La globalización cambia de
rostro
La realidad local, regional, continental y global en la que
estamos inmersos, en no pocas ocasiones asombra, sorprende y hasta produce
perplejidad.
A 12 años del “No al ALCA”, se hace evidente que los
derrotados de entonces recompusieron sus fuerzas, actualizaron su estrategia y
volvieron para recuperar los territorios perdidos, según ellos, esta vez “para
siempre”.
Esto responde, por un lado y con marcado énfasis, a cambios
tan rápidos como imperceptibles en su momento, de la organización global del
capital en aras de imponer, garantizar y afianzar su hegemonía económica,
cultural y política en todo el planeta. En esta tarea convergen centralmente,
sectores del gran capital financiero, empresarial, tecnológico, farmacéutico,
de la banca, del complejo militar industrial, y los grandes medios de comunicación
masiva, cuyos dueños o asociados son los sectores de poder mencionados.
Perfeccionando los engranajes de su articulación en aras de
la dominación, el período ilusorio del supuesto “fin de las ideologías” y el
“somos todos amiguitos”, ha trasmutado –quitándose la máscara en un abrir y
cerrar de ojos, a un estado de guerra global. Este disuelve uno a uno los
derechos de la ciudadanía históricamente conquistados y transforma las bases y
el modo de existir de las democracias. Ello no ocurre de modo “gracioso” ni
casual. Responde a un plan muy bien elaborado, basado en la estrategia global
del poder de “guerra preventiva”, la cual, identifica, construye o potencia
nuevos “enemigos”, cuyo combate será la justificación de la implementación de
las transformaciones necesarias en el ámbito jurídico-político de las
democracias para tener el mundo bajo control. Las guerras, el injerencismo de
todo tipo y la desestabilización de gobiernos, la criminalización de toda
resistencia –individual o colectiva a este “nuevo orden” global, serán la
antesala para el accionar de los motores del saqueo, la dominación y hegemonía
del poder del capital sobre el resto de la humanidad. La globalización ha
mutado internamente y muestra su rostro agresivo feroz en la aplicación de su
estrategia de contrarrevolución preventiva global. Para avanzar con
ella, los factores de poder necesitan disfrazar sus intenciones al menos en una
primera etapa, y construir los nichos mentales de su aceptación y
asimilación en todos y cada uno de los habitantes del planeta. ¿Cómo?, las
herramientas principales son los medios de comunicación masiva, las redes
sociales, y los intelectuales afines. Hoy están “engrasados” y actuantes los
mecanismos más potentes de manipulación global (social e individual); son
capaces de subvertir –si lo necesitan, el curso de vida de una sociedad,
modificándolo acorde con las necesidades de intervención de los poderosos, para
que consigan sus objetivos. Factores como la corrupción (por ellos mismos
propiciada), el descontrolado narcotráfico, el crimen organizado, el
terrorismo, la prevención ante las catástrofes naturales, son piezas claves en
ese engranaje complejo de auspicio-justificación del intervencionismo y control
social e individual por parte del poder global a través de sus agentes locales
o en alianza con ellos.
Por otro lado, la perplejidad o desorientación que esta
realidad provoca en algunos ámbitos de la izquierda (partidaria, intelectual o
social) en Latinoamérica, converge con el estallido de los viejos paradigmas
acerca del capitalismo, las revoluciones sociales, el socialismo, los sujetos,
la política… Estos conceptos ahora se evidencia, se quedaron como aletargados
en el siglo XX, respondiendo a la modernidad que los había engendrado, más allá
de la supervivencia del tiempo histórico de la misma. El pensamiento binario,
las miradas lineales, simples y unilaterales acerca de los procesos sociales,
acuñaron un mecanicismo y determinismo que se resistió (y en cierta medida aun
se resiste), a visualizar, reconocer y comprender la complejidad del mundo, es
decir, la yuxtaposición simultánea y entrecruzada de dimensiones diferentes que
(inter)definen los acontecimientos sociales en cada momento, acorde con el
estado de situación de los factores (realidades, procesos, sujetos) de las
dimensiones que se vayan entrecruzando. La dialéctica XXI o “teoría de la
complejidad”, posibilita mirar y entender el mundo en la dimensión en que este
es conocido en este tiempo y en base a cuyo conocimiento se definen acciones
del poder. No es posible continuar de espaldas a ella.
El cambio cultural en el
campo popular, progresista o de izquierdas es inaplazable
El cambio cultural, tantas veces reclamado, se impone. Pero
no es parche; no basta con leer un libro, con visitar un barrio o una
comunidad… Está anclado a nuevas prácticas, a debates con la diversidad de
actores sujetos, sobre todo para escuchar, y a estudios críticos de las
experiencias históricas y recientes de los movimientos sociopolíticos que
hicieron posibles, que gestaron, las coyunturas políticas que posibilitaron la
llegada al gobierno de sectores populares, progresistas o, incluso,
representantes de los propios movimientos populares, indígenas, sindicales,
campesinos, de mujeres… como ha ocurrido, por ejemplo, en el proceso
revolucionario democrático de Bolivia, que abrió cauce a la fundación del
primer Estado Plurinacional de Nuestra América, anclado en un proceso raizal de
revolución democrática en descolonización intercultural.
Pero una cosa es leer recomendaciones, incluso enunciarlas,
y otra asumirlas y desarrollarlas en nuevas prácticas políticas de organización
y convivencia cotidiana en cada actividad en la que se participa. Hace falta
una labor consciente, intencional y simultánea de deconstrucción de viejos
paradigmas que hoy son grandes anteojeras, abrir las entendederas a lo nuevo y
lo que viene coexistiendo y desarrollándose desde abajo: las experiencias
comunitarias de vida e interrelación, las creaciones alternativas económico-productivas
de los pueblos que vienen gestando una nueva civilización, aunque ciertamente,
todavía muy limitadas –entre varias razones, por su estado de fragmentación y
aislamiento.
En tanto la política se desarrolla en base al conflicto
entre fuerzas sociales con intereses diversos, en el que cada una busca dirimir
a su favor las diferencias en los disímiles terrenos en que se enfrentan,
necesariamente, un sector o agrupamiento de sectores, necesita predominar sobre
los otros, dominarlos, ya sea mediante el uso de la fuerza directa (sobre los
cuerpos: represión), o sobre las mentes (hegemonía ideológica, cultural y
política). Estamos en el tiempo del predominio de esta última tendencia. La
interrogante que surge es: ¿Se ha actuado atendiendo a que este factor es la
clave del accionar del adversario político de los pueblos y sus representantes
en este tiempo? La respuesta es “No”. Y los espacios vacíos o abandonados
fueron ocupados por la ideología del poder que sí se ocupó de llenarlos con sus
contenidos y proposiciones engañosas. Ciertamente, es de notar que la irrupción
de los gobiernos populares abrió puertas a cierto acomodamiento y achatamiento
del quehacer de actores políticos y sociales, abonando también una especie de
reflujo del protagonismo de los otrora muy activos movimientos sociales, que se
suma agravando lo anteriormente expresado.
¿Este reflujo o desmovilización demuestra acaso que los
movimientos sociales son efímeros o limitados en su accionar político?
Está claro que los años de gobierno popular promovieron
enormes avances en materia de derechos, justicia social, reconocimiento de
identidades, cosmovisiones, culturas, pueblos… No han sido gobiernos
ineficientes ni acomodados. Sus acciones y transformaciones transformaron, sino
las raíces, las interrelaciones sociales abriendo un tiempo de oportunidades
para todos y todas. Entre ellas pueden destacarse, por ejemplo, la
alfabetización; el programa “Hambre cero”; los bonos de ayuda a la niñez, a las
mujeres, a los ancianos; el acceso a la vivienda, a la salud, a la educación,
de amplios sectores populares, pasos firmes en aras de la igualdad de derechos;
el reconocimiento de la plurinacionalidad de nuestros países; el reconocimiento
pleno de los pueblos indígenas originarios, sus identidades, cosmovisiones,
modos de vida; la revalorización social de las comunidades y el modo de vida y
organización comunitario; la creación de las comunas y consejos comunales; el
desarrollo de formas productivas eco-sustentables; los derechos de los LGTBI;
el fortalecimiento de organizaciones y movimientos sociales… La recuperación
del Estado como instrumento para la redistribución de la riqueza en beneficio
de los sectores populares históricamente excluidos, saqueados y empobrecidos
por las clases dominantes al servicio de la dependencia colonial; los avances
en la articulación regional y continental de los gobiernos populares
progresistas y los pueblos, esto es, en la construcción de alternativas
independientes del yugo colonial económico, político y cultural imperialista,
entre cuyos exponentes están: TELESUR, la CELAC, el ALBA, la UNASUR, los
avances hacia la creación del Banco del Sur y las modificaciones en marcha en
el Mercosur…
Nada de esto sería admitido ni “perdonado” por los
poderosos desplazados del poder político. Hoy, a 12 años del No al ALCA,
retornan vigorizados a través de las diversas modalidades de neogolpismo
democrático-judicial que han elaborado. Con ello buscan, al igual que los
conquistadores de antaño, lograr el aplanamiento social, la exclusión y la
negación de todo derecho; aplastar toda resistencia para que los pueblos con la
cabeza baja y sin atreverse a levantar la vista para mirarlos a los ojos, se
sometan a sus designios y requerimientos. En un mundo donde hay una creciente
población sobrante y cada vez menos recursos naturales para la vida, la
servidumbre y nuevas formas de esclavitud están a la orden del día.
Pero no solo el neogolpismo y los medios de comunicación
masiva son gestores de la situación actual del continente. El presente continental
es parte de la pulseada política con el poder y sus dinámicas contradictorias.
En ellas han influido también –como frenos o limitaciones factores internos del
campo popular. Por ejemplo, el descuido hacia la labor política, el
relegamiento de la participación popular en las políticas públicas, la
subestimación de la construcción de poder popular desde abajo, el abandono o
relegamiento de la formación política, la escasa creación de espacios para el
intercambio, debate y reflexión entre los movimientos sociales y de ellos con
otras fuerzas sociales y políticas populares o de izquierda; el olvido de la
necesidad de buscar canales y contenidos para promover la rearticulación de los
actores sociales y sus subjetividades políticas acorde con las nuevas realidades
sociopolíticas que iban surgiendo en la medida que las iban creando y
construyendo. En esta situación intervinieron, además, otros elementos.
La llegada de los gobiernos populares, en donde ocurrió,
produjo un cambio en la coyuntura sociopolítica. Esto es: las fuerzas sociales
que hasta ayer se articulaban o agrupaban para luchar contra los gobiernos
neoliberales y sus estados, pasaron de pronto, a estar en situación de sintonía
con los representantes del gobierno y el estado. Estas condiciones modificaron
las subjetividades políticas de los diversos actores y disolvieron rápidamente
las bases que hicieron posible hasta ese momento, su articulación y
constitución en actor colectivo. En breve tiempo la fragmentación sectorial
volvió a emerger.
Además, con la asunción de los gobiernos populares parecía
que el “enemigo” se había desdibujado (y para muchos, disuelto), y que el viejo
tiempo de luchas ya no tenía sentido. Había llegado el momento de “cosechar” lo
que se había sembrado con tanto sudor y lágrimas. Esto es: ocupar cargos
políticos o estatales, tener representación parlamentaria, dirigir ministerios,
gobernaciones, municipios, etc. En general, puede decirse que cada sector
social se replegó sobre sí mismo, a lo corporativo, centrado en defender lo que
consideró “le correspondía”. La negociación bilateral con gobernantes se abrió
paso y no pocas veces sin éxito. Tal vez porque ambas partes de la ecuación
buscaban fortalecer sus posiciones.
Por esa vía, el sujeto político colectivo de ayer se fue
(auto) desarticulando y prácticamente desapareció políticamente. La
subjetividad colectiva ya no era tal.
Al modificarse los fundamentos que hicieron posible la
intersubjetividad política anterior constitutiva del sujeto colectivo, pero
mantenerse inalterables las bases (nexos sociales) sobre las cuales se había
articulado, el sentido de su articulación sociopolítica en el nuevo tiempo
(gobiernos populares) se resquebrajó y abrió las puertas a la fragmentación.
Entonces los sujetos se replegaron a lo que sabían hacer: retomar sus prácticas
defensivo sectoriales con el retorno de las disputas intersectoriales o
sectoriales, aisladas del “todo político social” del cual ya no se sentían
co-partícipes.
De conjunto, esto abrió cauces al desarrollo de una tendencia
desmovilizadora de los movimientos. Ya no se trataba de luchar en las calles
por derechos; con la llegada de los gobiernos populares estos ya estaban
aceptados y reconocidos. El énfasis se puso entonces en negociar
espacios de poder. Y así ocurrió. La desmovilización, por asimilación o
descabezamiento de la dirigencia histórica de los grandes movimientos
sindicales, indígenas, campesinos o político-partidarios del campo popular
debido a su colocación en puestos gubernamentales o estatales, departamentales,
provinciales, etc., desplazó gradualmente la anterior capacidad de ofensiva
política. Así, en vez de reconstituirse en fuerza político social de tracción
de los procesos políticos de transformación social en revolución democrática,
las fuerzas sociales y políticas populares pasaron a ser una suerte de asociados
o clientes de nuevo tipo de los gobiernos. La perspectiva crítica
revolucionaria perdía un territorio importante, indispensable, para la diputa
política en ciernes. Disputa que no es solo ni principalmente teórica, sino
ante todo, de resistencia y presión de pueblos organizados y en lucha en las
calles, en las comunidades y en todos los territorios del país.
Desafíos urgentes
Cualquiera que sea la situación actual de los procesos
populares democráticos iniciados hayan finalizado los gobiernos populares o
continúen en el ejercicio de sus funciones y responsabilidades, la arremetida
conservadora imperialista define un presente en el que a las fuerzas populares
y progresistas o de izquierda no les cabe ponerse a buscar responsables ni
culpables de errores, limitaciones o derrotas, sino más bien identificarlos
sean de movimientos sociales o partidos, y ponerse en marcha de conjunto para
precisar las tareas políticas que demanda este tiempo y definir los desafíos
que de ellas se desprendan. Entre ellos, por ejemplo:
A. Revertir/superar
●La ausencia de formación y debates políticos en
movimientos sociales populares y partidos políticos de la izquierda
latinoamericana.
●El tareísmo, que una vez más ocupó todas las
dimensiones del quehacer político-social con lo cual muchas quedaron sin desarrollarse,
en primer término, la dimensión político-ideológica-cultural del cambio,
espacio vacío que fue ocupado y aprovechado por los opositores y sus campañas
mediáticas de manipulación política.
●La separación jerárquica entre lo político y lo social y
su pretendida subordinación a lo político partidario, estatal, gubernamental.
●La desarticulación del sujeto político colectivo.
Es inaplazable atender a la rearticulación del sujeto político colectivo
(socio-político), a partir de nuevas bases.
●La apología abstracta de “la democracia”. La
democracia conquistada parecía ser un espacio social sin ideología en el que
cada quien se podía desenvolver a sus anchas, buscando su bienestar, sin
problemas ni obstáculos. Y así parecía ocurrir hasta que los sectores de
oposición (viejo poder), reacomodados en la nueva situación, se hicieron
políticamente presentes. Entonces la lucha de clases en democracia se hizo
presente de modo evidente a través de las luchas políticas entre oposición y
gobernantes.
●Las anteojeras propias de la mentalidad lineal,
mecanicista, binaria y dogmática propias del siglo pasado, que sobreviven en la
cultura política de amplios sectores, actores e intelectuales, partidos
progresistas o de izquierda del continente.
B. Activarse; romper el cerco político-cultural del poder
y sus tentáculos
●Recuperar/fortalecer la autoestima. Es urgente
recuperar la autoestima, el sentido de la organización social y política,
construir canales entre ambas corrientes de identidad, organización, acción y
pensamiento.
●Reconocer, valorizar y afianzar los logros alcanzados
por los pueblos y sus gobiernos populares/progresistas. No dejarse
arrastrar por la propaganda malintencionada que busca invisibilizar los logros,
inventar o potenciar defectos y machacarlos en aras de borrar la memoria
colectica, criminalizando a referentes políticos populares, acuñando la idea
del fracaso y, con ella, que “no se puede” cambiar la realidad y que, por
tanto, no queda otra que aceptar este mundo tal y como está (naturalización de
la injusticia, la explotación, la exclusión…).
●Salir del círculo de manipulación del poder. Esto
es clave. Dentro de él todo lo del pueblo resulta pecaminoso: la política, los
derechos, la representación y la movilización… La “derrota moral” que los
poderosos asestaron a los gobiernos populares (salientes) ha sido un elemento
determinante para poner fin de tales procesos y también para la legitimación de
los gobiernos que le sucedieron. En ella alimentan su legitimidad y asientan
sus políticas neoliberales de nueva generación. Salir del cerco es indispensable,
o la condena a una interminable defensiva justificatoria será el camino hacia
una fragmentación y debilidad creciente del campo popular.
●Cambiar la mentalidad, romper viejos esquemas que
ya son tabúes: la separación de lo político y lo social, y sus sujetos, sus
identidades y propuestas, sus organizaciones y actividades. Está claro que no
todos son ni representan lo mismo, pero están raizalmente articulados desde el
mismo momento en que responden a una misma realidad social y luchan para
transformarla acorde con los intereses colectivos del pueblo. El desafío, en
este sentido, es articular, no borrar diferenciaciones, ni responsabilidades y
roles, sino articularlos para construir una poderosa fuerza político social
colectiva de liberación (Mészáros).
●Abocarse a la formación política simultáneamente
con el conjunto de actividades políticas del momento. Esto no puede entenderse
como “adoctrinamiento”, sino, ante todo, está anclado a la recuperación y
reflexión crítica de las experiencias populares de creación de poder popular
desde abajo (en lo económico, organizativo-territorial, cultural, social…).
●Promover la participación y los procesos de aprendizaje
políticos de las juventudes.
●Revertir la desmovilización, el quemeimportismo y,
finalmente, impedir la caída de amplios sectores del campo popular (incluyendo
clases medias), en las redes comunicacionales de manipulación masiva,
producidas por la oposición.
●Apelar a la participación protagónica en todas las
dimensiones de la vida social, de todos y cada uno de los actores‑sujetos del
campo popular, promoviendo sus ámbitos de empoderamiento territorial y
comunitario. Poner fin a las prácticas que los relegaron a ser espectadores
del proceso sociopolítico de cambios del que debieron haber sido co-protagonistas.
En este sentido, los sectores político partidarios necesitan un sacudón
político-cultural. Porque la participación no pasa solo por convocar a los
otros/as a sumarse; es también –y tal vez, ante todo, estar donde viven los
pueblos, en las comunidades, comunas, barrios, campos… para compartir, escuchar
y dialogar. Implica también recuperar la cultura asamblearia masiva; recuperar
la fuerza de la relación política persona a persona, casa por casa y en los
lugares de trabajo.
La política está donde está el pueblo en su diversidad;
convocar su protagonismo, contribuir a organizarlo o fortalecerlo si fuese
necesario, es parte de lo que hoy implica promover la participación popular.
A los movimientos sociales, populares, indígenas,
sindicales, juveniles… se les presenta hoy un nuevo escenario en la disputa
social, cultural y político. Y el peso político de su protagonismo se
evidenciará favorablemente si lo asume y desarrolla, o negativamente si queda
vacío.
●Construir o reconstruir el sujeto político, conducción
socio-política colectiva. Esta es una labor que solo puede resultar del
quehacer y la voluntad de los propios actores. ¿Se puede promover o contribuir
a este proceso? Definitivamente sí; todos pueden hacerlo. Por ejemplo,
desarrollando talleres de producción de conocimiento colectivo, para
identificar y poner de manifiesto los puntos clave de entrecruzamiento e
interdependencia de realidades, identidades, problemáticas y actores (con sus
subjetividades), como base para su rearticulación. Esto, siempre acompañando
prácticas de encuentro y diálogo entre todos y con todos, comprendiendo que
ellas constituyen la fuerza pedagógica mayor.
¿Por qué pensar en una conducción política colectiva y no
en “vanguardia”?
Las razones son diversas. Enfatizaré aquí algunas: Por un
lado, porque una conducción colectiva no se asienta en la diferenciación
jerárquica de los sujetos; no hay “adelantados y atrasados”. Quiérase o no, si
hay adelantados o avanzados, hay también rezagados, atrasados; inferiores… No
es que se diga así, pero se expresa en las prácticas políticas; es lo grave. En
vez de aportar al fortalecimiento de la articulación y la unidad, la vanguardia
tiende a buscar su diferenciación y la subordinación de “los demás” a lo que
ella decida; es una resultante inevitable. De ahí que las vanguardias hayan
resultado ser ineficientes, tanto para dirigir procesos colectivos como
gobiernos. Los pueblos no quieren ser “arriados”, sino protagonizar. Y si esto
no lo pueden realizar en el ámbito político al que pertenecen, los adversarios
–que están al tanto, lo aprovechan para mostrarles espejitos prometiéndoles lo
que anhelan, que será, en síntesis, un protagonismo de cinco minutos que
allanará el camino hacia su sometimiento y destrucción.
●Fortalecer la unidad del campo popular. Lo que no
se hizo ayer, ya no se puede modificar. Pero sí se puede hacer hoy lo que al
presente corresponde, tomando conciencia de la actual situación de extremo
peligro para la vida que atraviesa la humanidad. Los movimientos indígenas, sindicales,
campesinos, populares urbanos y del campo, de jóvenes, de mujeres, LGTBI, etc.
son claves en esto pulseada; su rearticulación es indispensable. Pero ello no
ocurrirá como resultado de un discurso ni una conferencia, es vital que sean
estos sujetos, en su diversidad quienes vayan descubriendo las bases de la
articulación y la interdependencia de unos y otros, y con la sociedad y la
organización institucional y su representación política en el quehacer
individual y colectivo. La fragmentación es el abono de todo derrota; la unidad
el mayor antídoto, escudo y lanza. Promover espacios de encuentro, reflexión y
organización en este sentido, es una de las tareas políticas por excelencia en
este tiempo.
Manos a la obra.
Publicado en: La
época Con titulo: "Romper el cerco manipulador del poder externo e
interno"
http://www.la-epoca.com.bo/index.php?opt=front&mod=detalle&id=6418
2017-11-13 16:40:25
1 comentario:
No Brasil, a direita voltou ao poder novamente, e certamente, a população vai se arrepender disso, porque o projeto daqueles que chegaram ao poder vai prejudicar enormemente a maioria da população.
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