Una mañana como tantas, salí de mi casa con mil cosas en la cabeza.
Mirando el reloj una vez, me doy cuenta que si no tomo un taxi no llego. Con suerte, diviso un monstruillo negro y amarillo a pocos metros, le hago señas para que se detenga y ni bien frena, subo. Apenas alcanzo a indicarle la dirección, comienza a sonar el celular.