I. Salir del cerco de la epistemología
occidental
Elementos de partida
1.
Parecería un lugar común comenzar haciendo
referencia a la crisis civilizatoria
que nos atraviesa y por la que atravesamos. Pero es necesario recordarla para
tener presente que –aunque muchos lo reconozcan teóricamente- es importante
enfrentarla con la profundidad y multidimensionalidad que ella tiene e impone,
es decir, desde la raíz para desde ahí buscar su superación.
La cualidad de “civilizatorio” indica que se
trata de una crisis de los cimientos mismos del sistema-mundo dominante,
hegemónico, del cual –en este caso‑ se buscaría “salir”, superar, ir “más
allá”. Esto es: superar-reemplazar-abandonar el sistema de producción y
reproducción que lo gestó, expandió y afianzó multidimesionalmente en sus modos
de vida y en la existencia y espiritualidad humanas. No solo en lo económico,
sino en lo político-institucional, en la educación, el conocimiento, la
cultura, la ideología, la subjetividad, el lenguaje, la comunicación social y
sus medios, las interrelaciones humanas, en la producción y reproducción de su hegemonía
en todos los órdenes de la vida.
En tanto economía es sociedad, un modo de
producción y reproducción económica es a la vez un modo de producción y
reproducción social; define modos de vida, de interrelacionamiento humano y con
la naturaleza, modos de pensar, de sentir, de soñar, desear y morir.
Hoy transitamos un tiempo de agotamiento civilizatorio integral y
multidimensional: de un modo de producción, reproducción, distribución
(intercambio), apropiación y acumulación económica, cultural, social y política
capitalista que se ha desarrollado a tal punto que evidencia descarnadamente su
irracionalidad creciente, situación que prácticamente ha anulado su inicial
racionalidad [Hinkelammert]. Esta irracionalidad se expresa nítidamente en su
irrefrenable destrucción de la vida; es un modo de no-vida que cínicamente los defensores del capital
pretenden sostener y defender, disfrazándolo como una evolución “natural” de la
sociedad y, por tanto, “irremediable” para la humanidad. Por eso resulta
“saludable” no confiar en sus propuestas de soluciones a los problemas por
ellos mismos creados, ni adoptar sus pretendidas alternativas de “superación”
de los anteriores patrones de “desarrollo”, por ejemplo, la llamada “economía
verde”.
Indagar una salida por fuera de esta
civilización generada y sostenida por el capital requiere de la creación
colectiva global del conjunto de sujetos sociales populares, para pensar y construir
propuestas capaces salir del cerco económico-cultural del capital y poner fin a
sus mecanismos de producción y reproducción, a sus preceptos ideológicos y a
sus paradigmas justificatorios.
Se trata de buscar, crear y definir alternativas superadoras a esta locura de la
muerte, lo que demanda un “pensamiento crítico” consciente de las exigencias del
tiempo histórico en el que se desarrolla y de las realidades en las que los
sujetos populares despliegan sus experiencias de resistencia, luchas y
creaciones con grandes atrevimientos políticos, expresándolos con toda la
riqueza de la diversidad de su existencia, sus identidades, culturas,
cosmovisiones, cosmopercepciones, conocimientos, saberes, sabidurías,
pensamientos y prácticas sociales y comunitarias (base para su articulación). Esta
cualidad del pensamiento crítico es la que expreso con el concepto “pensamiento
crítico situado”.
Implica asumir el desafío histórico de buscar,
crear y construir una nueva civilización, basada en una cosmovisión abierta que
‑dando cabida a diversas cosmovisiones‑, promueva la armonía, el intercambio y la
complementariedad entre los seres humanos y con la naturaleza, en búsqueda,
creación y tránsito hacia un nuevo modo de producción, reproducción y
acumulación sociales, que se haga cargo de promover y sostener la reproducción
en equilibro con la naturaleza. Esto se expresará en un nuevo modo de vida.[1]
Una semblanza del modo de vida al que aspiramos resulta sintetizada, por ejemplo, en
la propuesta de los pueblos indígenas originarios conocida como el vivir bien o buen vivir: en equilibrio, equidad entre los seres humanos y con la
naturaleza de la cual somos parte; sin asimetrías de poder. Esto contrasta con
las propuestas consumistas de bienestar y progreso individuales (e
individualistas) alimentadas por la filosofía occidental moderna (capitalista).
Se asienta en un principio civilizatorio para la vida que, en aras de ella,
promueve y defiende el bien común: “No es posible vivir bien si los demás viven
mal”. No resultan compatibles con él las guerras, ni el saqueo, ni las
desigualdades extremas que provocan hambre, enfermedades, muertes… que
destruyen nuestro hábitat y –con ello‑ nuestra humanidad. De ahí que su
carácter civilizatorio para la vida,
sea una de las claves para pensar crear un mundo nuevo.
2.
Cuando se hace referencia al “pensamiento
crítico” se abre una dimensión de diversidad; hay mucho escrito, pensado,
publicado. Acá quiero referirme particularmente a las corrientes cuyos representantes
o referentes lo colocan (y se colocan) “afuera” de la historia, es decir, se
refieren a un pensamiento no situado
elaborado al margen de las realidades concretas del tiempo histórico de que se
trate y de sus sujetos. Estas vertientes de pensamiento resultan incapaces de
identificar claramente los problemas raizales que la crisis civilizatoria
plantea a la sobrevivencia de la humanidad. Tampoco reconocen que tanto el
origen como el desarrollo de los conceptos y paradigmas del “pensamiento
crítico” que enarbolan fueron moldeados, de alguna manera, por la civilización
que pretenden analizar críticamente, por lo que resultan también alcanzados por
los cimbronazos (culturales e ideológicos) de su crisis.
En tanto pensamiento abstracto (atemporal, no
contingente y sin sujetos concretos), esta corriente de “pensamiento crítico no
situado” comulga con la concepción liberal y cientificista. Con ello
pretendió dotarse de una objetividad no “contaminada” con las contradicciones
de la vida real, pero ‑por esa vía‑, terminó desconectado de la realidad, sus
acontecimientos y sus actores sociales. Resultó entonces, un pensamiento
“crítico” dogmático, apriorístico, trascendental.
En tanto esta corriente se desarrolló y
difundió con el apoyo de poderosas instituciones académicas, políticas y
culturales (editoriales) a nivel mundial, en primer término la Academia de
Ciencias del PCUS y el Instituto de Marxismo-Leninismo de la URSS, su
influencia fue considerable también en el terreno de las actividades político‑sociales.
En Indo-afro-latinoamérica su irradiación fue devastadora: negación o rechazo
de las realidades socioeconómicas; de los sujetos realmente existentes y de sus
realidades, identidades, culturas, etc., implantación de esquemas clasistas
teóricos extrapolados, desconocimiento generalizado de las deformaciones de la
dependencia multidimensional impuesta por el colonialismo, etcétera.
Adoptando la denominación de “marxismo” –transformado
en doctrina‑, esta corriente de pensamiento ha sido –y aún es, en ciertos
ámbitos‑, considerada como uno de los mayores exponentes del “pensamiento
crítico” de izquierda, cualificación que muchos emplearon para descalificar
otros aportes teóricos revolucionarios, como los de la educación popular, la
teología de liberación, el feminismo.... Con tales actitudes, su difusión e
instrumentación política se tradujo en intolerancia, desprecio, rechazo y
marginación de lo diferente. Sus referentes intelectuales fueron (y muchos aún
lo son) considerados poco menos que dioses a los que habría que reverenciar y
seguir si se deseaba ser parte del cuerpo
crítico “iluminado” o contar con su aprobación (para publicaciones,
doctorados, becas, concursos, distinciones, premios...).
3.
Ese “pensamiento crítico” que adoptó
posiciones supuestamente “objetivas e imparciales”, resultó un pensamiento sin sujetos, despojado de
sus realidades, contradicciones y subjetividades (reducidas a “lo subjetivo”).
Fue un pensamiento disecado, desposeído de la riqueza emergente de la diversidad
de los sujetos, de sus sentimientos, saberes y sabidurías, de sus cosmovisiones
y cosmopercepciones, negador de sus identidades y culturas... En síntesis,
devino un pensamiento no situado
(abstracto), ajeno a las contingencias de la historia y a los sujetos y sus
subjetividades (y sus calamidades, luchas, resistencias…). Ello constituyó y
constituye su deficiencia epistemológica de raíz. Y alcanza tanto a su matriz
raizal como a sus contenidos, sus conceptos y paradigmas, sus lenguajes y
formatos y, de conjunto, fundamentalmente, a su proyección práctica.
Muchos ejemplos dan cuenta de ello, pero vale
recordar aquí a uno de sus resultados más negativos para el pensamiento y la
acción sociopolítica de la izquierda en el mundo y, particularmente, en Asía,
África y en este continente. Me refiero, en primer lugar, a la fragmentación
del pensamiento revolucionario (de Marx, Engels y Lenin) en materialismo dialéctico y materialismo histórico. Con ello, sus
promotores pretendían, tal vez, evitar una posible herencia idealista de Hegel
(“corte epistemológico” althuseriano, por ejemplo), pero en realidad, al separar
materialismo y dialéctica sepultaron la gran revolución epistemológica realizada
por Marx en el pensamiento social. Sobre esa base hicieron posible la creación
de un materialismo histórico sin sujetos y
sin sus contingencias en la historia;
es decir, sin atender tampoco a las transformaciones que ello exigiría en los contenidos
de los conceptos, las categorías, las propuestas… La dogmatización se abría
paso ocultándose tras una supuesta concepción “científica” que aislaba al
“marxismo” de su fuente genealógica sine
qua non: la concepción dialéctico‑materialista de la historia. Despojado de
la dialéctica y de los sujetos, artífices, creadores y constructores de las
dinámicas vivas, con sus luchas y pensamientos‑, ese “marxismo” solo podía ser
doctrina muerta, vacía de contenido histórico social, su raíz y proyección
revolucionaria.
Un referente importante de esta concepción fue
Althusser, quien ‑aunque se pretendió anti-dogmático‑, definió al materialismo histórico como “ciencia de
la historia”. Ella aborda temas relativos a la estructura social y a la
superestructura. Las clases y la lucha de clases existen, pero estáticas, pues
no modifican sustantivamente la realidad ni son modificadas por ella, ni pueden
tampoco crear algo nuevo. Y aunque se afirma que la lucha de clases marca el
curso de los acontecimientos, en realidad estos resultaban pautados
apriorísticamente por esa supuesta “ciencia de la historia”, en virtud de su conocimiento
de las leyes que rigen el movimiento histórico. Un galimatías que fue el adalid
del “pensamiento crítico” de gran parte de la izquierda autodenominada marxista
en el siglo XX. Para ella Mariátegui fue un “bicho raro”, un pensador “maligno”
cuyos textos no había que leer, ni
nombrar. Al igual que Gramsci, Lukács, Rosa Luxemburgo, Ernesto Che Guevara,
Flora Tristán… junto a tantos otros y otras que pensaron, escribieron y
lucharon en el mundo.
En nuestro continente esta variante del
marxismo rígido, dogmatizado, antidialéctico y desconocedor de los sujetos
reales hizo verdaderos estragos. El reconocimiento –esta expresión ya lo
evidencia‑, de los pueblos indígenas originarios como integrantes del sujeto
social y político, ha sido ‑y en muchos casos aún lo es‑, una carencia, una
ausencia. Como así también a los peones rurales, a los trabajadores golondrinas
temporarios, a los asalariados en condiciones de semi-esclavitud, a los
afrodescendientes, mestizos, criollos y mulatos… Todos ellos fueron
desconocidos y excluidos de los análisis sociopolíticos, pues no se ajustaban a
la definición de clase social proveniente de los manuales.
Hoy esto parece estar cambiando significativamente
y eso contribuye a la proliferación de lecturas sociológicas y políticas más
ajustadas a las realidades y a la diversidad de sujetos sociopolíticos
concretos. Pero hay mucho por hacer aún en este sentido. Porque no es un tema
que pueda resolverse solo con declaraciones o escritos; es vital abrir el
pensamiento y el corazón y reconocer las identidades, culturas, saberes,
conocimientos y cosmovisiones de los sujetos diversos. Esto provoca un
cortocircuito en los liderazgos político-ideológicos dentro del campo popular,
tradicionalmente hegemonizados por una izquierda (intelectual y política)
ilustrada y por ello –supuestamente‑ dueña de la verdad y, por tanto, del
(verdadero) “pensamiento crítico”.
4.
Surgen entonces varias interrogantes, entre
ellas: ¿Quiénes elaboran el pensamiento crítico? ¿De cuáles fuentes, realidades, sujetos, fuerzas o
pensamientos se nutren? ¿Quiénes lo interpretan o “entienden”? ¿Quiénes le dan
vida, lo “llevan a la práctica”, lo “concretan” o lo “aplican”?
Evidentemente, al asumir la condición de
“científico” siguiendo los cánones liberales, la corriente de “pensamiento
crítico no situado” lo (auto)constituyó en una cualidad propia de
especialistas, expertos, académicos, élites iluminadas alejadas de las
prácticas sociales populares.Sobre esa base, establecieron una brecha entre quienes
elaboran pensamiento y quienes lo “aplican”. Es decir, entre los que saben (y piensan) y los que no saben (y ejecutan).
En el mundo universitario esto se expresó –tal
vez de un modo más benévolo‑, particularmente en la distinción entre los saberes académicos y los saberes populares, brecha que desde hace
algún tiempo se intenta acortar con el llamado “diálogo de saberes”,
evidentemente por la presión que ejercen los movimientos sociales en la arena
política y por la fuerte influencia cultural de la concepción de Paulo Freire
con su defensa de los saberes de los oprimidos.
El “diálogo de saberes” resultó ciertamente
una especie de puente ideológico y cultural entre dos categorías de saberes (y de
sujetos) que, a la vez que los articula, los diferencia y distancia. Un claro
ejemplo de ello es que, en décadas, el tan mentado “diálogo de saberes” no
llegó a generar propuestas deselitizantes del saber. Hasta hoy no hay logros
significativos en este sentido; no se ha conseguido, por ejemplo, que los
currículos universitarios se abran e incorporen –institucionalmente‑, otros
conocimientos, sabidurías, cosmovisiones...
Existen espacios como el de la llamada
“extensión universitaria” con los que se busca poner parches a esta separación,
pero esto ‑lejos de disminuir las distancias‑, las reafirma. En primer lugar
porque en ese esquema, son los académicos los que “se acercan” a los espacios
“no ilustrados”, pero los referentes de estos espacios no son recibidos con la
misma amplitud en los espacios de la academia. Además, la concepción de la
educación popular tampoco ha sido epistemológicamente comprendida e integrada a
una profunda reforma pedagógica educativa; se mantiene en las orillas,
construyendo otra epistemología, no para disputar espacios sino porque las
realidades de este continente y sus sujetos así lo reclaman y lo producen en
consecuencia. En resumen: la fractura epistemológica de saberes se mantiene y
afianza.
Un diálogo de saberes requiere reconocimiento
del otro, de la otra, respeto, preguntar y escuchar; estar abiertos a
racionalidades diferentes, a no excluir, a sumar en actitud de articular; lo
que en el pensamiento indígena se denomina complementar o completar (completitud
en matemáticas). Y esto supone lo intercultural y, de conjunto, la
descolonización. “Aquí es importante reflexionar y entender que forjar el
respeto mutuo, entre civilizaciones, implica descubrir lo encubierto,
dignificar lo marginado, excluido y colonizado, poner en condiciones de
diálogo, luego recién viene el respeto mutuo entre las partes. Una vez logrado
el descubrimiento de los valores ancestrales, haber dignificado, y forjado el
respeto mutuo, viene el apthapi/complementario de saberes y conocimientos
intercivilizatorios…” [Yampara, 2009: 21]. Y claro, esto habla de una relación
no unívoca, que articula múltiples dimensiones de existencias e intereses.
Ponerse con ello es, precisamente, parte de los desafíos.
5.
En tanto aceptamos que saber es poder, todo ensimismamiento del “pensamiento crítico”
obstaculiza el reconocimiento y la comprensión de la dimensión destructiva
raizal de la civilización del capital que actualmente carcome y desangra a la humanidad.
Y esto –a su vez‑, limita sus posibilidades para buscar, identificar, definir y
construir las respuestas de superación civilizatoria alternativa, tarea que no
puede ser obra de un grupo de intelectuales sino elaborada entrelazadamente con
los quehaceres, experiencias, conocimientos, saberes y propuestas de los
actores-sujetos populares, tal como lo exigen la magnitud y los alcances de las
amenazas dominantes que definen el tiempo actual.
La grieta histórico-cultural de saberes,
conocimientos, sabidurías… condensa entonces, uno de los principales obstáculos
epistemológicos, gnoseológicos, políticos e ideológicos del “pensamiento
crítico” hasta ahora predominante, cuyo sostén impide su transformación en
fuente de inspiración y guía del quehacer socio-transformador de los sujetos
populares. Esto no puede lograrse desde afuera de las prácticas sociales de los
sujetos, tampoco en el fragor de los hechos; es importante contar con un
pensamiento comprometido con las prácticas, que sea parte de ellas pero que –a
la vez‑tenga la suficiente capacidad para distanciarse y aportar un punto de
vista crítico, es decir, reflexivo, que ponga de relieve lo que la experiencia
arroja como enseñanzas, conceptos, propuestas, caminos… y nada de esto puede
resultar de una labor individual ni monocultural. Construir pensamientos y
saberes colectivos es la clave. Interculturalidad, descolonización,
despatriarcalización resultan en este empeño ‑junto con la educación popular y
la investigación participativa‑ postulados insoslayables, a la vez que
posibilidad, concepción y herramientas.
6.
El “pensamiento crítico no situado”
predominante en el siglo XX ‑aparte de dejar afuera a los sujetos, sus
subjetividades y sus experiencias históricas‑, se constituyó en torno a una
cientificidad a-histórica y quedó anclado a sus “rigores científicos”,
correspondientes a las revoluciones industriales y sus exigencias
socioculturales. Luego se fue acoplando –de diferentes maneras‑, con los
descubrimientos de las ciencias y la tecnología: la física cuántica y nuclear,
la robótica, la electrónica, la informática... De conjunto, esto se tradujo –no
sin debates y contradicciones‑, en una suerte de aggiornamiento científico del “pensamiento crítico”, apoyado en lo
que se ha dado en llamar “teoría de la complejidad”. Esta perspectiva le ha
brindado a ciertas corrientes una mayor flexibilidad y apertura, pero ‑lejos de
reencaminar al “pensamiento crítico” hacia una transformación raizal de sus
cimientos‑, fortaleció, en general, sus tendencias al elitismo.
Es importante tener presente que toda
producción de conocimiento parte de una base cultural y está también
intercondicionada por ella, además de estarlo también por los instrumentos que
emplea, por el “clima ambiental” donde se hacen los estudios... Todo esto
influye e interviene en la creación de lo nuevo, en el desarrollo de nuevas
miradas, nuevas lecturas, análisis, síntesis y en la elaboración de propuestas
encaminadas a superar‑colocarse, desde la experiencia viva de sus procesos
internos, “afuera” de la civilización del capital (occidental, moderna). Por
eso es saludable promover siempre una actitud abierta, atenta a la pluralidad y
diversidad de cosmovisiones, conocimientos, saberes… en búsqueda de
posibilidades y nuevas herramientas para construir las convergencias hacia un
horizonte compartido común. Lo común implicaría al menos, en tal caso, la
creación de un ámbito para pensar colectivamente en clave intercultural,
descolonizada y abierta a renovaciones y transformaciones constantes.
Llegado a este punto, entre las huellas más
fuertes de los siglos XIX y XX que marcaron la pretendida cientificidad de la
corriente predominante del “pensamiento crítico”, pueden subrayarse las
siguientes:
- ·
Pensamiento lineal,
cuantitativo-ascendente
- ·
Pensamiento binario
- ·
La historia como una sucesión
lineal de hechos inconexos
- ·
Lo universal abstracto divorciado
y contrapuesto a lo particular concreto y viceversa
- ·
Monoculturalidad, uniformidad y
pensamiento único (verdad absoluta)
- ·
Posicionamiento liberal como
sinónimo de independencia, objetividad (y racionalidad)
- ·
Predominio de lo cuantitativo
(desarrollo como crecimiento, por ejemplo)
- ·
La naturaleza como objeto (y
mercancía)
- ·
El capital como dinero
- ·
El mercado como “piso y techo”
inevitable
- ·
Las clases y sus luchas como datos
(no como raíz y motor)
- ·
La exacerbación de lo individual
- ·
La competencia como modalidad
“natural” de las relaciones humanas
- ·
El conocimiento como un acto de
erudición individual y no como práctica social colectiva
- ·
La sociedad y los sujetos como
“objeto de estudio”
- ·
Los sujetos reales y su diversidad
como “problemas”
- ·
Las mujeres como “objeto” de
explotación a “liberar”
- ·
Los pobres como ignorantes e
incompetentes por “naturaleza”
- ·
La enajenación como fenómeno
externo
- ·
La subjetividad como un defecto
- ·
La conciencia como “un espacio
vacío” a colonizar.
- ·
El adoctrinamiento como práctica
“concientizadora”.
- ·
El fundamentalismo epistémico como
sustrato
- ·
La soberbia como característica
- ·
La colonización cultural como
alternativa
II.
Sacudirse el fantasma de la modernidad
Los reclamos, las tareas y los desafíos para
el “pensamiento crítico” son muchos y se multiplican potenciándose unos a otros
a diario. Urgen cambios raizales. No bastan aggiornamientos formales o
retoques; se trata de abrir las entendederas, despojarse de la herencia
colonial del pensamiento único, para crear y construir dialogal e
interculturalmente lo que será –ya se avizora‑, un nuevo “pensamiento crítico”
abierto, centrado en el quehacer sociotransformador de los sujetos populares,
intercultural, con identidades socioclasistas claras, es decir, con pertenencia
de clase y compromiso con la búsqueda, creación y construcción de una nueva
civilización.
Esto supone salir del cerco ideológico-cultural hegemónico del poder del
capital, replantearse y revitalizar los horizontes sociotransformadores del pensamiento crítico, recuperar su
sentido y sus contenidos revolucionarios, no para quedarse allí sino para nutrirse
desde los orígenes con el quehacer teórico-práctico de los pueblos. Esto supone
abrir las compuertas del pensamiento, fortalecerlo con la vitalidad
epistemológica de las prácticas sociotransformadoras de los movimientos
indígenas y sociales que buscan, luchan y construyen día a día en sus
comunidades y territorios avances hacia un nuevo mundo, una nueva civilización
plurinacional indo-afro-latinoamericana.
Esto coloca en el centro del quehacer
epistemológico a los “viejos” y nuevos actores sociales y políticos, y al
conflicto social como dimensión vertebradora de articulaciones sociopolíticas,
ámbitos de desarrollo de potencialidades colectivas que pueden emerger de la
convergencia programática de actores sociopolíticos diversos del campo
indopopular. Estos han sido y son:
o Protagonistas históricos de la resistencia, social, cultural y
política.
o Creadores de nuevos “paradigmas” de transformación social.
o Creadores-constructores de nuevas modalidades y formas organizativas
para la representación social y política: la comunidad y lo común como corazón,
referencia y eje.
o Creadores y desarrolladores de nuevas concepciones acerca del poder y
la democracia, de nuevas modalidades de interrelación sociedad-ciudadanía:
intercultural, descolonizada, despatriarcalizada, plurinacional...
o Baluartes de esperanza y re-creación de las utopías libertarias,
socialistas, humanistas en el siglo XXI.
Pistas epistémicas indispensables para
un nuevo pensamiento crítico
Un pensamiento situado con pertenencia de clase
Pensar integralmente el poder y los caminos para su transformación
raizal (desde abajo) implica rechazar la supuesta neutralidad epistemológica
que, en aras de su “objetividad” prefiere no exponer sus presupuestos reales de
partida ni explicitar “desde dónde” realiza el análisis o, aunque lo haga, no
logra superar el horizonte abstracto liberal burgués que no da cuenta de los
fundamentos últimos de la explotación, desigualdad, discriminación u opresión
entre seres humanos, contribuyendo a invisibilizar el contenido de clase de las
realidades sociales, para afianzar, por esa vía, la idea de que la
diferenciación socioclasista de las sociedades resulta una característica “natural”
de la vida social y por tanto, es inevitable.
Es precisamente contra este forma de leer y
explicar las realidades que se levantan también los pueblos, apoyados en sus
experiencias de vida, sus luchas y creaciones colectivas. Con su epistemología de la praxis ponen sobre
el tapete el colapso de las viejas formas de conocer y entender las realidades
sociales, de las viejas modalidades de pensar y practicar la política, la
organización y articulación de los sujetos y sus interrelaciones, del viejo
papel de las instituciones y sus interrelaciones con la ciudadanía... Tales reflexiones
tienen un posicionamiento de clase ‑tal cual la clase existe y se proyecta
actualmente‑, y sobre esa base analizan las realidades socioeconómicas de
nuestro continente e identifican quiénes son (o podrían llegar a ser) los
sujetos populares concretos de los cambios.
Para importantes corrientes de las
ciencias sociales y políticas, esto se resolvía afirmando genéricamente que la
clase obrera era el sujeto revolucionario. Dicha postura se identificó durante
el siglo XX como “clasismo”, cuyo contenido era obviamente abstracto, no situado ni en el lugar y ni en el
tiempo histórico concreto de que se trataba, ni con los sujetos concretos existentes en cada tiempo y lugar.
En el estadio actual del capital, su lógica
de producción y acumulación se resume y expresa en la contradicción antagónica vida‑muerte. Esta contradicción resulta
del agravamiento extremo de la contradicción capital‑trabajo y de las
contradicciones a ella articuladas. Es decir, que ella contiene, sintetiza y
expresa las contradicciones raizales de clase (burguesía‑proletariado) de un
modo específico, propio del momento histórico concreto y, ‑convergentemente‑
configura además, nuevas contradicciones y sujetos sociales, a la vez que
posibilita la visibilización y el reconocimiento de viejos sujetos, negados
como tales por los paradigmas propios de la epistemología de la modernidad.
Esto se relaciona directamente con la necesidad de
analizar con un claro posicionamiento histórico‑concreto la existencia e
interrelación sujeto‑clase y en Indo-afro-latinoamérica particularmente a la
relación sujeto-clase-pueblo/s originarios... para reconocerla en todo su
diversidad.
En las complejas realidades de las sociedades
indo-afro-latinoamericanas lo “clasista” no resume la totalidad de lo
conflictivo sociopolítico, así como tampoco la clase obrera o trabajadora puede
identificarse con la totalidad del sujeto político revolucionario. La clase
obrera, en toda la diversidad de su existencia, es potencialmente parte
constitutiva del sujeto popular junto con otros actores sociales y políticos,
del mismo modo que la lucha de clases
se expresa actualmente en un sinnúmero de luchas y conflictos sociales no
necesariamente encasillables en la antigua definición “clasista”. Por ejemplo:
las luchas ecológicas, de género, de identidad sexual libre, la de los pueblos
indígenas originarios, la de los campesinos, la de las poblaciones urbanas
empobrecidas y marginadas, la de los migrantes, etc. Obviamente, la clase
obrera con empleo y sus organizaciones “naturales” como son los sindicatos,
pueden desempeñar un papel activo motorizador de la articulación de las luchas,
problemáticas y actores e identidades sociales, pero ello no es algo que
ocurrirá indefectiblemente. Si ocurre impulsa los procesos
socio-transformadores, pero –como lo evidencia nuestra historia continental
reciente‑, no es condición necesaria ni suficiente para ello.
Tener claridad de estas realidades es tanto más necesario cuanto que los
institutos ideológicos del capital, en especial la industria cultural y los
medios de comunicación de masas a su servicio influyen de modo perverso en la
mente de los desposeídos desdibujando los contenidos de su pertenencia
clasista.
Urge salir del manual, de lo abstracto,
genérico, binario, anquilosado, encorsetado, para situarse en la realidad concreta en tiempo y espacio. Esta es la
primera condición de “situado” y es, precisamente, la que posibilita y
posibilitará al pensamiento recuperar su sentido y su carácter crítico,
esclareciendo –a la vez‑ su pertenencia de clase, no referida a la mítica clase
obrera de los manuales, sino expresando el claro punto de vista de los sujetos populares
diversos, cuestión que abordaron con claridad, entre otros, Mariátegui y Camilo
Torres.
Al igual que Mariátegui, Camilo tenía cabal
conciencia de la “estrechez” de la concepción “clasista” importada e impuesta
en estas latitudes, que se limita a identificar únicamente a la “clase obrera”
(idílica) como sujeto del cambio revolucionario en las sociedades
latinoamericanas. Reconoce la diversidad de nacionalidades, clases, sectores y
actores sociales que conforman el pueblo, y para expresarlo conceptualmente, se
refiere a ellos identificándolos como “clase popular”[2].
Esta clase es la que constituye al sujeto pueblo: plural, diverso,
multicultural y plurinacional.
Reflexiones como esta –aunque minoritarias‑,
no son una excepción; sin embargo, una suerte de ceguera persiste todavía
en amplios sectores de la izquierda partidaria e intelectual cuyos exponentes
se resisten a quitarse las anteojeras para ver y escuchar lo que los sujetos de
nuestras realidades sociopolíticas muestran y gritan. Enredados con los dogmas
de su marxismo y la ideología del poder, continúan abonando el camino del
pensamiento binario y dicotómico generando oposiciones falsas entre: ¿clase o
etnia?, ¿clase o género?, ¿ideología o cultura?, ¿condiciones objetivas o
condiciones subjetivas?, ¿conciencia o subjetividad?... Pretende definir lo que
está “incluido” y lo que es o será “excluido”, lo que es correcto e incorrecto,
la verdad y el error, el bien y el mal… Su enfoque es binario y binario es lo
que reproduce, afianza, proyecta y acepta como válido.
Estas contraposiciones ocultaron lo central:
la complejidad de la vida real, las identidades y culturas de los pueblos
indígenas, de la población negra, de los campesinos empobrecidos, de los
obreros, de las mujeres… Todo ello es parte de la problemática “de clase” en
este continente porque su existencia ha estado y está marcada por la llegada
del capitalismo temprano a estas tierras de la mano de la conquista y
colonización.
Capitalismo y colonización son parte de un
mismo proceso de violencia, muerte, exclusión, explotación, opresión,
discriminación, saqueo... Y esa realidad perdura hasta nuestros días, reciclada
y ampliada por diversos mecanismos sociales, económicos, jurídicos, culturales,
además de los mecanismos ideológicos dominantes que se modernizan y expanden su
hegemonía día por día, actuando mancomunadamente con la reproducción de las
lógicas de una sociedad-mercado colonizada (dependiente).[3]
No vale entonces pretender ubicarse “fuera” de los acontecimientos
históricos y sus sujetos; no es así que se logra la “objetividad” tan infundida
por las academias.
En la perspectiva epistemológica desde abajo la objetividad se logra situándose adentro del proceso del cual
se opina, pensando críticamente con la
diversidad de los actores del campo popular, para actualizar colectivamente la
conciencia política y el pensamiento sociotransformador en las condiciones
concretas, en el tiempo concreto, con los sujetos concretos. Esta sería una
segunda dimensión del pensamiento crítico
situado (junto con los sujetos
populares).
En los procesos de transformación raizal del poder, los sujetos
populares –mancomunadamente con intelectuales orgánicos y académicos “situados”‑,
irán reflexionando desde sus experiencias, aprendiendo de sus errores y
aciertos, nutriéndose de sus creaciones cotidianas de lo nuevo, en las
comunidades, las comunas, los movimientos barriales… En ese proceso construirán
la contrahegemonía popular, aportando claramente a la construcción de
un nuevo pensamiento crítico popular colectivo.
Interculturalidad y descolonización
Al reconocer (y reconocerse) parte activa de
las experiencias colectivas, al contribuir a recuperar y analizar críticamente
los caminos de resistencia, luchas, organización y creación de lo nuevo, los
diversos actores y actoras sociales populares resultan co-partícipes de la
creación de horizontes comunes de conocimientos, saberes y sabidurías,
fortaleciendo así sus prácticas sociotransformadoras colectivas. Esto supone
articular la diversidad y, en ello resulta clave la perspectiva intercultural y la descolonización.
Ambas contribuyen a ampliar las miradas sectoriales y a derribar muros de
contención y divisiones apriorísticamente fijadas entre los/las actores/as
diversos, sus identidades, saberes y culturas.
Lo intercultural remite de inmediato, en
primer lugar, a un ámbito de prácticas sociopolíticas y cognitivas que están en
contradicción con los paradigmas predominantes en el pensar, el saber y el
“deber ser” dominantes, hasta hace poco considerados los únicos valederos y
eficientes, hoy en crisis profunda.[4]
Por un lado, porque lo intercultural significa ‑de entrada‑ el reconocimiento
de la diversidad de identidades, culturas, cosmovisiones, saberes, modos de
vida y organización sociales (económicas, políticas y jurídicas), todas racionalidades
válidas que es necesario rearticular sin exclusiones ni jerarquizaciones en sus
interrelaciones. Por otro lado, porque esto pone en cuestión el sentido y el
contenido de la racionalidad –del poder occidental‑ predominante hasta ahora.
Todo ello remite las miradas hacia los creadores de las diferentes
racionalidades, es decir, a los sujetos de la producción y reproducción de la
vida (comunitaria, urbana, social), a los sujetos de los saberes, a los sujetos
de las transformaciones sociales (culturales, políticas, económicas). En
segundo lugar, es saludable tener en cuenta que el propio planteo de la
interculturalidad es intercultural. Es decir, sus contenidos, definiciones y
significaciones, son diversos y múltiples.
No hay una única propuesta intercultural monolítica
(dogmática); el abordaje de esta dimensión en estas páginas no pretende, por
tanto, ser “la interpretación” de la interculturalidad, ni todo “lo que hay que
saber” acerca de ella, sino brindar los elementos claves que permiten colocar a
la interculturalidad como una de las piedras
conceptuales (y prácticas)
fundantes de la nueva racionalidad plural y
multidimensional ya en gestación.
Construir colectivamente un pensamiento
crítico emancipatorio y las alternativas emancipadoras, requiere nutrirse y
articular diferentes experiencias, saberes, sabidurías y cosmovisiones. Y esto
hace imprescindible que todos y todas dejemos de lado viejos prejuicios
discriminatorios y jerárquicos, en lo organizativo y también en lo cultural,
para reconocer(nos) y aceptar(nos) en la diversidad, entendiéndola –no como una
“desgracia” que hay que soportar, sino‑ como fuente enriquecedora, forjadora de
capacidades colectivas para conocer, saber y poder actuar con equidad y mayor
tino. Esto supone, obviamente, desterrar la concepción (y las prácticas
propias) del pensamiento y la verdad únicos, correspondientes con la ideología,
cultura y hegemonía de los poderosos. A este proceso, se lo identifica como descolonización. La descolonización abre
las entendederas y el corazón para adentrarnos en este empeño munidos con los
posicionamientos interculturales. Ambas: interculturalidad y descolonización
resultan entrelazadas en este proceso que es cimiento y parte del complejo
proceso de liberación.
No existe una única cosmovisión “verdadera”.
Los nuevos paradigmas epistemológicos civilizatorios interculturales
descolonizados en construcción se fundamentan en la riqueza de la pluralidad y
diversidad, y se anclan en principios tales como: solidaridad, ética,
diferencias, equilibrio, complementariedad, paridad, horizontalidad,
espiritualidad, democracia intercultural, vivir
bien, buen vivir, autogestión, vida comunitaria, redes sociales.
Cuidar de no “tirar el niño con el agua sucia”
Descolonizar no significa renegar ni rechazar
los aportes y el legado cultural y de los saberes de la modernidad, sino
relacionarnos con ellos desde un lugar diferente, ajeno a la subordinación y la
dependencia.
Coincido en esto con Samanamud, cuando señala
que “…los propios presupuestos de la modernidad se van a entrelazar de una
manera diferente en nosotros, no es que se van a negar (…), sino que se van a
entrelazar de otra forma, pues la interculturalidad supone también encontrarnos
con lo humano. Si desde nuestro ángulo, que no es universal, encontramos
también lo humano que hay en mí, en tí y en lo que estamos haciendo, en el
momento de descolonizarnos, no estamos realizando ninguna negación de occidente
ni otra síntesis necesariamente. En este sentido debe ser explicitado este
movimiento de la descolonización, no
se trata de una síntesis, no es sólo eso, allí podremos “articularnos”
relacionalmente sin negar la dialéctica, es
simplemente otra conciencia de la realidad. // Se va entender de otra
manera el sujeto, pero no va a desaparecer, se va a entender de otra manera la
autonomía del sujeto, pero no va a desaparecer.” [2009]
Es importante nutrirse de las enseñanzas de la
historia de las luchas anticapitalistas y de las experiencias socialistas del
siglo XX, revalorizar y actualizar los aportes teórico-filosóficos de Marx,
Engels, Lenin, Mao Tse Tung, Luxemburgo, Gramsci, Luckacs, Korsch, Freud,
Althusser, Ho Chi Min, Foulcault, Mészaros, Amín, Mariátegui, Mella, Gabriela
Mistral, Varela, Ingenieros, Flora Tristán, Guevara, Nela Martínez, Dussel,
Sánchez Vásquez, Graciela Bustillos, Zavaleta Mercado, Kusch y muchos otros/as
grandes pensadores/as revolucionarios, profundizar la crítica al funcionamiento
del sistema del capital en la actualidad, y –en nuestro caso, muy importante‑
rescatar la riqueza de los pensamientos independentistas (de San Martín, Bolívar,
Juárez, Martí…), de los pensamientos y cosmovisiones de los pueblos indígenas,
de la teología de liberación, de la educación popular, de los feminismos y las
concepciones despatriarcalizadoras, etc., en aras de fortalecer el pensamiento
crítico intercultural, emancipatorio, despatriarcalizado y descolonizado
indo-afro-latinoamericanista y su papel político estratégico de orientador de las
luchas de los sujetos y las sujetas populares.
Esto resume su posicionamiento político y
epistémico revolucionario actual, a la vez que lo torna parte de las
herramientas de rechazo a la colonización y colonialidad del poder [Quijano] y
fortalece las búsquedas de fundamentos descolonizados e interculturales para
aportar a la construcción de un proyecto colectivo común, encaminado a la
superación concreta de la civilización creada y afianzada por el capital, es
decir, creada, desarrollada y afianzada por la humanidad bajo la dominación del
capital y sus tentáculos hegemónicos, contribuyendo a construir una
civilización rehumanizada, intercultural, que apueste por la diversalidad del mundo, con
interrelaciones humanas individuales y colectivas basadas en principios de
solidaridad, justicia, equidad y horizontalidad, reencontrada con la naturaleza, la vida y el
futuro.
Despatriarcalización, feminismos, igualdad de géneros e
identidades
En principio vale destacar que el feminismo y
los enfoques de género ‑y sobre todo las luchas de las mujeres durante años‑,
han contribuido claramente a pensar lo colectivo y la unidad sobre nuevas
bases, haciendo del reconocimiento de las diferencias ‑en vez de un obstáculo‑
un enriquecimiento, un pilar para las articulaciones. Es un granito de arena
aportado por las mujeres militantes al pensamiento emancipatorio y al caldero
de la construcción plural y diversa del nuevo sujeto popular colectivo.
Este posicionamiento llama a dar cuenta de las nuevas realidades y sus
nuevos sujetos/as: los/as desplazados/as de diversos orígenes, los/as
precarizados/as permanentes, los LGTBIQ…, así como también de los viejos
sujetos negados: los movimientos indígenas, los afrodescendientes, las mujeres,
los/las jóvenes, los niños y las niñas, los y las adultos/as mayores… Llama a
abrir espacios a las diversas identidades,
cosmovisiones, saberes, sabidurías y corrientes de pensamiento: los saberes
originarios y sus cosmovisiones, los saberes ecológicos, la biopolítica, la
bioética, el feminismo político y la despatriarcalización como crítica raizal
del poder del capital.[5]
La generalización de los privilegios de los hombres en el capitalismo —y
antes en el feudalismo, etcétera—, como si fueran características “naturales”
propias de todos los hombres, le garantiza al poder machista‑patriarcal del
capital, por un lado, el ocultamiento de su origen, contenido y pertenencia de
clase y, por el otro, la permanencia de su brutal autoritarismo subordinante,
discriminante y explotador de los seres humanos. Es aquí donde género y clase se dan la mano, y lejos
de contraponerse y excluirse logran desentrañar la génesis raizal del poder
patriarcal‑machista, poniendo al descubierto –a la vez‑, su pertenencia de
clase: la de los que detentan el poder en lo económico, político, jurídico,
ideológico, religioso, cultural.
Perfeccionando viejos mecanismos, modelos y modalidades de subordinación
de la mujer al hombre, el capital ha acondicionando el funcionamiento de la
vida social pública y privada y los roles de hombres y mujeres en ellas, acorde
con el funcionamiento del mercado y los complejos mecanismos de producción y
reproducción de su hegemonía. Las consecuencias deshumanizantes que ello
acarrea en la vida familiar de millones de seres humanos empobrecidos, despojados
de sus trabajos, de sus tierras, de sus casas, de su país, representa una
sobrecarga económica, física y espiritual para las mujeres y alcanza hoy
niveles antes insospechados. Todos los sectores empobrecidos y excluidos lo
sufren en carne propia, pero doble o triplemente las mujeres del pueblo que
suman jornadas mal remuneradas a su agotadora jornada laboral doméstica. Ellas en
primer lugar —y sus hijos—, resultan los soportes humanos de la criminal y
gigantesca nueva etapa de acumulación del capital a escala global.
En tanto nuevas actoras sociales, las mujeres resultan fuera de los
paradigmas del pensamiento político tradicional. En tal sentido, el feminismo ‑con
enfoque de género‑ propone una profundización inexcusable a la democracia (en
la práctica y en su contenido políticosocial), incluyendo en ella también a las
relaciones sociales hombre-mujer fuera y dentro del hogar, incluyendo la
diversidad de identidades sexuales y de géneros. Resulta por ello enriquecedor
de los procesos de despatriarcalización‑transformación raizal de la sociedad y
de un nuevo pensamiento crítico de cuya construcción es parte y del cual, a su
vez, se nutre.
En este empeño busca‑experimenta y aporta modalidades de convivencias interculturales
que, nutriéndose de la diversidad de miradas y subjetividades, van construyendo
también un pensamiento revolucionario indo-afro-latinoamericano, acorde con las
realidades socioculturales de cada pueblo, un pensamiento descolonizado,
despatriarcalizado, intercultural, abierto a la creación colectiva permanente
de los pueblos con toda la riqueza de su diversidad y desarrollo histórico.
Esto es parte de las nuevas prácticas, pero al
ser estas todavía culturalmente minoritarias
constituye ante todo
un llamado de alerta.
Las herramientas conceptuales culturales
heredadas de la cultura occidental moderna nos impiden asiduamente trabajar en
y con pluralidad; ellas hacen de la exclusión su modus vivendi por lo tanto hay que dar un paso al costado, salir del cerco de la modernidad para
replantearse otras miradas y rumbos. La interculturalidad supone la
descolonización; y anudadas con los feminismos, la despatriarcalización y los
enfoques de géneros, abren caminos hacia el nuevo mundo y conforman uno de los
nervios constitutivos de las epistemologías
emergentes desde abajo.
Aportar a la construcción de un nuevo tipo de unidad del campo popular
Interculturalidad, descolonización y despatriarcalización contribuyen a
replantear también los criterios acerca de la
unidad del campo popular y los caminos para construirla: no se logrará
sobre la base de la unicidad ni la homogenización de todo pensamiento y opción,
ni aplicando la lógica del “ordeno y mando”. Abren las puertas a un nuevo tipo
de unidad del campo popular formada sobre la base de la complementariedad y la articulación
de los y las diferentes para enriquecer lo colectivo. Esto supone, por ejemplo
–siguiendo cosmovisiones otras‑, reconocer la incompletitud de cada uno, en lo individual y en lo sectorial y,
consiguientemente, ver en las diferencias, en el otro y en la otra, la
posibilidad de completitud,
desarrollando variados procesos de articulación basados en el reconocimiento de
las virtudes y ventajas de lo diferente más que en sus restricciones.[6]
En contraste con la supuesta “verdad absoluta”
de pocos, la “verdad revolucionaria” se construye entre todos los sectores del
pueblo, con sus puntos de vista, identidades, subjetividades, perspectivas y
objetivos diversos. Por eso es plural, intercultural, descolonizada,
compartida, relativa, histórica y en desarrollo. Concibe y apuesta a la unidad
con diversidad a la que articula. Se va construyendo día a día en las
prácticas, en las conciencias. Existe con diversidad y se fortalece en las
interdependencias y en los ámbitos comunes para germinar nuevas pertenencias e
identidades colectivas. Porque la “verdad revolucionaria” es una verdad
históricamente construida por los actores sociales y políticos del campo
popular. Por ello suma, fortalece y multiplica en vez de disciplinar,
debilitar, restar y dividir, rescata en vez de desechar, constituye sujetos a
la vez que es constituida por ellos.
No hay metodología alguna que garantice
resultados ni verdades. Se trata de un complejo proceso práctico‑reflexivo,
yuxtapuesto y simultáneo de sujetos en lucha y creación intercultural,
descolonizada, despatriarcalizada, cuya coherencia y trascendencia está marcada
por la participación consciente en él del conjunto de sus protagonistas.
La educación popular y la investigación acción participativa
¿Por qué articular educación popular,
interculturalidad y descolonización? ¿Qué relación guarda esto con la
revitalización-refundación del pensamiento crítico y con los actuales procesos
de constitución-autoconstitución del “sujeto colectivo” del cambio social en
Indo-afro-latinoamérica?
En realidades donde la cultura predominante y
dominante ha sido y es aplastantemente monocultural, patriarcal-machista y
colonizadora, la tarea pendiente no se agota en los enunciados de
interculturalidad, descolonización o despatriarcalización. Hay que buscar
caminos para construir, sostener y afianzar estas nuevas concepciones y
cosmovisiones, contribuyendo a abrir canales estables de intercomunicación
entre los actores sujetos, vasos comunicantes y puentes entre las diversas
identidades y sus modalidades de existencia socioculturales, que hagan visibles
y pongan en valor epistémico y cultural los saberes sumergidos. Ello
contribuirá a recuperar y sistematizar experiencias colectivas, a construir
conocimientos colectivos interrelacionados a partir de la interculturalidad
descolonizadora.
Se trata, en definitiva, de poner en sintonía diversas formas,
entendimientos y modalidades del saber
hacer que convergerán en la conformación de nuevas modalidades y saberes
colectivos surgidos de los pueblos y construidos a partir de su participación y
sabiduría. Son los saberes populares
fragmentados, rescatados, interarticulados y potenciados como saberes de todos
para todos. Tal es la labor primera de la pedagogía
intercultural: los distintos actores y actoras sociales la llevan adelante
simultáneamente con el proceso de construcción de saberes colectivos. En este,
la concepción (y la práctica) de la educación popular resulta altamente
enriquecedora.
La educación popular es una concepción del
mundo que reconoce los saberes oprimidos, ocultados, negados por el poder y,
con ello, a los y las diferentes sujetos de esos saberes y poderes otros. Esto
supone un modo de interrelacionamiento entre sujetos diversos que ‑desde el
inicio‑ rompe con las estructuras y los presupuestos del poder dominante.
La educación popular busca rescatar al otro y
a la otra para construir colectivamente nuevos saberes y nuevas
interrelaciones. Fortalece (y se fortalece con) la propuesta intercultural y
descolonizadora. Como dijo Paulo Freire, es una concepción del mundo que supone
una concepción de los seres humanos en y con el mundo, en la que –afirma‑
podemos asumirnos como sujetos en el proceso de [auto]concientización. Por lo
tanto, la educación popular es ‑a la vez que una concepción del mundo‑, una
concepción del saber y el poder para transformar el mundo. Y resulta una
herramienta político‑cultural imprescindible en la construcción de un pensamiento crítico situado.
La educación popular o pedagogía de los
oprimidos toma como punto de partida las experiencias concretas, los saberes,
conocimientos y cosmovisiones de los pueblos en ellas participantes. Reconoce y
parte de la diversidad de los sujetos populares para reflexionar desde allí,
promoviendo el diálogo de saberes de modo intercultural y descolonizado. Se
propone re-construir el conocimiento fragmentado desde abajo, con los y las
protagonistas de las luchas, enriquecer el pensamiento crítico desde las
prácticas y con sus protagonistas participantes, articulados con el trabajo comprometido
de la intelectualidad orgánica. Por ese camino, busca definir ‑coletivamente‑
los rumbos, alcances y objetivos del proceso sociotransformador.
La educación popular se caracteriza por
construir ámbitos donde los sin voz
toman la palabra, contribuye a hacer visible ‑social y políticamente‑ la
presencia de los y las excluidos/as en los procesos sociotransformadores, para dignificar
y valorizar su palabra, su pensamiento y su acción. Por eso puede constatarse
que ‑aunque con diferenciaciones‑ la educación popular está presente en las
organizaciones sociales, en sus procesos de formación y en las prácticas de
vida y organización comunitaria promoviendo interrelaciones horizontales y
participativas.
Su práctica pedagógica ‑que construye
saberes a partir de los modos de vida de los sujetos concretos‑, pone al
descubierto los nexos e intercondicionamientos entre un determinado modo de
existir y reproducirse del mundo privado y un determinado modo de existir y
reproducirse del mundo público, y contribuye a que los que participan del
proceso pedagógico puedan descubrir los nexos entre una realidad supuestamente
privada e individual, aparentemente casuística, con la realidad de un
determinado modo de existencia económica, política y cultural de la sociedad en
que viven.
Por ello la educación popular resulta, por
un lado, cuestionadora raizal del poder hegemónico, discriminador y excluyente
del capital, contribuyendo a que los sujetos tornen visibles sus nexos e
interrelaciones. Por otro, al fortalecer el conocimiento colectivo de los
movimientos sociales acerca de sus experiencias, al contribuir a un mejor
análisis de evaluación de logros y deficiencias, la educación popular resulta
clave también para los procesos de empoderamiento social, entendiendo que el
primero y fundamental de ellos es el del saber: qué, cómo, para qué, quiénes.[7]
Queda claro, una vez más, que la conciencia no puede ser traída de afuera e implantada como “doctrina” en los
sujetos. Estos construyen y desarrollan su conciencia a partir de su participación
en los procesos de lucha y transformación, reflexionando críticamente acerca de
ellas y de su modo de vida en interacción concreta con sus realidades, sus
subjetividades, identidades y cosmovisiones. La “toma de conciencia” resulta
por tanto, un proceso histórico concreto permanente y complejo de
conocimiento-acción-reflexión crítica individual y colectivo que articula
raizalmente la interculturalidad con la descolonización y viceversa. Como
subraya Samanamud, “…no hay, por tanto, recetas, sino que se trata también de
plantearse problemas pertinentes con el proceso histórico.”[2009]
En este sentido, en Indo-afro-latinoamérica la
educación para la descolonización para la
educación… resulta un entrelazamiento vital. A construirlo contribuyen: la
educación popular, la investigación acción participativa (IAP), las historias
de vida (con historia oral) y la construcción de conocimiento colectivo:
gestión intercultural del conocimiento mediante.
La importancia de la investigación acción participativa (IAP)
La educación popular aporta su concepción
acerca de la relación poder-saber-sujetos oprimidos al desarrollo de procesos
de construcción‑reconstrucción de saberes populares (oprimidos, negados,
excluidos) desde abajo. En este empeño conjuga la recuperación y articulación
de la memoria histórica de los pueblos, la recuperación crítica de sus
experiencias de lucha, organización y propuestas, mediante la sistematización
de las mismas, interrelacionando su concepción y sus propuestas metodológicas
con la investigación participativa (IAP) y las historias de vida, apelando,
fundamentalmente, a la historia oral. Y todo ello reditúa en la posibilidad de
enriquecer un pensamiento crítico
emancipador intercultural colectivo, partícipe de las prácticas colectivas
de búsqueda y construcción de un mundo nuevo.
La investigación
acción participativa se articula directamente con la educación popular pues
se nutre conceptualmente de ella, comparte sus principios. Apuesta a la
construcción de conocimientos partiendo de los actores (desde abajo), reconociéndolos
co-investigadores de su realidad. La investigación participativa se basa en una
interrelación horizontal de saberes compartida entre sujetos, en tanto no
reconoce “objetos de investigación”, sino sujetos, actores, terrenos,
problemas, temas, búsquedas de respuestas que son emprendidas
co-participativamente por los investigadores “de afuera” y “de adentro” de la
situación o realidad concreta de la cual se trate.
Se busca, en definitiva, interactuar entre
sujetos/as que tienen conocimientos y saberes diversos anclados en experiencias
adquiridas/desarrolladas durante años, en organización de tareas de
sobrevivencia en diversos ámbitos, y que tienen por tanto amplios saberes que
aportar,con pleno
derecho a ser incorporados al pensamiento
socio-transformador; son caminos también de empoderamiento y reconocimiento de
sus valores en tanto protagonistas-creadores con reconocimiento de sus
identidades, sus culturas, sus experiencias, sus tradiciones, cosmovisiones…
En ese sentido, la investigación acción
participativa comparte los objetivos con la educación popular, la
interculturalidad, la descolonización y la construcción de un pensamiento crítico situado.
III. Pensar con
los sujetos y no para (ni por) los sujetos
Lo expuesto hasta aquí perfila un reto clave para intelectuales
orgánicos del campo popular y de la izquierda político-partidaria: dejar de pensar por y para los sujetos, y
disponerse a pensar con los sujetos,
a partir de sus experiencias, conocimientos, saberes y sabidurías concretas
para ‑desde ahí‑ crecer colectivamente en pensamiento y acción liberadoras.
Esta definición resume y proyecta uno de las más importante principios
de las epistemologías emergentes desde
abajo, revolucionarias, transformadoras, en tanto habilitan, posibilitan y
sustentan las búsquedas y creaciones del nuevo mundo, la nueva civilización
rehumanizada en hermandad armónica con la naturaleza, con centro en la vida, la
paz, el bienestar colectivo y la felicidad.
En la perspectiva expuesta resulta claro que
la construcción de un nuevo pensamiento
crítico emancipador es una obra colectiva que supone la interacción de
intelectuales con los y las protagonistas de los procesos de resistencias,
luchas, creaciones y construcciones de los pueblos.
Las propuestas y reflexiones de cada actor
sociopolítico del campo popular aportan contenidos claves al nuevo pensamiento
sociotransformador construido en interacción dialéctica con los intelectuales
orgánicos, en proceso de diálogo
colectivo para la producción de nuevos saberes.
Esto supone articular las diversas
dimensiones del pensamiento reflexivo crítico, es decir, del saber que es
elaborado en su dimensión estrictamente teórica, con el saber que emerge de
abajo y que mayormente queda contenido (inmerso) en las prácticas. De ahí, entre
otras razones, la importancia de rescatarlas, sistematizarlas y
conceptualizarlas. La articulación de estas dimensiones diversas e
interconectadas posibilita la integración e interrelación y construcción de un
renovado diálogo horizontal entre los
saberes: “científico” y “popular”, encaminado a la construcción de un
pensamiento colectivo común (pensamiento sobre
pensamiento), indispensable para la producción de un nuevo pensamiento crítico estratégico situado sociotransformador
indo-afro-latinoamericano.
Crear, no “aplicar”
En tanto la nueva civilización buscada solo puede ser producto de la
creación de los pueblos, es inédita. Parte de la realidad concreta y de las
experiencias de los sujetos populares, es decir, no está contenida en ningún
texto; no es un algoritmo diseñado a
priori que los sujetos tendrían que “aplicar”.
El nuevo mundo supone la conjunción de procesos epopéyicos de creación
heroica colectiva que se nutrirán y a la vez abonarán desde abajo el
pensamiento crítico para promover, fortalecer, impulsar, aprender… y crecer
colectivamente en ese empeño. Y para ello –desde esta perspectiva
epistemológica‑, sus creadores, militantes sociales, intelectuales y
académicos, tienen que ser parte del mismo. Es la democracia de
la epistemología y por consiguiente de la política desde ella construida.
En tal sentido, vale subrayar que la primera y principal fuente de
aprendizaje que tenemos es la experiencia colectiva de los pueblos; reflexionar
críticamente a partir de ellas, con sus protagonistas, es fundamental. Al decir
de Houtart: “Ver‑juzgar‑actuar, constituye la base de nuevas esperanzas que
puedan reconstruir la adhesión de nuevas generaciones, actualmente muy
despolitizadas.” [2016]
Y aquí radica un nudo epistemológico clave para
el pensamiento crítico situado: la
inseparabilidad sujeto‑objeto, teoría‑práctica, a la que se articulan
pensamiento y acción, ser social y conciencia social, lo objetivo y lo
subjetivo. Esto significa que:
‑La realidad
social histórico-concreta es el punto de partida inequívoco de todo
análisis social, económico, político, filosófico, cultural y, a su vez, también
el destino de los mismos. Está claro, en esta perspectiva, que el pensamiento
solo puede ser de la historia, si lo es
en la historia.
‑No hay apriorismo en las reflexiones ni en las conclusiones de los análisis y las
propuestas. Estas se construyen interarticulada y orgánicamente con las luchas
de los movimientos sociales (indígenas, obreros, campesinos, de mujeres...).
Al articular el pensamiento con las prácticas
sociotransformadoras, el pensamiento crítico que las capta y sintetiza en
conceptos y categorías, resulta ‑por su génesis‑ histórico, inacabado… y
demanda, por ello, actualización y desarrollo permanentes junto con la
construcción de nuevos conceptos. Se trata por tanto de un pensamiento abierto a la vida de los sujetos y sus prácticas en sus
realidades histórico-concretas.
Son las prácticas sociohistóricas concretas de
los actores-sujetos populares por cambiar la sociedad en que viven en el
sentido de su liberación, las que posibilitan y articulan este pensamiento crítico situado con
pertenencia de clase que, a la vez, se caracteriza por ser autocrítico,
liberador y de liberación.
“Sin teoría revolucionaria no hay movimiento
revolucionario”, sintetizaba Lenin, lo que señala también,
interdependientemente, que sin movimiento
revolucionario no hay teoría revolucionaria; son ambos a la vez o no son.
A diferencia de los saberes absolutos
abstractos que abundan en las academias, que luego buscan canales para
“aplicarse” a la realidad, el nuevo pensamiento crítico emancipatorio en gestación, el pensamiento crítico situado, no busca “aplicarse” a la realidad porque nace de ella, en interacción
con sus protagonistas, los/las que piensan, disputan y construyen la nueva
realidad. No cimenta sus posiciones y propuestas en legados académicos
dogmáticos coloniales, eurocéntricos
o nortecéntricos ni busca legitimarse en estos espacios; define su sentido en función del horizonte
político intercultural de la transformación de la sociedad desde la raíz,
desde abajo, por los de abajo en articulación con intelectuales, académicos...
Hacia un nuevo tipo de intelectual orgánico
Esto presupone el diálogo horizontal de
saberes, miradas y experiencias, en construcción articulada desde abajo. Y constituye
parte de las nuevas dimensiones del desempeño de lo que nos hemos acostumbrado
a identificar como intelectual orgánico. En
la perspectiva epistemológica expuesta, este no es “el que sabe y orienta”,
sino el que construye conocimiento,
saberes y conciencia crítica colectiva junto con los actores-sujetos concretos de una sociedad
determinada, partiendo de sus realidades, compartiendo prácticas, búsquedas,
ideales y horizontes estratégicos para la liberación del yugo del capital.
Esto hace a una nueva forma de pensar el
saber: como realidad presente y diseminada (múltiple) entre las distintas
actoras y actores sociales del continente. El pensar no es un patrimonio
exclusivo de la intelectualidad, está entre todos nosotros y nosotras, y
tenemos que aprender a extraerlo, hacerlo palpable y construirlo (articularlo)
colectivamente. Esto, claro está, sin desmerecer la necesidad de contar con
pensamiento teórico en el sentido pleno del concepto; las dos vertientes son necesarias.[8]
La organicidad de los intelectuales
comprometidos se define entonces, no por su pertenencia partidaria, sino por su
capacidad de ser y sentirse parte del proceso sociotransformador, en diálogo
constante con los actores que lo protagonizan. Debe ser comprometido para ser creíble, y crítico para ser útil y así
contribuir al avance del conocimiento y la conciencia colectiva. Y asumir que
los protagonistas no están destinados a “ejecutar” o “aplicar” las ideas
generadas por intelectuales, académicos o políticos, sino que son también
creadores y portadores de ideas, conocimientos, pensamientos… el desafío es
poner todos estos conocimientos y saberes diversos en común para producir un
saber colectivo orientado hacia un horizonte estratégico común.
La creación de una nueva civilización, capaz
de contener en pie de igualdad a las múltiples civilizaciones existentes y sus
cosmovisiones para crear y construir un mundo en el que quepan todos los
mundos, es tarea de multitudes no de élites iluminadas. En este espíritu van
formándose las nuevas generaciones de luchadores sociales e intelectuales
militantes orgánicos por la vida, conscientes de la integralidad manifiesta en
la unidad entre humanidad y naturaleza, el reconocimiento de la diversidad y la
búsqueda del equilibrio en la paridad, equidad y horizontalidad de sus
interrelaciones.
La construcción de nuevo pensamiento crítico emancipatorio resulta entonces
raizalmente articulada con los proceso de construcción‑acumulación de
conciencia y poder propio que llevan adelante con sus luchas y propuestas los
actores sociopolíticos del campo popular en el continente. Los análisis
críticos sistemáticos de sus experiencias, la identificación colectiva de sus
logros, sus errores y enseñanzas concretas constituyen una suerte de brújula
epistémica sociopolítica que abona el camino hacia una nueva civilización. En
este empeño es especialmente importante:
–
Salir del cerco ideológico, político, cultural y mediático del poder
hegemónico.
–
Que los sujetos (concretos) recuperen su centralidad protagónica
práctica y teórica.
–
Replantearse desde abajo los caminos de transición hacia la nueva
civilización.
En conclusión, el desafío –en este sentido‑
supone construir colectiva y dialogalmente un nuevo pensamiento crítico, situado, con pertenencia de clase, intercultural,
despatriarcalizado y descolonizado. Esto es clave para crear, pensar y
simultáneamente encaminarnos hacia una convergencia global orientada hacia una
salida civilizatoria colectiva superadora de la actual.
Bibliografía empleada
Houtart F. (2016). Carta a
Marta Harnecker, compartida conmigo (4/10/16)
Marx, Carlos y Federico Engels (1845). La ideología alemana. 5ª ed. 1970.
Barcelona (España) Ediciones Grijalbo.
Rauber, Isabel (2017) Refundar
la política. Desafíos para una nueva izquierda latinoamericana. Ed. Continente-Peña Lillo, Buenos Aires.
Rauber, Isabel (2014) “Sujeto plural,
descolonización y nuevo tipo de organización política (El legado de Camilo
Torres)”, en: Unidad en la diversidad.
Camilo Torres y el Frente Unido del Pueblo. pp. 301-322. Fundación Colectivo Frente Unido (CFU); Periferia Fondo
Editorial; Ediciones Desde Abajo, Bogotá.
Rauber, Isabel (2012). Revoluciones desde abajo. Ed. Continente-Peña Lillo, Buenos Aires
Rauber, Isabel (1998). Género y poder. Ed. UMA, Buenos Aires.
Samanamud, Jiovanny (2009).
“Interculturalidad, educación y descolonización” En: Integra Educativa Vol. III / Nº 1 79
Yampara (2009). En: Integra Educativa Vol. III / Nº 1 77.
Ilustración: Aníbal Cedrón (1985). Todas las manos todas; impresión de su mano sobre xilografía. Gentileza de Sylvia Cedrón.
[1]. Según Marx: “El modo
como los seres humanos producen sus medios de vida no se reduce a la
reproducción de su existencia física, dado quemanifiesta un modo de vida del
que son portadores. Esos seres humanos son tanto lo que producen como el modo
como lo producen, siendo esto último el primer hecho histórico del que
constantemente son protagonistas (…).” [Marx y Engels (1845: 19, 20, 28]
[2]. “Con la palabra clase popular yo quiero dar a entender los pobres de Colombia. Naturalmente que desde el punto de vista
estrictamente sociológico yo comprendo que es una expresión bastante vaga, pero
es la expresión que el pueblo entiende. Yo no creo que en Colombia los pobres
tengan una conciencia de clase. Y en mi concepto tener la conciencia de clase
es uno de los elementos importantes para constituir una clase, pero para
designar a los pobres, y para no referirme únicamente a los obreros, sino
también a los campesinos he utilizado esa expresión de clase popular”. [C.
Torres, 2014: 126]
Partiendo de la realidad latinoamericana, al referirse a los sujetos del
cambio, Torres comienza reconociendo a los pueblos indígenas y sus realidades e
identidades como sectores sociales que hacen al sujeto social y político;
también se refiere, en ese sentido, a las poblaciones mestizas, a los obreros,
a los campesinos, a las clases medias, a los empobrecidos de las ciudades y el
campo, a los hombres y las mujeres, a los jóvenes, a las organizaciones
sociales… [Rauber: 2014: 302]
[4]. La interculturalidad supone la interrelación de las
culturas, modos de vida y cosmovisiones diferentes. Y esto trae debates y pugnas por el
corrimiento de los poderes históricos acuñados acerca de la posesión del
conocimiento verdadero y válido consolidado en las sociedades coloniales y
poscoloniales sobre la base del monoculturalismo, las academias, las instituciones
públicas... Por otro lado, la interculturalidad se diferencia del multiculturalismo‑aunque
lo presupone‑, porque no es una sumatoria estática de la diversidad sino que
propone su interacción e interdefiniciones en pos del enriquecimiento y
crecimiento mutuo colectivo a partir de ella.
[5]. “El planteamiento de género, en su
cuestionamiento, llega hasta los cimientos mismos de la cultura del poder
patriarcal heredado y desarrollado por el capitalismo. De ahí su fundamental
importancia para un replanteamiento profundo del conjunto de relaciones
sociales y del poder de una sociedad dada, en el sentido de nuevo proyecto
social. No digo que sea suficiente, pero sí necesario, imprescindible,
insoslayable.” [Rauber, 1998: 7]
[6]. Completitud-incompletitud:
conceptos claves de las cosmovisiones indígenas. Lo que está solo, según esta
lógica, está fraccionado, incompleto, y busca ‑casi ontológicamente‑ su
completitud; la complementariedad es parte de esa búsqueda.
[7]. El levantamiento
indígena de Chiapas, por ejemplo, es parte del proceso de toma de conciencia de sus integrantes acerca de su realidad. Y se
construyó con el apoyo de la concepción y las prácticas político-pedagógicas de
la educación popular desarrolladas en función de transformar las condiciones de
vida colectivas, que fue, a la
vez, un proceso de construcción de alternativas para la vida. Es decir, que
supone, simultáneamente, la construcción de sujetos con capacidad de autonomía. Y esto también es parte de la
descolonización.
2 comentarios:
Este Tema,Reflexiones desde abajo, es un Tema algo complejo,que tiene,a mi parecer, mucha importancia en la aceptación protagónica de la lucha de clases.
Muchas gracias por compartir tus reflexiones. Me dejas pensando y aprendiendo.
Gracias otra vez
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