Procesos electorales desnudan horizontes estratégicos diferentes
Los recientes procesos electorales que finalizaron en
Bolivia y Brasil sintetizan las diferentes dimensiones, los alcances estratégicos
y los ejes políticos de las transformaciones sociales en curso en Latinoamérica;
ponen al descubierto sus logros y carencias, sus horizontes y –en virtud de
ello‑, sus desafíos.
Esta posibilidad fue clara a partir del triunfo de Hugo
Chávez en 1998, cuando replanteó a su gobierno como una herramienta política
para construir con el pueblo el sujeto político colectivo capaz buscar nuevos caminos
revolucionarios y construirlos. Desde entonces, y con el impulso que ha
significado para los pueblos del continente el triunfo de los movimientos
sociales encabezados por Evo Morales en Bolivia, se afianza cada vez más la hipótesis
política de que la disputa electoral puede abrir caminos democráticos para la
realización de transformaciones revolucionarias.
Para quienes actualmente ganan elecciones desde posiciones
populares, de izquierda o progresistas, la disyuntiva es clara: Convierten a
sus gobiernos en herramientas políticas para impulsar procesos populares revolucionarios
de cambios raizales, o se limitan a hacer un “buen gobierno” conservador, reciclador
del sistema.
►El camino
revolucionario está marcado por la participación protagónica de los pueblos
La respuesta a esa disyuntiva política y los consiguientes
posicionamientos políticos que de ella se derivan, devienen el parte aguas político del quehacer de los
gobiernos populares latinoamericanos: mantenerse en los cauces fijados por el
poder y cambiar “algo” cuidando que “nada” cambie, o colocarse en la senda de
las revoluciones democrático‑culturales e impulsarlas. Esta opción revolucionaria está marcada por
un factor político clave: la participación protagónica de los
pueblos en el proceso de cambios, es decir, para crear, definir y realizar las
transformaciones en la concepción y el quehacer del Estado, la democracia, el
desarrollo, el buen vivir, la
descolonización, la interculturalidad, la despatriarcalización…
Ciertamente, a pesar de las diferentes opciones políticas
estratégicas, los gobiernos populares convergen hoy al compartir una postura
posneoliberal o antineoliberal, centrada en la recuperación del papel socioeconómico
del Estado en pos de obtener recursos para fomentar la inclusión social,
recuperar índices positivos en la salud y la educación masiva, erradicar la
pobreza extrema, apostar a la integración comercial regional y continental. Estas
convergencias no indican, sin embargo, que los diversos gobiernos estén
abocados a la realización de cambios estructurales orientados a la superación
raizal del capitalismo.
Hacer de los procesos democrático-populares procesos revolucionarios
es una posibilidad directamente articulada con el empeño conjugado entre
movimientos sociopolíticos, partidos de izquierda y gobierno popular para
fortalecer los procesos de construcción
del sujeto político colectivo, impulsando
su participación en la toma de las decisiones políticas que marcan los rumbos
del quehacer estatal y político-social en cada momento, aportando a la
construcción de la conducción colectiva
del proceso revolucionario en cada país.
Va de suyo que cualquier opción de cambio político-social transcurre
hoy dentro del sistema del capital. Sin embargo, unas se abocan a crear las
bases sociales, culturales, políticas y económicas para transitar hacia su superación,
mientras que otras buscan reacomodarse a lo existente para disputar ‑en el
mismo terreno del mercado‑, un lugar de poder desde donde constituirse en el “contrapeso”
del Sur a la tendencia neoliberal global asfixiante. La creación del bloque
BRICS es un claro ejemplo de ello. Este bloque desafía la hegemonía unipolar
del poder del capital imperialista-guerrerista y su voracidad de rapiña, saqueo
y destrucción global y –en la coyuntura global actual‑, resulta un freno a la
locura de muerte que favorece la vida, al igual que el MERCOSUR, la UNASUR, la
CELAC… De conjunto, estos procesos y bloques tienen en el presente un
importante valor como salvaguardas de la vida de los pueblos. No constituyen el
horizontes de las luchas populares, sino su piso, una base de apoyo inicial.
El ALBA, en cambio, se perfila como una apuesta estratégica de
los pueblos orientada a la creación y construcción de un mundo nuevo basado en
el buen vivir y convivir.
En los procesos de participación política los sujetos van
tomando conciencia de la necesidad de continuar sembrando las bases culturales,
sociales y económicas en las que madure y se abra paso su propuesta
revolucionaria encaminada a la superación definitiva de la civilización creada
y controlada por el capital. Para ello se preparan y organizan, buscando
permanentemente impulsar los procesos de cambio más allá de los límites que
fijen los gobiernos de turno.
► Transformar el Estado
En su primera etapa, los gobiernos populares
latinoamericanos retomaron los postulados básicos de Keynes para la elaboración
de su propuesta socio-económica. Esta mirada compartida resultó, en cierta
medida, la base de un formato institucional para la constitución de los bloques
regionales de integración. De ahí que en la mayoría de estos procesos, la apuesta
productiva predominante esté marcada por lo que podría definirse como un
neodesarrollismo de “izquierda”.
Esto en sí mismo no es positivo ni negativo. No cabe pretender
que todo esté previamente definido y clarificado, menos aun cuando a los
gobernantes actuales les ha tocado hacerse cargo de sus países en situaciones
de crisis y fracturas sociales profundas, causadas por el saqueo y la
corruptela neoliberal. Pero es importante tenerlo presente como referencia porque,
¿hacia dónde se encaminan estos gobiernos luego del empeño de los primeros años
buscando poner “en orden” una propuesta integral de gobierno?
Recuperar el papel social del Estado es central, pero ello
es apenas un primer paso en el inmenso océano de las transformaciones sociales.
La mayor y más dura prueba de ello ha sido el socialismo del siglo XX. Mayor
estatización que aquella es difícil de imaginar, sin embargo, no logró resolver
temas medulares como: participación y empoderamiento popular, desalienación,
liberación, plenitud humana… Tal vez fue precisamente por centrar los ejes del
cambio social en el quehacer del Estado y sus funcionarios, por concebir al
Estado como un actor social y no como una herramienta política institucional,
que el proyecto socialista derrapó de sus objetivos estratégicos iniciales y un
grupo de burócratas terminó suplantando el protagonismo popular, anulando al
sujeto revolucionario.
El Estado es apenas una herramienta, medular, pero
herramienta. Puede emplearse con la esperanza de recuperar un “capitalismo de
bienestar”, sin poner en cuestión el contenido y el papel de clase del Estado,
ni las bases jurídicas que configuran su institucionalidad. O puede convertirse –articulado con la participación
popular‑, en un instrumento político para impulsar cambios revolucionarios,
apostando a transformar las bases, el carácter, los contenidos y el papel
social de dicha institución.
Luego de dos o tres períodos de gobierno, el riesgo de caer
en la tentación de conservar lo que se ha logrado es grande, más aun teniendo
en cuenta los enormes desafíos que implica atreverse a “ir por más”,
profundizar los cambios, cuestionar los resortes claves del poder local-global
del capital. Conservar es fundamental, pero no se logrará deteniendo el proceso
de cambios. Detenerse es retroceder y empezar el raudo camino hacia el
declive….
Conservar lo logrado requiere profundizarlo, radicalizarlo,
ampliar el protagonismo de los pueblos en la toma de decisiones, transformar la
institucionalidad del capital reemplazándola por otra que responda a los
intereses populares… No hay otra posibilidad en Latinoamérica, territorio
azotado secularmente por la dependencia, la colonización, la corrupción y el
sometimiento de las élites locales a los designios del poder imperialista.
Recuperar el Estado para el quehacer social es un paso
inicial, pero solo podrá tomar un rumbo revolucionario si se abre a la
participación de los movimientos populares en la toma de decisiones, en la
realización y la fiscalización de las políticas públicas y de todo el proceso
de gestión de lo público, abiéndolo a la pluralidad que imponga su diversidad.
Históricamente contrapuestos Estado y sociedad y,
particularmente, Estado y movimientos sociales populares, hay grandes cambios
que realizar que realizar para abrir el Estado, las políticas públicas y la
gestión de lo público a la participación de los movimientos populares,
indígenas, sindicales, campesinos… para que puedan asumirse colectivamente como
protagonistas con derecho ‑y obligación‑ de participar en la toma de
decisiones. Y ello no se producirá de golpe; requiere tanto de procesos
jurídicos que lo habiliten, como de procesos político-educativos de los
funcionarios públicos y de los movimientos sociales y la ciudadanía popular en
general. En este proceso los sujetos van reconceptualizando las políticas
públicas y la gestión de lo público en función de sus realidades, identidades y
modos de vida, sus cosmovisiones, sabidurías y conocimientos, y –articulado a
ello‑, van definiendo el quehacer y alcance de “lo estatal”.
Apoyar estos procesos está entre las tareas político
revolucionarias de quienes se posicionan como conducción política: no sustituir
al pueblo organizado, sino convocarlo, escucharlo, construir de conjunto,
estimular y contribuir a organizar su protagonismo. Sumar y no restar. Dirigir
no es mandar, sino orientar, coordinar y guiar el proceso, en primer lugar,
aportando con el ejemplo concreto de nuevas prácticas en los lugares de trabajo
y territorios del hábitat cotidianos.
Obviamente, como lo ejemplifican las experiencias concretas
de los procesos políticos latinoamericanos actuales, esto configura un escenario
sociopolítico y cultural contradictorio, sinuoso y complejo que se torna
frecuentemente incomprensible para los propios protagonistas y, tal vez por
ello, “peligroso” para quienes imaginan que los procesos de transformación
social ocurren o deberían ocurrir según establece el “manual de
procedimientos”, por decreto o mágicamente, o protagonizados por ángeles que supuestamente atravesarían
los cismas históricos como quien se desplaza suavemente por un lecho de “pureza
inmaculada”.
¿Se cometen errores? Seguramente, aunque se minimicen,
siempre habrá errores, pero no serán responsabilidad de un grupo de
funcionarios, sino por decisión colectiva de las mayorías participantes,
precisamente una de las garantías fundamentales para minimizarlos. En tal caso,
la reflexión colectiva y el saldo, no conducirán a una derrota frustrante, será
sobre todo aprendizaje y crecimiento colectivos para nuevos emprendimientos
revolucionarios.
►La transición revolucionaria
implica la descolonización y viceversa…
La transformación del Estado y su apertura a la
participación de los pueblos, el reconocimiento de la diversidad de sus identidades
sociales, culturales, de sus cosmovisiones, saberes, sabidurías y modos de vida
diversos… es parte de un inter-articulado proceso revolucionario democrático
intercultural que configura procesos de descolonización, en los que se
proyectan y profundizan los horizontes estratégicos de los gobiernos populares
revolucionarios. Esto se relaciona directamente con la definición de los perfiles
sociopolíticos de lo que hoy podría entenderse como procesos de transición hacia una nueva civilización, superadora del
capitalismo. Y tiene como elemento constitutivo central a la participación
popular; en ella radica la posibilidad revolucionaria de los gobiernos
populares de la región.
En tiempos de disputa de poder como ocurre hoy en Bolivia,
Ecuador, Venezuela… florecen las luchas de pueblos y comunidades indígenas, de
campesinos/as y diversos sectores sociales por participar plenamente de la
democracia, ampliándola, es decir, luchando por extender la igualdad y la libertad a sus relaciones sociales, económicas,
culturales y políticas. Esto es parte de las luchas políticas y culturales de
los pueblos encaminadas a la transformación
raizal de la democracia, rompiendo el paradigma neoliberal que considera a
la democracia (y el Estado) como un terreno carente de conflictos, un ámbito neutral de competencia de
intereses
Poniendo fin a las relaciones de poder instauradas por la
democracia excluyente y elitista del capital, los pueblos construyen desde
abajo otra democracia, un nuevo poder (popular), un nuevo Estado para el Buen
Vivir y Convivir, otra hegemonía: la de los pueblos.
La construcción de hegemonía popular requiere de un tipo de
organización y conducción políticas que articule protagonismo y conciencia
colectivos como sustrato del poder popular, basado en la solidaridad y el
encuentro, en el reconocimiento y la aceptación de las diferencias sin
pretender su eliminación, entendiéndolas como riquezas y no como “defecto”.
Esta lógica no puede basarse en la antagonización ‑y exclusión‑ de lo
diferente, sino en la complementariedad, en la búsqueda de espacios donde la
diversidad sea cada vez más naturalmente incorporada ‑aunque con conflictos y
debates‑, propiciando el trabajo
interarticulado, intercultural, de lo diverso.
Se trata de revitalizar una concepción de la política que,
anclada en los sujetos del cambio, ponga la batalla por la hegemonía en el
corazón de la disputa colectiva por el poder popular a crear y construir. Esto
supone recuperar la política y lo político como eje del central del quehacer de
los gobiernos revolucionarios anudado con lo social, lo cultural y económico e
implica dar un vuelco a la representación política tradicional enquistada en
los partidos, incluyendo a los de la izquierda.
No se trata entonces solo de convocar para escuchar, sino también
de generar ámbitos donde los diversos actores puedan crear, proponer, decidir y
ser parte del proceso de realización, reapropiándose de sus experiencias en un
proceso que contribuirá al empoderamiento colectivo. Es aquí donde la eficacia, la participación y la democracia,
se entroncan con la descolonización y
la interculturalidad en una interrelación compleja, sin
indicios de simplificación y perfilan los actuales procesos de transición hacia el nuevo mundo que
tienen lugar en tierras indo-afro-latinoamericanas. En ellos destaca el
protagonismo de sectores históricamente discriminados y marginados, hoy
(auto)reivindicados como ciudadanos de pleno derecho.
--Se ponen en cuestión
saberes y poderes
Interculturalidad y descolonización llaman a dejar atrás el
eurocentrismo negador de los pueblos indígenas, afrodescendientes, mestizos, a dejar
atrás todo tipo de discriminación, a pensarse todos y todas como sujetos-ciudadanos con plenos derechos y
capacidades. Llaman también a abrir espacios políticos a las mujeres con sus
pensamientos despatriarcalizadores, y a promover la participación plena de todos/as
los marginados/as o excluidos/as acorde con sus capacidades, sus identidades
culturales, sexuales, etc. En resumen, se trata de abrir el ámbito de “lo
político” al terreno intercultural para reconfigurarlo desde este lugar,
reclamando una mirada colectiva que dé cuenta de los disímiles intereses de los
diversos actores y sectores que conforman el llamado “campo popular”.
Esto supone hacerse cargo también de las diferencias y
pugnas de poder que tienen y tendrán lugar entre los diversos sectores del
campo popular, en proceso de ruptura y superación de la hegemonía de la
colonización. Teniendo en cuenta que la conquista y colonización de América ‑genocidio
mediante‑, implantó el capitalismo en estas tierras, los actuales procesos de
descolonización comprenden todo el período histórico, desde tiempos de la
llegada del capitalismo a nuestras tierras de la mano de la conquista y
colonización hasta la liberación del jugo del capital en lo económico-social y
cultural, en el modo de vida, de percepción, de conocimiento, de
interrelacionamiento humano y con la naturaleza.
Por ello, interculturalidad y descolonización constituyen
pilares claves promotores de la nueva civilización, anclados en la equidad, la
solidaridad y la búsqueda de armonía en la convivencia humana y con la
naturaleza y, todo ello, sustentado en un nuevo modo de producción y
reproducción social, cuyo ciclo garantice la reproducción de la vida humana y
de la naturaleza.
► Aprender de las
prácticas emancipatorias de los pueblos
La construcción de un nuevo mundo implica crear colectivamente una nueva
racionalidad del metabolismo social. En tanto se trata de transitar procesos
inéditos la participación de los
actores sociales resulta una de las claves sociopolíticas y culturales
fundamentales de los actuales procesos revolucionarios.
En este empeño, la creación cotidiana de los pueblos es
clave. Por ello, entre las labores revolucionarias de intelectuales “orgánicos”
comprometidos, está la recuperación crítica de las experiencias concretas de
los movimientos indígenas, de trabajadores, de mujeres, de pobladores, de los
sin tierra, etc., para reflexionar –en conjunto‑, acerca de las enseñanzas de
lo que colectivamente van creando y construyendo.
La investigación acción participativa, articulada con
procesos de educación popular, desempeñan en ello un papel fundamental,
particularmente, en lo que hace a la recuperación y sistematización de las
experiencias locales de los pueblos, donde germina lo nuevo, aunque
fragmentado, o balbuciente.
--Una nueva
mentalidad, un cambio cultural, epistemológico y político, se impone
Esto habla de la importancia actual que reviste para las
ciencias sociales romper con la tradicional mirada “cientista” acerca de los
estudios sociales, sus dinámicas y problemáticas. Se trata, en síntesis, de
asumir el camino de la ruptura
epistemológica con el viejo “saber hacer” y “saber pensar”, para
reconstruir una nueva epistemología, desde los pueblos, con los pueblos,
construyendo integral e interculturalmente nuevos saberes (colectivos) con los
sujetos.
►Hacerse cargo de la
batalla ideológica cultural
--Que no te “cuenten”
los adversarios cómo creas y construyes lo nuevo
Si los procesos de revolución sociopolítica, democrática y
cultural no son recuperados por los pueblos ‑sus creadores y protagonistas‑, el
recuento y la síntesis la hará el adversario político, con la intencional cuota
de tergiversación ideológica de la realidad a la que está acostumbrado para
mantener su hegemonía y dominación. A través de libros de textos, de los medios
de comunicación masiva y de las redes sociales, nos re-contarán nuestra
historia como si fuera ajena, llena de errores y desvaríos, pues harán el
recuento a partir de sus parámetros culturales y sus intereses económicos y
políticos. Este es, de última, el derrotero “subfluvial” del debate civilizatorio
en curso. Llama a asumir con centralidad el proceso de descolonización o –caso
contrario-, someterse a la continuidad de la colonización de las mentes y la
espiritualidad, para someter a los cuerpos.
La educación política, la batalla cultural en los medios de
comunicación masiva, en las escuelas, en las comunidades, en las organizaciones
sociales y políticas, son parte de la permanente toma de conciencia del proceso
de creación colectiva del nuevo mundo. Y resultan entre las claves de la
construcción del poder popular desde
abajo.
►Construir la fuerza
sociopolítica de liberación
El desafío civilizatorio supone un debate y una pulseada
permanentes con el poder. Y ello no es una “tarea” de vanguardias, no es una cuestión
de partidos políticos… Se trata del quehacer permanente del sujeto político colectivo del cambio:
partidos políticos de izquierda, movimientos sociales populares, pueblos todos,
reunidos, articulados intercultural y horizontalmente en una fuerza
sociopolítica de liberación capaz de traccionar los procesos de cambio hacia
mayores transformaciones, confluyendo en un gran proceso de cambios raizales donde
irán superando desde la raíz –y desde su interior‑, el sistema del capital, su
modo de producción y reproducción sobre el que se erige todo el sistema de
relaciones sociales, culturales, económicas y políticas y jurídicas y las
instituciones que lo representan, sostienen y perpetúan.
Este desafío resulta central en procesos como el que tiene
lugar en Brasil, donde el impulso revolucionario supone un viraje hacia el
protagonismo político social popular. Está presente también, aunque con otras
intensidades, en procesos como los de Bolivia y Venezuela cuyos gobernantes están
empeñados en profundizar el camino revolucionario iniciado, ampliando la
participación popular, los procesos de descolonización, los diálogos
interculturales y las búsquedas de un nuevo modo de producción de que abra las
puertas de la humanidad a un nuevo tipo de desarrollo basado en el buen vivir y convivir entre nosotros y
con la naturaleza.
En Brasil, el gobierno de Dilma se vio prácticamente
arrinconado por un posible retorno a la era de la plena hegemonía neoliberal, y
ello no ha sido solo por los embates mediáticos (externos) de sus adversarios, sino
el resultado de concepciones políticas propias, que llevaron al PT a gobernar a
través de acuerdos parlamentarios en bloques, a no escuchar a los movimientos
sociales y sus históricos reclamos, como, por ejemplo, la reforma agraria, a
desoír el reclamo de los jóvenes y sus movimientos en las grandes ciudades,
cuyas protestas se pretendió estigmatizar y reducir tras el calificativo de
“clases medias” disconformes y opuestas a un pueblo supuestamente contento y conforme con la Bolsa Familia…
Hace tiempo ya, el PT pudo haber abanderado la construcción
de un foro de encuentro y articulación entre partidos de izquierda y
movimientos sociales ‑en Brasil y en el continente‑, abriendo cauces a una nueva
política.
Silenciado el Foro Social Mundial por los apetitos hegemonistas
internos, y con un Foro de Sao Paulo tercamente encriptado en su arcaico sectarismo
político, la fuerza política de los de abajo se expresa donde se abren cauces para
ello. Así, movimientos sociales históricos de Nuestra América con la presencia
de Evo Morales, no dudaron en estar presentes en Roma, en la convocatoria del
Papa Francisco a los movimientos sociales, para discutir ejes centrales de
acciones globales encaminadas a la defensa de la vida.
--Hoy como ayer, ser
de izquierda no es sinónimo de ser revolucionario
Se puede ser “la izquierda” del sistema capitalista y
gobernar para reflotarlo. Pero como lo ejemplifican Bolivia y Venezuela, se
puede optar por otro carril, y en vez de intentar hacer “buena letra” con los
poderosos de siempre, impulsar articulada y mancomunadamente con los movimiento
sociales y los pueblos todos, procesos revolucionarios de cambios sociales, abonando
el camino de las revoluciones democráticas culturales que se profundizan con la participación cada vez más protagónica de
los pueblos que ‑en tales procesos‑, tendrán la oportunidad para autoconstituirse
en sujeto político del proceso revolucionario, creando y construyendo día a día
avances de la civilización superadora del capitalismo, constituyéndose en fuerza político-social capaz de
traccionar y conducir los procesos de cambio en revolución permanente.
Apostar a ello está entre las potencialidades políticas revolucionarias
que laten en los procesos abiertos con los gobiernos populares latinoamericanos
desde los movimientos indígenas, los movimientos de trabajadores de la ciudad y
el campo, desde los movimientos de mujeres, de los pobres y excluidos por el
poder del capital. Ampliar espacios para profundizar su participación es impostergable;
el tiempo de hacer “como qué…” se ha agotado.
1 comentario:
Cuando Rauber pone en el título del artículo “…en el ojo de la tormenta” está definiendo una coyuntura actual, que exige a los gobiernos populares de Latinoamérica trascender la época de “reconstrucción”: “recuperar el papel social del Estado es central, pero ello es apenas un primer paso”. Bien sitúa el origen de estos mismos como respuesta a la debacle que generó el neoliberalismo en estas tierras, pero ¿qué se hace después? Este trascender implica dirimir y hacerse cargo de la disyuntiva planteada actualmente: quedarse en simplemente conservar lo conseguido, que llegado un punto es necesariamente retroceder, ya que el capital siempre continua renovándose; o profundizar y llegar a impulsar procesos populares revolucionarios de cambios necesariamente raizales. En este sentido, apunta varias cuestiones.
En primer lugar, es indispensable la apertura a una real participación protagónica de los pueblos, fortaleciendo la construcción del sujeto político colectivo del cambio, ya que sin él, éste no existe o, por lo menos, no permanece en el tiempo. Y estos gobiernos deben apoyar y acompañar estos procesos que vienen realizando los movimientos populares de AL. El sujeto político colectivo es quien debe impulsar los procesos de cambio más allá de los límites que fijen los gobiernos de turno y éstos últimos acompañar, que significa escuchar al pueblo, convocarlo, hacerlo partícipe PROTAGONISTA del proceso de cambio y construir en conjunto, entendiendo al Estado como una herramienta del pueblo y no el depositario del poder. El proceso revolucionario no es tarea para las vanguardias.
Claro que la relación Estado-Pueblo o los conflictos sociales es compleja e inútil sería negarlo, por eso Rauber habla de proceso y específicamente lo define como proceso inter-articulado revolucionario democrático intercultural y descolonizador “sustentado en un nuevo modo de producción y reproducción social, cuyo ciclo garantice la reproducción de la vida humana y de la naturaleza”. Es que no se puede hablar de revolución si no incluye a TODOS los oprimidos, sino reconocemos y aceptamos nuestras diferencias enriqueciéndonos de ellas. El sujeto transformador es necesariamente plural.
No podemos, entonces, pensar en un proceso revolucionario sin los conflictos y errores que conlleva (rompiendo, como bien dice la autora, “el paradigma neoliberal que considera a la democracia (y el Estado) como un terreno carente de conflictos”) con lo cual implica además, un análisis crítico, y de conjunto, de la experiencia de las luchas de los pueblos.
Ahora, para la construcción de este sujeto revolucionario, es indispensable hacerse cargo de la batalla ideológica cultural, además de hacerlo por los medios de comunicación y ámbitos culturales, mediante la impulsión de políticas de educación popular que cree el sujeto crítico y transformador y trascender la educación colonial y liberal actual que educa para crear objetos de mercado. Aún si tiene contenido revolucionario, mediante el sistema educativo actual sólo se reproducen los elementos jerárquicos y contenidos filtrados que simplemente se “bajan”.
El objetivo de este artículo es instalar esta disyuntiva actual en los gobiernos populares de América Latina y concluir en la necesidad del empoderamiento del pueblo TODO para generar cambios raizales que profundicen los procesos revolucionarios.
Es tiempo de que los pueblos manden.
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