A propósito del libro Capital e Ideología
Hace relativamente poco tiempo llegó a nuestro medio el
texto Capital e ideología, con autoría
de Thomas Piketty, muy conocido por su libro El capital en el siglo XXI.
Impresiona un poco cuando uno toma contacto con el volumen
de papel poblado con letras al que deberá enfrentarse si desea conocer sus
reflexiones, análisis, propuestas. Pero si realmente comienza a leerlo al
llegar a casa y no lo pone como adorno en su biblioteca, rápidamente los
temores se desvanecen. Se trata de un libro escrito en un lenguaje sencillo,
llano y muy comprensible para los lectores, sean estos economistas o no. Mi
apreciación es que Piketty no escribe para economistas; se ubica en la sociedad
y a ella le habla, convencido como está que es la ciudadanía global, con su
participación, la única que puede cambiar –para bien‑, el estado de
putrefacción actual del mundo generado por el capitalismo.
La vida, preciado, único e irrepetible don que posee cada
ser humano, se hace humo frente a las exigencias del mercado del capitalismo
neoliberal. Es esta la primera y principal ferocidad irracional del capital que
Piketty critica, analizando la producción ideológica de las justificaciones que
el poder hace para mostrar como supuestamente “inevitable” y “natural” la
existencia de las desigualdades sociales. a lo cual –obviamente‑ se opone.
Como salida positiva a esta situación, digamos, él elabora
una propuesta alternativa que expone en Capital
e ideología: “(…) es posible construir un relato más equilibrado y esbozar
el contorno de un nuevo socialismo participativo para el siglo XXI. Es posible
concebir un nuevo horizonte igualitario de alcance universal, una nueva
ideología de la igualdad, de la propiedad social, de la educación, del
conocimiento y del reparto del poder que sea más optimista con la naturaleza
humana. Esa nueva ideología puede ser más precisa y convincente que los relatos
precedentes, al estar mejor anclada en las lecciones de la historia global.”
[2019: 14]
No recomiendo sacar conclusiones apresuradas de dicho
enunciado. Para comprender su propuesta hay que recorrer los contenidos del
libro. Allí aparecen las aristas que le suman interés y hacen más atrayente su
lectura, particularmente todo lo referido a los mecanismos de producción
ideológica del capital en aras de garantizar la naturalización-aceptación de las desigualdades sociales entre los
seres humanos en cada tiempo histórico. “Toda sociedad humana necesita
justificar sus desigualdades, y esas justificaciones guardan siempre una parte de
verdad y de exageración, de imaginación y de bajeza moral, de idealismo y de egoísmo.
Un régimen desigualitario, tal y como se define en este trabajo de investigación,
se caracteriza por un conjunto de discursos y de mecanismos institucionales que
buscan justificar y estructurar las desigualdades económicas, sociales y políticas
de la sociedad en cuestión. (…) [2019: 13]
“(…) las élites de las distintas sociedades, en cualquier época
y en cualquier lugar, tienden a ‘naturalizar´ las desigualdades; es decir, a
tratar de asociarlas con fundamentos naturales y objetivos, a explicar que las
diferencias sociales son (como debe ser) beneficiosas para los más pobres y
para la sociedad en su conjunto, que en cualquier caso su estructura presente
es la única posible y que no puede ser modificada sin causar inmensas
desgracias.” [2019: 19]
En virtud de ello ‑para evidenciar el desarrollo histórico
de la ideologías de la desigualdad y para expresar que “los cambios son siempre
posibles”‑, el autor nos presenta un profuso panorama de la
producción-justificación ideológica de las desigualdades desde la esclavitud
hasta nuestros días. Y pone en juego dos categorías que considera centrales:
las fronteras y la propiedad. “(…) todo régimen desigualitario, toda ideología
desigualitaria, reposa sobre una teoría de las fronteras y una teoría de la
propiedad.” [2019: 16] Las dimensiones de estas se definen claramente en interacción
con los regímenes políticos de cada tiempo histórico, fogoneados por los
intereses expansionistas del capital. Esto, a su vez, va interdefiniendo los
alcances de cada dimensión y perfilando en función de ello, variaciones claras
en lo que hace a derechos y desigualdades.
En este recorrido histórico pone de manifiesto que las
recurrentes crisis identitarias y desigualitarias han estado siempre vinculadas
con el régimen político imperante en -lo que define como- las sociedades
propietarias. En este sentido emerge el concepto de “régimen desigualitario”,
“(…) que engloba tanto el concepto de régimen político como el régimen de
propiedad (…)” y alrededor del cual se vertebra el estudio. [2019:17]
Dicho esto, Piketty va a
dejar en claro ‑aunque así no lo busque ni exprese directamente‑, que dentro de
los regímenes desigualitarios de
cualquier origen y proyecto, no es posible poner fin a la desigualdad y construir
‑lo que sería‑ un “régimen igualitario”, por ejemplo, según su propuesta, un
socialismo participativo para el siglo XXI. Esto hay que desgranarlo un poco…
Destaca el estudio que hace el autor acerca de cómo se
produce, reproduce y naturaliza ideológicamente la desigualdad, es decir, cómo se
construye la ideología de la desigualdad
que busca –y en cierta medida logra‑, que los propios golpeados por ella
lleguen a asumirse como responsables de esa su situación. “La desigualdad no es
económica o tecnológica, afirma, es ideológica y política.”
Habitualmente se intenta aludir a este aspecto con los
estudios sobre hegemonía, no voy a entrar aquí en debates sobre el tema, pero
quiero subrayar el aporte de Piketty al explorar y exponer históricamente cómo se
genera la ideología de la desigualdad en cada tiempo histórico y político, cuáles
son los pilares que la sostienen en cada momento. Con ello permite enfocar desde
otro ángulo los escenarios de las contiendas sociales, políticas y culturales
por la igualdad y la justicia.
Ciertamente, queda expuesta también allí la ausencia de
intersticios incontestables, aquellos que se configuran mediante la
interrelación, interdefinición, interdependencia e interpenetración existente
entre economía e ideología. Porque si bien es cierto que lo ideológico ocupa un
lugar central en el sostén del régimen
desigualitario a nivel global, concluir que lo ideológico tiene una
autonomía absoluta (“verdadera autonomía”) respecto de lo económico (y de la
propiedad que el mismo considera un factor central de la desigualdad), muestra el
talón de Aquiles de su análisis y,
por tanto, de sus conclusiones. La explicación del sostén y ‑hasta cierto punto‑
creación ideológica de las desigualdades no explica ni se propone
modificar-eliminar la génesis de tales desigualdades.
Pese a ello, develar cómo la ideología ha actuado en el
desarrollo histórico del capital buscando hundir sus tentáculos en el
metabolismo social naturalizando las desigualdades crecientes por múltiples
vías, es el aporte más sobresaliente de Capital
e ideología. Para su autor, es la ideología la que hace al capital y no a
la inversa. Afirmación polémica sin duda, pero no por ello, se resuelve con un
sí o un no. Piketty llama a tomar decididamente en cuenta un aspecto, el ideológico,
generalmente secundarizado por los economistas y por corrientes marxistas que
se construyeron ‑y construyeron‑ una doctrina de pensamiento determinista, absoluta,
mecanicista.
Esto, a su vez, “Significa que hay que tomarse en serio la
diversidad ideológica e institucional de las sociedades humanas y desconfiar de
todos los discursos que buscan banalizar las desigualdades y negar la
existencia de alternativas.” [2019: 25]
En medio de una brutal guerra ideológica por el dominio de
las mentes para naturalizar no solo la desigualdad sino también la ausencia de alternativas,
Piketty sostiene que existen alternativas a este mundo de caos y muerte y,
obviamente, con el desarrollo del estudio avanza sus bases, presupuestos y su forma
de gobierno, cuando afirma que es posible lo que él define como “socialismo
participativo”.
“Echando la vista atrás –explica‑, se constata que siempre
han existido y siempre existirán alternativas. Sea cual sea el estadío de
desarrollo de una sociedad, existen múltiples formas de estructurar un sistema
económico, social y político (…). Siempre existen diversas maneras de organizar
una sociedad y las relaciones de poder y de propiedad que se dan en su seno.”
[2019: 20]
El sistema de propiedad, de justicia y el sistema político
articulados por la ideología y la educación, son pilares claves a atender para argumentar
la propuesta alternativa. En ese empeño Piketty se apoya fundamentalmente en lo
que él considera logros del “socialismo democrático” de Europa occidental en el
siglo XX, socialdemocracia europea para nosotros. Así comienza a aclararse el
horizonte de su socialismo participativo
para el siglo XXI: una versión mejorada del socialismo
democrático del siglo XX, es decir, un agiornamiento
de la socialdemocracia europea con intenciones de universalización.
Esto de por sí no es condenable ni desechable, pero
ciertamente, es notorio como ‑superando las 1100 páginas‑, sus enfoques
comienzan a tomar un cariz crecientemente idílico, al no considerar seriamente los
intereses geopolíticos, geoeconómicos, geoespaciales… de los poderosos que los
llevarán a enfrentar su propuesta. Con educación democrática sobre derechos,
justicia, y participación el reparto económico será posible y el bienestar
social podrá efectivamente superar el régimen desigualitario del capital,
sostiene.
Pero, ¿qué pasa con el capital? ¿Por qué sus personeros se
resignarían a los designios de las mayorías participantes y cederían sus
privilegios y sus ganancias ante quienes han tenido por siglos subordinados y
explotados para extraerles las riquezas? En realidad, la expropiación y
redistribución de la riqueza sería un acto de justicia histórica, una devolución
imprescindible para construir bases sólidas de justicia social. Pero llegado a este
punto el planteo de Piketty queda incompleto, le falta sustento, sustancia… Piensa
al margen de los intereses concretos de las clases y de las relaciones
concretas de poder existentes, como si por llevar razón y ser mayoría, le
dejarán hacer; no es lo que la historia enseña, precisamente.
Un concepto clave de su obra, el del capital, asumido y
comprendido sesgadamente por él, le juega una mala pasada, no solo al finalizar
su estudio sino atravesando todo el desarrollo de sus análisis. El
desconocimiento de los planteamientos y definiciones claves de Marx en El
capital se hace evidente y golpea al lector cuando espera que el autor calce su
análisis con sustentos de fondo, yendo más allá del capital (de Marx). Pero Piketty
considera que el capital es riqueza, y eso condiciona y modifica todas las
lecturas y conclusiones posibles de sus enfoques, concusiones y propuesta.
Al referirse críticamente a los modelos inspiradores de las
democracias de cogestión obrero-empresarial “germánica y nórdica”, señala que
hay –al menos‑ dos caminos que parecen interesantes para ir más allá: “Por una
parte la desconcentración del capital a través de la fiscalidad progresiva, la
dotación de capital y la circulación de bienes (…) puede facilitar que los
empleados adquieran acciones de su empresa y resulten determinantes para
conformar una mayoría (añadiendo los votos que le corresponderían como
accionistas a la mitad que les corresponde como empleados). Por otra parte, las
normas que vinculan las aportaciones de capital y los derechos de voto deben
replantearse. (…) Si alguien invierte todos sus ahorros en un proyecto que le
apasiona, no es absurdo que disponga de más votos que un empleado recién
contratado que quizás incluso se dispone a ahorrar dinero para poner en marcha su
propio proyecto.” [2019: 1153]
“La desconcentración del capital y la limitación de los
derechos de voto de los grandes accionistas son las dos formas más naturales de
ir más allá de la cogestión germánica y nórdica. Hay otras, como las propuestas
recientemente en el Reino Unido, consistentes en que una parte de los
administradores sean elegidos por asambleas mixtas de empleados y accionistas.
Esto permitiría el desarrollo de nuevas formas de deliberación (…). No tendría
ningún sentido zanjar este debate aquí y ahora (…). Lo que es seguro es que
existen diferentes maneras de ir más allá de la cogestión y de superar el capitalismo a través de la
propiedad social y el reparto del poder.” [2019: 1155] [Negritas mías]
Realmente es maravilloso leer esto. Por un lado porque pone
de manifiesto una suerte de revival
de la propuesta socialdemócrata europea de tiempos de la guerra fría cuando
desarrolló estas formas de estado de bienestar para competir con el socialismo
esteeuropeo. Particularmente notorio fue el caso de Alemania, separada solo por
un muro del otro lado del mundo y su contrastante propuesta civilizatoria. Esto
resulta muy llamativo porque ‑como la historia evidenció‑, desaparecido el socialismo
la propuesta de bienestar social capitalista se desmoronó; ya no había a quien
seducir y la famosa cogestión resultó innecesaria para sostener el poder y se
desinfló, si no, veamos la realidad del presente alemán y europeo en general…
Por otro lado, impresiona leer una propuesta supuestamente
superadora del capitalismo que desconozca las previsibles reacciones de clase
de los capitalistas, y proponga o espere que estos renuncien a sus intereses y
a su poder anclado en las sociedades propietarias-desigualitarias por ellos
construidas, en aras de dar paso a la participación de los trabajadores para
repartir ‑mediante votos‑ sus bienes y ganancias en pos de un bienestar social,
ajeno al mundo por ellos diseñados.
Posiblemente prevenido ante lo que podría apreciarse como
una postura cándida, Piketty da un salto y plantea que esta es una vía –no la
única-, para “superar el capitalismo”, no mediante la construcción de otra
sociedad, ni por la toma del poder, sino “a través” de la propiedad social y el
reparto del poder, es decir,
atravesando la sociedad propietaria desigualitaria hacia la “propiedad social”
y el “reparto del poder” mediante procesos participativos anclados a votaciones
y a la descentralización (desmembramiento) del capital.
Esta sería una idea muy cercana al mundo de convivencia con justicia,
equidad y equilibro entre los seres humanos y con la naturaleza, que buscamos y
necesitamos. Pero siendo presentada como resultante de investigaciones que han
buscado los fundamentos en la historia de las sociedades desigualitarias, resulta
increíble que esa sea la propuesta conclusiva; como si la debacle de la
civilización se resolviera con ensayos de formas y vías democráticas para
descentralizar y distribuir el capital, su propiedad y su poder.
Cuando uno llega a este punto basta con levantar la mirada y
atender a cualquier noticiero para comprender que tales propuestas no tienen
nada que ver con la realidad concreta del mundo. En esto, su talón de Aquiles empañó
toda su analítica histórica torciendo el curso de las investigaciones hacia conclusiones
de este tipo, las cuales, reitero, ojala fuesen viables; es lo que más
desearíamos todos: construir una salida de convivencia social colectiva basada
en el reparto de las riquezas, para la equidad y justicia sociales.
La propuesta de Piketty obviamente no pretende eliminar las
desigualdades, sino poner límites a la impúdica diferenciación que existe hoy entre
ricos e indigentes, para dar paso a un mundo
intermedio donde solo existan clases medias, en un abanico de
diferenciación entre la clase media baja hasta la alta, pero sin pobreza ni
exclusiones. Hay que felicitar al autor por su empeño, pero hay que decir también
con toda claridad que cuando su propuesta pasa de lo analítico a transformarse
en política, las debilidades epistemológicas afloran y le juegan la mala pasada
por haber construido todo con autonomía absoluta de lo económico y
consiguientemente, haber considerado, por ejemplo, que el capital –una
categoría central en sus estudios‑, es una suma de dinero o riqueza, desconociendo
que desde Marx está claro que es, ante todo, una relación social (de poder, de
propiedad, de dominio/subordinación), que se constituye sobre la base de poner la
riqueza inicial acumulada en movimiento y crecimiento a partir de la
explotación del trabajo humano, para apropiarse del resultado del trabajo ajeno
que explota y de la mayor parte de tiempo de trabajo invertido en su producción.
Ha pasado más de un siglo desde esta definición profunda y no puede obviarse
porque sí, aunque ciertamente habría que actualizarla, descubriendo y
exponiendo todas las nuevas modalidades de obtención-apropiación de plusvalía
con la que el capital saquea a la humanidad no ya solamente a la clase obrera.
Pero esto no evita la complejidad actual de su existencia,
al contrario, la profundiza: apropiarse del producto del trabajo humano
(físico, intelectual, cultural, espiritual) y del tiempo de trabajo para
producirlo, como fuente inagotable para el incremento de sus ganancias y su expansión.
En consecuencia, pensar que los representantes del capital se sentarán en un
foro y pondrán a disposición de la “sociedad democrática” sus riquezas y su
maquinaria de producción y reproducción de ganancias ‑fuente de su poder‑, para
diluirse en una “propiedad social” renunciando agradablemente a lo que
consideran que es de “su propiedad”, es cuando menos una ingenuidad supina. Y
si lo es para los países “desarrollados”, en estas latitudes resulta una
propuesta casi disparatada. Acá no reparten ni una estampita a la entrada de
una iglesia; no hay derechos para educación, ni salud, ni vivienda, ni a trabajos
con sueldos dignos, ni a las riquezas naturales… todo es derrumbado por los
intereses del capital que es global y por su acción de saqueo y enriquecimiento
que es también global. El endeudamiento y el crédito internacional son también parte
de esos mecanismos de financiamiento espurio a través de los cuales nuestros
pueblos transfieren sus riquezas al capital (maquinaria global de explotación puesta
en función de obtener ganancias del trabajo, los bienes y recursos ajenos, no una
suma de dinero).
A esto hay que agregar que el capital es a la vez ideología,
o mejor dicho el sustrato material de las ideologías: la dominante y la de los
dominados (quienes potencialmente buscarían su liberación), y toda la gama de
producciones ideológicas que surgen y se multiplican interrelacionando ambos
polos de una oposición interconstituida e interdependiente: burguesía y
proletariado ‑para expresarlo con categorías históricas ampliamente reconocidas‑,
a sabiendas de que ellas señalan actualmente un profuso cuerpo social muy
diverso en cada campo.
La supuesta autonomía absoluta entre ideología y economía, condición
definida por Piketty desde el inicio de su obra, emerge con fuerza como
limitación en su elaboración de las conclusiones que sustentan la alternativa,
con gran anclaje en lo ideológico, cultural‑educativo y político, y débil
sustento en los económico, particularmente, en los intereses de clase
(propiedad, poder político y geopolítico, poder judicial, medios de producción
que hoy son cada vez más recursos para la vida).
En resumen, la propuesta de Piketty no va más allá de un
intento de remozar la socialdemocracia europea, inyectándole participación
ciudadana en todos los órdenes de la vida social, política, económica y
cultural. Esto no invalida la importancia de sus análisis en lo referente al
desbrozamiento de los mecanismos de dominación del capital (y la autosubordinación
de los trabajadores) mediante la producción‑irradiación de la ideología de la
desigualdad para el sostén y reproducción de las sociedades propietarias‑desigualitarias
y los mecanismos ideológicos desarrollados históricamente para su
naturalización, conjugados con el sistema político, jurídico, económico…
Sin embargo, respecto a Indo-afro-latinoamérica el texto
manifiesta debilidades, lagunas o insuficiencias marcadas. Se nota el vacío. Falta
poner de manifiesto ‑en este caso‑, el lugar y el papel de la ideología que
naturalizó y naturaliza las injusticias sociales en la construcción colonial y
colonialista de las desigualdades en la historia de la acumulación y
crecimiento global constante del capital. En estas latitudes a los trabajadores
no les bastaría, por ejemplo, con comprar acciones y participar de una asamblea
de propietarios de la empresa, para regularla; de sobra hemos experimentado en el
curso de la historia que ‑cuando el capital se encuentra amenazado‑, apela a
cualquier medio para poner fin a los derechos sociales y recuperar su “mando único”
para continuar saqueando y destruyendo nuestras sociedades, sembrando más que
desigualdades, exclusión social creciente. No basta tampoco con tener una capacidad
de educación pública universal –aunque es indispensable. Es necesario tomar en
cuenta también los mecanismos de interdependencia e interdefinición entre la
riqueza de los países del Norte (desarrollados y colonialistas imperialistas) y
la condición de empobrecimiento y desigualdad, ausencia de desarrollo, dependencia,
colonización, saqueo y sometimiento creciente –y por múltiples vías‑, de los países
del Sur. Pero nada de eso es parte del recorrido conceptual del texto ni es
parte, por tanto, de su propuesta conclusiva.
Pero ciertamente Piketty no “envuelve” con marañas teoricistas
al lector; va desgranando y explicitando su hipótesis de trabajo y luego se
aboca a justificarla, argumentarla. Expone sus objetivos y luego recorre un
camino investigativo compartiendo los argumentos que justificarán-respaldarán
sus conclusiones. Si a ello le sumamos que va exponiendo las fuentes
consultadas paso a paso, tenemos ante nosotros un texto cuyo contenido no expresa
solo “lo que dice Piketty”, sino también en qué se fundamenta y porqué. Ello,
además de honestidad intelectual –categoría escasa en nuestro tiempo‑, habla
también de la convicción que manifiesta en sus conclusiones y su propuesta de
socialismo participativo. Puede uno estar de acuerdo o no con ella, obviamente,
pero en cualquier caso, encuentra en el texto los argumentos y las fuentes, facilitados
por el autor, tanto para estar a favor, como para dudar, para estar en contra o
simplemente para sostener otra postura.
Teniendo en cuenta que su metodología expositiva es clara, que
brinda argumentos y fuentes, resulta –además de su contenido‑, un texto
elaborado y expuesto con una pedagogía que ayuda a pensar. Y esto hay también
que agradecérselo al autor; es una cualidad rara entre intelectuales.
Por todo ello, considero que Capital e ideología es un texto valioso. Si puede acceder a él, mi
sugerencia es que lo lea. Se aprende mucho aunque no se concuerde con el autor.
Hay que tener presente además, que no es su responsabilidad si en algunos
lugares es tratado poco menos que como el beatle
de la economía. Esto evidencia –en todo caso‑, la carencia de estudios
sistemáticos sobre la realidad del capitalismo hoy en el mundo y acerca de sus
justificantes ideológicos, los cuales –efectivamente‑ presentan como “natural” a
la creciente, insoportable y destructiva desigualdad social, tema central
estructurador no solo del libro sino de la propuesta alternativa de superación de
las sociedades desigualitarias que Thomas Piketty nos comparte en este texto
que invito cordialmente a recorrer.
Isabel Rauber, 2 de febrero de 2020
No hay comentarios:
Publicar un comentario