿Cómo discutir la política y la democracia desde la cotidianeidad. El cuestionamiento de género de la democracia existente parte desde la comunidad, desde los ámbitos concretos donde se producen y reproducen las relaciones de desigualdad, segregación y exclusión del poder desde las formas mínimas, e implica necesariamente la modificación de las relaciones hombre/mujer al interior de la familia. Las familias se modifican porque no es posible sostener el prototipo clásico de vida familiar y asumir la lucha por la sobrevivencia.
Y no necesariamente se trata de cambios positivos. La destrucción que ya existe como tendencia, es también parte de las posibilidades futuras. Tampoco se puede tener una mirada romántica de que necesariamente vamos a transformar el mundo a favor de la vida, y triunfaremos… porque hay puertas alternativas de salida de la crisis que podrían traer desastres y destrucción generalizada. La mirada unilateral victoriosa de confianza en el progreso, se cayó junto con el Muro de Berlín y nos abrió los ojos: Las alternativas pueden ser peores que lo existente… Para que sean mejores, y que tengan una orientación de clase propia de las trabajadoras y trabajadores, que favorezcan la vida, hay que construirlas desde abajo y con el protagonismo de los hombres y las mujeres de los pueblos. Espontáneamente vamos al caos y a la muerte. Esa tendencia sí está clara y presente, y para que sea una realidad generalizada no hay que esperar cinco mil años.
Nuestro futuro es África, y el de África es el Sahara, o sea, el desierto será el futuro de todos y todas si no hacemos lo necesario para construir otra posibilidad.
Tenemos mucho que hacer, tenemos mucho que pensar, y es nuestra obligación como mujeres ponerle “cráneo” a la política, profundizar la democracia, oxigenar la vida en todas sus dimensiones. Y atención, porque no por el “solo hecho” de ser mujeres vamos a hacer una política diferente; pensar esto implicaría desconocer la existencia de la hegemonía del poder, y del poder patriarcal machista entre nosotras.
Para transformar la política y la acción política, resulta vital incorporar efectivamente a ella la dimensión de lo cotidiano y lo hasta ahora considerado “privado”, porque si no, se seguirá hablando de que lo social es político, pero se mantendrá aquello de que si no se está adentro de un partido no se transforma nada, como si fuera de ellos los espacios no fueran políticos.
Tenemos que hacernos un tiempo para definir colectivamente cómo vamos a hacer para cambiar en profundidad, en primer lugar, nuestra presencia y nuestras conductas en las organizaciones, cómo vamos a capacitarnos y capacitar a todas las mujeres, y también a los hombres, en estas miradas profundamente cuestionadoras de lo existente y propulsoras de lo nuevo, en todos los momentos, en todos los espacios. De ahí la importancia de los encuentros de mujeres, de los debates de género.
Está claro que el compromiso es reposicionarnos para transformar-nos, apostando ‑con paciencia‑ a la construcción de miradas colectivas compartidas. Pasar del discurso a construir práctica e integralmente relaciones sobre bases diferentes a la subordinación jerárquica y excluyente es nuestro desafío político del momento. Y para ello, la mirada crítica, diferente, integradora y concreta de género es cardinal♦

1 comentario:

Anónimo dijo...

QUE BUEN ARTÍCULO PARA ESTE BELLO MOMENTO QUE NOS TOCA VIVIR. IMPORTANTE ES QUE VOLVIÓ EL DEBATE SOBRE NUESTRAS IDEAS Y EL MODELO DE PAÍS QUE PRETENDEMOS PARA NUESTRAS FUTURAS GENERACIONES. NO PIDO MUCHO FUERON 34 DE OSCURANTISMO Y MENTIRAS, CON CINCUENTA EN UN RUMBO NACIONAL Y POPULAR CREO QUE NOS CURAMOS.
UN ABRAZO