Una espiritualidad infranqueable por el Capital

Quien es auténtico, asume la responsabilidad por ser lo que es y se reconoce libre de ser lo que es. JP Sartre

domingo, 18 de abril de 2010

Piquetes y piqueteros en la Argentina de la crisis. Cerrar el paso abriendo caminos

Síntesis del libro: La sal en la herida .  Noviembre de 2002
La irrupción de los piqueteros[1] en el siglo XXI, en Argentina, obliga a remontarse cuando menos a los inicios del siglo XX y recorrer las luchas obreras de entonces, sus distintas expresiones, métodos y protagonistas. Sus formas de organización y actuación, sobre todo en las huelgas, pueden considerarse parte de los antecedentes genealógicos de la concepción, organización, y forma de lucha piquetera actual.
Quizá, el primer elemento indicativo y significativo al respecto sea la mayoritaria procedencia obrera entre la población piquetera desocupada[2].
Sin que se pueda trazar una línea continua entre los piqueteros de ayer y de hoy, es indudable que las raíces de éstos –como la existencia misma de los piquetes[3]‑ están en el movimiento obrero. En un sentido amplio, su lucha es hoy también contra el patrón, solo que este no está en las fábricas individualmente, sino en el sistema mismo de exclusión y desintegración social impuesto por el neoliberalismo globalizado (o la globalización neoliberal). Y ello no es casual, tiene que ver con el origen de la pobreza: la desocupación, que ha hecho de los trabajadores desocupados –en acto o en potencia‑ el primer bastión del freno a la voracidad del gran capital, a la vez que eje de lucha contra la pobreza y –consecuentemente‑, por el trabajo y la producción; de ahí que los piqueteros confronten con los grandes grupos económicos transnacionales y nacionales asociados a través de sus representantes administrativos de turno: los gobernantes.
Recreada, la metodología de las luchas obreras de antaño se aplica hoy por los trabajadores desocupados en todo el país: cerrar el paso, cortar las rutas, las calles, tomar medidas activas contra el destierro; los desocupados, sub-ocupados y sus familias, no se resignan a morir en vida, luchando, en primer lugar, por su sobrevivencia, pero también por el derecho a un trabajo digno, se oponen al chantaje de los grupos económicos respecto a los trabajadores con empleo, para reducirles al mínimo posible las condiciones laborales y salariales. No son pocos los casos donde se trabaja a cambio del alimento del día, aunque cierto es que es una realidad poco conocida y menos aún reconocida en los medios, en la política, o en la economía...
En un una sociedad como la argentina, donde el silencio es el instrumento fundamental de la dominación esquizofrénica del poder, romperlo resulta un contra‑instrumento fundamental de resistencia y de lucha por parte de los silenciados y condenados. Pero esto hubieron de hacerlo por los únicos medios a su alcance: saliendo a las calles, mostrando su realidad con sus propios cuerpos y vidas.
Destapando una Argentina desprolija, oculta y molesta para los medios al servicio del poder, los piqueteros irrumpieron en la escena nacional enrostrándole al sistema y a la sociedad la verdadera realidad de la pretendida “modernización y globalización”. Quizá sea por ello que, en poco menos de tres años, los piquetes que cortan las rutas y sus protagonistas ‑los piqueteros‑, se han transformado de excepción en regla. Las movilizaciones piqueteras han venido ocupando la centralidad de importantes conflictos sociales de los últimos dos años, a través de las cuales sus protagonistas han ido madurando en propuestas, organización y proyección.
Cuando la opinión pública no puede o no quiere saber, cuando no quiere oír, irrumpir en ella, cortar su “normal” desenvolvimiento y exponer la situación que se pretende silenciar y ocultar, resulta un método –a veces el único‑ válido para intentar modificarla.
Condenados a muerte en los barrios alejados de las grandes ciudades o en poblados y campos del interior, los desocupados y sus familias entendieron que era cuestión de vida o muerte poner sobre el tapete: las calles y rutas del país –como un espejo de la sociedad que los expulsaba‑, el reclamo por sus derechos inmediatos a la sobrevivencia, en primer lugar, y en un sentido más amplio, por los que les corresponden como ciudadanos plenos que son.
Por todo ello los cortes de ruta piqueteros, resultan también una forma de opinión pública cuyo peso se hace sentir muy concretamente ante el Estado y sus gobernantes, o ante legisladores, con el objetivo de reclamar determinadas respuestas respecto a sus problemas concretos –caso del reclamo de “Planes Trabajar”‑, o a cuestiones de índole político general, como es el caso del rechazo al plan de ajuste y “déficit cero” impuesto por el FMI y [re]presentado por el gobierno local.
En ese sentido, los piqueteros pueden considerarse también como grupos de presión, es decir, como grupos organizados que dirigen su accionar para presionar o imponer modificaciones en la conducta de grupos mayores de los que forman parte, como lo es la propia sociedad. Y así ocurrió en el proceso de luchas sociales argentinas que se desarrollaron fundamentalmente en los años 2000 y 2001, y que desembocaron, multiplicados en calidad y participación, en diciembre de 2001; nada de esto es ajeno a las luchas piqueteras que, con su ejemplo, abonaron el camino en colosal tarea pedagógica de resistencia y lucha por la dignidad y la vida.
¿Una nueva cultura social y política?
¿Se está abriendo paso una nueva espiritualidad desde el mundo de los desocupados?, ¿cuáles serían los elementos presentes que permiten afirmar su presencia?
Mirado con perspectiva histórica, este proceso está aún en su fase inicial respecto a su potencialidad, aunque tiene ya un fuerte impacto en la forma de vida, organización y participación de sus protagonistas: los hombres, las mujeres, los jóvenes, y los niños y niñas piqueteros. Ello se revela en los modos de expresión de sus necesidades y espiritualidad, en sus aspiraciones sociales, políticas, religiosas, etc., y en las formas de posicionarse ante la sociedad (y el mundo) y re-plantearse el ejercicio de su ciudadanía.
Los jóvenes destacan por su presencia y agresividad no violenta, pero de clara denuncia de su situación sin salida, y de exigencia para construir una sociedad donde ellos tengan cabida. Quizá la expresión más nítida de esta situación sea la música, la llamada cumbia villera –en general‑, y en particular la cumbia piquetera que acompaña las manifestaciones piqueteras, sus cortes de ruta, y las caminatas y marchas. Nos referimos, por ejemplo, a la labor de grupos como “Santa Revuelta” y “El Culebrón Timbal”, entre otros.
Analizando las experiencias de La Matanza, puede constatarse que se ha producido un empoderamiento social de hombres, mujeres, niños y niñas, jóvenes y ancianos en los piquetes y en los barrios; no hay fronteras sociales, ni de género, ni de edad, todos participan por igual como protagonistas, aunque diferenciadamente en cuanto a roles. Y esto tiene que ver con las experiencias de vida comunitaria o colectiva que se han ido desarrollando durante los cortes de ruta, con las nuevas relaciones sociales allí gestadas y desarrolladas, y su impacto en la vida de las comunidades en épocas posteriores, en síntesis, tiene que ver con las (nuevas) formas solidarias de reconstrucción de lazos fraternales entre los pobladores, en primer lugar, de un mismo barrio, y también de barrios distintos.
Otro aspecto relevante de ese espacio radica en su contenido multisectorial que a la vez que rompe con la sectoralización de las luchas, marca la posibilidad de actuación articulada de los diversos actores sociales del mundo del trabajo, en primer lugar porque el corte como tal es multisectorial, allí todos los participantes son piqueteros. Eso es, de última, lo trascendente del caso: el corte de ruta sella la alianza entre trabajadores ocupados y desocupados y borra las barreras entre ellos: no hay desocupados ni ocupados, sino piqueteros en reclamo por su situación, dando cuenta que la realidad de unos es directamente proporcional a la de los otros.”
Esto tiene que ver con la preocupación de fondo de los piqueteros desocupados como la de los trabajadores ocupados: la necesidad de ir más allá de lo reivindicativo de subsistencia –sin renunciar a luchar por ello‑, y poner el eje de las luchas, en la necesidad de re-industrialización, o sea, en la problemática de la producción. Trabajo y producción, cuestiones medulares para la Central de Trabajadores Argentinos y del conjunto de organizaciones piqueteras, resultan reclamos orgánicamente articulados a los cortes de ruta y a las luchas por la sobrevivencia. A su vez, consagran programáticamente la unidad entre los trabajadores ocupados y desocupados, base de una articulación social más amplia, imprescindible con miras a la reconstrucción del sujeto social capaz de poner fin –de raíz- a la situación de crisis profunda, neo-estructural, que afecta a la Argentina, y de reconstruirla también desde la raíz.
Lo nacional emerge aquí como un tema central, aunque sin confundirse –como temen algunos‑ con el nacionalismo de mediados del siglo pasado. Resulta clave tener en cuenta dos elementos:
A. Repensar la soberanía y la propia existencia de la nación sobre nuevas bases y nuevos paradigmas: ni considerar como punto de partida a los presupuestos nacional‑desarrollistas de los años 60, ni la concepción (estrechamente) clasista de la izquierda de entonces. Es necesario pensar la soberanía, la nación –su nueva constitución‑ a partir de fundamentos que den cuenta ‑a la vez que posibiliten la superación‑ del drama de desintegración y fragmentación socio-económica y cultural implantado por el neoliberalismo, a partir del reconocimiento de los actores sociales diversos constituidos en resistencia y lucha a ese proceso desintegrador, y el reconocimiento de sus ámbitos de articulación con miras a su orgánica constitución en sujeto popular portador de esa nueva identidad, soberanía y nación, plural, diversa, multiétnica e intercultural.            



No es entonces solo la clase, sino la clase en y con el pueblo –organizado, articulado y constituido (proyecto mediante) en sujeto del cambio y de la nación misma‑, los pilares fundamental de la soberanía. Y esto no pretende revivir la vieja antinomia: clase o pueblo, sino por el contrario, esclarecer que en las condiciones actuales, la clase solo podrá llevar adelante su propio proceso de liberación si convoca para ello –articulando sobre bases diferentes a las hasta ahora ensayadas‑, a la sociedad toda.     
Esta convocatoria de la clase al pueblo existía anteriormente, pero partiendo de una postura vertical jerárquicamente subordinante siguiendo un esquema organizativo-protagónico piramidal, con degradaciones de arriba hacia abajo de todas las demás clases y sectores sociales, entonces considerados “aliados”, pero no protagonistas en igualdad de capacidades y condiciones. Ahora se trata de convocar articulando, organizando horizontalmente, democráticamente, con sentido cabal de que el camino de la articulación de los actores sociales, empezando por la propia clase, es también el de la construcción (del proyecto constituyente) de la sociedad futura, y de la identidad de la nación y de la soberanía.           
Y todo ello interpela doblemente a la clase obrera, que no puede liberarse ni desempeñar su papel transformador de la sociedad sin ser convocante y concertante, haciendo de esto un proceso abierto de diálogo y construcción entre todos, a riesgo de ‑en caso contrario‑ convertirse en excluyente. En la articulación de los diversos actores sociales, la clase desempeña un papel central, organizador y catalizador centrípeto como así también promotor de otros nodos organizativos con los cuales también buscará concertar, articular. Ahí el sentido cabal del concepto de “centralidad de la clase” que se emplea hoy en vez de sujeto único de los cambios. Y esto es clasismo: ser coherentes con las responsabilidades y las tareas históricas de la clase hoy, generar un polo o núcleo de articulación y organización del tejido social y sus actores proyectándolos hacia metas superiores de transformación radical de la sociedad, sobre la base del cumplimiento inicial de urgentes tareas de sobrevivencia, a la vez que remontándose sobre ellas en proyección hacia la construcción –en plenitud de capacidades‑ del ser nacional que reclama la hora actual. No se trata entonces de levantar posturas diluyentes de toda organización o estructuración del rol de los diversos actores sociopolíticos.

B. La soberanía solo puede levantarse y defenderse hoy inter-articulada indisolublemente a lo regional, continental e internacional global, con nuevas formas de existencia y desarrollo. Para ello es necesario, en primer lugar, existir como sistema social, esto es, como sistema económico, político, cultural, base para la constitución de la dignidad e identidad de una nación. Y ello cuestiona todas las relaciones económicas y de poder: habla no solo de cambiar las bases del poder económico en cada país, sino también de la necesidad de crear un nuevo orden económico y político mundial, basado en la democracia y el respeto de la integridad de las naciones; habla de la necesidad de terminar con el peso de la deuda externa injusta y por ello, moralmente incobrable, además de impagable por los países del llamado Tercer Mundo. Habla del derecho de los pueblos a determinar su destino libremente, según sus condiciones y capacidades, y a construirlo a partir de esa su realidad.
Todo esto nace y germina en cada piquete, en cada ruta cortada, y está en la conciencia piquetera, crece en cada marcha, en cada carpa que levanta al costado de una ruta, en las ollas populares, en los himnos y las consignas. A partir de allí se afianza, se expande y crece, como los piqueteros y sus luchas, que son de sobrevivencia y por tanto políticas, cuestionadoras, propositivas, y fundantes de un nuevo país, para todos, sin pobreza ni exclusión; y ello, para ser, necesariamente se articula con la necesidad de reconstruir la nación en las condiciones de un mundo global, que es necesario cambiar, con la profunda convicción de que otro mundo –de paz, igualdad, y justicia social‑ es posible.
Por eso Seattle, Porto Alegre, Génova, Québec, Buenos Aires, Florencia, Quito, son parte de un mismo piquete: el piquete global; todas las manifestaciones de resistencia y lucha locales son hoy –en ese sentido‑ profundamente internacionales, y alimentan la conciencia de que ese otro mundo posible no está en el más allá, que la transformación, por tanto, no es tarea de mañana sino de ahora; es este mundo, el que habitamos nosotros ahora, el que puede y debe ser de otra manera.
Tal es la esperanza y fuerza vital que nace y se reproduce agigantada en cada piquete.

Los piquetes de La Matanza: secuencia de lucha, conciencia y organización crecientes contra la pobreza


En el Gran Buenos Aires, desde el inicio de los 80, se van incrementando las tomas de tierras e instalando los nuevos asentamientos. Por esa vía, en La Matanza ‑allá por los años 85 y 86‑, nacieron los poblados de El Tambo, 17 de Marzo, 22 de Enero, Costa Esperanza, Villa Adriana, María Elena, San José, San Alberto, Villa Unión, Km. 25, La Juanita... [1]
La necesidad de organizarse para hacer frente a los reclamos para una posterior urbanización del lugar y reconocimiento de los terrenos para sus habitantes, como así también de formas organizativas comunitarias para la sobrevivencia, fueron generando vínculos entre los pobladores y una cierta conciencia de que organizados es posible plantearse objetivos comunes, luchar por ellos de forma colectiva y unitaria, y lograrlos. Quizá sea esta realidad, la razón primaria para que fuera cuajando entre ellos un sentido de pertenencia a las tierras conseguidas mediante la ocupación y la posterior lucha por la tenencia legal, sentimiento básico para romper las barreras impuestas por el desarraigo triple que golpea a cada núcleo familiar: desplazado del trabajo, de la casa, del pueblo, barrio o ciudad donde vivían, y de la sociedad.
Las organizaciones comunitarias de los asentamientos de La Matanza, se fueron transformando ‑ en el curso de ese proceso‑ en organizaciones de carácter reivindicativo más amplio: por los derechos sociales de todos sus moradores, por el derecho al trabajo, a la salud, la educación... Y una vez saturados los canales institucionales existentes para que sus reclamos sean escuchados y atendidos, agotada la credibilidad en los gobiernos local, provincial o nacional, rota la posibilidad del diálogo y con ello la esperanza en sus supuestos responsables: los políticos y gobernantes de turno, los pobladores de los barrios deciden que su vida y la de sus familias no puede perderse entre los basurales a los que querían confinarlos, no puede quedar atrapada en los ghetos post-modernos que la globalización le ofrece a los pueblos del Tercer Mundo: transformarlos en pobres, en excluidos, en parias sin ciudadanía, ni derecho, ni territorio. Es entonces cuando deciden decirle NO al genocidio del capital financiero internacional y nacional asociado, y “salir” a la calle a luchar por sus derechos.
La calle cobra aquí un significado nuevo y múltiple: allí son arrojados millones de desocupados por el Capital que, despojándolos del trabajo, los despoja de todo derecho. Para ellos, la calle es el lugar que les destina el actual modo de producción y reproducción que estructura el funcionamiento de la sociedad y las relaciones entre sus habitantes según el lugar que ocupan en él; a ella son arrojados sin opciones, y es desde allí, desde la calle, donde los excluidos –como aceptando el desafío‑ presentan la batalla por la recuperación de sus derechos, y en defensa de la vida.
A decir verdad, la respuesta había nacido hace muchos años en el movimiento obrero, y se había recreado no hace mucho en los cortes de ruta realizados por lo pobladores de Cutral Có y Plaza Huincul (1996‑1997), Taratagal y Mosconi (1997‑1999), Corrientes (2000)... y en levantamientos populares como el santiagueñazo (1993), o el jujeñazo (1997). Había venido germinando y fructificó ‑ahora enriquecida‑ en los cortes de La Matanza. Así fue, en síntesis, como los moradores de estos asentamientos y barrios (y de otros, y otros...), se hicieron piqueteros.

Actores principales

En el extenso territorio de La Matanza, se desarrollaran en esa zona múltiples asociaciones comunitarias, cooperadoras escolares, de costura, cooperativas para hacer pan, guarderías, comedores escolares, centros de salud comunitaria, asociaciones de mujeres contra la violencia, grupos parroquiales de asistencia a la comunidad, comunidades eclesiales de base, y organizaciones de carácter reivindicativo-barrial. Entre ellas, en algunos barrios y asentamientos fue creciendo lo que luego se constituyó en una especie de núcleo de la Federación de Tierra, Vivienda y Hábitat, actualmente –como ya se señaló‑ inscripta como Asociación Civil Fuerza de los Trabajadores por la Tierra, la Vivienda y el Hábitat (ftv) y, entre otras, se desarrolló también la organización de desocupados vinculada a la Corriente Clasista y Combativa.
La Corriente Clasista y Combativa (ccc), es orientada por el Partido Comunista Revolucionario (PCR); surge a partir de las agrupaciones clasistas inspiradas en las organizaciones clasistas de los años 60-70, en los gremios del proletariado industrial y rural, estatales (incluyendo docentes y judiciales) y de servicios. Se conformó como tal, en el año 1994, luego de participar en la Mesa de Enlace sindical, integrada por la cta, con De Gennaro a la cabeza, la agrupación rebelde de la cgt, encabezada por Moyano, y por las agrupaciones clasistas lideradas por el dirigente sindical Carlos “Perro” Santillán; y más concretamente, a partir de la realización de la Marcha Federal, que recorrió todo el país hasta la Capital del país.
A partir de los años 96-97, la ccc consolidó su línea de construcción y organización centrando su trabajo en la clase obrera, en lo que definió como sus tres afluentes: ocupados, desocupados y jubilados. Por ese camino, la organización se re-potenció, comenzó a trascender en todo el país, luchando contra la flexibilización, el ajuste y la baja de los salarios, organizando a la población para luchar contra el hambre y la desocupación, y a los jubilados, pensionados y mayores de 60 años sin trabajo ni jubilación, por el reclamo de sus derechos. A partir del año 97, la organización de los desocupados con centro en La Matanza y con el liderazgo de Juan Carlos Alderete, fue la que dio el mayor salto en cuanto al crecimiento y reconocimiento nacional de la organización.
La Corriente Clasista y Combativa no se propone ser una central de trabajadores; es una corriente político-sindical que trabaja en el seno de todas las centrales con una línea de independencia de clase. Tiene como líder a Carlos "Perro" Santillán, tiene un coordinador general: Amancay Ardura, un coordinador nacional de los desocupados: Juan Carlos Alderete, y un coordinador nacional del Movimiento Independiente de Jubilados y Pensionados: Mariano Sánchez. Aborda así lo que define como los tres afluentes del movimiento obrero: ocupados, desocupados y jubilados. Realiza anualmente su Plenario Nacional, con delegados elegidos por cada lugar en proporción de 1 por cada 30 compañeros o fracción de 20, con actas de elección y mandato. En esos Plenarios, además de discutirse y fijarse la línea política para el año, se eligen los coordinadores. Se constituye la Mesa Federal, integrada por compañeros de todas las provincias, y la Mesa Ejecutiva. Cada sector -los obreros activos, los desocupados y los jubilados- realiza también un Plenario anual por sus reivindicaciones y lineamientos organizativos específicos.
La organización conocida como Federación de Tierra, Vivienda y Hábitat (ftv), se constituye nucleando a diversas organizaciones territoriales urbanas, como por ejemplo, la Coordinadora Barrio El Tala (Solano), el Movimiento Territorial Liberación (MTL, nacional), y la Agrupación “Barrios de Pie”(nacional);[2] a organizaciones rurales, como: Trabajadores Rurales (La Plata), Campesinos Poriajhú (Chaco), Movimiento Campesino (Corrientes), Organización Campesina (Formosa); a organizaciones de pueblos originarios, como: Asociación de Comunidades Indígenas (Nacional), Asociación de Pueblos Guaraníes (Misiones), Comunidad Toba (Chaco y Formosa), Comunidad Mocoví (Santa Fe); reúne también a movimientos y asociaciones vecinales en torno a cuestiones de vivienda y hábitat, como por ejemplo, el Movimiento de Ocupantes e Inquilinos (MOI, Capital Federal), Unión Vecinal Moure (Comodoro Rivadavia), Unión Vecinos Organizados (Mar del Plata), Mutual Desalojados (La Boca, Bs. As.), Consumidores Conurbano, etc. Tiene dimensión nacional –como también varias de las agrupaciones y organizaciones que la integran‑, aunque con diferentes ritmos de funcionamiento según los diferentes actores sociales que la constituyan en cada región y los conflictos que se presenten en ellas. Las experiencias piqueteras que dan cuerpo a este estudio, reflejan un fenómeno principalmente centrado en La Matanza.
Afiliada a la Central de Trabajadores Argentinos, desde su nacimiento, la FTV, constituye a su vez, una de sus vertientes más dinámicas al nuclear a un elevado y creciente porcentaje de la población trabajadora actualmente en paro, es decir, desempleada. La FTV hace de lo territorial su ámbito natural de existencia, desarrollo y disputa. Su integración a la cta indica la raíz obrera de sus miembros, hasta hace poco trabajadores con empleo, a la vez que marca también la necesidad de sus integrantes de reconstruir –desde su condición actual‑ su identidad como trabajadores y su sentido de pertenencia a la clase, instancia que cristaliza orgánicamente a través de su pertenencia a la organización de los trabajadores, cta, como miembro de la FTV y también, como afiliado directo a dicha central. “...los dirigentes que fundaron la cta tuvieron un gran acierto político: darse cuenta dónde estaban los trabajadores que habían sido expulsados; darse cuenta de la significación de los territorios, de la potencialidad que tenían los territorios, los barrios... Bueno, eso nos hizo redescubrirnos como trabajadores, y fortalecer nuestra identidad como trabajadores. Creo que ahí hay un acierto definitivo.”[3]
 “La Federación tiene tres ejes de acción, bien claros: la defensa de los conflictos; la gestión de todos los proyectos posibles; y el aporte a la construcción más colectiva de poder general. Son tres cosas que pivotean las peleas nuestras.”[4] Realizó su congreso fundacional el 18 de julio del año 1998, eligió su Mesa nacional el 26 de septiembre del 2001, y ha logrado institucionalidad propia fortaleciéndose como organización territorial, al vez que como integrante de la cta. Su dirigente más reconocido a nivel nacional es Luis D’Elía ‑de La Matanza‑, quien a su vez es miembro de la Mesa Nacional de la cta.

Corte de ruta 3 y toma de la Iglesia del Sagrado Corazón

Según refieren los protagonistas, los grandes piquetes desarrollados en La Matanza en los años 2002 y 2001, tienen como antecedentes dos acontecimientos: La toma de la Iglesia del Sagrado Corazón por parte de los asentados organizados en la FTV, y el corte de la Ruta 3, realizado por un grupo de la CCC del lugar. Ambos hechos ocurren el mismo día y por motivos coincidentes, sin embargo la metodología empleada era diferente. Las tropas de la Infantería actuaron contra los manifestantes que cortaban la Ruta 3, hubo represión y el corte terminó sin lograr los objetivos propuestos. El grupo encerrado en la iglesia tuvo mejor suerte pues el párroco se opuso a entregarlos a la policía. Estuvieron 24 días en la iglesia, después de muchas y variadas gestiones y caminatas y marchas al Ministerio de Trabajo, al Ministerio de Acción Social, al Ministerio de Salud, etc., pudieron lograrse algunos acuerdos.
De los dos hechos, la toma de la iglesia indicaba el sentido perspectivo de los cortes: denunciar ante la sociedad el genocidio que estaba ocurriendo silenciadamente por el poder, y, por otro lado, reclamar soluciones, buscar una salida a la acuciante situación.

El corte del 28 de junio del 2000

Desbordados por la realidad de opresión y exclusión creciente, por la acumulación de problemas que no solo tenían falta de respuesta por las autoridades locales, sino que a la vez resultaban agravados por las medidas tomadas, como el cese de la construcción del hospital del Km 32 y la concentración de toda la población de La Matanza en el hospital del Km 21, la carencia de escuelas, la falta de alimentos, la escasez de Planes Trabajar, etc., la población de los barrios de La Matanza salió a la calle, fue a la Ruta 3 y la cortó. La idea original fue hacer un corte indefinido hasta tanto se resolvieran los problemas planteados; con sorpresa para los recién iniciados piqueteros, ese corte duró apenas horas, máximo ‑según testimonios‑, una jornada.
Ese fue un corte histórico, señaló D’elía, porque lo hicimos todas las organizaciones. Además, se produce un hecho inédito: cinco mil personas salen y cortan la ruta. El gobierno, a las 24 horas vino, asumió compromisos y decide acceder a todos nuestros pedidos; quiso liquidar todo rápido. Aquello fue algo fulminante porque hasta entonces el gobierno había tenido estallidos desordenados en Cutral Co y Tartagal. La gran diferencia con esos estallidos es que aquella vez, en La Matanza, salen miles organizados, el corte fue masivamente organizado. De entrada fuimos miles en la ruta diciendo: Queremos esto, esto y esto.”[5]
“Pedíamos alimentos, hospitales móviles, que se ensanchara la Ruta 3 a la altura del Km 29, pedíamos aulas para dos escuelas, que siguieran construyendo 6 escuelas más en el distrito porque las que hay no dan abasto para la cantidad de chicos que hay. Y fuimos a pelear, por eso. Para mí era la primera vez. Tenía miedo aunque no lo demostraba. Porque una cosa era una marcha, juntar firmas, pero salir y cortar la Ruta 3 que es una ruta nacional... Decía: Acá nos van a dar gomas. Pero si me quedaba en mi casa no tengo salida, así que dije, yo voy y que sea lo que Dios quiera. Y fui con los chicos más chicos porque no tenía con quien dejarlos ya que mi marido también iba al corte...”[6]

El corte de octubre‑noviembre de 2000

Ante el incumplimiento por parte del Gobierno con lo prometido el 28 de junio, el 31 de octubre se produce un nuevo corte de la Ruta 3, hasta que el al 6 de noviembre, momento en que el gobierno accede a poner por escrito –y firmar‑  todo lo que hasta entonces había prometido de palabra. Se realizó entonces un convenio con las organizaciones piqueteras allí presentes que fue firmado también por algunos ministros.
Considero importante destacar la presencia del convenio en las luchas piqueteras de La Matanza. Figura gremial que hasta hace poco tiempo estaba reservada solo a dicho ámbito, hoy ‑de la mano con los trabajadores desempleados‑, el convenio se ha introducido en la vida barrial, y a través de las organizaciones territoriales se ha transformado también, de forma enriquecida, en parte de los objetivos de las luchas de los desocupados, en instrumento que ‑aunque no tiene el respaldo legal de los convenios colectivos de trabajo que se firman con la patronal‑, al llevar la firma de los gobernantes provinciales, nacionales y de miembros de su gabinete, resultan una suerte de una “carta de amparo jurídico‑moral” para el accionar de las organizaciones piqueteras y de sus integrantes. Al comprometer la palabra pública de las autoridades gubernamentales que respaldan con sus firmas promesas que saben de incierto cumplimiento, dichos convenios resultan además un cínico certificado a la esperanza de los desocupados, quienes ‑a menos que se organicen y luchen para cambiar su condición de tales‑, no dejarán de ser nunca –como dijera Franz Fannon hace muchos años‑ los condenados de la tierra.

Cortes de febrero y marzo 2001

En enero del año 2001, se desencadena una campaña de descrédito de los más connotados dirigentes o referentes piqueteros a escala nacional, por diversos medios de prensa se difunden noticias que los vinculan con la corrupción, sobre todo haciendo ver que ellos se quedaban con una parte –como si fuera un porcentaje o comisión‑ de los Planes Trabajar que entregaba el gobierno. Ante esta maniobra, las organizaciones salen a defender a los compañeros y sobre todo, a defender el derecho de las organizaciones a hacerse cargo del otorgamiento, control y utilización de los Planes Trabajar para la mejoría y el desarrollo de condiciones de vida en los asentamientos donde viven los excluidos, los desocupados, los necesitados.
Volvía a ponerse sobre el tapete de la discusión el origen del crecimiento de las organizaciones piqueteras: el haberse constituido como herramientas válidas no solo para luchar por resolver cuestiones de emergencia alimentaria y de sobrevivencia, sino también para regenerar la cultura del trabajo y contribuir a que los planes trabajar se inviertan en los asentamientos y barrios donde habitan los desocupados, sub-ocupados, o trabajadores en condiciones de extrema precariedad. Con ello, además de evitar que la pobreza se transforme en sustrato del chantaje y el clientelismo político, se contribuía al desarrollo del hábitat de esos pobladores, y al desarrollo de su conciencia.
Por ello, miles de personas salen a cortar las rutas. Se realizan varios cortes: en febrero, uno de 9 días y una gran marcha con la participación de más de diez mil personas que fueron caminando desde La Matanza hasta el Ministerio de Trabajo, en la Capital, sin ser recibidos por la Ministra. En marzo se produce otro corte y otra gran marcha, pero los piqueteros tampoco fueron recibidos.

El corte de mayo de 2001

En medio de tantas tiranteces y ausencia de diálogo, el agravamiento de la situación crea condiciones para nuevas acciones y movilizaciones. Como explica Luis D’Elía: “Así fue hasta que los primeros días de mayo, creo que el 6 de mayo, le dijimos: Nos quedamos en la ruta definitivamente.” Ese fue el gran corte piquetero, se realizó entre el 6 y el 23 de mayo, fecha en que se firmaron los acuerdos entre el Gobierno y los representantes piqueteros. Digo que fue el “gran corte” porque en esa oportunidad, el voluminoso piquete tuvo la peculiaridad de nuclear no solamente a los desocupados de La Matanza, sino de articular en su núcleo a diversos sectores del mundo del trabajo, incluso profesionales, y a sus diversas organizaciones. De ahí su trascendencia y proyección socio‑políticas.
Al cabo de 18 días de corte, en los que la población movilizada se sobrepuso al frío, a las lluvias otoñales, y a la presión que normalmente causa una espera incierta, agravada por la amenaza de la represión siempre rodeando la zona, el gobierno modificó sus posiciones intransigentes y accedió a firmar un convenio con los decididos piqueteros. Dicho convenio se firmó en el Palacio Municipal, en La Matanza, con la presencia de la Ministra de Trabajo y cerca de medio millar de dirigentes sociales.
Un convenio multisectorial
Fue el primer gran convenio colectivo multisectorial, quizá por ello, sus protagonistas lo definan como “de nuevo cuño”. Se tuvieron en cuenta reivindicaciones de los desocupados, de los docentes, de los trabajadores estatales. Marcó un hito en cuanto a la posibilidad de actuación articulada de los diversos actores sociales del mundo del trabajo, en primer lugar, porque el corte mismo fue multisectorial: allí todos fueron piqueteros. Eso es lo trascendente del caso: el corte de ruta sella la alianza entre trabajadores ocupados y desocupados y borra las barreras entre ellos: son todos piqueteros en reclamo por su situación, entendiendo que la realidad de unos es directamente proporcional a la de los otros. Como afirman ellos, eso fue extraordinario: “Los docentes obtuvieron la titularización automática, nosotros todos los programas sociales...” Fue indudablemente un hecho sin precedentes, y de importante trascendencia en cuanto marca claramente el perfil político actual de las luchas reivindicativo‑sociales en Argentina, articuladoras de variados sectores y actores.
Dicho convenio fue –como señala Víctor Mendibil‑, el primer convenio colectivo territorial. “Cuando la Federación de Tierra y Vivienda, junto con la Corriente Clasista y Combativa en La Matanza, hicieron concurrir a los ministros y a los representantes del gobierno nacional y provincial, acordaron una partida de millones de pesos para planes trabajar, pero también acordaron los hospitales móviles, la recuperación de todas las aulas, una partida muy importante para que la gente trabajara en la recuperación del barrio, y el asfalto, y la recuperación de las calles del barrio. Con ello estaban dando un importante salto de calidad: estaban disputando cómo comemos, cómo nos educamos, cómo cuidamos nuestra salud y cómo recuperamos nuestro ambiente, el lugar donde vivimos. Es una propuesta integral.”[7]

Articulación de problemáticas, actores y prácticas

Para el mundo de los trabajadores ocupados y sindicalizados, la interrelación con los desocupados de la zona fue muy importante porque, según refiere Federico, Secretario General de CTA, La Matanza: “...a partir de ahí hemos logrado no solamente estar juntos y compartir en los cortes, sino conocer la realidad de la comunidad, de los barrios... toda esta situación social que ha comenzado a generarse en La Matanza y que empezó a transformarse dentro de los lugares públicos como los hospitales o las escuelas, en una defensa permanente de los trabajadores y la comunidad.”[8]
Esa situación, aunada a la procedencia obrera de la gran mayoría de los desocupados, produjo una suerte de simbiosis de prácticas diferentes –barriales, de mujeres, sindicales y políticas‑, que fue dándose en los piquetes de un modo casi natural, como proceso de enriquecimiento y crecimiento colectivo. Al menos así puede observarse hasta diciembre de 2001.[9]
El mestizaje entre la experiencia sindical ‑que hace de la huelga un instrumento fundamental de lucha por las reivindicaciones de los trabajadores‑, y la que surge de las tomas de tierras –que organiza a la población en torno a cuestiones de sobrevivencia en zonas urbanas‑, produce en sus protagonistas lo que podría caracterizarse como una maduración metodológica acerca de los cortes de ruta: éstos se valorizan y asumen como la forma de lucha principal y sistemática, sobre todo para las organizaciones territoriales asentadas en zonas donde la desocupación marca la vida de quienes las habitan. Una de las mayores manifestaciones de esa simbiosis radica sin dudas en el propio estilo de los piquetes de La Matanza, verdaderas acampadas masivas de la población cuando la decisión es de corte indefinido.
Por otro lado, la articulación entre el ámbito sindical y el de la comunidad barrial, contribuyó a estrechar vínculos más allá de los cortes, articulando las tareas sindicales con las que emanan desde la comunidad. Por ejemplo, en lo relativo a la capacitación de los habitantes de los barrios del área. Como relata Federico: “No es que nosotros solamente organizamos y salimos a cortar una ruta. Fuimos capaces de capacitar a la gente para que sepan peticionar ante las autoridades; cuando hay que hacer un trámite ante el Municipio como gas, agua, etc., ahora la gente sabe ahora cómo hacerlo. Yo creo que hemos logrado avances importantes en lo que hace a la unidad que hay hoy en el campo popular.”[10]
El diálogo como apuesta primera y permanente
De la articulación entre actores, experiencias y problemáticas resulta otro elemento importante: para los piqueteros de La Matanza el diálogo nunca se cierra, más bien, al contrario, ellos buscan abrirlo y ampliarlo a partir de los piquetes, obligando al Estado, al gobierno nacional o provincial a reconocer su existencia y su derecho a reclamar como ciudadanos.[11]
A tono con ello buscan caminos diversos para solucionar los problemas inmediatos de sobrevivencia a la vez que abren canales para discutir lo que entienden es uno de los problemas de fondo: el “plan de ajuste” impuesto al gobierno por el FMI y, consecutivamente, el presupuesto nacional.

Cuando lo reivindicativo muestra su rostro político

La articulación de actores y problemáticas, y la síntesis de experiencias y visiones acerca del quehacer actual, posiblemente sean los elementos que fortalezcan a La Matanza como centro , en ese momento, de la visión político-social de la lucha y la organización social: los piqueteros luchan por lo reivindicativo inmediato, pero se cuestionan la desocupación y reclaman trabajo, sabiéndolo único camino para la recomposición de seres humanos plenamente dignos, y no eternas víctimas del hambre y la desesperación, presa fácil del chantaje de los poderosos que ‑para perpetuarse en el poder‑, hacen de la mendicidad el modo de vida obligado de millones de seres humanos, quienes ‑de modo clientelar‑, se verían obligados a emplear todas sus energías para sobrevivir día a día, prácticamente con el solo (y paradójico) sentido de legitimar la presencia en el gobierno de los mismos responsables de su situación de exclusión y miseria.
Quizá por esa razón, al principio –y todavía hoy para algunos‑ la lucha por las reivindicaciones inmediatas de los piqueteros, suscitó cierto rechazo entre sectores de la izquierda tradicional que buscaban encauzar desde el inicio las luchas sociales hacia una confrontación directa con el sistema. La misma Corriente Clasista y Combativa (CCC), por ejemplo, al inicio rechazaba los planes sociales impulsados desde el gobierno argumentando que tales planes eran tan solo un paliativo a la situación y que, entonces, aceptarlos significaba hacerle el juego al gobierno y a los grupos económicos para que siguieran explotando y especulando con la pobreza (y los pobres). “Eso fue así –recuerda Juan Carlos Alderete, coordinador nacional de los desocupados de la CCC‑, hasta 1996. Entonces nos dimos cuenta que, en manos de los gobernantes, de los punteros políticos, estos programas sociales eran utilizados para generar una situación humillante para los compañeros: a cambio de esos programas sociales se les obligaba a ir a actos políticos para hacer números, a salir a pegar afiches, a pintar paredes... Nos dimos cuenta que lo que nosotros lográbamos en las luchas no se lo podíamos regalar a ellos para que hagan de jueces nuestros, teníamos que elaborar desde nosotros mismos un criterio para ir resolviendo los problemas nuestros.”[12] Por eso mismo fue que, ya en 1997, la Corriente... empieza a organizar desocupados, y vale decir que en el orden nacional se cuentan entre los primeros.
Es precisamente, mediante la organización para reclamar colectivamente respuestas inmediatas que –a la par que van resolviendo situaciones de emergencia vital‑ van creando un sedimento de sobrevivencia con cierta estabilidad en la comunidad de que se trate cuando lo reivindicativo muestra –como un caleidoscopio‑ todo su contenido y alcance políticos. Lejos de aplacar las conciencias, esta situación abre las posibilidades colectivas de avanzar en conciencia, organización y propuestas hacia la eliminación de las raíces del problema. Ello requiere ciertamente, de una labor político‑ideológica sistemática; no germinará espontáneamente, pues es un conjunto de lógicas, de metodologías del pensar‑actuar‑pensar... que amplían el camino de lo reivindicativo descubriendo lo político y no a la inversa.
Lo reivindicativo es freno cuando no se encuentran ni se desnudan sus nexos con lo político, cuando no se articula –tendiendo puentes‑ hacia lo político y viceversa, descubriendo los contenidos políticos e ideológicos de la dominación hegemónica del poder del Capital en la realidad de miseria y exclusión. Esto es así, entre otras razones, porque en los sectores más golpeados por el neoliberalismo, mediante su participación en las luchas y resistencias, día a día crece la conciencia de que la solución al drama del desempleo y la exclusión social que viven no puede encontrarse en el mismo sistema que la engendró y la engendra reproduciendo ampliadamente ‑en forma polarizante y creciente‑ la pobreza respecto de la multiplicación de la riqueza; día a día aumenta la conciencia de que la crisis en la que está hoy envuelto el país resulta insoluble en los marcos del neoliberalismo que la engendró.
La lucha es por comida, y no para hasta conseguir la ocupación plena; por eso los programas unen indisolublemente estos dos temas: comida y reapertura de fábricas.[13] “No estoy de acuerdo con el tema de los Planes Trabajar o con las bolsas de alimentos, pero lamentablemente es lo que hoy tenemos a nuestro alcance. Pero la gente hoy va por más, por ejemplo, por la recuperación de empresas que han sido cerradas en el país, que son muchísimas; ya hemos logrado la recuperación de cuatro o cinco. Y eso es un avance muy importante; significa que hay organización.”[14]
Es por ello, precisamente, que la lucha por el trabajo se transforma en lucha contra la pobreza y la exclusión, y viceversa, y todo esto en contenido político al apuntar directamente, en primer lugar, contra las bases del modelo neoliberal, y contra el ajuste del FMI, que hace de ambas situaciones –desempleo y pobreza‑ condiciones para su desarrollo exitoso. Profundizar la lucha contra el neoliberalismo en lucha anticapitalista, es parte del proceso; será o no, en dependencia de la participación del pueblo en el mismo, y de la conciencia, organización y capacidad de propuesta alcanzados en el curso de las luchas y transformaciones. Esto es así, porque –como señaló J. W. Cooke hace años‑ la política no llega a las masas “...como un conjunto de mandamientos dictados desde las alturas, sino por un proceso de su propia conciencia hacia la comprensión del mundo que han de transformar.”[15]

Gestando una nueva identidad

Al calor de la resistencia para sobrevivir, las procedencias –y los intereses- particulares van perdiendo su carácter original y se van redefiniendo sobre la base de nuevos vínculos y lazos, primero, de la comunidad a la que pertenecen en condiciones sin precedentes; y segundo, sobre la base de articulaciones con otros sectores y actores sociales, con cada uno de ellos, y entre todos: sindicatos, iglesias, organismos de derechos humanos, ONG’s, intelectuales, profesionales, artistas...
La conciencia de que la solución es posible entre todos y con todos los sectores que componen el pueblo argentino –concepto político que poco a poco parece volver a cobrar sentido en la Argentina actual‑, va ganado terreno entre los piqueteros y, a través de sus prácticas, se proyecta al conjunto de la sociedad.[16] “Eso lo vivimos muy claramente el otro día, al entrar a la Capital –afirma la piquetera Claudia‑, que nos recibían con mate cocido, con aplausos, con una sonrisa. [17] Cuando íbamos llegando, en algunos puntos ya fijados, los compañeros de las asambleas barriales de Liniers, de parque Rivadavia... nos daban sándwich, frutas, agua... Se unían enseguida con nosotros. También la gente bajaba de los departamentos con agua. Es impresionante, nos estaban esperando con agua helada para darnos. Y en eso no iba el agua sola, iba la solidaridad, iba el corazón. El reconocer nuestro sacrificio y ver que, bueno, que nosotros no solo somos esos “negros molestosos” que venimos del otro lado a molestar. Poco a poco se va tomando conciencia; falta todavía, pero se está logrando.”[18]
La importancia de la Central de los Trabajadores Argentinos (CTA)
En el empeño de construcción de una nueva identidad de los trabajadores, resulta de indudable valor la articulación entre las organizaciones piqueteras y la Central de los Trabajadores Argentinos (cta). En primer término, por los postulados de la misma, que ubican en pie de igualdad a todos los trabajadores ‑ocupados y desocupados‑ como base para la reconstrucción de la identidad de los trabajadores. Plasmando estatutariamente la igualdad (radical) entre todos los trabajadores, la cta funda nuevos cimientos para construir la identidad (y la unidad) de clase a partir de la realidad actual.
La afiliación y el voto directos y en pie de igualdad de todos y cada uno de los trabajadores, el reconocimiento de los sectores oprimidos y relegados de la sociedad, la lucha contra la discriminación de cualquier tipo, orienta la amplitud de las articulaciones multisectoriales de dicha central, a la vez que abre las puertas institucionales para su integración a ella como miembros plenos, compartiendo recursos, ámbitos y confiabilidad mutuas.
“Al principio nos costaba entender el tema de la recuperación de la identidad como trabajador porque bueno, nosotros sabemos quiénes somos, el que vive en un asentamiento sabe quién es, nosotros tenemos nuestros códigos en los barrios, tenemos una identidad de barrio, pero la cta hablaba de nueva identidad, o de la recuperación de una identidad de trabajador. Y ese fue el desafío que tuvimos que asumir: ir despertando la conciencia de cuál era la propuesta de fondo. Y ahí empezamos a generar formas de lucha para la recuperación de nuestra dignidad, para la recuperación de los valores como persona, como ser humano, para la recuperación de nuestros derechos.”[19]

Nueva identidad y nuevo sujeto histórico

La articulación entre trabajadores resulta para la CTA, marco contentivo y proyectivo hacia la articulación con otros sectores sociales: mujeres, juventud, jubilados, derechos humanos, pequeño empresariado, campesinado, etc., y es base para la germinación de una nueva identidad como pueblo argentino, sujeto colectivo –plural articulado‑ de los cambios.
Este ha sido, desde el momento de su creación en 1991, un importante eje articulador social y, a la vez, un instrumento vital en la lucha por el empleo, la dignidad y la reconstrucción de una Argentina basada en la producción y la justicia social. Y todo ello se va conformando como un elemento constituyente de una nueva identidad que está en gestación, y de un nuevo poder, el poder de los trabajadores, en el cabal sentido de la palabra.
“La cta previó que solo [re]construyendo articulada y colectivamente (pluralmente) un sujeto histórico capaz de protagonizar los cambios actuales que reclama la nación, en primer lugar, y el continente y el mundo y, simultáneamente con ello, poder propio ‑conciencia, organización, fuerza propia‑, se iría conformando también colectiva y pluralmente un nuevo proyecto de transformación social en la Argentina. Y esto pasa –para la cta ‑, en primer lugar, por recuperar la identidad como trabajadores; requiere –al decir de Víctor De Gennaro‑: que la cta sea sentida como propia por los compañeros, por los militantes, por los sectores.”[20]
Poco a poco, con años de presencia en las carreteras y ciudades argentinas, resistiendo la avalancha neoliberal y luchando por sus derechos, los piqueteros –en toda su diversidad‑ se fueron constituyendo como un nuevo actor social que en su vertiginoso y acelerado crecimiento y maduración, logró marcar el ritmo de las luchas sociales del país, constituir sus reclamos en centro de los conflictos y transformarse en uno de los actores fundamentales –junto a la cta, a la ccc, y a sectores de derechos humanos, de la izquierda partidaria, y otros‑, en el actual proceso de [re]construcción del sujeto popular en la Argentina.
Falta aún bastante por caminar y crecer en conciencia, organización y proyecto, pero indudablemente las condiciones para dar un paso adelante en pos de ello están dadas. La apuesta más alta de madurez en este sentido la constituye la determinación de la CTA ‑de su militancia, de su membresía toda‑, de organizar y promover el desarrollo de un movimiento político-social, a mi modo de ver, embrión orgánico del nuevo sujeto histórico de los cambios en la Argentina, el pueblo reconstituido como tal en su conciencia y organización a partir de recuperar la voluntad y la confianza en que es posible ser protagonista de su historia, en este tiempo, en este mundo.
En este sentido asumo la siguiente afirmación del documento para el debate del VI Congreso de la CTA: “La CTA, según lo reconocemos, está dando pasos que, sin obviar contradicciones al interior de sí misma y del campo del pueblo, procuran vertebrar una unidad de masas movilizadas en la práctica y en la creación teórica, en la perspectiva de plantearse y desarrollar una nueva sociedad.”[21] Precisamente por ello, “ ...la idea del Movimiento Político‑Social estructurado en torno a la decisión de organizar a la sociedad para grantizar la defensa de la vida y la libertad es un proceso que debe tener carácter permanente y que debe gozar, además, de una autonomía estratégica a efectos de estar siempre en capacidad de renovar el sentido de la práctica política.”[22]
Las relaciones entre la CTA y la FTV
“Nosotros estamos muy articulados con la cta porque somos parte de ella, somos afiliados a la cta. La cta es un hallazgo extraordinario. Primero, porque nos reconoce como trabajadores; segundo, porque ‑por eso‑ nos abre la afiliación directa a todos los desocupados en los territorios; tercero, porque a las organizaciones territoriales nos abre espacios institucionales en términos de igualdad con los sindicatos; y cuarto, porque pone todos los recursos humanos, políticos y económicos al servicio de esta construcción.
“Nos pareció realmente algo revelador, el hecho de que tiene como axioma de partida el planteo de que hoy la fábrica es el barrio, que es allí donde se concentra hoy la actividad de un porcentaje creciente de la clase obrera y, es posible por tanto, contribuir a su organización. Por eso digo: La Central de Trabajadores Argentinos ha construido y construye con nosotros; ha jugado un papel fundamental.”[23]
Estas palabras de D’Elía introducen otra arista en la relación entre la CTA y la FTV: se trata de una interrelación entre quienes construyen conjuntamente. En ese sentido puede decirse que la cta también ha crecido en su articulación social en las disputas piqueteras. Y no solo hacia lo externo, cuantitativamente, sino también hacia su interior, tomando conciencia de la profundidad del drama de la desocupación como drama capital de los trabajadores, cuestión que si bien está relativamente clara en el ámbito de los dirigentes, no siempre resulta evidente para el colectivo de los afiliados; para todos ha significado también un aprendizaje y un crecimiento múltiple.
En este sentido resultó vital la convivencia en los propios piquetes porque, como apunta Carlos Sánchez: “El piquete es una unidad de acción. Empezamos a articularnos no solo con los desocupados, sino con los trabajadores del Estado, con los maestros, con los trabajadores de la educación, con los profesionales y trabajadores de la salud, y empezamos a buscar unidad de acción en el piquete. Después cada organización, ya sea sindical o social, tiene su vida propia. Y esa unidad de acción la comenzamos a construir en los barrios.”[24]
Relaciones entre la CCC y la FTV
La Corriente Clasista y Combativa que es una organización de carácter gremial en todo el país, también reconoce a todos los trabajadores ocupados y desocupados, en su calidad de tales. Pero como no se propone constituirse en una central obrera institucionalmente, construyen fundamentalmente desde lo territorial, y en los ámbitos estudiantil y sindical. Desde la experiencia de la construcción territorial, puede considerarse que el estilo de construcción y los objetivos últimos de la CCC resultan convergentes con los de la FTV, particularmente en La Matanza, donde ‑a través de la realización de los cortes de ruta de modo conjunto‑ han profundizado su hermanamiento institucional y el de sus miembros.
Esto condensa, de hecho, el punto máximo de articulación entre las organizaciones piqueteras hasta los congresos o asambleas piqueteras realizados en el año 2001.
Las coordinaciones entre la CCC, la FTV y la CTA
Sobre la base de la interrelación creciente las organizaciones FTV y CCC, fueron fortaleciéndose los vínculos entre la CTA y la CCC, apuntando hacia una coordinación ‑en la práctica‑, para la realización de planes de lucha, marchas nacionales, caminatas y paros conjuntos, y otras movilizaciones tanto de carácter puntual como de alcance nacional. Es una coordinación que se desarrolla sobre la base de acuerdos puntuales en la lucha y mantiene posiciones de respeto, respecto de las posiciones político ideológicas de cada cual. Tiene por ello perspectivas de consolidarse y avanzar hacia posiciones de mayor convergencia estratégica. Así lo vivió Hugo Yasky, Secretario General de la CTA bonaerense al cerrar la “Marcha contra el Hambre, por Trabajo, en defensa de la Justicia, la Educación y la Salud Pública”, que se realizó de Norte a Sur del conurbano bonaerense, y culminó el 16 de agosto de 2002 en un acto en la ciudad de La Plata: “Hoy recuperamos la alegría de saber que es posible luchar juntos, la alegría de sentir que estamos escribiendo una historia distinta.”[25]
Relaciones con la “CGT rebelde”
En el contexto global nacional, las organizaciones piqueteras sostienen –sobre todo hasta diciembre de 2001‑ algunas relaciones con organizaciones obreras nucleadas en la Confederación General del Trabajo (CGT) de corte oficialista, en particular con su rama denominada “rebelde” que encabeza el sindicalista Hugo Moyano, de camioneros. Pero en este caso es marcada la diferencia en relación con la CTA y la CCC; las consideraciones de uno y otro descubren una cuestión de fondo: los seguidores de Moyano mantienen las concepciones y las formas organizativas del sindicalismo (y el empresariado) tradicional, no consideran como trabajadores a los desocupados, ni reconocen en pie de igualdad a sus organizaciones.
Para relacionarse con los desocupados, la CGT liderada por Moyano ha creado un departamento de relaciones con las organizaciones territoriales o comunitarias, una especie de comisión de enlace con el movimiento piquetero, pero como no reconocen al desocupado como un trabajador, no se proponen la incorporación de sus organizaciones al seno de dicho nucleamiento obrero.
Relaciones con otras organizaciones sociales
La articulación territorial entre distintas organizaciones o movimientos de desocupados resulta –en la fase analizada‑, cotidiana y directa, particularmente entre quienes cohabitan en determinada zonas. Como se destacó anteriormente, ello es especialmente notorio en el caso de la FTV y la CCC.
Organizaciones como el Movimiento Territorial Liberación (MTL)[26], y Barrios de Pie[27], nacieron reuniendo sectores que integraban la FTV en forma dispersa entre sí –caso MTL‑, o rescatando antiguas agrupaciones barriales, reorganizadas para así incorporarse a la FTV –como Barrios de Pie‑. Ambas organizaciones se mantuvieron dentro de dicha organización al menos durante el período inicial de su formación, hasta que alcanzaron una determinada fuerza y organización y con ello se propusieron también la autonomía. Esto podría considerarse un proceso natural, sin embargo, se desnuda como un retroceso al articularse el crecimiento de las distintas organizaciones y su autonomía política, organizativa y demás, a un proceso de fragmentación que se produce mediante desprendimientos que bordean la ruptura, primero, por parte del MTL, en febrero del 2002, con su activa participación en la formación del Bloque Piquetero Nacional[28], y segundo, con la decisión de la organización Barrios de Pie de separarse de la FTV.
Además de las organizaciones mencionadas puede destacarse la presencia y el accionar conjunto o puntualmente coordinado de múltiples organizaciones de desocupados, de pobladores, de campesinos, etc., entre ellas cabe mencionar al Movimiento Independiente de Jubilados y Desocupados MIJD[29], el Polo Obrero[30], el Movimiento “Teresa Vive”, la Coordinadora de Unidad Barrial (CUBa)[31], el Movimiento de Trabajadores Desocupados “Teresa Rodríguez”, el Frente de Trabajadores Combativos (FTC), la Coordinadora de Trabajadores Desocupados “Aníbal Verón”, que reúne a varias organizaciones de desocupados de la zona Sur del Gran Buenos Aires,[32] el Movimiento Sin Trabajo (MST), entre las principales organizaciones que inciden en Buenos Aires, en el conurbano bonaerense, y en distintas zonas del interior del país.
Existen también relaciones estrechas y de coordinación en diferentes momentos con los organismos de derechos humanos, con las iglesias católica, evangélicas y pentecostales, con agrupaciones culturales locales y nacionales, con agrupaciones de mujeres, con intelectuales y profesionales.

El piquete: la casa de todos

La toma y el piquete: metodologías de acción directa

En los piquetes se condensan y se mezclan metodologías de acción directa que, en el caso de La Matanza, tienen un antecedente cercano en la toma de tierras ‑práctica histórica más reciente de muchos de los que ahora cortan rutas. Esto influye para que los piqueteros adopten una singular actitud en los cortes, como destaca Emilio, joven piquetero de La Matanza: “...llevamos la carpa a la ruta y nos quedamos a vivir en el corte todo el tiempo que sea necesario hasta que atiendan nuestro reclamo.” Es interesante lo que ocurre: en los cortes indefinidos, los piqueteros van con toda su familia y se instalan a vivir en la ruta, acomodan allí su carpa y se quedan ahí como si fuera su propia casa. El piquete garantiza la ayuda solidaria, allí se come diariamente, cosa que no está garantizada en la casa, y también hay luz porque los piqueteros se cuelgan de las redes eléctricas.
Esta realidad es muy valorada por los piqueteros. Para ellos, el solo hecho de comer caliente a diario es razón suficiente para participar de un piquete. Pero van por más; la decisión de quedarse en los cortes todo el tiempo que sea necesario, está mostrando la profundidad de la lucha, de la conciencia de sus protagonistas, y la voluntad colectiva que se recompone y organiza más allá de los efectos inmediatos. Quizá por todo ello, hoy en día, ocurre lo que narra Eduardo Bazán, piquetero de la ccc en La Matanza: “Si ahora tenemos un día de piquete y hay que hacer noche, todo el mundo lleva carpa, y se ocupa la ruta con carpas.”[33]
Las mujeres constituyen el alma del piquete, su presencia protagónica lo transforma todo
Desde los primeros piquetes  hasta hoy, la presencia de las mujeres –y de sus hijos- resulta fundamental: decididas, se incorporan a los cortes desde el inicio, y garantizan protagónicamente el cumplimiento del ciclo de la vida diaria. Desempeñan tareas de variado tipo: desde armar las carpas para instalar los campamentos, encargarse de la seguridad en piquetes y caminatas, hacer guardias rotativas, contribuir con la preparación de los alimentos –junto con los hombres, claro-, hasta hacer las barricadas y quedarse en ellas para defender las posiciones tomadas.
Con su presencia activa en los piquetes, ellas han impregnado estas luchas con una profunda emocionalidad, las han impregnado de sentimientos, de emotividad y pasión, y todo esto se traduce en fuerza. No digo que los hombres no sientan, pero por su propia cultura tienden a ocultar estos componentes omnipresentes en todo acto humano, a disfrazarlos y cubrirlos de racionalidades que no pocas veces oscurecen el camino de la vida, de la realidad, de las relaciones entre los seres humanos, de la verdad. Tradicionalmente estas cualidades han sido y aún son frecuentemente descalificadas como “debilidades” propias de las mujeres, pero poco a poco estas se van imponiendo como un caudal de subjetividad, de coraje y entrega que enriquece y fortalece las luchas integrándolas en otra dimensión, la de la familia, la de los hijos, la de la vida.
En otro plano ‑y simultáneamente‑, las mujeres resultan articuladoras naturales entre lo cotidiano y lo estratégico; entre el mundo privado y el mundo público, entre la familia, el barrio y la sociedad, entre la sobrevivencia, el mundo laboral y el poder. Como acota uno de los dirigentes piqueteros nacionales: “su presencia es vital, porque todo empieza en la vida cotidiana y después se traduce en términos políticos. Y donde no hay cotidianidad, no hay organización; y donde no hay organización, no hay política..”[34] Y esto se manifiesta claramente en la vida de los piquetes, particularmente, en aquellos de larga duración y amplia participación de la población.

Democracia directa: La asamblea como órgano rector

Las diversas formas organizativas desarrolladas para la sobrevivencia –y en condiciones de sobrevivencia‑ han llevado a fortalecer y enriquecer los mecanismos democráticos de funcionamiento para hacer frente a los reclamos de la comunidad en cada lugar, hasta abarcar el ámbito de la toma de decisiones, en primer término, en el caso de conflictos, para definir los posibles diálogos con sectores gubernamentales, construyendo tanto los contenidos como los límites del mismo y, segundo, para decidir la adopción de formas de lucha de acción directa ‑como los cortes de ruta‑, que reclaman el compromiso, la decisión y la participación de las mayorías.
Luego de visitar aquellos territorios y caminar por las calles interiores de los barrios, resulta claro que sería imposible que esa población se movilice si ella misma no estuviera convencida de los por qué y para qué de esa su movilización. Y ese convencimiento solo puede alcanzarse mediante su participación en los diversos ámbitos comunitarios, para organizar la sobrevivencia de un modo colectivo, participando en los debates y en la toma de decisiones acerca de las tareas a realizar para adoptar medidas de lucha y asumir las consecuencias (la responsabilidad) de sus propias decisiones. Si un corte indefinido, por ejemplo, fuera producto de acuerdos “cocinados” entre dirigentes, ¿quién sostendría luego los piquetes?
Para promover y canalizar la participación masiva de los pobladores la asamblea resulta clave. Existen varios tipos de asambleas, las más frecuentes son las de delegados, donde la población participa a través de sus referentes, previa discusión de base. Está también la asamblea barrial que, en realidad, es un resultado de múltiples previas asambleas realizadas por zonas o por barrio; la población participa en ellas de modo directo. La asamblea general reúne a varios barrios ya sea con la participación directa de los vecinos de todos los barrios o mediante delegados electos para la reunión.
Las asambleas barriales resultan el método de debate y participación colectivos más empleado por la militancia de la CCC. Según los testimonios recogidos, en las zonas de La Matanza donde se asienta esta organización, los referentes barriales son elegidos por los vecinos organizados del barrio, es decir, no son punteros[35]. Con el mismo criterio se elige a los delegados que responden a la población de una manzana al interior de cada barrio. Sobre la base de la participación colectiva, la CCC construye las propuestas de modo consensuado y define los mandatos de los coordinadores generales, que –en consecuencia‑ no van a las negociaciones con sus propias ideas, sino como portavoces de las bases de sus organizaciones. En la experiencia analizada, esta resulta una metodología muy “engrasada”, ya que el proceso participativo abarca también la realización de la evaluación o balance de lo realizado ‑o de un conflicto‑. Con la participación de todo el barrio, en las asambleas barriales semanales los participantes analizan colectivamente el proceso y los resultados obtenidos, desde lo organizativo, lo político, las responsabilidades de cada cuál, el seguimiento del proceso de acuerdos... De este modo, el enriquecimiento producto de la reflexión de lo hecho no queda entre tres o cuatro “esclarecidos”, sino que –al ser producto de la reflexión colectiva‑, resulta también de apropiación colectiva –en la conciencia- de las enseñanzas que se extraen de los resultados alcanzados.
En correspondencia con ello, puede concluirse que el piquete no finaliza cuando se levanta el corte, sino luego de la realización de las asambleas barriales que hacen el balance de la experiencia, quedando la valoración colectiva de los acontecimientos vividos grabada en la memoria –práctico‑reflexiva‑ comunitaria.
Por otra parte –y conjugándose con lo anterior‑, están las asambleas que –como parte de la democracia piquetera‑ se llevan a cabo en el piquete como tal. Allí todo está organizado democráticamente, en equipos elegidos colectivamente –en las asambleas previas‑ para desempeñar las diversas tareas de modo tal que las responsabilidades sean asumidas por los integrantes de cada equipo con plena conciencia, y también para que sean respetadas por los que no son parte de ellos. Por ese camino, cuando “se cruzan” las tareas y responsabilidades de los distintos equipos y sus grupos de apoyo, se logra que la responsabilidad sea colectiva, es decir, que sea asumida por todos aunque cada uno desempeñe roles diferentes. Así, todos los piqueteros resultan involucrados en una suerte de cadena articuladora de las labores necesarias para garantizar la vida en el piquete.
Diariamente se realiza una asamblea en el piquete –o más de una si la situación así lo requiere‑, para analizar colectivamente el desarrollo de las actividades del piquete, la marcha de las negociaciones, lo realizado por los representantes elegidos para las negociaciones, y se va ajustando la brújula sociopolítica colectiva necesaria para construir el consenso paso a paso y día a día, sobre cuya base los representantes o negociadores del piquete (los del equipo de superestructura política, según sus propias definiciones) llevan adelante sus propuestas.
Indagando acerca del desarrollo de estas prácticas democráticas con los compañeros de la “Aníbal Verón”, resultó claro que también para ellos la asamblea en el piquete es fundamental, “...porque la gente quiere saber, está todo el día en la ruta y quiere saber; es como el parte del día, y nosotros le informamos a la gente. Nosotros hablamos con la verdad, prometer no prometemos nada, no somos como los políticos. Acá se puede ganar o perder. Cuando hay que tomar decisiones importantes, cuando hay que responderle al gobierno, hay que hacer asamblea: es una manera de que el pueblo ejercite la democracia, su poder.”[36]
En esto también hay posturas radicales y novedosas respecto al movimiento y la tradición cultural de la izquierda: los representantes pueden ser revocados en cualquier momento. Aunque la revocabilidad no se ejerce de modo directo sino a través de varias instancias, su posibilidad resulta fundamental debido a la frágil credibilidad de las bases en la función desempeñada por los negociadores, puesta cuando menos “en duda” por una práctica de más de veinte años de cooptaciones, traiciones o complicidades sordas por parte de los mediadores, representantes, etcétera.
Esto es un paso de avance, pues –como dice Juan Carlos Alderete‑, “Aprendimos mucho de derrotas muy grandes que hemos sufrido. Muchos delegados han traicionado los mandatos y se han acomodado. O sea, el Estado, los gobernantes... los han comprado y muchos de ellos ahora son funcionarios del gobierno. Por eso para nosotros es muy importante tener los mandatos revocables, si alguien se quiere vender, inmediatamente surgirá otro compañero desde la base.” [37]
 “El piquete es la mejor expresión actual de la democracia. Es quizá el único espacio social y político en el que se practica la democracia directa y participativa en la Argentina de hoy. Es, por lo tanto, una avanzada, como se dijo antes, y una propuesta hecha al resto de la sociedad, (...)para crear el poder necesario para que las mayorías populares vuelvan a conducir la Argentina, y a instalar en ella un modelo económico y social capaz de relanzar al país en la senda de un desarrollo autónomo que genere trabajo, garantía de vivienda, educación y salud para todos.
“Ejercemos una nueva clase de política, sin politiquería electoralista y en defensa de todos los habitantes del país que no estén comprometidos con el modelo imperial‑financiero en curso.”[38]
Por asamblea se resuelven también las medidas a tomar y el alcance de las mismas: la seguridad, el recorrido, etc., y esto ha sido siempre muy importante pues una de las resoluciones de cada asamblea consiste en reafirmar la inviolabilidad de los acuerdos tomados allí, y en caso de que algún –grupo o persona‑ contradiga unilateralmente los acuerdos colectivos, la asamblea se arroga el derecho de reclamar dicho incumplimiento públicamente.
Cuando este postulado se trasladó como normativa a las asambleas piqueteras, las cosas no fueron de igual color. De su incumplimiento o cumplimiento surgieron fricciones fuertes entre algunas organizaciones piqueteras que lastimaron y aún lastiman las relaciones entre ellas, a la vez que ha despertado fuertes críticas de otros sectores. Ocurre que más allá de entrar a analizar la justeza o no del acuerdo, si se producía –como se produjo– algún incumplimiento o violación de lo consensuado colectivamente por parte de una o más organizaciones, materializar el reclamo público de ello implicaba –de hecho‑ una denuncia de las acciones ‑individuales o de organizaciones‑, argumentando que éstas no fueron aprobadas en la asamblea.
La pluralidad reclama tolerancia
Según pude apreciar conversando con líderes piqueteros de La Matanza sobre este punto, la medida se dirige, originariamente, a la prevención de provocaciones que puedan ser inducidas indirectamente desde el exterior ‑o directamente mediante la infiltración‑ por parte de agentes de los servicios de inteligencia del gobierno o de sectores políticos de ultraderecha, con la finalidad de provocar acciones que desacrediten la lucha piquetera para aislar a los piqueteros de otros sectores sociales y/o pretendan servir de justificación para reprimir las movilizaciones.
Ha transcurrido el tiempo, y hoy la realidad se muestra en toda su crudeza haciendo saltar por los aires los esquemas que abroquelaron a defensores y detractores de tan controvertida disposición. De inspiración notablemente defensiva: protegerse y proteger a la población que participa en las jornadas de lucha piqueteras, el reclamo‑denuncia de la violación unilateral de acuerdos colectivos se transformó –vaya a saber por cuáles mecanismos‑, en denuncia‑reclamo público ante la ocurrencia de hechos o el empleo de determinados métodos de lucha por parte de algunas organizaciones piqueteras que discrepaban de los empleados por otras. Por ese camino –y sin que ello se correspondiera con las intenciones de sus voceros‑ no pocas veces la denuncia‑reclamo se volvía, cual boomerang, un arma favorable a las campañas difamatorias que se alentaban desde el poder contra los piqueteros todos; un sentido que al aplicarse en cualquier circunstancia se volvía, claramente, un contrasentido.
Esto ha sido particularmente notorio luego de los sucesos de diciembre de 2001 y, más concretamente, luego de la formación y lanzamiento del Bloque Piquetero Nacional, en febrero de 2002, cuando quedaron formalmente constituidos varios agrupamientos de organizaciones piqueteras; una lluvia de epítetos de todo tipo cayó sobre organizaciones sociales, políticas, sindicales y piqueteras, mostrando una ligereza y superficialidad antes insospechada en quienes las pronunciaban o alentaban a otros a hacerlo; era (y a veces todavía es) como si se hubiese perdido la consideración y el obligatorio respeto que ‑por parte de unos y otros‑ es necesario tener respecto a las diferencias políticas, organizativas y metodológicas que existen entre las distintas organizaciones piqueteras. No es sobre la base del aplastamiento de unos y su subordinación ideológica y organizativa que puede construirse la unidad o comenzar una coordinación que abra el camino hacia ella; es necesario reconocer las diferencias no como una desgracia que hay que soportar o eliminar sino como parte del arco iris de la realidad que es necesario integrar. Ello seguramente ayudaría a encontrar canales de comunicación y comprensión mutua a pesar del empleo de métodos diferentes o la existencia de diversas miradas sobre una misma lucha –como la de los desocupados‑, y sobre todo, contribuiría a alejar –hasta eliminar‑ el recurso de la adjetivación –para descalificar‑ a las personalidades que representan a los distintos movimientos con la pretensión de eliminar así sus postulados políticos. La personificación de las diferencias lleva a la demonización de unos u otros, abroquela y cierra espacios en vez de abrir, y elimina toda posibilidad de diálogo en ese momento, pudiendo dañar incluso –en dependencia de las acusaciones vertidas‑ toda posibilidad de diálogo en el futuro.
En los trágicos sucesos que tuvieron lugar el 26 de junio de 2002, en momentos del corte del Puente “Pueyrredón”, en Avellaneda (acceso a la Capital por la zona Sur del Gran Buenos Aires), se pusieron en crisis varias prácticas que parecían –para quienes las defendían‑ absolutamente incuestionables. En primer lugar, se demostró que el haber transformado el reclamo‑denuncia pública en denuncia-reclamo público de las diferencias entre los distintos actores piqueteros, no resuelve per se los problemas que separadamente pretende subsanar, menos cuando dicha práctica se ha adoptado como un camino de señalamiento individual de lo que una organización o dirigente considera erróneo en el accionar de otras agrupaciones o dirigentes piqueteros. Ningún argumento puede justificar ‑en el campo del pueblo‑ la ausencia de solidaridad ante la muerte de luchadores sociales a manos de la represión, menos aún si se trata –como en este caso‑de flagrantes asesinatos.[39] Ante la represión o la muerte, la primer y única actitud posible es la solidaridad militante.
En segundo lugar, para los defensores a ultranza de “las caras tapadas” que argumentaban –porque creían y creen en ello‑ que de ese modo se preservaban frente a las fuerzas policiales y de seguridad del gobierno, queda claro que cubrirse el rostro no es suficiente para enfrentar el accionar de las fuerzas represivas, ni garantiza realmente la seguridad de los manifestantes frente a la infiltración y provocación policial; el problema es de pueblo, y así debe ser encarado y resuelto. Hablando con integrantes de la Coordinadora “Aníbal Verón” ‑organización a la que pertenecían Darío y Maximiliano, los dos jóvenes piqueteros asesinados el día 26 de junio en el Avellaneda‑, ellos reconocieron este elemento, a tal punto que en el acto de repudio a los asesinatos y de homenaje a los compañeros caídos, se presentaron con el rostro descubierto. Sin embargo, defienden el empleo del pañuelo para cubrirse los rostros como medida de precaución frente a posibles represalias que contra ellos pudiesen tomar segmentos represivos que actúan en sus barrios, una vez los hayan identificado. En esto, obviamente, no dejan de tener razón; las soluciones, por tanto, no serán en blanco y negro, habrá que analizar –concretamente‑ qué hacer en cada caso, en cada momento.

Articulación de piquetes, caminatas y marchas

Un indiscutible referente político‑pedagógico
Aunado por la problemática del mundo del trabajo –precarización de condiciones, sobreexplotación y desocupación‑, el movimiento piquetero de La Matanza y de varias regiones del país se desarrolla en interacción con otros actores sociales y políticos.
Los cortes de ruta, las caminatas desde La Matanza hacia la Capital, y las marchas –como la Marcha Federal[40] en 1994‑, de kilómetros y kilómetros desde diversos puntos del mapa nacional hacia la Capital, y luego otras desde la Capital hacia el interior, y otra vez hacia Buenos Aires, a Plaza de Mayo, una y otra vez, constituyen un referente indiscutible, político y pedagógico. Se trata de la pedagogía del ejemplo, del “sí se puede” que, además del simbolismo que encierra, es también la demostración práctica de un modo de luchar, acumular y avanzar en conciencia y organización popular.
“Cada vez que nosotros salíamos a la ruta, estábamos marcando una propuesta alternativa al modelo, al sistema, no hablábamos solamente de subsidios. Y cada vez que entrábamos a la Capital, veíamos que, por un lado tenían miedo de nosotros, pero también mucha gente se volcaba a los balcones y nos mostraba la bandera argentina, nos aplaudían, nos alentaban con carteles. Por supuesto, otros cerraban las persianas... había toda una mezcla. Y eso nosotros lo íbamos percibiendo, lo íbamos recibiendo.
“Sinceramente, la Capital nunca nos recibió mal, de hecho nosotros marchamos siempre en una forma muy disciplinada. Siempre tuvimos consignas claras y en búsqueda de, bueno, de lo que demandábamos en cada momento.
“Se creó mucha conciencia a través de las marchas, a través de los piquetes. Hoy sabemos quiénes son nuestros enemigos, hoy nuestro enemigo tiene nombre y apellido, cosa que antes no sabíamos o no lo podíamos manifestar por el miedo...”[41]
Sin tener nada que perder, día a día los piqueteros argentinos fueron sacando a las calles, a las avenidas, a las plazas de las ciudades del interior y la capital del país, las injusticias del modelo, mostrando su marca real de exclusión y muerte. Piqueteros desocupados y piqueteros ocupados trazaron un camino: no resignarse, salir a la calle, exigir justicia y pelear por sus derechos.
En el último quinquenio, y particularmente en los últimos dos años, las luchas piqueteras –aunadas a un conjunto de luchas sectoriales, gremiales, de defensa de los derechos humanos, de mujeres, de jóvenes‑, conformaron el eje dinamizador de lo que ‑hoy se ve‑ constituyó un período de resistencia y acumulación político‑social de más de veinticinco años, sin el cual sería difícil comprender el salto que se produce a partir del 19 y el 20 de diciembre último.
Como sustrato de tales movilizaciones hay voluntad de lucha y muchos ejemplos concretos de cómo decir basta al actual estado de cosas. En la acumulación “invisible” hacia una conciencia colectiva en gestación, radica la explicación (y la posibilidad) del salto que “de repente” sacó a todo un pueblo de sus casas y los llevó “sin saber cómo” hacia las calles y plazas de sus barrios y ciudades, y hacia Plaza de Mayo[42]. Sin embargo, sería incorrecto pretender una conexión lineal entre ambos tiempos, establecer una conexión directa (causa‑efecto) entre unos fenómenos y otros, lo espontáneo –como ocurre siempre en la dinámica del movimiento social‑ desempeñó allí un papel central que se sintetiza y expresa en lo que los argentinos definen como “autoconvocados”.
Pasado el momento de irrupción masiva, las movilizaciones se multiplican a diario y las organizaciones tensan sus capacidades al máximo; la lucha no ha terminado. El poder, a nivel local y transnacional, carece de posibilidades para resolver la crisis que es inherente a su propia existencia, y los sectores populares no disponen de la fuerza social (conciencia, organización y propuesta) necesaria como para imponer su voluntad política. Un virtual empate tiene lugar entre las dos fuerzas. El desafío, para el campo del pueblo, pasa por construir colectivamente la salida. Y para ello, resulta muy importante mantener la esperanza en que la salida es posible y depende de todos. Por eso, nuevamente las marchas irrumpen el escenario nacional: piqueteros de procedencias distintas, sindicalistas agrupados en la CTA, mujeres, jóvenes y niños, reclaman por un futuro pleno para todos y salen a llamar a sus hermanos y hermanas.
 “Es esta la fuerza, el coraje, la decisión y la dignidad de este pueblo que está en cada una de las expresiones, incluso en cada una de las lágrimas que se vertieron en los actos, conmovidos unos, casi quebrados por el llanto otros, pero que eran una suma de voluntades y de decisiones que nos estaban diciendo que no nos van a poder parar, que no nos van a poder robar la esperanza, no podrán robarnos el canto ni la alegría. Porque a pesar de la tristeza, a pesar de los golpes, y a pesar de los dolores nosotros transitamos las calles cantando. Cantamos y sentimos el corazón del bombo, que es el corazón del pueblo caminando las calles y diciendo que no las va a abandonar hasta que tire abajo este modelo, este sistema que es el que fundamenta y sustenta toda la corrupción y la exclusión.”[43]

Solidaridad: Reconstrucción del tejido solidario entre vecinos y piqueteros
En la lucha cotidiana por la sobrevivencia se reconstruyen y desarrollan nuevos lazos de solidaridad entre moradores de un mismo barrio o asentamiento, particularmente alrededor de tareas colectivas como las huertas, panaderías, y comedores comunitarios, en las guarderías, talleres artesanales, etc. Como señala “Beto” Ibarra, líder piquetero del MTL: “Las huertas comunitarias, la carpintería, y las panaderías, han sido escuelas de solidaridad social. Y esto en parte es así porque a través de esas actividades buscamos construir organización, romper la cultura del individualismo y recrear la cultura de la solidaridad. Es a partir de esa cultura que aspiramos a construir el ideario de poder popular en cada uno de los sectores.”[44]
La solidaridad alcanza indudablemente su mayor clima de articulación y organización en los piquetes, sobre todo en aquellos de varios días de duración, donde los piqueteros van [re]descubriendo la importancia (y la necesidad) de la solidaridad entre ellos y con los demás sectores y actores sociales. Así lo reconoce, por ejemplo, el piquetero Jorge Núñez: “Para mí era un mundo nuevo porque hasta ese momento yo había tratado de buscar mi salida en forma individual, como cualquier ser humano, hasta que nos dimos cuenta que la respuesta que necesitábamos para nosotros no la iba a dar un señor ‘fulano de tal’, sino nosotros mismos, y en forma organizada.”[45]
Una demostración indudable de solidaridad fueron las movilizaciones de apoyo a los piqueteros que cortaban las rutas en Mosconi y zonas de Tartagal, en invierno de 2001. En esa ocasión los piqueteros de la CCC, la FTV, y la CTA, marcharon desde La Matanza hasta el Congreso, donde se reunieron con otros sectores sindicales, políticos y de derechos humanos, y de ahí continuaron a Plaza de Mayo demandando al gobierno el cese de la represión. También integraron una comisión que, junto a parlamentarios y abogados, se trasladó al lugar de lo hechos para mediar por la solución al conflicto y comprobar el fin de toda represión.
Este año, ante los sucesos del día 26 de junio en el Puente “Pueyrredón” ‑acceso sur entre Gran Buenos Aires y Capital‑, con las muertes de los jóvenes piqueteros Darío y Maximiliano, nuevamente se levantaron las voces de repudio de los más amplios sectores de la sociedad, que al día siguiente marcharon desde distintos puntos de la Capital y del conurbano bonaerense hacia Plaza de Mayo para repudiar abiertamente lo sucedido y reclamar justicia ante los hechos que ya, en ese momento, eran de dominio público.[46]

Los congresos piqueteros del año 2001

El primer encuentro

Luego del corte grande de mayo, de la articulación multisectorial alcanzada y reflejada en el convenio que da fin a los 18 días de lucha, para las organizaciones piqueteras que allí participaron se hizo necesario consolidar un ámbito de encuentro y coordinación más amplio, capaz de “contagiar” a los actores sociales de todo el país con las enseñanzas positivas de la intersectorialidad en luchas y reclamos. Este es uno de los sentidos del primer congreso o asamblea piquetera, celebrado en La Matanza, el 24 de julio de 2001.
En él participaron diversas organizaciones piqueteras constituidas como tales a escala nacional o en proceso de construcción.[47] En esa jornada colectiva se elaboró un primer plan de lucha –que podría considerarse como un embrión del programa piquetero‑, que sería desarrollado conjuntamente en el ámbito nacional por las organizaciones allí presentes. Dicho plan contemplaba la realización de cortes de ruta escalonados y crecientes: de 24, 48 y 72 horas consecutivamente. Esos cortes se realizaron en distintos puntos del país y en La Matanza.  Luego de septiembre, fecha en que se realiza el segundo congreso, los cortes consecutivos se adoptan como una metodología de lucha frecuentemente empleada como paso previo al corte por tiempo indefinido.
Esa primera asamblea piquetera fue importante por un sinnúmero de razones, entre las que quisiera subrayar la que considero alcanzó entonces la mayor significación política: reunir en un mismo espacio y momento a actores sociales dispersos en un país con una tradición ‑de poder‑ centralizado en la Capital, permitir su re-conocimiento como iguales que resisten y luchan para enfrentar una realidad común: la exclusión que emana multifacéticamente de la desocupación, y la de avanzar –en virtud de lo anterior‑ hacia la constitución de un nuevo actor socio‑político: el movimiento piquetero. Es precisamente rescatando este sentido –entiendo‑, que Y. Socolovsky reflexiona sobre la trascendencia de dicho evento: “Si el Congreso Nacional de Piqueteros fue –así me parece‑ el hecho político más destacado de los últimos años en nuestro país, es porque allí se expuso el modo en que la organización de la protesta social y la politización de las demandas han dado lugar a la aparición de un nuevo actor colectivo.”[48]
Este es un aporte de grandes alcances hacia la reconstrucción del sujeto popular para las transformaciones que reclama el pueblo argentino. Y no ocurre por casualidad ni aisladamente, sino articulado al quehacer, las construcciones, luchas y búsquedas de otros actores sociales, políticos y sindicales, particularmente de la Central de los Trabajadores Argentinos que, como he señalado, se plantea entre sus matrices fundacionales la articulación entre trabajadores ocupados y desocupados como soporte de la reconstrucción del poder (y el proyecto) de los trabajadores –y, sobre esa base, del pueblo todo‑, impidiendo hacerle el juego a la apuesta del poder al chantaje y el enfrentamiento de pobres contra pobres que emanaría, de un “modo natural”, de un pueblo y una clase trabajadora fragmentados, explotados y enfrentados entre sí por las migajas del Capital.[49]

El segundo encuentro

El segundo congreso, denominado realmente “Asamblea Nacional de Organizaciones Sociales, Territoriales y Desocupados”, tuvo lugar nuevamente en La Matanza, el 4 de septiembre de 2001. En esta ocasión fue mayor la presencia de organizaciones piqueteras de distintas regiones del país y, en particular, de delegados procedentes de Mosconi y Tartagal, poblaciones donde recientemente se habían protagonizado fuertes jornadas de lucha, enfrentando una fuerte escalada represiva que costó la vida del joven trabajador Carlos Santillán. La presencia y participación en la asamblea por parte de las organizaciones, no fue arbitraria, según relatan los protagonistas, se trabajó intensamente para encontrar un modo de proporcionalidad entre la fuerza organizada de cada sector y el número de delegados participantes en la Asamblea en calidad de representantes de cada organización. [50]
Para determinar cuántos participarían en el congreso por cada organización se acordó un mecanismo democrático: que asista un representante cada veinte miembros, y para garantizar un mínimo de seriedad y respeto de los acuerdos en este sentido se llevó un registro de actas de miembros de cada organización. De allí resultó por ejemplo ‑siempre siguiendo la información brindada por los protagonistas‑, que la FTV y la CCC concurrieron al congreso con seiscientos delegados cada una.
Los congresos también se construyen desde abajo
Las organizaciones nacionales[51] trabajaron intensamente en la formación del orden del día, es decir, del temario de problemas a discutir y de los posibles acuerdos a alcanzar que serían llevados como propuestas por parte de cada cual. Para ello se desarrollaron asambleas previas por sectores. Por ejemplo, para la discusión del temario del congreso así como para analizar las propuestas posibles, etc., las organizaciones que integran la FTV en los territorios de La Matanza, realizaron un plenario, después dicha organización realizó un plenario nacional de delegados en el cual se avanzó en la discusión colectiva de una línea común. A un nivel más amplio, señalaron, se trabajó interactuando entre diversas organizaciones para lograr una plataforma de posibles acuerdos comunes.
El paso siguiente: constituirse como uno de los actores sociales fundamentales
El segundo encuentro nacional piquetero fortalece la tendencia a la coordinación entre las diversas organizaciones piqueteras manifestada en el primer encuentro. Articuladas a escala nacional las distintas agrupaciones piqueteras comenzaban a constituirse como un movimiento nacional, con propuestas propias y de amplio contenido sociopolítico. En este sentido, se erigían en un actor sociopolítico indispensable para la reconstrucción de la unidad popular.
La convergencia de todas las organizaciones territoriales, sociales y de desocupados para enfrentar la problemática del desempleo y la exclusión social, aunada al reconocimiento de que existen variadas identidades al interior del movimiento y la aceptación de las mismas, a la horizontalidad, la transversalidad y la necesidad de funcionar como colectivo, podrían contarse entre los elementos que ‑en ese momento‑ indicarían pasos ciertos hacia la conformación de un movimiento piquetero. Ello se expresó concretamente en la decisión –plasmada en el programa aprobado colectivamente‑ de construir una coordinación nacional piquetera, que –con carácter provisional‑ estuvo integrada por los dirigentes matanceros: D’Elía (FTV), Alderete (CCC), representantes del Polo Obrero, y de otras organizaciones.

La fragilidad de las convicciones acorrala a la unidad

Los congresos ‑sobre todo el segundo‑, constituyeron un avance acelerado en la perspectiva de enfrentar la fragmentación de las luchas y solucionar problemas tan viejos e insolubles como la falta de unidad del campo popular. Pero quizá en esa misma aceleración radicó su debilidad. Como advierte Y. Socolovsky, en ese momento el naciente nuevo actor colectivo carece “de una representación definida en el juego partidocrático”[52], y esta ausencia de lo partidario como estructurante del movimiento fue, sin dudas, un factor que desafió a los cánones establecidos por la cultura política tradicional, que entiende que las organizaciones sociales deben ser correas de trasmisión de las políticas partidarias, es decir, que deben estar subordinadas a los designios de un partido o grupo de partidos. Pero, en un espectro más amplio, para quienes aspiran a construir un país diferente, el desafío era a su vez un aliento –como dice Yamile‑, aunque abría las ventanas a la incertidumbre. Para cualquiera, esta resulta una situación difícil de sobrellevar, pero más para la cultura partidaria cuyos parámetros afirman que una organización social autónoma no resulta confiable porque puede ir “para cualquier lado”. Esto se tradujo al poco tiempo en desconfianza y en la búsqueda de vías que permitieran poner a las organizaciones piqueteras bajo el control partidario, entendido ‑ahora sí‑ como “dirección política” garante del proceso de lucha y transformación. La elemental pregunta que –sobre ese particular‑ la historia contemporánea impone hacerse, es: ¿existen acaso garantes?
La influencia partidaria estuvo presente en el segundo congreso piquetero a través de algunas organizaciones piqueteras que sostuvieron una fuerte lucha por validar sus criterios ante la asamblea; hubo amagos de ruptura que –receso mediante‑ desembocaron aceleradamente en un conjunto de [des]acuerdos. Conjugándose con la presión político‑cultural de la izquierda partidaria anteriormente mencionada, estos [des]acuerdos se transformaron en portal abierto para un posterior resurgimiento de divergencias no bien saldadas.
La vieja cultura vanguardista sobreviviente en gran parte de la izquierda partidaria y su entorno, abonaría el camino hacia la facturación orgánica del movimiento que se había comenzado a construir. El problema obviamente no radica en la filiación partidaria de algunas organizaciones sociales, ni en la de sus miembros o dirigentes, sino en que, siendo consideradas las organizaciones sociales exclusivamente como “correas de trasmisión” de las políticas partidarias hacia seno del pueblo (cuando debería ser, en todo caso, al revés), éstas trasportan hacia el ámbito social ‑necesariamente plural‑, los criterios sectarios que emanan de organizaciones que se consideran –cada una a sí misma‑ dueñas de la verdad, y –en virtud de ello‑ descalifican a todas las demás. Este elemento se articula –retroalimentándose‑ con el recelo que existe en las organizaciones sociales hacia todo lo partidario, incrementándose las desconfianzas mutuas, los prejuicios y los sectarismos de uno u otro signo.
Divergencias hubo y hay, y no pueden considerarse simplemente como superficiales; el problema en sí no radica en ellas, sino en el modo de tratarlas –a ellas y a sus portadores‑: cada cuál ubicándose en un pedestal, o en pie de igualdad; con amplitud y consideración, o guiados por la soberbia y el sectarismo.
Elementos puestos en discusión entre las diversas organizaciones
Desde el primer momento, con el desarrollo de las organizaciones piqueteras y de desocupados existieron discrepancias en cuanto a aspectos de formas y también acerca del contenido y la proyección de la lucha y organización piqueteras. A mi modo de ver, el análisis de estos aspectos no puede realizarse separadamente de las reflexiones anteriores, pues éstas subyacen en el fondo de un modo directo o indirecto, consciente o inconscientemente. A tal punto esto es así, que en no pocos casos, las –así supuestas‑ diferencias de contenido y proyección resultan reclamos idénticos para cada una de las partes en debate, que –paradójicamente‑ termina reclamando a la otra por lo que esta realmente hace;[53] los contrasentidos se multiplican obviamente cuando el diálogo se ausenta. En su defecto, la des‑calificación de los líderes y el etiquetamiento estigmatizante pretenden llenar el vacío político con la retrógrada personificación de las divergencias. Miradas en su real dimensión, las divergencias deberían –incorporando sus aspectos compatibles‑ contribuir a enriquecer el movimiento y proyectarlo con fuerza hacia adelante, por más.
Los elementos puestos en discusión entre las organizaciones piqueteras son diversos; considerando los más permanentes y reincidentes en debates públicos, orales y escritos, podrían resumirse en los siguientes:
Cortes con o sin alternativas de paso: En las luchas piqueteras primeras, en las del Sur, del Norte, en Corrientes, etc., los cortes de ruta no contemplaron un paso alternativo para los vehículos. Ello levantó una polémica nacional que ‑alentada desde sectores gubernamentales que alegaron determinados argumentos jurídicos‑, pretendió que cortar las rutas constituye en delito contra la libre circulación y el libre tránsito de las personas.[54] Fue en el juicio realizado a dos piqueteros del Sur –el caso Natera‑Gatti‑, que la defensa rescató el derecho a cortar la ruta como un derecho ciudadano que puede ser ejercido cuando está en peligro la vida y dicho acto sea para defenderla.
Los cortes piqueteros son indiscutiblemente un grito de cuerpo entero en defensa de la vida, de la humanidad, del futuro, el último recurso de la vida puesta en jaque por condiciones de muerte. Y cuando la lógica es vida‑muerte, las reflexiones ceden el paso a la impronta de la sobrevivencia que impone el acto; de ahí que ‑legalizados o no‑, los cortes no se detuvieron; tampoco las polémicas acerca de sus características.
El debate cobró fuerzas, sobre todo entre los piqueteros de la zona del conurbano bonaerense, entre cuyos representantes se cuentan defensores de los cortes sin paso alternativo, y defensores de cortes con pasos alternativos como, por ejemplo, los piqueteros de la FTV y la CCC. Este debate estuvo presente en los congresos piqueteros del año 2001. En el primero, prevaleció el criterio de que los cortes sin paso alternativo podrían hacerle el juego a quienes buscaban un enfrentamiento de pobres contra pobres, teniendo en cuenta que en número considerable de los que transitan por las rutas y calles del país son también trabajadores; en virtud de ello, en aquella oportunidad se resolvió a favor de los cortes con paso alternativo. “El movimiento piquetero puede hacer eso porque en estos días se ha constituido en la referencia de la movilización de una protesta masiva. (...) Hoy su reclamo ha comenzado a articularse de manera notoria con los de otros sectores, y el piquete da con ello un salto cualitativo: su posibilidad de llamar la atención sobre la situación inequitativa que denuncia no se mide ahora por su capacidad de alteración del orden espacial, sino por su masividad y diversidad.”[55]
Reflexiones como estas sobre el sentido último de los cortes y de las resoluciones que los avalaban no fueron, sin embargo, un producto de sopesadas convicciones colectivas debidamente maduradas y –más allá de que algunos nunca la compartieron ni acataron como medida‑, al poco tiempo, el punto de la alternativa de paso en los cortes de ruta volvió a ser centro de disputas y un factor de discordia entre las organizaciones piqueteras. “Nosotros no tenemos problemas en dejar pasos alternativos ‑insiste Juan Cruz al abordar el tema‑, el problema es que cuando hemos dejado pasos alternativos no hemos obtenido respuestas por parte del gobierno. La pelea es consistente cuando no dejás pasos alternativos porque entonces el gobierno: o te da una respuesta o te desaloja.”[56]
Luego de muchas polémicas y discusiones, en el segundo congreso se logró un nivel intermedio para encarar el dilema: diferenciar las medidas que se realizan en zonas urbanas de las que se toman en zonas rurales, donde el corte generalmente tendría que ser –según dicen sus protagonistas‑ sin alternativa de paso o no sería efectivo, pues no impactaría a la opinión pública.
Pero el equilibrio alcanzado en ese momento –al conjugarse con otros elementos de índole política, de concepciones estratégicas‑ se rompió nuevamente antagonizándose las diferentes opciones. Cada organización terminó asumiendo la alternativa que considera más apropiada. Como señala “Beto” Ibarra, del MTL, “ ...luego del segundo congreso se colocaron diferencias en la metodología. Nosotros con otros compañeros que hoy componen el Bloque –como el MTR, la CUBa, FTC y el PO‑, definíamos que los cortes de ruta tenían que ser sin paso alternativo porque sin alternativa y sin proyecto de vida alternativa están dejando a todos nuestros compañeros desocupados... entonces, si ellos no tienen paso alternativo, nuestras medidas de lucha tienen que ser cortes duros, sin paso alternativo, porque queremos una respuesta inmediata a la sobrevivencia cotidiana de nuestra gente. Eso marcó una diferencia con los posicionamientos políticos de los otros sectores que componían la asamblea, como la FTV y la CCC.”[57]
Presentación pública, ¿a rostro descubierto o cubierto?: Otro factor de divergencias, se concentra en si es adecuado cubrirse el rostro –habitualmente con pañuelos hasta la nariz‑ en los cortes, marchas, caminatas, etc., o si la lucha debe ser “a cara descubierta”. Con origen visible en las luchas de Cutral Co y Plaza Huincul, cuando los piqueteros y fogoneros se cubrían el rostro para protegerse de los efectos del humo que desprendían las gomas quemándose, el uso del pañuelo para cubrirse el rostro se empleó luego por organizaciones piqueteras de otras regiones con la intención de preservar la seguridad de sus miembros. Al pertenecer a organizaciones asentadas en barriadas y asentamientos urbanos y periféricos, o en poblados pequeños, los piqueteros señalan que son fácilmente identificables y luego, sobre esa base, pueden ser –como ha ocurrido‑ blanco fácil del accionar de fuerzas represivas.
Razones de seguridad versus argumentos políticos, o dos visiones políticas acerca de la seguridad. Sin desconocer que los argumentos expuestos anteriormente son válidos en esencia, otras organizaciones piqueteras y de trabajadores, como la CCC, la FTV y la CTA, por ejemplo, sostienen que la lucha es “a cara descubierta”, porque entienden que la mejor defensa y garantía para la seguridad de los manifestantes y luchadores sociales está en el pueblo, en convocar a todo el pueblo a sumarse a la lucha para ser millones y cambiar la sociedad. La mejor seguridad, sostienen, está en conocer al de al lado, saber quién es, dónde vive; esa es la garantía mayor frente a la infiltración. Para enfrentar el accionar represivo en las barriadas, estas organizaciones sostienen que la alternativa es el barrio mismo, sus habitantes; la defensa de los luchadores sociales debe ser un asunto de todos, no es posible, acotan, resolver esto ocultándose de la gente, es al revés, es con el pueblo donde radican las únicas posibilidades de salida.
“Somos conscientes que el uso de la capucha tiene contradicciones, pero bueno, asumimos los costos.” Con estas palabras, Juan Cruz se introduce en el debate. “No siempre usamos capucha, nosotros somos gente muy pública y conocida. Hay una cuestión de seguridad que hay que tener en cuenta, porque el Estado que tenemos enfrente es muy agresivo y juega muy sucio; a nosotros que somos referentes nos pueden matar y pagan un costo político por eso, pero a los pibes del barrio que no son tan conocidos, si van a cara descubierta, después, en el barrio, pasa un patrullero y, ¿qué hacen? No tienen defensa ante la sociedad. Nosotros decidimos entre la opinión pública y la seguridad de los compañeros, por esta última. Sabíamos que le gobierno lo usaría a eso, pero preferimos cuidar a los compañeros.
“La infiltración no se resuelve quitándose la capucha porque de última te pueden mandar un tipo sin capucha... Somos conscientes de que emplear la capucha tiene un costo en la sociedad porque vemos que se discute ampliamente; somos un movimiento amplio, pacífico y de masas, pero eso no implica que no vayamos preservar la seguridad interna.”[58]
Los cortes y las marchas las hacen los piqueteros para reclamar ante el gobierno, y también para denunciar –y reclamar‑ ante la sociedad por su situación de exclusión del derecho a la vida, para romper el aislamiento que se les quiere imponer como vía de aniquilamiento silencioso de millones de seres humanos, para ser escuchados y, sobre esa base, despertar la solidaridad de otras clases y sectores sociales. Existen también razones más directamente vinculadas a concepciones políticas acerca de la construcción del poder social necesario para la transformación de la sociedad, que supone la articulación con amplios sectores sociales afines a los intereses populares. Ambos aspectos, el político y el de seguridad ‑profundamente político‑, solo pueden andar articulados, en caso contrario, uno y otro pueden transformarse en trampas insolubles. Pero obviamente no es esta una articulación lineal ni sencilla, va mucho más allá del hecho –justificado o no‑, de llevar o no el rostro cubierto. Porque no se puede olvidar que, como señala Juan Cruz, “A Teresa Rodríguez, a Víctor Choque, los mataron y no llevaban la cara tapada... Por eso digo –iniste‑, la capucha no es el asunto.”[59]
¿Lucha por reformas o por cambiar el sistema? En este terreno el enfrentamiento y debate se produce entre concepciones que colocan una barrera infranqueable entre lo reivindicativo y lo político, y aquellas que ven una continuidad –de interpenetración‑ entre diversas formas y espacios de lucha y por lo tanto hacen del tendido de puentes entre lo reivindicativo y lo político un medio y un camino de construcción de conciencia y organización políticas. Esta mirada acerca del sentido y las proyecciones del quehacer piquetero, se traduce también, como en otras aristas del debate, en factor que comienza en la diferenciación y concluye en división.
“No creemos que la simple lucha reivindicativa por sí misma abra una salida a la crisis, porque cada vez luchamos desde una condición social más degradada, y lo que está proponiendo el capital, la banca, el FMI, es un paso a la barbarie. Para nosotros la organización política de los trabajadores es inevitable, no queremos que nuestra lucha se agote en el plano reivindicativo.”[60]
¿Asistencialismo, clientelismo o construcción de sujetos para la transformación radical de la sociedad? Esta interrogante resume, de última, la antítesis puesta por los representantes piqueteros acerca del sentido y proyecciones de la lucha por la sobrevivencia: obtención y asignación de Planes Trabajar, de subsidios alimenticios, etcétera.
“Nosotros –afirma Ceballos‑, creemos que la construcción debe hacerse con plena participación de los vecinos del barrio y no de modo clientelar sobre los planes trabajar... Si solamente se utilizan los planes para que los compañeros de los barrios concurran a determinada movilización o sigan a determinados dirigentes, no se construye protagonismo; en ese caso la política de obtención de planes sirve para reproducir la política que hacen los partidos tradicionales. Reclamamos planes y alimentos pero para que la gente haga una experiencia organizativa y se plantee con protagonismo propio la decisión de ir por cambios más profundos, precisamente para erradicar las causas de eso.”[61]
“Las diferencias son políticas totalmente ‑subraya Ibarra, delMTL, refiriéndose a la FTV y CCC‑, sobre todo después de la segunda etapa. Sus dirigentes tienen la vista puesta en quedarse dentro de los marcos del sistema, en abonar dentro del asistencialismo, cosa que nosotros desechamos. Nosotros pretendemos construir herramientas de lucha que nos planteen la lucha contra el capitalismo.”[62]
“Las diferencias son muchas –acota Juan Cruz, de la “Aníbal Verón”‑. Primero, que son electoralistas; ellos [FTV y CCC] están por un proceso electoral y nosotros no. Además, a la CCC y FTV, los tenemos vistos como referentes institucionales de la protesta; no digo que sean conscientes de ello, pero eso se ve en la prensa que tienen.”[63]
Otras organizaciones tienen argumentos similares respecto a lo que según ellas son diferencias de fondo con algunas organizaciones piqueteras, como por ejemplo, la CCC y la FTV. Analizando los planteamientos de estas organizaciones, ocurre que para ellas son precisamente esos factores –a la inversa‑, los que marcan las diferencias respecto de las organizaciones a las que consideran sostenedoras de prácticas asistencialistas, o ‑en su defecto‑, demasiado radicalizadas en relación con sus bases.
Obviamente, todo esto que aparece como diferencias de matices, de miradas y de metodologías respecto a determinadas acciones y definiciones piqueteras, manifiesta la existencia de un debate intestino acerca de la relación vanguardia masa ‑para emplear una terminología clásica al respecto‑, o más exactamente, exterioriza un debate subterráneo entre las organizaciones políticas de izquierda que mantienen –defensivamente‑ una postura tradicional respecto a su propia razón de ser y desarrollarse, y aquellas organizaciones sociales que se levantan para hacer frente a la exclusión y la injusticia, erigiendo simultáneamente con esa su actitud inquebrantable, sus determinaciones de autonomía, de construcción desde abajo, de transitar colectivamente hasta llegar a ser todos para tener el poder suficiente como para plantearse el cambio de la sociedad desde sus raíces.
Las diferencias no pueden entenderse, por tanto, solo como una cuestión de interpretación; no es con palabras que se definen situaciones y posiciones. La vida misma irá poniendo en su lugar las diversas prácticas que –participación de la población mediante‑, interactuando con otros actores sociales y políticos irán abriéndose camino en medio de cualquier maleza. Cierto es que, como afirma Víctor Mendibil, “...todavía hay muchas organizaciones, exclusivamente centradas en garantizarle a esos cientos de miles de desocupados un ingreso para que puedan comer, pero no hay detrás de eso un planteo político que se proponga la construcción de la conciencia, más allá del discurso duro, supuestamente antisistema; en definitiva, no están construyendo conciencia con cada uno de los compañeros a los cuales dicen representar. Por eso, para mí, esa práctica termina siendo un clientelismo de izquierda, que plantea que: proporcional a la cantidad de planes trabajar que tengo, será la cantidad de gente que puedo movilizar para algún acto público o una acción concreta.
“Quizás todo sirva en un proceso largo de toma de conciencia, pero –tal como está planteado‑, puede llevar a una gran frustración. Porque puede llevar a un enfrentamiento de pobres contra pobres, y no a un enfrentamiento en unidad contra los grupos económicos, a los que –de última‑ termina sirviéndole esta división.”[64]

Los estallidos de diciembre, la sucesión gubernamental, y su impacto en las organizaciones piqueteras

Las noches del 19 y el 20 de diciembre último, “...pululando entre escalinatas, elevadores, veredas, avenidas, calles, pasajes y plazas, el pueblo salió a exigir que le devuelvan el país, a la par que recuperaba –agigantada‑ su dignidad y el orgullo de ser argentino. Atrapada entre tapas y cacerolas ‑evidenciando un fuerte protagonismo de las mujeres‑, quedó fulminada la soberbia de los poderosos que daba por sentado que el pueblo argentino entregaría todo, arrinconado por el miedo a la represión, al desempleo y a la inestabilidad cambiaria. Pero se equivocaron. Las movilizaciones populares en las ciudades del interior, en el propio Buenos Aires, Gran Buenos Aires y en Provincia, rompieron todo pronóstico. La población porteña, en particular, superó sus propias marcas, saliendo a las calles y llenando la Plaza de Mayo, exigiendo, primero, la renuncia de Cavallo y luego, la del entonces Presidente de la Nación. Pero no se detuvo ahí; en acelerado proceso de politización desde abajo, siguió manifestándose en abierta y creciente condena a todo el sistema político marcado por la corrupción y la compraventa de favores y privilegios. En pocas horas, el pueblo argentino metabolizó años de resistencia militante y la tradujo en bronca colectiva imparable.
Rompiendo todo pronóstico político, la furia popular contenida ‑organizada y autoconvocada‑, confluyó en las calles mezclándose con la fuerza de la espontaneidad colectiva; el contagio fue inmediato y creciente. Irrumpiendo en el escenario político nacional el pueblo experimentaba su poder y volvía a sentirse libre y capaz de definir el rumbo del país; con firmeza, aunque con la fragilidad de su escasa y fragmentada organización y la casi nula orientación político-programática de su accionar, volvía a ser protagonista.
Fueron horas de expansión del espíritu libertario y solidario, del orgullo del renacer desde las ruinas, recordando que se es un ser humano digno con el poder de actuar para conseguir lo que se propone. Y esto resulta trascendente para el presente y el futuro inmediato del campo popular.
Constituyendo un virtual puente de enlace entre el pasado, el presente y el futuro, los estallidos sociales del 19 y el 20 de diciembre último, anudan dos elementos fundamentales que considero importante destacar. Por un lado, señalan la continuidad de la historia de lucha y resistencia del pueblo argentino del 55 hasta ahora ‑para solo rescatar los últimos 50 años‑, delineando una suerte de resultante de un largo proceso de acumulación histórica de fuerzas, de conciencia, de organización y de propuestas, que se desarrolló a través de la movilización de millones de personas por el reclamo de sus derechos, en defensa de la vida, de sus fuentes de trabajo, en contra de la desocupación, en procura de alimentos, en contra de la represión. Lo espontáneo irrumpe como el eslabón articulador‑condensador de un largo período de acumulación de las resistencias y las luchas sociales y, a la vez, vuelve a colocar al pueblo como actor colectivo. Como continuando las jornadas de junio‑julio del 75, los trabajadores y amplios sectores del pueblo se apoderaron masivamente de las calles, avenidas y plazas en todo el país, y dijeron basta al continuismo del modelo socioeconómico expresado en el gobierno nacional. Sin propuestas programáticas elaboradas por parte del pueblo, sin salidas viables desde los sectores vinculados al poder, la situación de “vacío de poder” volvió a flotar en la atmósfera del país. Caprichosa la historia nacional, enseña ‑como toda historia‑, que los pueblos siempre la retoman –aunque en un plano cualitativamente diferente‑ en el lugar donde la dejaron (de protagonizar).
Por otro lado –y simultáneamente con lo anterior‑, dichos sucesos marcan una ruptura de fondo con el tiempo inmediato precedente: con un estilo de construcción y acumulación de poder, conciencia y organización desde lo social popular, con un modo de entender y hacer política, y con el estilo de vida de los sectores medios del pueblo argentino emparentado con el “por algo será”, con el “no te metas”, con el quemeimportismo y la cooptación como alternativas individuales del “sálvese quien pueda” impuesto por la práctica y el pensamiento único del modelo neoliberal.
En gestas que aún resultan difíciles de aquilatar en su justa dimensión, los diversos sectores que componen el pueblo argentino, de conjunto, rompieron todos los pronósticos, incluso los propios. Así ocurrió con los que llevaban ya años de luchas en las calles, y con los que pusieron fin a la confusión que sustentaba sus actitudes permisivas o su indiferencia y ‑simultáneamente con la caída de la venda de sus ojos‑, salieron de sus casas enarbolando la enseña nacional. Munidos de cacerolas, sartenes, espumaderas y cucharas, dijeron basta al Estado de Sitio y al continuismo del modelo encarnado en los gobernantes de turno. Se ponía fin a más de 25 años de acorralamiento en lo individual impuesto por las diversas tramas y subtramas del terror instrumentalizado desde el Estado.
Politizado a la velocidad de una centrífuga, el pueblo en las calles exigió (y exige) el fin de una práctica política corrupta y vendepatria a la que, sin pudor, algunos llamaban (y llaman) democracia. Sus demandas democráticas significan una quiebra radical con las actuales democracias de mercado dependiente que, en nuestras latitudes, son el vehículo de los poderosos para consumar el aniquilamiento de las soberanías nacionales y la entrega del patrimonio nacional de cada país a la voracidad del capital transnacional, con la complicidad de sus interlocutores locales cuyos bolsillos engordan con las “comisiones” obtenidas a cambio de tales “favores”. A través de asambleas en los barrios, desarrollando la participación directa de los integrantes de las organizaciones piqueteras, sindicales de nuevo tipo, sectoriales, y sociales de variado carácter, el pueblo movilizado impone y reclama otra democracia y forma de representación política, con participación directa, desde abajo, horizontal y sin exclusiones.”[65]
Sin embargo, las lecturas sobre lo acontecido y sus perspectivas en la coyuntura actual realizadas por las diversas organizaciones políticas y sociales distan mucho de ser homogéneas, es más podría decirse que –en el caso de los piqueteros‑, con ellas se incorporó un nuevo elemento de a‑sintonía en el debate en curso, de por sí ya bastante intrincado.
Para algunas organizaciones, como el Polo Obrero, el MTL, Barrios de Pie, y otras, este es un divisor de aguas entre combativos y conciliadores, aunque hoy, con la sobre-aceleración del proceso de desestructuración del país, estas diferencias no constituyen un impedimento infranqueable para la unidad, que todos perfilan como un componente finalmente imprescindible. “En cualquier momento vamos a estar en una trinchera común, ante la devastadora ofensiva de la clase capitalista, con todas las organizaciones aun con aquellas que se dieron una estrategia de no confrontación con el gobierno.”[66]

Formación del Bloque Piquetero Nacional

Sobre la base de reclamos acerca de la presencia y el protagonismo de unos y otros en las jornadas de Plaza de Mayo de diciembre del 2001, algunas organizaciones piqueteras dieron por concluidas su posibilidades de convivencia con la FTV o la CCC en los marcos de las asambleas piqueteras hasta ahora realizadas. Tanto el MTL como el Polo Obrero, por ejemplo, reclamaron la realización de una tercera asamblea piquetera nacional, que según señalan se había planteado en el congreso de septiembre para realizarla en el mes de octubre del 2001, luego de las elecciones. Pero “...no se realizó en octubre, no se realizó en noviembre, no se realizó en diciembre”; no hubo un ámbito donde discutir los sucesos. Así, en febrero de 2002, tanto la dilatación (o imposibilidad) de la convocatoria a una tercera asamblea piquetera, como la acumulación de discrepancias entre las posiciones de los distintos referentes, abonaron el camino para la formación de un nuevo nucleamiento piquetero denominado Bloque Piquetero Nacional (BPN).
Este Bloque Piquetero Nacional reúne a organizaciones que tienen una mayor coincidencia política[67] acerca del accionar piquetero: Polo Obrero, Movimiento Territorial Liberación, Coordinadora de Unidad Barrial Argentina, Movimiento “Teresa Rodríguez”, Frente de Trabajadores Combativos. Tiene una conducción integrada por un representante de cada organización: Néstor Pitrola (Polo Obrero), “Beto” Ibarra (Movimiento Territorial Liberación), Oscar Kuperman (Coordinadora de Unidad Barrial), Roberto Martino (Movimiento “Teresa Rodríguez”), Ernesto (Frente de Trabajadores Combativos).
Entre sus planteamientos principales se encuentran:[68] No dar tregua al gobierno. La impugnación del actual proceso electoral: “...que se vayan todos ya; por un segundo argentinazo.” Expropiación de las empresas vaciadas para ponerlas bajo control obrero. Reapertura de fábricas cerradas para ponerlas a andar bajo el control de los trabajadores. No pago de la deuda externa. Luchar por las reivindicaciones en lo barrial, con un norte político de salida a la crisis. Unidad de los trabajadores ocupados y desocupados. La transformación social y con ella la transformación económica y política que necesita el país.
Además del Bloque Piquetero Nacional se ha ido conformado –simultáneamente‑, lo que podría constituir un tercer grupo de piqueteros, encabezado por la Coordinadora de Trabajadores Desocupados “Aníbal Verón”, con la concurrencia de la organización barrial Barrios de Pie, del Movimiento Independiente de Jubilados y Desocupados, que lidera Castells, el Movimiento “Teresa Vive”, el Movimiento Sin Trabajo, entre otros. El otro grupo estaría integrado por las organizaciones CCC y FTV, y tendría su base territorial principal, en este caso, en La Matanza con presencia en determinados puntos del país.
Interactuando en la maleza de incomprensiones mutuas, se construyen las distintas lecturas que cada uno de estos agrupamientos piqueteros ‑y las organizaciones individualmente‑, realizan acerca de la coyuntura actual y lo que –a juicio de cada cuál‑ habría que hacer para enfrentar la crisis que vive el país. En síntesis, puede decirse que –al respecto‑, se ha planteado una disyuntiva en dos aspectos. Uno, acerca de la pertinencia de la negociación o no con sectores gubernamentales en aras de conseguir determinados objetivos: están los que rechazan todo tipo de negociación por considerarla un camino de colaboración directa o indirecta con el gobierno, y aquellos que –como la FTV y la CCC‑, sostienen que la negociación es parte de la lucha, una vía de enfrentamiento y construcción que se conjuga en la concreción de determinados objetivos para, a partir de allí, seguir avanzando y luchando. “Lo que no se puede hacer es traicionar –puntualiza D’elía‑, pero la negociación es parte del proceso de lucha.”[69]
Con simétrica justeza, pueden entenderse las observaciones del representante del MTL cuando precisa: “Nosotros creemos que no hay lugar para tregua, creemos en un gobierno de los trabajadores y del pueblo. Estas son diferencias abismales con estas corrientes que le han dado tregua. Nosotros no le dimos tregua aún cuando nos han dado satisfacciones a algunos de los reclamos porque sabemos que estas son soluciones pasajeras, los planes de jefas y jefes que han abierto ventanillas para el Bloque Piquetero Nacional son solamente un paliativo insignificante que no alcanza ni para la primera semana del cobro de estos compañeros. Aspiramos a la liberación de la clase.”[70]

Miradas largas aprisionadas en pequeños e intrascendentes detalles

Todos llevan algo de razón, es lo más probable, sin embargo el debate se encuentra como congelado. En primer lugar, porque como he podido constatar conversando con representantes de las distintas organizaciones, ninguna se asume a sí misma como responsable de lo que (el o) los otros le adjudican. Y quizá lo más probable es que así sea, que el camino de las incomprensiones esté más abonado por apariencias y prejuicios políticos y culturales de uno y otro sector que por hechos o tendencias concretas. Pero para saberlo, para avanzar en esclarecer dichos y entredichos, sería necesario dialogar, establecer –además de acuerdos puntuales de acciones conjuntas‑, espacios de intercambio de puntos de vista, ideas y modos de asumir la resistencia, la lucha y la construcción. Sería esta una puerta importante de abrir para buscar –y encontrar‑ los eslabones capaces de articular uno y otro punto de vista y metodologías, en vez de antagonizarlas y oponerlas como incompatibles. Sería un importante paso a la unidad de actores sociopolíticos heterogéneos que supone la concreción de ámbitos, propuestas y formas de organización y actuación plurales, hacia la conformación de una nueva identidad colectiva común.
Esto demanda, en segundo lugar, desechar actitudes sectarias aún muy presentes en las concepciones y prácticas, sobre todo del movimiento político de la izquierda argentina, y ‑aunque en menor grado‑ en el ámbito de las organizaciones sociales. El énfasis acusatorio de unos a otros, las discrepancias acerca de los sucesos ocurridos y por ocurrir, fueron la justificación esta vez para dar paso a la descalificación política de unos y otros. Quizá –teniendo en cuenta la historia nacional‑ sea éste un proceso necesario de diferenciación, para luego replantearse ‑con identidades consolidadas cada uno‑, el camino de la reconstrucción de la unidad.
Si la unidad del campo popular es la principal herramienta –escudo y lanza‑ de lucha y poder frente al enemigo local y externo, construirla es entonces su principal desafío, el sectarismo su principal obstáculo, y la fragmentación el peor engendro de su frustración y, por tanto, su mayor debilidad. Con unidad y amplitud como decisión inquebrantable, las fuerzas populares podrán sortear las dificultades organizativas, programáticas y políticas; se abrirá paso el hilo conductor del futuro del pueblo a imagen y semejanza de lo que ese propio pueblo sea capaz de crear, con imaginación, fuerza y convicciones profundas en que es posible otro país si se construye entre todos, con todos y para el bien de todos.¨






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[1]. La mayor parte de las familias que ocuparon tierras son del propio Partido de La Matanza (73%), del resto del gran Buenos Aires procedía un 11%, de Capital Federal un 14%, del interior del país un 1% y del exterior un 1%. De manera que estamos frente a un fenómeno intra urbano. El factor desencadenante de la primera toma por las 200 familias que fundaron El Tambo, fueron las inundaciones de 1985, pero un estudio posterior ofreció información acerca de las motivaciones de los ocupantes entre las que destacan, en primer término, “tener un lugar propio” (42%), “el alquiler” (27), “el hacinamiento familiar” (14), luego “razones familiares” (10) y recién, con un 4% las inundaciones y, finalmente, los “inmigrantes”. Merklen Denis, Op. Cit., p.112.
[2]. La organización Barrios de Pie y el MTL, integraron la FTV en su fase inicial, luego ‑en distintos momentos‑, ambas emprendieron un camino de desarrollo por fuera de la FTV.
[3]. D’Elía, Luis, tomado de Tiempos de Herejías, de mi autoría, Pasado y Presente XXI, Santo Domingo, 1999, p. 53.
[4]. Idem, p. 52.
[5]. D’Elía, Luis, entrevista. Op. Cit.
[6]. Espinoza, Adriana, delegada del asentamiento Costa Esperanza. Entrevista realizada por mí, febrero de 2002.
[7]. Mendibil, Víctor, Secretario General de la Asociación Judicial Bonaerense, Secretario Gremial de la CTA y miembro de su Mesa Nacional. Entrevista realizada por mí, en Buenos Aires, febrero de 2002.
[8]. Federico, Secretario General de CTA La Matanza. Entrevista realizada por Mónica Ghirelli.
[9]. Los sucesos del 19 y 20 de diciembre actuaron en el movimiento social y político argentino como una suerte de divisor de aguas, en torno a ello se tensionaron posiciones y relaciones, se acentuaron diferencias pre-existentes y –al poco tiempo‑, la división se hizo presente en distintos ámbitos, entre ellos, en el naciente movimiento piquetero.
[10]. Federico, Idem.
[11]. Es notorio que entre aquellos que proceden del movimiento obrero en su proceso “natural” de desplazamiento del mundo del trabajo productivo, el componente negociador está muy presente, indudablemente por el peso de la cultura sindical, mientras que en las organizaciones cuyo origen es ideológico o responden a la voluntad político‑partidario de izquierda, tienden a tener un discurso político más elaborado, de llamado discursivo a la ruptura con el sistema en todo momento, sin diálogo, sin alternativas. Será la vida misma, la intervención directa en los procesos de luchas sociales la que irá mostrando a unos y otros los componentes de verdad que uno y otro camino contienen, y la riqueza –en los resultados concretos, en la conciencia‑, que resulta de la conjugación equilibrada de diálogo y confrontación, siempre que se hagan sobre la base de la participación plena de sus membresías y de la población que en ellos se representa.
[12]. Alderete, Juan Carlos, entrevista, Op. Cit.
[13]. Alderete, Juan Carlos, y Gómez Arnoldo, Op. Cit., p.23 (Negritas en el original).
[14]. Federico, Op. Cit.
[15]. Tomado de: Claves para una nueva estrategia, construcción del poder desde abajo, de mi autoría, Edición Pasado y Presente XXI, Santo Domingo, 2000, exordio.
[16]. Esto era globalmente así hasta febrero de 2002, cuando –como se señaló‑ se produjo una fractura orgánica entre los piqueteros. Los requerimientos de unidad siguen estando presentes en cada sector, pero falta madurar en la conciencia de que unidad no es uniformidad sino articulación de diversidad. Unidad en la diversidad es la consigna y el camino.
[17]. Marcha realizada el día 28 de enero último por los piqueteros de La Matanza en coordinación con asambleas barriales de los barrios de Liniers, Flores, Caballito, etc, de la Capital, y con la participación de sindicatos adheridos a la Central de Trabajadores Argentinos y la conducción de la propia central. La consigna más sonada decía: “¡Piquete y cacerola, la lucha es una sola!”
[18]. Claudia, referente del barrio “Ciudad Evita”, FTV de La Matanza. Entrevista realizada por mí, Buenos Aires, febrero de 2002.
[19]. Sánchez, Carlos, Miembro de la coordinación de barrios de La Matanza de la FTV. Entrevista realizada por mí, febrero de 2002.
[20]. Rauber, Isabel, “Los piqueteros, ¿el nuevo sujeto?”, Artículo publicado en revista KOEYÚ Latinoamericano, No. 83, Caracas, Julio‑Septiembre de 2001, p. 19.
[21]. Apuntes sobre nuestra estrategia, Documento para el debate No. 1, Central de los Trabajadores Argentinos, Buenos Aires, 2002, p. 9. (Negritas y cursivas en el original)
[22]. Idem, p. 46.
[23]. D’elía, Luis, Tiempos de herejías, Op. Cit., p. 96.
[24]. Sánchez, Carlos, entrevista. Op. Cit.
[25]. Yasky, Hugo, tomado de Agencia CTA, 16 de agosto de 2002, edición digital.
[26]. Fundada a mediados de 2001, mediante la reunión de diversas organizaciones pequeñas con asiento de determinados territorios de diversos puntos del país, y a instancias del Partido Comunista Argentino. En poco tiempo esta organización se transformó en la expresión de la política de dicho partido en el ámbito barrial y de desocupados. En virtud de ello, sería difícil su permanencia en el interior de le FTV, organización de carácter territorial no partidario.         
En tal sentido podrían entenderse las palabras de Alberto “Beto” Ibarra, referente del MTL y uno de los representantes del Bloque Piquetero Nacional: “Quiero rescatar la aparición de desocupados diferentes a otros, no como un desprendimiento, sino como un espacio que se diferencia a partir de una construcción política no solo guiada por planes sociales y asistenciales, sino como un movimiento que lucha por el trabajo genuino y que tiene objetivos claros: reestatizar empresas privatizadas que fueron rematadas y de las que se nutrió el movimiento de desocupados, ex trabajadores del Estado cuyas indemnizaciones fueron consumidas por la política económica. Somos anticapitalistas.” [Revista En Marcha, No. 25, La Plata, abril de 2002, p. 4.]

[27]. Orientada por la Corriente Patria Libre ‑organización política de izquierda que se propone la construcción de un movimiento nacional y popular‑, la organización territorial Barrios de Pie se funda en el cruce de los años 2001‑2002. En sus comienzos integra la FTV, primero como “CTA de los Barrios”, y luego como Agrupación Primero de Mayo, pero ello no evidenció nunca una real convergencia en la metodología de construcción y crecimiento entre ambas organizaciones. Quizá donde ello resulta más visible es en las consideraciones del desde dónde construir, con quiénes y cómo.      
Solo las nuevas prácticas irán transformando –en estos como en todos los casos‑ los hábitos adquiridos por prácticas anteriores, mediante el desarrollo de procesos colectivos de creación‑apropiación‑incorporación de las nuevas formas de su creación.      
Son las nuevas prácticas las que van formando las nuevas culturas. Entre tanto se vive un proceso de transición lleno de las incertidumbres que emergen de caminar hacia un mundo que a su vez debe ser creado por uno mismo, por los compañeros, por las organizaciones y el pueblo todo en gigantesca gesta emancipatoria colectiva. Es precisamente esta incertidumbre, la yuxtaposición de situaciones indefinidas que caracterizan toda transición, la que genera los mayores obstáculos al diálogo entre quienes asumen abiertamente el desafío de construir aceptando el “no sé, depende de nosotros”, y aquellos que optan por defender la ‑sensación de‑ seguridad que emerge de pretender saber siempre qué es lo que hay que hacer, cómo, y cuándo.            
Las mayores coincidencias han residido y residen sin duda en los para qué, que resumen los alcances de la convergencia estratégica de todos y dan razón a cualquier posible articulación organizativa futura.

[28]. Agrupación de organizaciones piqueteras constituida los días 16 y 17 de febrero de 2002, tomando distancia de otros sectores –particularmente la CCC y FTV‑, a los que consideran reformistas o conciliadores con los gobernantes de turno. El Bloque está liderado por el Polo Obrero, seguido por el Movimiento Territorial Liberación (MTL), el Movimiento de Trabajadores Desocupados “Teresa Rodríguez”. Inicialmente se acercan a él también, el Movimiento Independiente de Jubilados y Desocupados, la Coordinadora “Aníbal Verón”, y otros.
[29]. Está dirigido por el jubilado Raúl Castells, miembro de la CCC hasta que fue expulsado de la organización. Castells fue detenido en reiteradas oportunidades y enviado a prisión por reclamar alimentos y encabezar protestas sociales.
[30]. Surge en el año 2002 y realiza su primer congreso en diciembre de ese año. Según explica Pitrola, en entrevista concedida para esta investigación: “Es una organización política reivindicativa de trabajadores ocupados y desocupados.” Responde en lo fundamental a la política del Partido Obrero ‑organización política de izquierda de filiación trotskista‑. Tiene su mayor inspiración en los sucesos del sur –Cutral Co y Plaza Huincul‑, y también en los de Salta y Jujuy. Tienen presencia en Tartagal, Salta; en Neuquen; en Caleta Olivia, al norte de Santa Cruz; en Capital y Gran Buenos Aires, en La Matanza, y en otras ciudades del interior. Con una postura que podría entenderse como pendular, el Polo Obrero ha tenido períodos de acercamiento y trabajo común –como, por ejemplo, en los dos primeros congresos piqueteros‑, con las organizaciones piqueteras FTV y CCC. Hacia ellas ha manifestado también su disconformidad, marcando su alejamiento –a veces con abierta hostilidad‑ particularmente, en relación con sus líderes D’elía y Alderete. Actualmente el Polo Obrero puede considerarse el referente principal del Bloque Piquetero Nacional.
[31]. Según información brindada por Oscar Kuperman, dirigente de dicha organización, la CUBa “es una organización social que nace y crece en los barrios del conurbano bonaerense a mediados del año 95. Esta organización, que en principio trabaja en la toma de tierras y la construcción de barrios en La Matanza, luego, por el año 97, comienza a integrarse en el movimiento de desocupados junto a la FTV y la CCC, exigiendo planes productivos, alimentos y trabajo genuino. Está presente en Capital Federal, Provincia de Buenos Aires, Santa Fe, Rosario, Córdoba, Salta, Chaco, Corrientes, Neuquen, Trelew, y Tierra del Fuego.” Actualmente integra el Bloque Piquetero Nacional. [Informe para este estudio enviado por Oscar Kuperman.]
[32]. MTD Solano, MTD Lanús, MTD Almirante Brown, MTD Florencio Varela, MTD Guernica, MTD Quilmes, MTD Esteban Echeverría, MTD José C. Paz, MTD Lugano (Capital Federal), MTD 22 de Julio (localidad de Allén en Río Negro), MTD Darío Santillán (localidad de Cipolleti en Rìo Negro), CTD de La Plata, CTD de Lanús y CTD de Quilmes.
[33]. Entrevista realizada por mí, marzo de 2002.
[34]. D’Elía, Luis, Idem.
[35]. Representantes de un partido político, intendente, gobernador o grupo determinado, puestos a dedo por los de mayor jerarquía de dichas organizaciones, en virtud de amistad o afinidad política. En general, la labor de los punteros es la de “cuadricular” el barrio y tener “bases de apoyo” en cada cuadra, a cuyos miembros brinda favores, apoyo, recursos, etc. ‑y luego los cobra‑. Es la forma clásica de hacer política barrial por parte de los partidos políticos tradicionales, para mantener el control sobre los distintos barrios a la vez que alimentar su política clientelar.
[36]. Cruz, Juan, Op. Cit.
[37]. Entrevista, Idem.
[38]. Borello, Lito, Idem. Los acontecimientos de diciembre de 2001, y el surgimiento de las asambleas populares perecen darle la razón a tamaña apuesta.
[39]. Notas alusivas en Diario Clarín, Buenos Aires, día 27 de junio de 2002.
[40]. El 6 de Julio de 1994 avanzan por las calles de la Capital hacia Plaza de Mayo columnas de pueblo de todo el país: estudiantes, pequeños productores, artistas, trabajadores de la salud, etc., que representan a cientos de organizaciones sindicales de todo el país que no se resignan a los embates del modelo neoliberal y del ajuste. Fue convocada por la CTA –entonces llamada Congreso de los Trabajadores Argentinos‑, en unidad con otras organizaciones sociales, sindicales y políticas, con el objetivo central de recuperar el protagonismo de los trabajadores de todo el país y reconstruir su unidad.
[41]. Sánchez, Carlos, entrevista. Op. Cit.
[42]. Plaza principal, ámbito de grandes acontecimientos libertarios en la historia nacional, ubicada frente a la Casa Rosada (sede del Gobierno Nacional), en el corazón de Buenos Aires.
[43]. Cabrera, Héctor, Secretario General de la CTA de Morón, Provincia de Buenos Aires. Palabras pronunciadas en concentración ante el Hospital Posadas, en un alto en el recorrido de la “Marcha contra el hambre”, convocada por la CTA entre los días 10 y 15 de agosto de 2002, con la participación de la FTV y con el apoyo activo y participante de la CCC. [Testimonio capturado y enviado para esta investigación por Mónica Ghirelli].
[44]. Entrevista realizada para esta investigación por Mónica Ghirelli, colaboradora. Buenos Aires, agosto 2002.
[45]. Núñez, Jorge, piquetero de La Matanza. Entrevista realizada por mí, febrero 2002.
[46]. Ese día en la prensa escrita: Diario Clarín, y Página 12, entre otros, difundieron las fotos donde se evidenciaba que ambos jóvenes eran asesinados a sangre fría por efectivos policiales; también la televisión trasmitió un vídeo que aportaba más pruebas de lo ocurrido.
[47]. Participaron el Polo Obrero, el MTR, el MIJD. El MTL no estaba constituido, pero participaron algunos de sus sectores aunque no de un modo articulado; la organización ahora denominada Barrios de Pie,  venía participando dentro de la FTV aunque –como señalé anteriormente‑ sin estar aún configurada como tal.
[48]. Socolovsky, Yamile, “El movimiento piquetero, resistencia, democracia e identidad política”, Revista En Marcha, No. 21, La Plata, agosto 2001, p. 35.
[49]. Para una mayor profundización sobre este punto puede consultarse el libro Una Historia Silenciada, Op. Cit.
[50]. El objetivo fundamental era el de lograr que tanto los debates como las resoluciones que allí se tomarían se correspondieran con el trabajo y la presencia real de cada uno en los territorios.
[51]. FTV, Desocupados de la CCC, Movimiento “Teresa Rodríguez”, Coordinadora de Trabajadores Desocupados “Anibal Verón”, Polo Obrero, Movimiento Territorial Liberación, Movimiento Teresa Vive, Movimiento Independiente de Jubilados y Desocupados, Barrios de Pie, Movimiento de Mujeres en Lucha, Corriente de Productores Agrarios Chacareros Federados, la CUBa, entre otras.
[52]. Socolovsky, Y, Op. Cit.
[53]. “Para nosotros el movimiento piquetero argentino hoy es la clase obrera en lucha, tanto ocupada como desocupada, que está haciendo un enorme esfuerzo por organizarse y por superar el obstáculo de la burocracia sindical tradicional de los sindicatos argentinos ligados y asimilados al estado.”[Pitrola, Néstor, Op. Cit.]         
“La diferencia nos marca [de la FTV y la CCC] porque nosotros creemos en la necesaria unidad de los trabajadores ocupados y desocupados, por lo tanto las asambleas son comunes. Hoy la convocatoria del bloque piquetero es con ocupados y desocupados.” [Ibarra, Beto, Op. Cit.]        
Los contrasentidos afloran si se tiene en cuenta que tanto la FTV como los desocupados de la CCC, articulan orgánicamente sus propuestas y acciones con organizaciones propias de la clase trabajadora, como lo son la CCC y la CTA, organización que ‑como se expuso‑, plantea la articulación y unidad entre trabajadores ocupados y desocupados como punto de partida para la reconstrucción de la identidad de la clase y de la unidad de todo el pueblo como vehículos de la construcción del poder de los trabajadores y el pueblo.

[54]. Resulta paradójico este discurso cuando se contrasta con la realidad del tránsito supuestamente “libre” de los argentinos que deben pagar peaje cada determinados kilómetros para poder transitar por las autopistas “nacionales”.
[55]. Socolovsky, Y, Op. Cit.
[56]. Entrevista, Op. Cit.
[57]. Ibarra, Op. Cit.
[58]. Cruz D., Juan, Coordinadora de Trabajadores Desocupados “Aníbal Verón”, referente del Movimiento de Trabajadores Desocupados de “Florencio Varela”; entrevista realizada por mi , Buenos Aires, julio de 2002.
[59]. Idem.
[60]. Pitrola, Néstor, máximo referente de la organización piquetera Polo Obrero, entrevista realizada por Mónica Ghirelli para esta investigación.
[61]. Ceballos, Jorge, coordinador de Barrios de Pie, organización barrial. Entrevista realizada por mí; Buenos Aires, julio de 2002.
[62]. Ibarra, Op. Cit.
[63]. Cruz, Juan, Op. Cit.
[64]. Mendibil, Víctor, Idem.
[65]. Tomado del ensayo: “Argentina, hora de unidad popular y de patria”, de Isabel Rauber, publicado en el libro ¿Qué son las asambleas?, Ediciones Continente‑Peña Lillo, Buenos Aires, 2002, pp. 69‑85.
[66]. Pitrola, Néstor, Idem.
[67]. Como señala Oscar Kuperman, de la CUBa, “...el BPN está conformado por cinco organizaciones (...), cada una tiene su forma de definir su política, por lo tanto, para mantener la unidad, se han realizado acuerdos, los que no impiden la independencia política de cada organización...” Respuesta escrita a cuestionario enviado por Mónica Ghirelli para esta investigación.
[68]. Información reunida sobre la base de las entrevistas concedidas por los integrantes de la mesa nacional del Bloque Piquetero Nacional para esta investigación.
[69]. D’elía, Luis, entrevista realizada por mí en julio de 2002.
[70]. Ibarra, Beto, Op. Cit.

[1]. Integrantes de un piquete.
[2]. Aclaro esto porque si bien los piquetes comenzaron ahora como expresión de las luchas de los trabajadores desocupados, se han ido convirtiendo –articulación mediante‑ en instancias de luchas multisectoriales, integrando a los trabajadores ocupados y desocupados en los piquetes, y, simultáneamente, reinstalando –recreada‑ la metodología piquetera en el seno del movimiento obrero.
[3]. Los diccionarios corrientes registran la palabra piquete, entre sus varias acepciones, como grupo de personas. Indagando en diccionarios especializados de sociología, puede encontrarse lo siguiente: “Persona o grupo que, participando en un conflicto obrero‑patronal, trata de cerrar el paso a la salida o a la entrada de los locales del antiguo patrono. El piquete puede recurrir a diversas tácticas activas en la medida en que lo permita la ley, pero su finalidad es perjudicar al patrono trasgresor en su economía y en su reputación.” Diccionario de Sociología, Fondo de Cultura Económica, México, 1987, p. 220. (Negritas de IR).

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